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Carta Abierta al ex Comandante en Jefe del Ejército, General (R) Don Juan Emilio Cheyre

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Señor
Juan Emilio Cheyre
General de la República
Presente.

General Cheyre:

“La tristeza muchas veces nos revela las alegrías que no supimos atrapar; esa misma tristeza nos hace pensar en lo que somos, en lo que queremos hacer o decir”. Estos pensamientos me llevaron a Ud. General, tal vez esta carta que escribo no le dirá nada, pero yo plasmo aquí lo que quiero hacer y decir:

Yo tenía una hija de un hermoso nombre: Anita María, bella por dentro y por fuera. Hace justo un mes que ya no está con nosotros Su corazón dejó de latir.

Se preguntará por qué le estoy contando el fallecimiento de mi hija. Aunque no lo crea, Ud., como otros civiles y militares, sí tiene que ver en la prematura muerte de mi hija. Le voy a explicar por qué: Debe estar en su memoria la Mesa de Diálogo y recordará que las FF.AA. dieron a conocer una lista de familiares nuestros lanzados al mar.

En reunión donde nos fueron dados a conocer los nombres de nuestros amados y amadas, cada uno de ellos era un brutal y certero golpe a nuestro corazón.

El horror se reflejaba en nuestros rostros. A pesar de todas las barbaries conocidas, violaciones con perros a las prisioneras, degollamientos, asesinatos de familias enteras, fusilamientos entre gallos y medianoche, mujeres embrazadas asesinadas, niños asesinados,  envenenamiento a prisioneros, quemados vivos, enterrados vivos y otras torturas que la mente humana se resiste a creer, a pesar de todo este conocimiento concreto, real, nunca hemos dejado de asombrarnos de tanta barbarie innecesaria.

Aquella tarde, la lectura de los nombres parecía interminable cuando escucho: Luis Emilio Recabarren González, lanzado al mar en San Antonio, e inmediatamente un grito desgarrador y una voz gutural “¡¡cómo pudieron hacerle esto a mi hermano!!”. Era mi hija Ana María. Los médicos acudieron a prestarle ayuda, yo me paré de mi asiento y corrí hacia ella: estaba inconsciente.

Desde ese día mi hija, mi cómplice de la vida, nunca más volvió a ser ella, a pesar de la atención de sicólogos y siquiatras. El dolor por lo acontecido a su hermano derivó en un cáncer. Hoy está en el cementerio, sus ojos se apagaron, pero la sonrisa que nos dejó en su bello semblante fue como un regalo a los que la amábamos. Quisiera pensar que sonreía porque ya estaba al lado de Nalvia, de Luis Emilio, de su padre y de Mañungo, que le estarían contando cómo fueron sus martirios en la más completa oscuridad e indefensión en algún centro de exterminio.

General, Ud. sabe que es sólo una ilusión, nadie del más allá nos dará la respuesta; la respuesta está aquí, en la tierra,  Ud. sabe cuál es, nosotros y el país la necesitamos. Los porfiados hechos se impondrán, como sucedió en el norte del país, en Pisagua, cuando nuestros compatriotas ejecutados arañando la tierra irrumpieron con sus manos como una flor en la primavera del desierto para develarnos un trozo de esperanza  hacia la verdad.

En el Diario La Tercera del 5 de diciembre del 2004, en una extensa declaración Ud. intenta explicar lo inexplicable, como por ejemplo que las FF.AA "…actuó — con la absoluta certeza que su proceder era justo y que defendía el bien común general y a la mayoría de los ciudadanos”…”la verdad libera y trae paz a los espíritus; pero debe ser una verdad completa y entendida siempre en el contexto histórico en que ocurrieron los hechos”. General, ¿Ud. cree que el contexto histórico justifica las atrocidades cometidas? ¿Justifica el cuartel de exterminio Simón Bolívar del que hemos sabido recién ahora?  ¿Justifica el genocidio?

Cuando niña, aprendiendo de nuestra historia patria, se me grabó el gesto del Almirante Miguel Grau, al devolver a la viuda de nuestro héroe Arturo Prat, sus cartas y pertenencias. Qué nobleza, y era el enemigo. ¿Porqué a nosotros no nos devuelven los huesos de nuestros amados, chilenos que fueron masacrados por otros chilenos?. Le aseguro que el país avanzaría por el camino del honor, la grandeza y la recuperación de su salud mental.

No teman por el dolor que nos causará la verdad. Tal vez otras Anita María sucumban, tal vez sea el precio que debamos pagar, pero aún así, la verdad debe imponerse, no sólo por las familias de las víctimas, sino también por las familias de los victimarios y el país entero. Tal como Ud. dice: “la verdad libera y trae paz a los espíritus”. Uds. también lo necesitan.

El dolor por la muerte prematura de mi hija Anita María se vio mitigado en parte porque pude acompañarla al camposanto y mezclar mis lágrimas con la de muchos que la amaron, pude colocar una flor en su tumba y pude entender la fuerza sanadora del rito que nos ha sido negado durante 33 años.

Se preguntará porqué le escribo a Ud. y no al actual Comandante del Ejército. Bueno, Ud. era el Comandante en Jefe por ese entonces y era ése el momento en que la verdad debió salir a la luz. Salió una verdad apañada que sólo pretendía dar vuelta la hoja y con ello dar paso a la aplicación de la Ley de Amnistía..

Me niego, como ciudadana de este país, a que tanto crimen siga en la impunidad, que nuestro dolor siga ignorándose y se nos niegue lo más elemental: Verdad y Justicia, nada más pero nada menos.

Las Fuerzas Armadas, en especial el Ejército, fueron depositarias del noble legado de los Padres de la Patria. En el reciente próximo pasado, este legado fue vergonzosamente mancillado por miserables tan ansiosos de poder que fueron capaces de llegar al genocidio. Esta traición y felonía enlodó a todas sus Instituciones. Es justo y necesario lavar esta afrenta, nuestro país lo necesita y las FF.AA. también. Sólo entonces serán dignos de ser nuestro Ejército.

Se despide,

ANA GONZALEZ DE RECABARREN

En Santiago, a 19 días del mes de Abril de 2007, a 3 días de cumplirse el 31 aniversario de la detención y desaparición de los míos.
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