Tanto es así que una cantidad importante de complejos, depresiones, frustraciones, baja autoestima, malestares físicos de diversos tipos, están íntimamente vinculados a problemas sexuales o a una erótica insatisfecha.
Sin embargo, aún existen no pocas mujeres que al pedirle un listado de sus prioridades en la vida, colocan en primeros lugares un montón de cosas relacionadas con la familia, los hijos o el trabajo, menos con ella misma y su sexualidad.
Todavía no aprendemos a valorar en su justa medida la importancia que tiene para nosotras una vida sexual enriquecedora y gratificante. Realmente, no es culpa de nosotras. Por siglos se intentó que la mujer fuera recatada, asexual, de su casa, servicial y complaciente, buena paridora, con abundante leche para amamantar… El aluvión de puritanismos, tabúes y las enormes diferencias de género, construyeron a una mujer madre ante todo, complaciente, hacendosa (¡aún no cocinar bien es una herejía!) dependiente y atenta a desvivirse sobre todo por su marido y la familia.
La punta de esta larga madeja se pierde muy atrás; el control del cuerpo de las mujeres, anuló su erotismo.Todavía estamos sufriendo de esos males, a pesar de que hoy somos ingenieras, maestras, médicas, abogadas, periodistas, bioquímicas…Vale la pena echar un vistazo a aquellos lejanos tiempos para entender mejor el por qué de las vergüenzas, los miedos y los prejuicios de muchas mujeres de hoy. Como dice el viejo refrán: aquellas lluvias, trajeron estos lodos.
Anatomía ¿degradada?
Coincido con Anna Arroba, antropóloga costarricense, en que los hombres se han convertido, científicamente hablando, en los expertos de nuestro cuerpo. Fueron ellos quienes dijeron, por ejemplo, que el clítoris era el órgano femenino correspondiente al pene. Intentaron, por diversos medios “descubrir” que nuestra anatomía sexual no es más que la misma del varón, pero inferior, degradada.
Sobre este asunto, voces autorizadas –masculinas, por supuesto— sentaron por base un millón de teorías que construyeron socialmente una sexualidad femenina deshonrada y disminuida.
Sigmund Freud, el famoso psicoanalista, sentó cátedra exponiendo que las mujeres teníamos, en la más profunda inconciencia, una tremenda envidia por el pene. Mucha gente, por años, se creyó algo así. Hay afirmaciones en la historia que dejan marcas indelebles en muchas personas. Esta es una de ellas.
Hasta 1819, los ovarios fueron denominados “testiculi”, fecha en que el reconocido Galeno introdujo la idea de que la vagina no era más que un pene vuelto hacia adentro, y afirmó enfáticamente que la única diferencia entre ambos sexos consistía en que los genitales femeninos estaban dentro del cuerpo y los masculinos, fuera, apunta la antropóloga Arroba.
A lo largo del siglo XIX, las cosas se fueron acomodando de tal manera en la cultura occidental que terminó por definirse a las mujeres como seres completamente distintos a los hombres, que no sentían placer sexual y que, por naturaleza, eran frígidas.
El producto de tal cultura fue una mujer construida por los hombres. Todas las teorías, juicios y valoraciones sobre la sexualidad femenina, seguían siendo enunciadas por varones. De esta manera, se vieron desfilar criterios que sustentaban, por ejemplo, que a la mujer no le interesaba ni agradaba el sexo pues su aparato genital sólo estaba en función de tener hijos.
De ahí parte el famoso “instinto maternal” del cual se deduce que si una mujer no quería procrear, como opción personal era, sencillamente, anormal o padecía una grave afección mental, era una histérica, y había que internarla en un hospital de locas.
Aquellas “teorías”, también trajeron el más importante papel que se esperaba y aun se espera de la mujer: ser buena esposa y madre. Nada ni nadie por encima de tan sagrado deber. Perdiendo hasta la identidad, la Sra. de Pérez o la Sra. de Fernández esperaban, pasivamente acostumbradas, (o con desagrado) que el esposo iniciara o propiciara el contacto físico, quedando el “cómo se hacía” y con qué frecuencia, en la decisión masculina. Entonces, las cosas eran muy fáciles para los hombres.
En pleno siglo XXI, reformuladas todas estas teorías a favor de nosotras, todavía se escuchan ecos nefastos para la sexualidad femenina. Ya existe suficiente material, claro y preciso, que dan a nuestro sexo hasta un cierto privilegio al tener la posibilidad del multiorgasmo, sentir que no poseen los varones.
Cada quien debe aproximarse a esas lecturas que ayudan a reflexionar sobre la propia historia de la sexualidad femenina y nuestras peculiaridades. No se puede ir al sexo a ciegas. Cuídese de eso.
Por: Aloyma Ravelo de Revista Mujeres
Santiago de Chile, 25 de Febrero 2007
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