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Bachelet cumple 100 días y la civilidad pasa al frente

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UNA PRESIDENTA QUE llegó al gobierno comprometiendo un estilo participativo, se ha visto presionada por sus dichos, a medida que la civilidad ha ido cobrando un protagonismo no deseado ni previsto por las élites políticas.

La Concertación postuló a Michelle Bachelet en función de su carisma, de su género y su capacidad de empatía con amplios sectores de la población. En la segunda vuelta, Michelle comprometió un gobierno que llamó “ciudadano”, en un término que, sin estar definido, fue un buen mensaje electoral, ya que creó expectativas de cambio frente al estilo personalista y autoritario de Ricardo Lagos.

La evaluación de los primeros cien días de gobierno, demuestra que el esfuerzo de Michelle Bachelet por afiatar su equipo ministerial, tuvo tropiezos. Que cumplir la meta de 36 medidas según la agenda presupuestada para mostrar una buena gestión del nuevo gabinete, se diluyó en su impacto político, fundamentalmente por dos razones.

La primera podría llamarse efecto mochila, que le significó al nuevo gobierno concertacionista tener que amortiguar una serie de problemas heredados del anterior, por obras inconclusas, proyectos mal ejecutados; contramarchas que se dieron en el plan maestro de transporte de Santiago, postergaciones en la entrada en vigor de la ley que bajó la edad para la imputabilidad penal, la postergación de la Jornada Escolar Completa, las casas Serviu mal construidas, obras de reconstrucción a raíz del terremoto de la I Región pendientes.

La segunda razón, ha sido la irrupción de las demandas sociales que han presionado por temas de fondo, siendo la movilización estudiantil la más emblemática. Cuando el gobierno ha tenido que enfrentar las expectativas ciudadanas, no ha tenido la capacidad de prevenir a tiempo los conflictos ni menos de accionar con soluciones oportunas. El estilo de trinchera, usado en un principio con el movimiento estudiantil, demostró ser inconsistente con la propuesta mediática de un gobierno “que sabe escuchar y es acogedor”. La llamada revolución de los pingüinos ha dejado una gran oportunidad política boteando en el área chica.

En este sentido, Michelle Bachelet enfrenta una disyuntiva que se traduce en tener que elegir entre administrar sucesivas próximas crisis y hacer un gobierno continuista del anterior, en donde el sistema neoliberal se mira, se critica, pero no se toca; o plantear su propio estilo y liderazgo, cortando amarras con su antecesor y conduciendo las reformas de fondo que la ciudadanía está exigiendo y que votó en su elección.

El anuncio del gobierno de los ejes de su próximo accionar: la reforma previsional, la reforma educacional, el término del binominalismo, la fiscalización de las obras públicas y la seguridad en las ciudades, deja anunciada una agenda de trabajo que busca ordenar sus filas. Es claro que la sociedad civil seguirá presionando e instalando sus demandas en la agenda y que los representantes populares, por su parte, deberán acoger esas sensibilidades para mantener respaldo y legitimidad.

La Concertación no asegura un accionar homogéneo, ya que la Democracia Cristiana debe defender el centro y recuperar la representatividad perdida en las fuerzas sociales, con lo cual su crítica será mucho más severa frente a situaciones que afecten a la clase media. En el bloque progresista, por su parte, también hay visiones disidentes a la oficial y realizan acciones políticas que toman distancia o critican las políticas del ejecutivo.

Si el gobierno no atiende la demanda social y se decide por el continuismo, la presión de los gremios se incrementará y el costo deberá pagarlo la Concertación en las próximas elecciones municipales. Esto significa que Michelle Bachelet recibirá presiones desde la sociedad civil, pero también del interior de la propia Concertación. A medida que se discutan los puntos marcados como agenda de gobierno, se hará sentir la exigencia de una mejor fiscalización a los grupos económicos que se han beneficiado del sistema imperante. Sin embargo, en definitiva, se vislumbra una objetiva oportunidad, si es que Michelle Bachelet se decide por una conducción más osada de los cambios que se están reclamando, aun cuando ello le signifique soportar los ataques y presiones de los grupos económicos y de la Alianza, que se sentirán lesionados si se toca el actual orden económico y tributario.

Seguramente, a partir de la revolución de los pingüinos, una nueva generación irrumpirá en la política y nuevos liderazgos, que no podrán ser controlados por los partidos ni las maniobras mediáticas, se perfilarán a partir de actores de la sociedad civil. Michelle Bachelet ganaría una posición de liderazgo si, más allá de los cálculos de los partidos, apura la inscripción automática en los Registros Electorales de los jóvenes al cumplir los 18 años. Y mejor lo haría si propone el derecho a voto a los 16 años, pues demostraría una voluntad política de cambio y apertura. Si los adolescentes serán penalmente responsables a los 16 años ¿qué impediría que pudieran votar responsablemente a esa misma edad?
17-jun-06

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