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Ultimas reflexiones en torno a la muerte del presidente Allende

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I.
Es indiscutible que los detalles revelados recientemente por el doctor Luis Ravanal en su análisis metapericial del informe de la autopsia de Allende, han venido a suministrar nueva munición a aquellos que, en Chile y en el mundo, por diversas razones, siempre rechazaron la versión del suicidio, en favor de la tesis de un magnicidio, es decir, de un Allende que muere asesinado en La Moneda por mano de algún milico golpista.

En cuanto a la actitud cerrada e intransigente de los partidarios de la “versión oficial” de la muerte del líder popular ante las revelaciones del doctor Ravanal, no resulta difícil de explicar. Se aferrarán a aquella versión contra todo argumento o evidencia, porque se dan cuenta de que la única manera de que ésta pueda conservar algún vestigio de legitimidad  y credibilidad, es presentándola como invariable y definitiva. Pero en realidad las cosas distan mucho de ser así, pues desde el Golpe hasta 1990 esta versión se vio sometida a diversos y significativos cambios que es necesario recordar aquí. El 15 de septiembre de 1973, asilada en la Embajada de México en Santiago, Tencha Bussi declaró, en el curso de una entrevista telefónica de larga distancia concedida a la televisión azteca, que Allende se había suicidado en La Moneda. Al desembarcar en Ciudad de México al día siguiente Tencha reitera ante la prensa que Allende se quitó la vida. Sin embargo el 19 de septiembre dará ella un giro completo a sus declaraciones originales, al anunciar que “sobre la base de nueva información, ha cambiado de opinión, porque ha llegado a su conocimiento que su esposo tenía heridas de bala  en el pecho y el estómago, además de la perforación en la boca, reportada por la Junta”.  (Véase: Nataniel Davis, The Last Two Years of Salvador Allende, Cornell University Press, 1985, pp. 285-286)

Como creo haberlo demostrado en mi libro, estos cambios de una a otra versión de la muerte del Presidente se explican por la situación de incertidumbre inmediatamente posteriores al Golpe, por las dificultades  de conseguir información confiable, y en una importante medida, también, por obra del  relato apócrifo de los últimos momentos de Allende  difundido por el joven GAP Renato González, y presumiblemente por otros sobrevivientes del golpe. Pero es claro que esto fue facilitado por la concepción dual de la política, propia del PS y otros sectores de la izquierda chilena, para la cual el suicidio aparecía como incongruente. Esta versión se mantuvo como la explicación cuasi-oficial de la muerte de Allende, que fue creída y propalada por la izquierda durante 17 años; hasta 1990, cuando con motivo de la llegada al poder del primer gobierno de la democracia tutelada, se procedió a reemplazarla, luego de la realización de una compleja operación comunicacional  y un funeral oficial, por lo que en realidad constituye un retorno a la versión original del suicidio. Por cierto, la Concertación en el poder le impuso su particular visión y tempo al proceso de revelación y supuesta confirmación de la identidad de los restos del Presidente, con el fin de asegurar la viabilidad de su “transición pactada”.  Estas motivaciones, centralmente de conveniencia política, subyacentes a todo este proceso, predeterminaron una actitud  inadecuada de los antiguos izquierdistas hacia la verdad histórica de la muerte de Allende, que encontraría su expresión más reveladora en el así denominado “reconocimiento” de los restos mortales del líder popular, hecho “a la carrera” por el doctor Jirón la noche del 17 de agosto de 1990, en el Cementerio Santa Inés de Viña del Mar, previamente a los funerales oficiales, hechos igualmente “a la carrera”, el día 4 de septiembre de aquel año.     

Dado que las nuevas observaciones, descubrimientos y conclusiones aportadas por el examen metapericial de la autopsia de Allende hecho por el doctor Ravanal, sin duda refutan y deslegitiman  la versión oficial del suicidio, mostrando al mismo tiempo la falta de seriedad científica con que han procedido sus custodios a lo largo de 17 años, no tiene nada de sorprendente que hayan reaccionado de manera tan airada en contra de las declaraciones del experto forense.

