La pobreza y la carencia de esperanzas empujan a millones de seres humanos a dejar sus territorios. No son ilegales, son indocumentados. Terminada la II Guerra Mundial e iniciada la guerra fría, se empezó a hablar de una imaginaria "cortina de hierro" que, se decía, separaba a la ex Unión Soviética del así bautizado mundo libre. También surge el apelativo para una “cortina de bambú” que aisló a la China revolucionaria y de una "cortina de bagazo", que alejaba a Cuba del "occidente cristiano y democrático". Con posterioridad, se erige del Muro de Berlín, devenido frontera entre el ya extinto socialismo real de Europa del este y las naciones de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, en el Viejo Continente.
Por medio del abono falaz de la propaganda mediática del imperio, han sido los malos, los diabólicos, los opresores, los anti democráticos, quienes se dieron a la tarea de levantar barreras artificiales para ocultar sus pretendidas felonías y privar a su gente de las "bondades" del único mundo civilizado y feliz: el capitalismo con capital en Washington DC.
Hoy, transcurridos unas cuantas décadas todo parece haberse trastocado, y quienes criticaron, atacaron y vilipendiaron las presuntas barreras represivas del socialismo, resultan ser los nuevos grandes cultores de los paredones, los cercos con alambre de púas y las murallas, esta vez no solo de ladrillos y cemento, sino incluso con todos los artificios sofisticados de la electrónica y la informática para detectar hasta el leve paso de una mosca intrusa.
De esa suerte el Israel sionista adelanta su gran barrera "defensiva" en torno a las zonas árabes y palestinas ocupadas, ignorando olímpicamente las reclamaciones y dictámenes de la ONU y de los tribunales internacionales, y desde luego, con el siempre generoso apoyo financiero de los Estados Unidos.
Mientras, el propio gobierno norteamericano se da a la tarea de establecer sus propios muros, esta vez al sur, sobre el originario territorio mexicano, usurpado e incorporado mediante la fuerza descarnada a la “Unión norteamericana”. Con desechos de la primera guerra del Golfo Pérsico ya se habían levantado tramos de barreras metálicas acompañadas de garitas y sistemas de alarma en una importante porción de la frontera con México, con el interés de frenar la llegada a decenas de miles de inmigrantes ilegales procedentes del sur.
Mientras, grupos de pretendidos "ciudadanos leales", incorporados a bandas armadas como la llamada Minuteman, con plena anuencia de las autoridades, hacen de las suyas con los recién llegados, desde vejarlos hasta privarlos de la vida, en una verdadera guerra xenófoba y de exclusión.
Las autoridades mexicanas, que bajo el gobierno de Vicente Fox se han preciado de ser amigas de la Casa Blanca, enviaron tímidas protestas, pero en Washington las ideas eran otras. Guatemala, no se quedó atrás y por su parte envió una extemporánea protesta carente de fuerza y valor.
Y para no desentonar con sus políticas extremas, George W. Bush acaba de dar curso a la ley que establece la construcción de otros mil 200 kilómetros de muro entre México y Estados Unidos.
Para los neoconservadores se trata de un rotundo triunfo. Según parlamentarios republicanos, ahora la "frontera estará defendida contra la entrada de ilegales por una valla y una sofisticada barrera electrónica".
Con ese paso la Casa Blanca ha dado el gusto a los grupos recalcitrantes que dentro de la Unión medran con el racismo. No en pocos estados han establecido leyes regionales de extrema virulencia contra los extranjeros llegados desde las naciones subdesarrolladas, en especial desde México y el resto de América Latina.
Al final la gran causa de la migración queda como la eterna asignatura pendiente: la pobreza y la carencia de esperanzas que empujan a millones de seres humanos a dejar sus territorios de origen para desplazarse a las metrópolis a intentar ganarse la vida más decorosamente. No son ilegales, son indocumentados.
J. Santos Coy – Analista invitado de Incidencia Democrática.
Fuente: Incidencia Democrática (Guatemala)
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