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La necesaria renovación de los partidos políticos

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La acción de fortalecimiento de la sociedad civil para fiscalizar los actos públicos, exigiendo de los poderes del estado un comportamiento probo, transparente, neutral y equitativo, quedaría rengueando si, paralelamente, no se fortalecen las instituciones políticas y se abre el sistema binominal restrictivo a un sistema de participación amplia, que dé cabida a la diversidad.

Se han desarrollado en las últimas semanas las juntas de tres partidos importantes de Chile, la UDI, Renovación Nacional y la Democracia Cristiana, mientras se preparan las elecciones también en el Partido Socialista y el Partido por la Democracia. Se ha observado en este proceso la aparición de corrientes de democratización, que buscan sacar el poder a las cúpulas que constituyen las elites que han concentrado el poder en términos casi monárquicos, heredando influencias y colocando delfines en la continuidad de las mesas directivas. Esta tendencia da cuenta de la necesidad imperiosa de rescatar la política de las máquinas de poder históricas y dar espacios a renovaciones generacionales y a nuevas visiones de la sociedad.

En la Democracia Cristiana ha sido Soledad Alvear la que se ha erguido como la líder del cambio profundo de este partido, devolviendo, como fijan los estatutos, la democracia a la base, derrotando la posición cupular de la mesa que ha dirigido Adolfo Zaldívar.

Si el éxito político se basara en la medida de cuotas de poder que un partido alcance, podría decirse que Zaldívar paró una debacle, pero igual tuvo que asumir una sensible pérdida de representantes en el Congreso. Pero, si el éxito se midiera en la influencia social que un partido tiene en la sociedad, en cuanto a poder generar una idea de país, tanto en términos valóricos como de acciones concretas para poner en aplicación sus principìos, puede decirse que la gestión de Zaldívar ha sido de consolidación de un partido instrumental que ha operado con pérdida profunda de identidad y diferenciación en materia de propuesta política. Raya para la suma, la gestión política de Zaldívar ha asegurado, con mucha muñeca política, cupos de poder en el gobierno, pero ha abandonado una coherencia doctrinaria básica para ofrecer al país alguna opción mínima de modelo diferente al del neoliberalismo imperante, alejándose sin escrúpulos de los principios que cimentaron el nacimiento del partido y que tuvo en sus paradigmas la reforma del capitalismo.

Por su parte, el partido instrumental PPD busca también dar mayor contenido programático a su miscelánea y acomodaticia identidad actual. Como un factor de cambio se levanta Fernando Flores, que ha trabajado, desde su proyecto Atina Chile, una corriente de pensamiento que postula caminos para las nuevas generaciones en política, también saliéndose de las máquinas clientelistas tradicionales.

En el Partido Socialista, con un perfil de rescate de los principios, se levanta la figura de María Isabel Allende, que se aleja del pragmatismo de los socialistas renovados que han sido los mejores mentores del sistema liberal aplicado en Chile. Un golpe de timón que buscaría desarticular la influencia de un partido transversal que se consolidó en el gobierno de Lagos y que abiertamente ha planteado abrirse con un "partido progresista" de cara a las elecciones del 2010.

En la UDI, la posición del Alcalde Francisco De la Maza, pese a no haber sido aceptada, introdujo una cuña histórica en la autocrática concepción de ese partido. Cada militante un voto y elecciones abiertas de la dirigencia, fueron un balde de agua fría que pese a su rápido retiro, dejó un hito en el partido que ha organizado fuerzas populares con mucha disciplina y capacidad movilizadora, lo que precisamente descuidaron los partidos de izquierda y la DC.

En Renovación Nacional el cambio viene también con rostro de mujer y será Lily Pérez la que tendrá ese protagonismo. Piñera y la corriente liberal de RN ha jugado cartas para ampliar la base partidaria con sectores jóvenes y alejar definitivamente al partido de las nostalgias militaristas que traen consigo algunos de sus próceres.

En resumen, se está comenzando a desplegar un cambio cualitativo en la política chilena. La ciudadanía no confía en los políticos y esa percepción debe cambiar si se quiere fortalecer el sistema democrático. Porque una democracia sin participación popular, sin propuestas políticas de fondo, que recojan lo que la gente quiere como sociedad, resulta al final una mascarada.

Clase política y sociedad civil
La ciudadanía progresista está hastiada del pragmatismo que ha desplegado la clase política para compartir el poder. Pero, para provocar un cambio, es necesario que se generen puentes entre la sociedad civil y los partidos.

Las personas que se alejaron de la vida partidaria, deben volver a participar en los partidos políticos, trabajar desde dentro para que se rescaten los principios y se elimine la corrupción que implica el clientelismo.

Paralelamente, las organizaciones sociales y los ciudadanos deben fiscalizar efectivamente el comportamiento real de los parlamentarios en su función y plantear los cambios que permitan a la sociedad civil tener capacidad legal para controlar el funcionamiento del Estado. El Defensor del Pueblo en Chile, el Ombudsman, es un proyecto que no debe dormir más en el escritorio de los gobiernos.
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