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La lenta agonía impuesta a Palestina

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Tal como se está informando de lo que ocurre en Gaza y Cisjordania, da la impresión de que el pueblo palestino ha escogido la senda del suicidio, y que a donde no llegó la fuerza genocida del Ejército de Israel están llegando la corrupción de los políticos y los enfrentamientos armados entre Al Fatah y Hamás. La apariencia, creada por las agencias informativas occidentales, es así, pero los hechos nos ponen ante la evidencia de un martirio sistemático que Israel hace ahora con piel de cordero e intenciones de lobo.

El problema palestino no fue en su origen un enfrentamiento étnico o político con Israel, ni un caos endiablado que hemos heredado de la historia, sino la triste forma en que las potencias occidentales lavaron su conciencia después de la masacre de judíos provocada por los nazis, y después de los errores cometidos por el imperialismo europeo en la descolonización de Oriente Medio. Por eso sería un crimen olvidar que el conflicto palestino-israelí no surge ni se enquista por algo que hayan hecho u omitido los palestinos, sino porque las potencias de Occidente decidieron compensar a Israel con un Estado militar improvisado, metido con calzador en Tierra Santa, mientras se cargaban todas las costas -destierros, hambrunas y genocidios- sobre un pueblo sin Estado. En estas circunstancias la resistencia palestina fue tan desigual y tan obligada como el hecho mismo de sobrevivir, a la espera de una solución que, siempre en manos de otros, debería enmendar el grave error que supone desvestir un santo para vestir otro.

Pero ni Israel ni Occidente están para idealizar la justicia o rendirse a las monsergas de la historia. Y, si primero identificaron la resistencia palestina con el puro terrorismo -Arafat llegó a ser peor que Bin Laden-, más tarde recondujeron a Israel toda esa resistencia, para poder controlarla de cerca y aislarla cruelmente en un gueto voluntario.

El reconocimiento internacional de Arafat y de Al Fatah, bajo la promesa de un Estado que nunca llegó ni puede llegar, sólo sirvió para tener a tiro de fusil la resistencia palestina, para enfrentar a los palestinos hambrientos y empobrecidos con su ficticia Autoridad, para encerrar al pueblo y su miseria en una cárcel sin techo, y para que en el río revuelto de las promesas incumplidas y la desesperación galopante surgiese ese Hamás que ahora justifica todos los muros, toda la destrucción y toda la represión que ejecuta Israel sobre los palestinos. Porque si bien es cierto que ahora se pelean entre ellos, también lo es que toda la injusticia, el desgobierno y las armas -¡sobre todo las armas!- se las envían de fuera. Un horror para ellos, y una vergüenza para nosotros.

Fuente: Boletín del Comité Democrático Palestino-Chile

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