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El destino de un síndrome

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Científica y literalmente la palabra “síndrome” significa un conjunto de manifestaciones que conducen a un solo resultado. O también, mirado desde otra perspectiva, un suceso que tiene varias causas. Cuando estos fenómenos ocurren en política son siempre tomados como hechos extraordinarios, sorprendentes, escapados del ritmo cotidiano y, por lo tanto, inquietantes. Salidos de madre, para ser más claros. Es lo que ocurre con el diputado Marco Enríquez-Ominami, candidato a presidente de Chile en representación de nadie, o mejor dicho en representación de una masa informe cuya sintomatología es tan variada que califica con largueza en la denominación de síndrome.

Aclaro de inmediato (porque en época de elecciones la epidermis política se pone especialmente delicada) que si digo que Enríquez-Ominami irrumpió sin representar a nadie, debí haber agregado “a nadie en especial”… ¿o quedó peor? Bueno, pero usted responderá mejor que yo aclarando, urbi et orbi, que Marco va en representación de los independientes y de ninguna manera no representa a nadie. Una cosa trae a la otra y usted agregará que esa categoría, la de independiente, tampoco es ningún síndrome, y la historia política tanto de Chile como de otros lares, registra postulantes independientes de manera habitual.

Cierto. Sólo que en política la expresión “independiente”, si se quiere trascender más allá del fenómeno temporal y que éste no se difumine sin dejar rastros, se requiere inevitablemente de un apellido. Me explico. Se puede ser independiente si no se milita en ningún partido, aunque Enríquez-Ominami aún es militante socialista. También si el independiente, aunque sea militante como en este caso, no se alinea con los cartabones que establece su partido. Pero no se puede ser independiente queriendo representarlos a todos, porque a las finales es igual que no representar a nadie. En política no se puede caminar por la vereda de las indefiniciones por mucho tiempo sin que el fenómeno se desinfle como un globo al cual la realidad se encarga siempre de pinchar. En otras palabras, no se puede escapar, no se puede disociar, no se puede independizar de ninguna manera una posición política sustrayéndola de los grandes lineamientos que desde hace más de un siglo mueven al mundo.

Las lecciones de la historia
Fíjese que uno de los casos de un candidato independiente que registra nuestra historia y que puede dejar una interesante lección es el del general Carlos Ibáñez del Campo. En 1952 Ibáñez lideró a una masa informe, abrumadoramente mayoritaria, que lo llevó a la presidencia en nombre de un independentismo que iba a barrer —su símbolo de campaña fue la escoba— con los problemas de estancamiento, abusos, corrupción y demases, que, matices más matices menos, son los mismos que quiere barrer Marco Enríquez-Ominami cincuenta años después. Sus adherentes iban desde derechistas descolgados del liberalismo conservacionista hasta izquierdistas del entonces Partido Socialista Popular. La gama era realmente impresionante

Ibáñez tenía su propio partido creado ad hoc: el Partido Agrario Laborista, el PAL. Extraño nombre si consideramos una época en que todavía la oligarquía terrateniente no lograba unir sus intereses a los de la burguesía industrial que pugnaba por consolidarse ayudada por la Corfo, organismo estatal creado, ¡oh, paradoja! por el gobierno más izquierdista que había tenido Chile desde su independencia, el de Pedro Aguirre Cerda. Pero, en fin, y estoy de acuerdo con usted, eran otros tiempos, otras realidades. Lo que me interesa del fenómeno de don Carlos es que seis años después, cuando el Caballo Ibáñez (así le decían y que me perdone si queda algún militante del PAL por ahí) entrega su mandato, de su fabulosa movimiento que lo hiciera triunfar con una de las mayorías más espectaculares que registra la historia de las elecciones, no quedaba nada.

Su programa multiclasista, multiideológico, multiesperanzado, terminó defraudándolos a todos, desde los izquierdistas que lo acompañaron pensando que su escoba barrería con las injusticias de la oligarquía, hasta la derecha que esperó que la bota del general termina el trabajo de aplastar a los comunistas, infamia iniciada por su antecesor González Videla. Nadie quedó contento con este independiente multicolor y cada uno, cualquiera fueran sus esperanzas, terminó frustrado haciendo que el ibañismo se convirtiera en hojarasca que barrió la escoba de la historia.

Se demostraba así que, no obstante lo tentador que resulta agrupar tras de sí a un amplio muestrario de la población, la falta de un factor común sólido, claramente definido, que vaya más allá del honesto cansancio de muchos, termina convirtiendo al independiente en un fraude, un ente híbrido, con ideas confusas y palabras condescendientes con las cuales se quiere contentar a todos, es decir, en un demagogo sin destino.

