Georgia, la guerra de Putin
por Antoni Segura (Barcelona, España)
17 años atrás 5 min lectura
El 9 de noviembre de 1989, la caída del muro de Berlín preludiaba un nuevo mundo. El 31 de diciembre de 1991, la desaparición de la URSS confirmaba que había llegado a su fin el sistema de bloques y que las relaciones internacionales ya no dependían del equilibrio de poder entre las dos grandes potencias. El mundo bipolar se había extinguido y todos nos sentíamos más seguros. Pero el fin de la guerra fría creaba un vacío de poder en los antiguos satélites de Moscú que invitaba a nuevos movimientos geoestratégicos, a menudo relacionados con el control de las reservas de hidrocarburos, en regiones que hasta la fecha habían resultado impenetrables para las grandes multinacionales occidentales. Estados Unidos y la UE se afanaron en llenar estos vacíos de poder en la Europa Oriental, Cáucaso y Asia Central. Pocos podían pensar hace solo unos años que las repúblicas bálticas, Polonia o Bulgaria formarían parte de la UE y la OTAN, o que una prooccidental Georgia llamaría también a las puertas de la alianza atlántica pidiendo su admisión.
A principios de los 90, todo parecía fácil, y ante nosotros se abría un mundo de ingenua felicidad y esperanza en el progreso. Las guerras de los Balcanes deberían haber sido el aviso de que no todo sería tan fácil y que el futuro podía albergar nuevas crisis difícilmente superables.
El conflicto de los Balcanes puso en evidencia que la UE no tenía una política exterior común ni capacidad de intervención en la implosión de Yugoslavia, y que era Washington quien debía acabar con los conflictos (1995, Acuerdo de Dayton; 1999, intervención de la OTAN en Kosovo). Rusia aceptaba de mala gana la situación pero tenía que rehacer la situación interna: necesidad de reconstruir la cohesión social y de identidad y de construir un nuevo sistema político estable ahora que ya no era una gran potencia, aunque sí la gran potencia del corazón del continente euroasiático.
ADEMÁS,la integración de las antiguas democracias populares en la UE y la OTAN, el acercamiento de Bruselas a Georgia, Ucrania, etcétera, y la creciente presencia occidental en Asia Central y el Cáucaso eran una doble amenaza para Moscú. De un lado, limitaban su capacidad de influencia en países que formaban parte del imperio ruso, duramente conquistado a lo largo del siglo XIX, y en los que, sobre todo, vivían importantes minorías rusas. Del otro, perdía el control político y el monopolio del transporte de una parte de los yacimientos de hidrocarburos de la región del mar Caspio, donde Kazajistán, Uzbekistán y Azerbaiyán concentran el 3% de las reservas mundiales de petróleo y extraen 2,4 millones de barriles diarios, que ahora salían al mar Negro por Georgia.
En este contexto, enclaves como los de Chechenia, Osetia del Sur, Abjasia, etcétera, toman una importancia estratégica que no se corresponde con sus recursos, sino con su ubicación, ya que permiten controlar el paso de los hidrocarburos. La presencia de una mayoría rusa (Osetia del Sur y Abjasia) son el caballo de Troya que utiliza Moscú para intervenir en Georgia y advertir que la aproximación a Occidente tiene unos límites que conviene no ultrapasar; la presencia de un movimiento independentista (Chechenia) sirvió a Putin para consolidarse en el poder.
EN DEFINITIVA, el conflicto de Georgia muestra las limitaciones del mundo forjado tras la guerra fría. En primer lugar, el nuevo terrorismo internacional no es, probablemente, la principal causa de desestabilización que amenaza la paz mundial. En segundo lugar, la humillación de los 90, cuando la población rusa pasó de ser la segunda potencia mundial a hacer colas de racionamiento, la ha combatido Putin alimentando un nuevo orgullo ruso, de fuerte contenido nacionalista, que se afana por recuperar el papel de la antigua URSS en el concierto mundial, ya sea con golpes de efecto como el Pacto del Caspio (16 de octubre del 2007), en el que los países la orilla del Caspio, bajo el liderazgo de Moscú, se comprometían a coordinar sus intereses energéticos; ya sea con la interesada protección de las poblaciones secesionistas de Osetia del Sur y Abjasia y, en sentido contrario, utilizando la liquidación de la resistencia chechena como mecanismo de consolidación en el poder y aviso para navegantes secesionistas.
