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Esta Iglesia. Este mundo: el escándalo de los pobres

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Mucha gente amiga, especialmente colegas de organizaciones seculares, varios no creyentes, pero también muchos creyentes sin entrenamiento teológico, me pregunta e inquieta el sentir y el pensar a propósito de la notificación enviada a Jon Sobrino por la Sagrada Congregación para la doctrina de la fe. En el ambiente profano pesan las palabras “condena”, “castigo”, “error”. La gente pregunta qué pasará ahora y qué pueden hacer para remediar la situación. Cuesta entender los conceptos y cánones, las intenciones. Intuyen, confirman, sienten pena.

Tengo que decir que la primera reacción que tuve ante la noticia (hace ya un par de meses, cuando entre gente amiga circulaba “extraoficialmente” la noticia del proceso en Roma) fue de enojo y cansancio, en días en los que los graves problemas de nuestro mundo exigen acciones y reflexiones creativas y atrevidas, en las cuales la iglesia institucional, la palabra ortodoxa de los dicasterios romanos brilla por su ausencia. Si esto era lo que sentía, no podía imaginar la situación personal de Jon Sobrino, la de sus compañeros más cercanos y la de tanta gente que nos hemos formado con él, le hemos acompañado en los funerales de los mártires de la UCA y le hemos visto a nuestro lado desde la tribuna de la palabra teológica.

Conozco a Jon Sobrino desde yo era un jovencito, en la Comunidad de Zacamil, en plena guerra y balas. Un día me envió Nohemy, una de las religiosas de la comunidad, a buscarle a la casa de Jardines, para que lo llevara al encuentro general de las comunidades de base. Cuando llegué, me recibió Nacho y me lo señaló. Me sorprendí al verlo, porque en mi pequeña mente, alguien con tan poderoso pensamiento, debería ser fornido y señorón. Ni él, ni el otro jesuita (p. Lecuona) que nos acompañó. Nos fuimos en el carrito hasta el Domus Mariae, de Mejicanos, charlando y preguntándome él por la comunidad. Sencillo, profundo, franco y… ¡duro crítico hasta con las CEBs!.

La segunda reacción ante la noticia fue de una inmensa sensación de abandono, de ridículo, de hastío por una notificación floja, sin argumentos de peso que discutan a profundidad sobre la verdad, la ortodoxia y la justicia de las reflexiones del p. Sobrino. La notificación –y la nota que “explica” la notificación- reconoce que Jon Sobrino envió una carta de respuesta sentando su posición y aunque “había matizado parcialmente su pensamiento, la Respuesta no resultaba satisfactoria, ya que, en sustancia, permanecían los errores que habían dado lugar al envío del elenco de proposiciones”. Lo que significa que pese a los esfuerzos de diálogo de Sobrino, de aclaración, de legítima voluntad de avance en la comunión de la Iglesia, el sagrado dicasterio demandaba la firma de un documento aceptando las rectificaciones y llamado de atención. Es decir, aceptar sin discutir. Repetir sin crear. Divinidad y humanidad… sin afectar la impunidad.

Por ello entiendo y apoyo, concuerdo con la respuesta del p. Sobrino y su actitud de no rendirse al poder romano. Eso lo que aprendí de él cuando en las largas sesiones de clase en la UCA, nos inició en la teología con la cristología, más tarde en eclesiología (compartida con José María Castillo), pero sobre todo en sus clásicos escritos y en las conferencias cada marzo o noviembre. También es lo que aprendí en las pláticas de pasillo o reuniones de profesores, que le escuché cuando años después trabajé en el Departamento de Teología de la UCA. Rigor para investigar, pasión para inteligir.

Las estructuras del poder romano funcionan muy lejos de este rigor y pasión teológicas. Muchos y muchas han pasado por estas penas condenatorias en los últimos años, Leonardo Boff e Ivone Gebara, por citar a personas queridas de nuestro continente, que sufrieron con dolor y “obediencia rebelde”, sin lograr diálogo alguno. Estas condenas han ido por todos lados donde hay esfuerzos de avance y acompañamiento a los dolores del mundo.

Poco se puede hacer desde la cotidianidad para revertir estas declaraciones oficiales. Desde el pontificado de Juan Pablo II es poco lo que ha podido hacerse para dialogar oficialmente. Lo de Jon Sobrino no es nuevo, como él mismo cuenta en la carta al P. Kolvenbach, general de los jesuitas. Afortunadamente, la notificación no trae condenas o castigos formales que afecten la situación de Sobrino, ni señala errores dogmáticos que atenten contra la ortodoxia de la iglesia. Llama la atención sobre “las afirmaciones de los libros citados o de otras publicaciones del autor” para “poder ofrecer a los fieles un criterio de juicio seguro, fundado en la doctrina de la Iglesia”. ¡Pero ni santo Tomás de Aquino se escapó de este desliz de perfección porque recordemos que se le condenó por un buen tiempo antes de “ortodoxizarlo”!

La iglesia institucional, la romana, pocas veces es ingenua, nunca apolítica. Esta notificación es intencionada y muy política: en la recta final para la conferencia del episcopado latinoamericano en Aparecida, donde se intenta retomar la tradición de acompañamiento y lectura de la realidad de la Iglesia latinoamericana, se lanza al desprestigio mediático a uno de nuestros más lúcidos y fieles teólogos, pionero de la Teología de la Liberación, que no por ampliada y reformulada, resulta innecesaria o superada por la realidad de pobreza y marginación del continente. Aquí en El Salvador, no han faltado voces seculares, partidarias, gubernamentales y hasta episcopales, en periódicos, blogs y emisiones televisivas, congratulándose por “la condena al padre Sobrino” y haciendo una en bloque contra todas las voces críticas. Qué casualidad, justo cuando nuestro gobierno de derecha clama a los cuatro vientos que para superar la pobreza hay que estar con ellos (y aprobar acríticamente los préstamos del BID) o estar en contra del desarrollo. Qué casualidad, justo antes del aniversario de Monseñor Romero (otro más sin avances en Roma acerca de su beatificación) y cuando aún escuchamos los ecos de la “girabush” por el patio trasero.

Como seguidor de Jesús, como creyente, como teólogo, como memoria sobreviviente de Mons. Romero no puedo quedarme callado. Tampoco creo que podré cambiar mucho del regaño y golpe bajo que ha sido esta notificación. ¿qué podemos hacer? Escuchemos nuestras entrañas de misericordia, ese intellectus amoris que tantas veces nos enfatizó Sobrino y no claudiquemos en la lucha por superar la pobreza, las inequidades de género y la violencia, la marginación de los y las pobres y la Tierra, merced del capital global. No esperemos halagos o premios, ni de la Iglesia romana ni de los poderes de este mundo. No dejemos de sentir la presencia de las estrellas, aunque no podamos verlas por lo avanzado de la noche, como bien dice Elsa Tamez. Más que desgarrar las vestiduras por el ridículo papel inquisitorial, rasguémoslas haciendo algo por el fin de la pobreza y la inequidad. En eso, estoy seguro, nos encontraremos a Jon Sobrino.

Entre el anonimato obediente y el escándalo de los pobres, me quedo con este último. Queda notificado mi juicio seguro, fundado en la doctrina de la iglesia. Jon Sobrino: gracias por sus aportes y por su pasión y rigor. Usted, como Romero, es otro salvadoreño universal.
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