“Ser joven y no ser revolucionario…
“…es una contradicción biológica”. Lo dijo Salvador Allende en la Universidad de Guadalajara en México. Marco Enríquez exhibió, para comenzar su carrera, el carisma de un hombre joven, contestatario para no usar el término cansador de “díscolo” que tanto gusta a la prensa, con un discurso generacional destinado a atraer a los jóvenes que son el sector más desvinculado de la política, con progenitores que hicieron época en momentos dramáticos de la historia del país, en fin, con un carisma novedoso que incorporaba incluso una conexión familiar con la farándula que en Chile ha pasado a la categoría de rector sicológico de las masas gracias a la mediocridad que copa todos los estratos de los medios de comunicación. Sin embargo, inevitablemente llegó el momento de las definiciones trascendentales y Marco Enríquez-Ominami extrajo de su manga el as que realmente importa en un programa presidencia y que define el carácter que tendrá ese gobierno: el plan económico.

Su programa de gobierno, presentado en estas horas a la opinión pública, comprende una serie de medidas que tocan temas contingentes, algunos de los cuales tienen más un carácter efectista que trascendente, pero que son válidos en cuanto a que son sensibles a diferentes sectores de la población. Otros, en cambio, son francamente una chambonada de corte mayor producto, quizás, del collage de cerebros que metieron la neurona en el programa. A manera de ejemplo está la intención de “importar”, es decir traer del extranjero, a miles de profesores para que “vengan a enseñar inglés y matemáticas” a nuestros estudiantes. La pregunta obvia es qué pensarán nuestros docentes del área, que a duras penas consiguen trabajo para ellos y remunerados siempre con sueldos miserables, de esta competencia pagada en dólares de importación. Podríamos hablar del tren-bala y otras perlitas pintorescas. Pero mejor veamos lo que interesa. ¿Cuál es la base económica que sustentará el hipotético gobierno del joven candidato socialista? Empecemos por conocer a los mentores principales que elaboraron la propuesta en este y otros terrenos.

La primera incongruencia se basa en el embuste que desde la caída de la dictadura se ha querido vender a los chilenos con el fin de evitar el renacimiento de un proyecto alternativo al modelo económico instaurado por la dictadura y consolidado en los 20 años de la Concertación. Esta falacia perversa machacada desde todos los ángulos y a la que se incorpora el “candidato-empresario”, es la de convencer a la ciudadanía de nuestro país que estos son tiempos diferentes, que la división política de izquierda y derecha, la división económica de ricos y pobres, la división social de clase trabajadora y clase capitalista, y sobre todo la existencia de un proyecto capitalista y un proyecto socialista de desarrollo, es obsoleta y demodé, que ha sido superada por los nuevos tiempos en que aparecen los “capitalistas buenos” que forman el “empresariado pujante”, catalogado como el principal motor del desarrollo y cuya principal “gracia” es dar trabajo a las grandes mayorías que no fueron emprendedores y pujantes y por lo tanto sólo poseen lo que el anticuado y arcaico Carlos Marx llamo su fuerza de trabajo.

De ahí que el proyecto programático que acaba de dar a luz la candidatura de Enríquez-Ominami, tenga como principales autores a dos de estos “jóvenes y pujantes” empresarios que no tienen ojos en la nuca y que elaboraron un modelo para la teórica presidencia de su abanderado cuya base fundamental es allanar al máximo el camino de estos “motores del desarrollo” que ahora podrán adquirir las pocas empresas que todavía quedan en manos del estado chileno. 

En el Marco de los “Chicago-boys”
Estos dos paladines, además de otros ubicados tras bambalinas, son los señores Paul Fontaine y Rodrigo Danús. Ambos están asociados desde hace tiempo en una consultora, la South World Business, SWB, nombre bien poco español, pero que tendremos oportunidad de entender cuando el gobierno de Enríquez-Ominami nos traiga desde el extranjero los miles profesores de inglés que contempla su programa. Ambos poseen un historial pinochetista tan tenebroso como lo fueron los años de dictadura, en especial Danus, cuyo paso por la Facultad de Economía dejara como triste rastro las andanzas del grupo G-1 que él encabezó y que dirigió contra los estudiantes que luchaban por la democracia, reprimiendo al estilo “tonton macoute” las protesta universitarias contra la dictadura.

