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¿Por qué desembarcan los marines en Costa Rica?

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Un buen baño de mierda a los prisioneros de Abu Ghraib es lo que
utilizan los marines para enseñar democracia en Iraq. Ahora se instalan
en Costa Rica para hacer lo propio con los latinoamericanos

Con los votos del oficialista Partido Liberación Nacional (PLN), el
Movimiento Libertario y el diputado evangélico del partido Renovación
Costarricense, Justo Orozco, el pasado 1º de Julio el Congreso de Costa
Rica autorizó el ingreso a ese país de 46 buques de guerra de la Armada
de los Estados Unidos, 200 helicópteros y aviones de combate, y 7.000
marines. Si bien la multiplicidad de versiones encontradas no permiten
ver con claridad el origen de esta decisión, la escasa evidencia
disponible parece señalar que fue Washington quien solicitó la
internación de las tropas. Es sumamente llamativo el silencio de la
prensa de Estados Unidos sobre el tema  y la ausencia de cualquier
referencia explícita a esta autorización en los boletines de prensa
diarios de los departamentos de Estado y de Defensa, todo lo cual
alimenta la sospecha de que fue la Casa Blanca la que tomó la iniciativa
favorablemente acogida por el Congreso costarricense y para la cual
exigió la mayor discreción. Lo que se le comunicó al país
centroamericano fue que la situación imperante en México había forzado a
los cárteles de la droga a modificar sus rutas tradicionales de
aproximación e ingreso a Estados Unidos y que para desbaratar esa
maniobra era preciso garantizar el despliegue de un sólido contingente
de fuerzas militares en el istmo centroamericano, condición sine qua non
para librar una efectiva batalla en contra del narcotráfico. Como era
previsible, el gobierno de la Presidenta Laura Chinchilla –
estrechamente vinculada a lo largo de muchos años con la USAID, nada
menos- brindó todo su apoyo y el de sus parlamentarios para responder
obedientemente  a la requisitoria de Washington.

A nadie sorprende la apelación al pretexto del narcotráfico pues es el
que corrientemente utiliza Washington -a falta de otros, como los que
brindara el terremoto en Haití- para justificar la intrusión del
personal militar estadounidense en los países de Nuestra América. No
obstante, conspira contra la credibilidad de este argumento el hecho que
sean precisamente los países caracterizados por una fuerte presencia
militar de Estados Unidos quienes sobresalen por su producción y
comercialización de narcóticos.  Tal como quedó demostrado en El Lado
Oscuro del Imperio. La Violación de los Derechos Humanos por Estados
Unidos, fuentes inobjetables de las Naciones Unidas (la UNODOC, la
Oficina de la ONU contra la Droga y el Crimen) demuestran con
estadísticas abrumadoras que desde que las tropas de Estados Unidos se
instalaron en Afganistán se produjeron grandes avances en la producción y
exportación de opio y la fabricación de heroína, a la vez que en
Colombia la presencia estadounidense no fue óbice (sino todo lo
contrario) para que se registrase una notable expansión de los cultivos
de coca. [1]

Todo esto no debería causar sorpresa alguna, por varias razones. Una de
ellas es que el país que se arroga el derecho a combatir el narcotráfico
en todo el mundo demuestra una incapacidad tan asombrosa como
sospechosa para hacer lo propio dentro de sus fronteras, desde desmontar
las redes que vinculan a las mafias del narco con las autoridades, las
policías y los jueces locales y estaduales que hacen posible el negocio
de la droga hasta implementar una campaña mínimamente significativa para
contener la adicción y recuperar a los adictos. Nada sorprendente,
insistimos, por cuanto el narcotráfico mueve una cifra que se empina por
encima de los 400.000 millones de dólares, anuales, que luego son
convenientemente “lavados” en los numerosos  paraísos fiscales que los
principales países capitalistas han establecido a lo largo y a lo ancho
del planeta (comenzando por Estados Unidos y Europa) para ser luego
introducidos al sistema bancario oficial y, de ese modo, fortalecer los
negocios del capital financiero.

