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Brasil: ¿Como no perder el buen rumbo?

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Estamos ya casi llegando al final de la segunda vuelta para la elección de presidente de Brasil. Los debates han mostrado que las élites, apeadas del poder a partir de un contrapoder popular cristalizado en el PT, no aceptan esta derrota histórica. Hacen cualquier cosa para volver al antiguo nido y continuar la hegemonía que impide cualquier cambio sustancial a favor de las mayorías que ponga en jaque sus privilegios. Por eso la pregunta central fue y sigue siendo: en definitiva, ¿qué Brasil queremos?, ¿cómo mantener el rumbo que consideramos bueno?

Más que una cuestión político-partidista, esta pregunta es eminentemente ética en el sentido clásico de la palabra. Sabemos que para Platón y Aristóteles el punto más alto de la filosofía no era la metafísica ni la teología, sino la política. Toda la ardua construcción teórica que elaboraron culmina en la reflexión sobre el bien vivir juntos. En el interior de ese espacio es donde se sitúan todos los saberes que deben servir a la felicidad personal, comunitaria y social. Esto sigue siendo válido hasta nuestros días.

Discutir qué Brasil queremos implica discutir el conjunto de valores y el tipo de instituciones que van a dar cuerpo a la convivencia social y a construir el bienestar colectivo. El primer valor político es el cuidado. Es función del Estado cuidar de la vida y de los medios de vida de los ciudadanos, lo cual implica ir más allá de la economía. El segundo es la justicia. Por ella se atiende al deseo de participación y a las necesidades de los ciudadanos en las diferentes instancias en las que se realiza su vida personal, comunitaria y social. No se puede construir ninguna sociedad mínimanente humana sobre la falta de cuidado, de justicia y de igualdad.

Y éste es el caso de Brasil. La justicia y el cuidado son los bienes más escasos de nuestra historia política. Lo que se construyó aquí fue una sociedad profundamente injusta, fundamentada en privilegios, en el trabajo esclavo y en el desprecio a todo lo que significa «pueblo». La desigualdad es el sustrato de la violencia sistémica que impera en las grandes ciudades. Aumentar el aparato policial y los mecanismos de control es autoengañarse si esta cuestión del cuidado y de la justicia no es afrontada en su raíz. Una sociedad no cuidada e injusta será siempre violenta: produce violencia y sufre violencia.

Pero los maestros griegos eran suficientemente sabios para alertarnos sobre el hecho de que una sociedad no vive sólo de justicia. Platón llega a afirmar que tal sociedad generaría el horror y el terror. Una sociedad necesita generosidad, cooperación y diálogo, comunicación libre, en una palabra, aquellos valores que construyen la felicidad social.

En este campo, nosotros, en Brasil, también tenemos un gran déficit. Lo que impera es el modo de producción capitalista y su expresión política, el neoliberalismo, que no favorecen tales valores, pues acentúan más la competición que la cooperación, más el bien individual que el bien común, más el Estado mínimo que el Estado de bienestar social.

Pero hay una esperanza: en los movimientos sociales se intenta vivir lo social solidario y cooperativo. Es en ellos donde se plantea permanentemente la pregunta: ¿qué Brasil, finalmente, queremos construir? Ellos consiguieron elegir al presidente Lula, que asumió la bandera de los cambios y de la ética pública, no obstante los desvíos que han cometido sectores del PT. él personalmente encarna esa voluntad de transformación, motivo suficiente para que sea reelegido y complete la obra aún en construcción. Lo que no podemos es retroceder. Ahora hay que reafirmar el buen rumbo.

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