El decano de la Facultad de Economía en tiempos en que Dánus le facilitaba así el trabajo a la CNI, era Sergio Melnick, cuya trayectoria de afiliación al ultrapinochetismo hasta nuestros días es conocida de sobra. Este ejemplar se refirió así a Marco Enríquez-Ominami en un artículo publicado hace un par de días en “La Segunda” comparando la gran afinidad que hay entre Enriquez-Ominami y el senador Flores, otro “pujante empresario” que se cambio con camas y millones desde la izquierda a la derecha:

“…(Enríquez y Flores) son o han sido empresarios (es decir saben lo que es el IVA y las malas leyes laborales). Pero tienen otra gran cosa en común, lejos lo más importante: están más preocupados de cambiar el futuro que el pasado. Miran hacia adelante con optimismo y sin resentimientos.”

e insiste:

“Por todo ello, es que tanto los Enríquez-Ominami como los Flores son valiosos y necesarios de tanto en tanto. Son ejemplos de valor, de semillas de cambio, de mirada al futuro más que al pasado, de ampliar los abanicos, de buscar nuevas relaciones y confianzas entre los chilenos; en fin, de esperanza.”

Como es natural semejante comparación no debe molestar en absoluto a Marcos Enríquez puesto que a su tiempo defendió la “honestidad” de Flores al dar su voltereta. Estaba en su derecho de solidarizar así con su colega empresario, ¿o no? Lo bueno es que Flores ya no es problema de la Concertación sino de los piñeristas que deberán tener el cuidado de no dar la espalda cada vez que se deslicen cerca del Honorable senador.

Volviendo al historial de ambos asesores de Enríquez, éste ha sido desarrollado ampliamente por el diario “La Nación” y otros medios. Es interesante detenerse a leer las entrevistas que concede el señor Paul Fontaine donde muestra el verdadero cariz del programa elaborado por él y otros “chicaguitos boys” para la postulación de Enríquez-Ominami. Por ejemplo en “La Tercera-online” el día en que se dio a conocer el plan,  el “pujante empresario” aporta bastante luz sobre lo que realmente se esconde tras la candidatura independiente que ya comienza a tener apellido. Ellas son más que suficientes para explicar el carácter del programa que Fontaine elaboró —según sus propias declaraciones— ayudado por su padre Ernesto Fontaine, el primer chicagoboy de Latinoamérica.. El propio entrevistado reconoce que “el programa no tiene ningún carácter revolucionario y en cierto sentido se puede calificar hasta de continuista". Generoso consigo mismo el señor Fontaine porque ni siquiera se trata de continuidad, sino de un grosero retroceso destinado a fortalecer los intereses económicos del sector al cual pertenecen estos sostenedores de la candidatura Enríquez.

En un mundo donde la disminución del papel del estado en el control de la producción y las relaciones económica del mercado provocara el descalabro de la crisis actual, reconocido por el propio EE.UU. como lo dijéramos en un artículo anterior, el “progresista” Fontaine agrega respecto al modelo gestado por él para su candidato: “Creemos en la libertad de mercado y no que el gobierno deba guiar la producción…Dejaremos que el mercado defina la manera que ocupa la producción industrial en Chile” Y para refrendar sus declaraciones agrega: “Marco entiende la empresa y la valora, ha señalado en muchas ocasiones que él ha estado en el mercado e incluso que le gustaría que más dirigentes políticos pasaran por él y aprendieran su lógica, sus virtudes y defectos”. No se preocupe, señor Fontaine: no sólo los dirigentes, sino todo el pueblo chileno sabe de “la lógica, las virtudes y los defectos” del sistema mercantil impuesto en Chile que lo ubica en los primeros lugares en el mapa de la injusta distribución de la riqueza y que ha acentuado de manera dramática el abismo entre ricos y pobres.

El plan económico fundamental de Enríquez, si le restamos las medidas populistas destinadas a envolver el paquete, ha provocado un remezón incalculable en quienes desde la izquierda vieron en este heredero genético de un gran hombre, a un nuevo líder de la izquierda, una izquierda que no se camufle bajo el signo de las “miradas hacia adelante”, si no que se forje en un renacer del proyecto socialista que hoy se extiende por América y que tiene a Chile todavía como un relicto de mediocridad y fraude en el cual lamentablemente se va encajando la candidatura de Enríquez.

En mis artículos anteriores expresaba mi esperanza en que el candidato podría enarbolar un programa auténticamente de avanzada que proyectara al país hacia una revolución transformadora de los cimientos de las injusticias que trajo el neoliberalismo. Pero también advertí de mis dudas basadas en la indefinición populista que era, y es aún, fácil de percibir en las opiniones de los adherentes que se reparten desde derechistas que esperaban de él lo que ahora se conoce, a esperanzados izquierdistas que hoy experimentan una profunda desilusión ante los hedores emanados por los asesores pinochetistas del candidato y que, con la publicación del programa, terminaron por descorrer el telón mostrando finalmente la cola reaccionaria.

¿Y la genética, dirá usted, de la que nos habló en un artículo anterior? ¡Ah, la genética!… Todavía ando buscando a Mendel para agarrarlo a patadas.

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