Por otra parte, la debilidad e inconsistencia de este pretexto, el de la
“lucha contra el narcotráfico”, se tornan más evidentes cuando se
aprende que Estados Unidos es el primer productor mundial de marihuana,
lo que según un estudio de la Fundación Drug Science, reporta a ese país
una suma superior a los 35.000 millones de dólares, cifra que supera el
valor combinado de la producción de trigo y maíz. [2]

Tercero y último, ¿cómo subestimar la importancia que tienen el control y
la administración del negocio de los narcóticos para sostener la
dominación imperialista en las provincias exteriores del imperio? ¿No
fue acaso Gran Bretaña quien reintrodujo el opio en China (droga que
había sido prohibida por el emperador Yongzheng debido a los perjuicios
que ocasionaba a su población) cuyo consumo masivo promovido por los
británicos sirvió para equilibrar sus déficits de balanza comercial con
el celeste imperio? Para impulsar esa adicción entre los chinos,
británicos y portugueses libraron dos guerras, entre 1839 y 1842 y 1856 y
1860, a resultas de las cuales establecieron dos cabeceras de playa
para organizar el tráfico del opio en toda la China: una en Hong Kong,
bajo control inglés, y otra en Macao, dominada por los portugueses.

¿Por qué tendríamos hoy que pensar que Estados Unidos, hijo putativo del
imperio británico, habría de ser movido por otros intereses cuando
declara, de la boca para afuera, la guerra al narcotráfico? ¿No resulta
acaso funcional a sus intereses tener una América Latina caracterizada
por la proliferación de “estados fallidos” – carcomidos por la
corrupción que genera el tráfico de estupefacientes y sus secuelas:
desintegración social, mafias, paramilitares, etcétera-  e incapaces por
eso mismo de ofrecer la menor resistencia a los designios imperiales?

El permiso concedido por el Congreso de Costa Rica se extiende por seis
meses, a partir del 1º de Julio del corriente año. No obstante, esta
concesión,  que se materializa en el contexto de la Iniciativa Mérida
(que abarca a México y Centroamérica) es un proyecto que tiene metas
pero no plazos, por lo cual la probabilidad de que las tropas
usamericanas salgan de Costa Rica a fines de este año y retornen a sus
cuarteles en la metrópolis es prácticamente cero. Además, la experiencia
internacional enseña que tanto en Europa como en Japón las tropas que
Estados Unidos estacionara allí después de la Segunda Guerra Mundial por
unos pocos años, extendidos luego con el pretexto de la Guerra Fría, 
ya llevan en esas locaciones más de 65 sin que sus jefes den las menores
muestras de aburrimiento o deseos de regresar a casa. En Okinawa, la
repulsa generalizada de la población local contra los ocupantes yankis
-que, amparados en su inmunidad, matan, violan y roban a su antojo- no
fue suficiente para forzar el desmantelamiento de la base
norteamericana. De paso, este incidente subraya la valentía y eficacia
del gobierno de Rafael Correa que sí logró la salida de las tropas
norteamericanas de la base de Manta. Y en caso de que hubiera un clamor
popular exigiendo re-editar tan insólita ocurrencia en Costa Rica, un
par de operaciones criminales de esas que la CIA sabe montar muy bien
harían que ese pedido se revirtiese instantáneamente, sobre todo con un
gobierno como el de Laura Chinchilla que se desvive por demostrar su
incondicional sumisión a los dictados del imperio.

Al igual que lo establecido en el Tratado Obama-Uribe mediante el cual
Colombia le cede inicialmente el uso de siete bases militares a Estados
Unidos, en el caso que nos ocupa el personal militar de este país gozará
de total inmunidad ante la justicia costarricense, y sus integrantes
podrán entrar y salir de Costa Rica a su entera voluntad,  circular por
todo el territorio nacional vistiendo sus uniformes y portando sus
pertrechos y armamentos de combate. Con esta decisión la soberanía de
Costa Rica no sólo es humillada sino que llega a los límites del
ridículo para un país que, en 1948, abolió sus fuerzas armadas y que, en
gran medida gracias a eso, pudo desarrollar una política social de
avanzada en el deprimente contexto regional centroamericano porque el
gendarme oligárquico había sido desbandado.

En lo que hace al armamento, la autorización del Congreso permite el
ingreso de guardacostas y pequeños navíos pero también de otros como el
portaaviones de última generación MakinIsland, botado en Agosto del 2006
y dotado de capacidad para albergar a 102 oficiales y1.449 marines,
pudiendo transportar 42 helicópteros CH-46, cinco aviones AV-8B Harrier y
seis helicópteros Blackhawks. Aparte de eso la legislación aprobada
extiende su permiso para naves como el USS Freedom, botado en el 2008,
con capacidad para combatir a submarinos e internarse en aguas poco
profundas. El permiso se extiende también a otros navíos,  tipo
catamarán, un buque hospital y vehículos varios de reconocimiento con
capacidad para transportarse tanto por mar como por tierra. Armamentos y
pertrechos que, en síntesis, de poco y nada sirvan para combatir al
narcotráfico, en el dudoso caso de que esa sea la voluntad de los
ocupantes. Es más que evidente que su objetivo es otro.