Como lo mostramos antes, en un extenso artículo en dos partes publicado en piensaChile (A 35 años del Golpe, aparece el primer estudio científico de la muerte del Presidente Allende  y  A 35 años del golpe aparece en Chile la primera investigación científica … (II Parte) ), es evidente que las conclusiones del estudio del doctor Ravanal contradicen punto por punto las conclusiones del Informe de autopsia redactado y firmado por el ginecólogo del Hospital Militar (¡?)  que en la madrugada  del 12 de septiembre hizo las veces de médico forense, en cumplimiento de una orden impartida por el propio Pinochet de someter el cuerpo sin vida de Allende a un examen post mortem. Porque según Ravanal, éste no fue muerto por una bala que le penetró bajo la barbilla, de modo que la trayectoria del proyectil mortal no fue de abajo hacia arriba, como afirma el médico militar, sino de adelante hacia atrás. La muerte del Presidente no habría sido provocada por un disparo hecho a corta distancia, es decir, con apoyo directo sobre la piel, sino por uno hecho a mediana distancia. Estas observaciones demostrarían que: 1. Allende no recibió uno, sino dos, disparos en el cráneo; y que 2. que las lesiones descritas en el Informe de Autopsia no corresponderían a disparos de tipo suicida. 

Tales conclusiones parecen categóricas e inapelables, pero como es obvio, su verdad o falsedad dependen enteramente de que el texto de Informe haya reflejado correctamente la realidad  de los hechos allí descritos, y su confirmación o refutación definitiva (al  menos en principio) está condicionada a la realización de un nuevo examen forense de los restos. Mientras esto no sea hecho aquellas conclusiones permanecerán en suspenso, como “entre paréntesis”. Porque las observaciones y descripciones registradas en el Informe de Autopsia bien pudieran ser incorrectas, o incluso haber sido premeditadamente  falseadas, o alteradas. Esto no es una suposición demasiado extrema, puesto que el propio doctor Ravanal (y yo mismo en mi libro publicado en el 2006) detectó un considerable número de errores, imprecisiones, omisiones y fallas en el texto del documento forense. Por no decir nada del completo descrédito en que ha caído el trabajo pericial del doctor Luis Vásquez, en los dos casos emblemáticos en que ha vuelto a participar como forense, posteriormente al caso del presidente Allende: el de Carmelo Soria y el del niño Rodrigo Anfruns. Por desgracia estos hechos son rutinariamente olvidados, o silenciados, por casi todos los que, en Chile o en el extranjero, han escrito acerca de, o comentado, el estudio del doctor Ravanal, transformando así las precisas, ponderadas y cautelosas conclusiones de éste en afirmaciones simples y categóricas a favor de la tesis del asesinato. 

II.
Supongamos, con fines argumentales, que un nuevo examen forense de los restos de Allende demostrara que la totalidad de las conclusiones del examen metapericial  eran correctas. En este caso, ¿Cuáles serían las conclusiones que tendrían que extraerse respecto de los testimonios conocidos acerca de los últimos momentos del Presidente? En primer lugar, que la totalidad de las declaraciones del doctor Guijón, testigo clave del suicidio de aquél, así como las del resto de los sobrevivientes del combate de La Moneda, serían enteramente falsas. Es decir, las declaraciones de La Payita, (la primera en insistir en el suicidio de Allende, posteriormente a las declaraciones de Hortensia Bussi del 19 de septiembre de 1973), del doctor Jirón, Enrique Huerta, Arsenio Pudín, el doctor Soto, Enrique Ruiz Pulido, Patricio Arrollo, los doctores Alejandro Cuevas, Víctor Hugo Oñate y José Quiroga. Serían igualmente falsas las declaraciones de este último, hechas en su casa de Los Angeles, California, el 31 de diciembre de 2002, en las que el médico confirma la veracidad del invariable testimonio del doctor Guijón, junto con hacer un tardío mea culpa  por no haberlo respaldado públicamente cuando fuera duramente impugnado por los partidarios de la tesis del asesinato del Presidente.

Es, por cierto, difícilmente creíble que ni uno solo de los referidos testigos, todos ellos valientes y leales seguidores de Allende, hubiera revelado nunca la verdad sobre su muerte. Es, asimismo, casi imposible de aceptar, que ellos pudieran haberse puesto de acuerdo, en lo que hubiera tenido el carácter de una verdadera conspiración  para ocultar la verdad, de manera tan craza, consistente y prolongada, acerca de un hecho de tanta importancia personal, histórica y política. Es igualmente imposible de aceptar, o creer, que en 35 años, y luego de 4 gobiernos concertacionistas, ninguno de los referidos testigos hubiera dado un paso adelante y revelado la supuesta verdad del asesinato del Presidente.          

