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Insultos y zancadillas en las Juntas nacionales de la Democracia Cristiana

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En todos los Partidos existen fracciones, grupos de poder y sensibilidades, como siúticamente se dice hoy: el partido socialista fue siempre una federación de fracciones; el PPD es como la legión extranjera –tiene en su seno todo tipo de ex militantes de otros partidos políticos, desde sacerdotes del  mercado y, hasta ahora, reaccionarios ex comunistas -; en este plano del fraccionamiento, la Democracia Cristiana rompió el récord: algunos lo atribuyen al hecho de ser un partido de centro, compuesto de diversos sectores de las capas medias; para entender las Juntas nacionales de la Democracia Cristiana se requiere dividir esta crónica en diversos períodos: el primero, de la Falange Nacional, (1938-1957); el segundo, los años de gloria de la Democracia Cristiana, (1957-1973); el tercero, de los gobiernos demócrata cristianos, del “transar sin parar”, (1989-1999); el cuarto y último, el declinar bajo el poder del presidenta y presidenta socialista, (2000-2006). Toda periodización tiene algo de arbitrario, que se le debe achacar a quien la realiza.

El primer período lo llamaremos “el del vuelo del cóndor”, es decir, superar al capitalismo y al socialismo, al comunismo y al fascismo, a la derecha y a la izquierda: puras negaciones; el inspirador de este Partido, Emmanuel Mounier, proponía una tercera via que realizara una revolución cristiana. Las llamadas encíclicas sociales, Rerum Novarum , (1841), y Quadragessimo Anno, publicada a los cuarenta años de la primera, junto con denunciar la explotación de los obreros como esclavos modernos, la segunda planteaba una especie de sociedad corporativista, no lejana al fascismo católico del portugués Oliveira Salazar y la CEDA –Corporación de derechos autónomos- de Gil Robles, en España.

La Falange era un partido minúsculo el cual, con las actuales leyes electorales hubiera desaparecido; lograba, apenas, un 3% de la votación, cualquier dirigente conocía a todos los militantes: era como una familia de mediócratas; como todos los partidos mesiánicos, su principal tarea consistía en alejarse, lo más posible, de su partido madre, el conservador; lo mismo ocurrió, posteriormente, con los hijos de la Democracia Cristiana, -el Mapu y la Izquierda Cristiana -; en las concentraciones, en teatros bien pulguientos, los militantes gritaban “juventud chilena, adelante”, y hablaban de la redención del proletariado. En la Falange coexistían dos formas de ver la política: la primera podríamos llamarla purista, que concebía el partido como una vanguardia que no debía aliarse, nunca, ni con la derecha ni con la izquierda; el partido era de vanguardia y no de centro. El líder de esta posición era el filósofo maritainiano Jaime Castillo Velasco; esta visión era muy atractiva para la juventud; la antítesis la constituían los llamados “pragmáticos” que, hacia los años 40, privilegiaban la alianza con los gobiernos radicales, pero al ser la Democracia Cristiana un partido ideológico, su centrismo se diferenciaba del patronazgo, propio del partido radical.

En las Juntas nacionales hablaban todos los dirigentes y sus discursos eran retóricos, dramáticos y un poco apocalípticos: siempre parecía que a la más leve crisis, el país y el partido se iban a disolver a pedazos. El primer Congreso, (1946), llamado de “los peluqueros”,  – se realizó en el sindicato de los fígaros chilenos – ; el tema a tratar era si acaso la Falange apoyaba al candidato izquierdista, Gabriel González Videla, o lo hacía por el conservador socialcristiano, el doctor Eduardo Cruz-Coke. Los almirantes fundadores, más pragmáticos, como Leigton, Gumucio y Frei Montalva apoyaron a González Videla; Tomic y los jóvenes marineros lo hicieron Cruz-Coke. En su discurso inaugural, Bernardo Leighton llegó a hablar de una democracia proletaria, algo muy raro para jóvenes pechoños, que venían del partido conservador. Al final, la Democracia Cristiana terminó apoyando la candidatura de Cruz-Coke, lo que no les impidió ocupar cargos públicos en los gobiernos radicales.

En el segundo período de la Democracia Cristiana, fundada en 1957 logra, en primer lugar, transformarse en el principal partido del país y, en 1964, llegar a la presidencia de la república, con Eduardo Frei Montalva. Al poco andar surgen tres fracciones, originadas por la necesidad de buscar con los partidos de izquierda, una alianza social y política, que colaborara a llevar a cabo la revolución chilena. Los oficialistas defendían la obra del gobierno de Frei que, rebeldes y terceristas consideraban que no se había cumplido con el programa de la  “revolución en libertad” prometida en la campaña de 1964.

En la Junta de 1967 se eligió una directiva rebelde y tercerista, la cual tenía por misión elaborar un plan político-técnico, que permitiera instaurar el socialismo comunitario. El presidente Frei se jugó, a fondo, para hacer caer a los rebeldes, incluso, se escondió en una casa, en Peñaflor, esperando intervenir en el momento decisivo de la votación y, así logró, por muy pocos votos, la derrota de la mesa del partido. Posteriormente vino la división y la fundación del Mapu. En 1970, una nueva Junta apoyó a Radomiro Tomic, quien postulaba a la unión con la izquierda y terminó siendo candidato del camino propio.