EN OTRAS palabras, Putin se ha cobrado la factura de Kosovo –Moscú se oponía a su independencia– poniendo límites a la expansión de la UE y de EEUU, y demostrando la impotencia de Bruselas y Washington para contrarrestar las operaciones militares rusas en países vecinos. En tercer lugar, el expansionismo ruso siempre encontrará aliados en presidentes iluminados que, como el georgiano Mijail Saakashvili, creen que la alianza con la UE y EEUU les permite desafiar a Moscú, cuando, en realidad, alejan a sus países de la OTAN y la UE –Georgia lo tendrá mucho más difícil a partir de ahora– y ponen al descubierto las miserias del poder comunitario, feudatario de los hidrocarburos rusos, y de la Casa Blanca, sin capacidad para intervenir militarmente en las fronteras de Rusia. Por último, resulta paradójico que la Rusia pos-soviética se juegue la hegemonía regional en la cuna de Stalin, un georgiano que fue proclamado padre de todos los rusos pese a haber sido uno de los mayores verdugos de la historia. Pero la UE puede hacer ver a Putin que será la política y no la fuerza lo que dará a Rusia el papel que le corresponde en el mundo global. Aunque George Bush ha tardado dos guerras y seis años en entenderlo.
– El autor es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Barcelona
* Fuente: El Periódico.com
Artículos Relacionados
Intervención sobre Universidades estatales: Promueve un modelo de universidad estatal completamente ajeno a la tradición cultural republicana y democrática
por Carlos Ruiz Schneider (Chile)
8 años atrás 8 min lectura
“El enemigo número 1 de Europa es EEUU”
por Fernando Moragón (España)
3 años atrás 1 min lectura
EE.UU. va por el PETRÓLEO de El Esequibo, territorio en disputa entre Venezuela y Guyana
por Inna Afinogenova (España)
2 años atrás 1 min lectura
El avance de Podemos en España: “Van pudiendo”
por Emilio Cafassi (Uruguay)
10 años atrás 8 min lectura
Vuelco en Caso Calama: cómo la CNI intentó financiarse a sangre y dinamita
por Sebastián Minay (CIPER, Chile)
17 años atrás 33 min lectura
Salarios, Ganancias y la Movilización Nacional de la CUT (II Parte)
por Orlando Caputo y Graciela Galarce (Argenpress)
18 años atrás 12 min lectura
El complejo militar-industrial-tecnológico está sentando las bases para un sistema de control sin parangón en la historia
por Inversión racional
2 horas atrás
06 de noviembre de 2025
Lorenzo nos sumerge en un análisis sin precedentes sobre el avance hacia una dictadura digital global y la erosión sistemática de nuestras libertades individuales.
Nuevo alcalde de Nueva York: «»Soy joven, soy musulmán y soy socialista democrático»
por Medios Internacionales
1 día atrás
05 de noviembre de 2025
Lo mejor de todo es el discurso de victoria donde le dice directamente a Trump: «Soy joven, soy musulmán, soy socialista democrático y no voy a pedir perdón por nada de esto. Para llegar a nosotros tendrás que pasar por encima de todos nosotros».
Sáhara: colonialismo español, ocupación marroquí y traición de Pedro Sánchez
por La Base (España)
7 horas atrás
06 de noviembre de 2025
Pablo Iglesias, Irene Zugasti, Manu Levin y Laura Arroyo analizan la traición del Gobierno español al derecho de autodeterminación del pueblo saharaui y la última resolución del Consejo de Seguridad de la ONU sobre el Sáhara, que refuerza la agenda marroquí cuando se cumplen 50 años de la Marcha Verde.
Sobre la autonomía del Sáhara: «¡El País miente a sus lectores!»
por NoTeOlvidesDelSahara
1 día atrás
05 de noviembre de 2025
Si la ONU viera imposible el referéndum, ¿por qué sigue prorrogando cada año el mandato de la MINURSO, cuya misión incluye la organización de ese referéndum de autodeterminación? De hecho, la propia resolución 2797 (2025) prorrogó, como siempre, la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum en el Sáhara Occidental, no una misión para supervisar una autonomía negociada.