Habiendo examinado y seguido en detalle el testimonio del doctor Guijón a lo largo de muchos años, como investigador me asiste la más profunda convicción de que su relato del cuerpo de Allende elevándose por efecto de uno, o dos, disparos, es enteramente cierto y confiable. Hay que destacar que este importantísimo detalle de sus declaraciones no ha variado jamás. Ni cuando Guijón se encontraba sometido a fuertes presiones por parte de los golpistas, ni cuando su testimonio fue impugnado por sus propios colegas y amigos. Lo que sí varió con el tiempo en sus declaraciones es aquella parte en que sostiene que él habría visto como el disparo salía del fusil AK del Presidente. Pero como lo reveló de manera casi ingenua años después, en realidad él nunca vio que Allende se hubiera disparado con dicha arma, sino que esta parte de sus ulteriores declaraciones en realidad fue la personal “contribución” de los funcionarios de la Policía Técnica de Investigaciones, quienes hicieron el peritaje en el Salón Independencia, la tarde del 11 de septiembre  de 1973.             

De manera completamente independiente de Guijón, el doctor José Quiroga -quien en aquellos momentos se encontraba en la fila formada en el pasillo que conducía a la escalera que lleva a la puerta de Morandé 80- ha reportado que el vio, desde la puerta de entrada al Salón Independencia , como ”el rostro del Presidente desaparece, como si se desvaneciera dentro del humo” que invadía enteramente el recinto. Es manifiesto que la descripción de Quiroga es algo diferente de la Guijón, pero perfectamente confluyente y confirmatoria de su propia observación . Esta declaración del doctor Quiroga le fue hecha a Juan Gonzalo Rocha, quien la recogió en su propia grabadora, y luego la reprodujo en la página 275 de su libro titulado "Allende Masón".

Es significativo que ni Guijón, ni Quiroga, hagan ninguna referencia, al menos en estas específicas declaraciones, al famoso fusil AK del Presidente, que como es sabido yo no considero como el arma utilizada por él para quitarse la vida. Frente a tal hecho un buen  amigo que leyó una versión preliminar de este artículo comentó: “me parece muy extraño que alguien afirme que vio cuando el Presidente se disparó, y en el mismo acto no haya visto el arma con que lo hizo”. En realidad no tiene nada de extraño que ni Guijón ni Quiroga hayan visto, ni originalmente declarado haber visto, el arma en cuestión, porque en aquel momento el Salón Independencia se encontraba sumido en la semi-oscuridad, producto del humo del incendio del edificio y de los gases lacrimógenos lanzados por los golpista a su interior. Además, es necesario considerar que los médicos  deben haberse encontrado, según mis cálculos, a unos 12 o 13 metros de distancia del sillón color granate en que estaba sentado Allende en el momento de su muerte. En tales circunstancias era perfectamente posible  para los médicos poder ver el movimiento del cuerpo de Allende, pero no el arma que lo provocara, especialmente si ésta era un arma corta.  

¿Es acaso posible, por otro lado, que antes de que el doctor Guijón ingresara al Salón Independencia, uno o varios soldados golpistas hubieran podido penetrar allí por la puerta que enfrenta directamente a la escalera de Morandé 80, y dado muerte al Presidente? Esto nos parece algo absolutamente improbable, porque había varios médicos e incluso  algunos detectives en frente de la puerta de la oficina presidencial, ninguno de los cuales ha reportado nunca un hecho de esta naturaleza. Por lo demás, no es difícil comprender cuán diferentes hubieran sido las cosas si los golpistas hubieran conseguido aproximarse a Allende por aquella vía de acceso. ¿Cree alguien, asimismo, que quien hubiera cometido aquel crimen no habría sido declarado héroe por los golpistas, los que no se hubieran demorado en revelar su nombre? 

Finalmente, habría que decir que es muy posible que nunca se haga un nuevo examen de los restos del Presidente, y que por tanto nunca lleguemos a saber, de manera definitiva y categórica, exactamente cómo murió, pero nuestra obligación como investigadores es saber sacarle el mejor partido a los antecedentes y evidencias, incompletos, defectuosos y posiblemente adulterados de este transcendental hecho, de los que hasta ahora disponemos. Que en cualquier caso nuestra obligación moral es luchar incansablemente por el esclarecimiento de la verdad, al tiempo que combatimos aquella tan poderosa como difundida tendencia humana a la credulidad acrítica, y al pensamiento confuso, que deben ser contrarestadas siempre por el uso adecuado y sistemático de la razón esclarecedora y crítica.

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