Entre tantas fracciones y ambigüedades, la Democracia Cristiana fue perdiendo apoyo popular. En el período de Allende, la DC se alió a la derecha, triunfando el sector freísta sobre los seguidores de Renán Fuentealba. Con el golpe de Estado del11 de septiembre, la directiva apoya al gobierno de los militares, y Eduardo Frei Montalva escribe una vergonzosa carta a Mariano Rumor, – jefe de la Internacional Demócrata Cristiana -, defendiendo el golpe y difamando a Allende; solo un pequeño sector se mantuvo consecuente con los valores democráticos.

El tercer período es el de los gobiernos demócrata cristianos de la Concertación. Todos los cardenales fundadores se sienten con suficientes méritos para ser Papas, pero Patricio Aywin logra desplazar al conde Gabriel Valdés; en la primera presidencia del período democrático se vive una paz octaviana debido al temor de nuevos golpes militares pero, a pesar de esta situación, las fracciones dentro del partido no se extinguen: los guatones de Enrique Kraus y los chascones se disputan el poder en cada Junta nacional. En 1993, de nuevo se postula a la presidencia de la república el conde fundador Gabriel Valdés, pero por los palos aparece el empresario Lázaro Eduardito Frei, que siempre habla en monosílabos, interpretados por los tontilandeses como signo de inteligencia; poco importa que el ingeniero Frei no entienda nada de política, para eso está su círculo de hierro, (Genaro Arraigada, Edmundo Pérez y Raúl Troncoso) pero, sobretodo, es hijo de Dios padre. En este período comienza a formarse la fracción de Gutenberg Martínez, que tiene fama de ser un muy buen constructor de máquinas; desde siempre los jóvenes demócrata cristianos admiraron al famoso “negro pando”, dirigente universitario, muy hábil para hacer ganar a la DCU (Democracia Cristiana Universitaria), introduciendo votos en las urnas y, por desgracia, a Gutenberg Martínez le atribuyen, tal vez injustamente, estas mismas cualidades.

El último período se caracteriza por el declinar de la Democracia Cristiana y el predominio de socialistas y PSD. En la última Junta, en marzo de 2006, Ricardo Hormazábal, un antiguo dirigente que, siendo presidente del Partido Demócrata Cristiano, se equivocó al inscribir las listas de diputados y dejó a punto de la eliminación, en las elecciones legislativas, a su partido, siendo salvado por una ley especial que perdonó la negligencia; esto de la igualdad ante la ley es una soberana tonter
ía, sólo creída por los cándidos; Hormazábal culpa al ahora profesor ciudadano de intentar someter a  la Democracia Cristiana a los partidos socialista y PPD, por medio de subterfugios. ¡Flor de patudez!.

En una nueva Junta resultó elegido Adolfo colorín Zaldívar, quien asustaba a los apitutados de la Concertación por sus críticas al profesor Ricardo Lagos; incluso, el colorín se daba el lujo de definir el modelo laguista-neoliberal como injusto e inaceptable; la verdad es que el poder logró domesticar a tan insigne dirigente. No se puede negar que logró salvar al catatónico partido, en las elecciones municipales y, a pesar de la derrota de algunos príncipes y princesas, en las elecciones senatoriales, la votación de la Democracia Cristiana no fue tan mala. El colorín, hábil y zalamero, logró compensar al partido acercándose a la Abeja Reina Michelle Bacheley, logrando para el partido los dos principales ministerios –Interior y de Relaciones Exteriores -, intendencias y, con algunas metidas de pata, gobernaciones, amén de muchos otros pitutos en las diferentes reparticiones del Estado.

En estas condiciones llegamos a la famosa Junta nacional, del mes de marzo; el Gute y la Chol pedían, a gritos, “un militante, un voto”, pues está de moda elegir mujeres en la dirección de los partidos y esta fórmula era más favorable a su candidatura. Mulet, que tenía mayoría en la Junta, quería ser elegido sin postergación por ésta. Hasta ahora, la ley de las oligarquías, planteada por Robert Michels, es confirmada, plenamente, por la Democracia Cristiana; por mucho que voten todos los militantes, terminarán triunfando siempre los jerarcas oligárquicos y burocráticos, impidiendo el surgimiento de nuevos líderes. Las acusaciones van y vienen: el colorín denuncia a la Chol, boquita de paloma, de haberlos dejado en la estacada, sin decir ni pío, al renunciar a la candidatura presidencial; la Chol pide que no intervenga la Abeja Reina Michelle; el Gute le pide a Mulet que deje la directiva del partido. Para colmo, en el reinado absoluto de la utopía neoliberal, no falta proposiciones para realizar un congreso ideológico; no sé para qué, cuando la Democracia Cristiana está muy lejana de cualquier comunitarismo y la iglesia, hace tiempo, abandonó la doctrina social, para andar metido debajo de las polleras de las mujeres.
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