Esta iniciativa del gobierno norteamericano  hay que situarla en el
contexto de la creciente militarización de la política exterior de los
Estados Unidos, cuyas expresiones más importantes en el marco
latinoamericano han sido, hasta ahora, la reactivación de la Cuarta
Flota, la firma del tratado Obama-Uribe, la de facto ocupación militar
de Haití, la construcción del muro de la vergüenza entre México y
Estados Unidos, el golpe de estado en Honduras y la posterior
legitimación del fraude electoral que elevó a Porfirio Lobo a la
presidencia, la concesión de nuevas bases militares por el gobierno
reaccionario de Panamá, a todo lo cual se le agrega ahora el desembarco
de los marines en Costa Rica.

Por supuesto, todo lo anterior articulado con el mantenimiento del
bloqueo y acoso a la Revolución Cubana y el permanente hostigamiento a
Venezuela, Bolivia y Ecuador. En  el plano internacional el desembarco
de los marines norteamericanos en Costa Rica debe ser interpretado en el
marco de  la inminente guerra contra Irán y la grotesca provocación a
Corea del Norte, sobre cuyas gravísimas consecuencias hace tiempo viene
advirtiendo en sus Reflexiones el Comandante Fidel Castro Ruz.

En conclusión, el imperio avanza en la militarización de la región y en
los preparativos para una aventura militar de proporciones globales. Si
la agresión a Irán finalmente llegara a consumarse, como autorizarían a
pronosticar los aprontes vistos en estos últimos días, la gravísima
situación internacional resultante impulsaría a los  Estados Unidos  a
procurar garantizar a cualquier precio el control absoluto y sin fisuras
de lo que sus estrategas geopolíticos denominan la gran isla americana,
un enorme continente que se extiende desde Alaska a Tierra del Fuego, 
separado tanto de la masa terrestre eurasiática como de África y que
según ellos desempeña un papel fundamental para la seguridad nacional
norteamericana. Esa es la razón de fondo por la cual se ha venido
produciendo, preventivamente, la desorbitada militarización de la
política exterior estadounidense.

Es ridículo que se pretenda convencer a nuestros pueblos que la veintena
de bases militares establecidas en Centro y Sudamérica y en el Caribe, a
las que ahora se suma el desembarco en Costa Rica,  y la activación de
la Cuarta Flota tienen por objetivo combatir al narcotráfico. Cómo lo
enseña la experiencia, a éste no se lo combate con una estrategia
militar sino con una política social, que Estados Unidos no aplica
dentro de sus fronteras ni permite que se lo haga afuera gracias a la
enorme influencia que el FMI y el Banco Mundial tienen sobre países
vulnerables y endeudados. 

La experiencia antes de Colombia y ahora de México (¡con sus más 26.000
muertos desde que el presidente Felipe Calderón declarase su “guerra al
narcotráfico”!)  atestiguan que la solución al problema no pasa por los
marines, portaviones, submarinos y helicópteros artillados sino por la
creación de una sociedad justa y solidaria, algo que es incompatible con
la lógica del capitalismo y repugnante para los intereses fundamentales
del imperio.

En síntesis: el desembarco de los marines en Costa Rica tiene por
objetivo reforzar la dominación norteamericana en la región, derrocar
por diversos métodos a los gobiernos considerados “enemigos” (Cuba,
Venezuela, Bolivia y Ecuador), debilitar aún más a los vacilantes y
ambivalentes gobiernos de la “centro-izquierda” y fortalecer a la
derecha que se ha hecho fuerte en el litoral del Pacífico (Chile, Perú,
Colombia, Panamá, Costa Rica, Honduras y México), reordenando de ese
modo el “patio trasero” del imperio para así tener las manos libres y la
retaguardia asegurada para salir a reafirmar la prepotencia imperial
guerreando en otras latitudes.

17 Julio 2010

* Fuente: CubaDebate

Notas
[1] Cf. Atilio A. Boron y Andrea Vlahusic, El Lado Oscuro del Imperio.
La Violación de los Derechos Humanos por Estados Unidos (Buenos Aires:
Ediciones Luxemburg, 2009), pg. 73.

[2] Cf. El Lado Oscuro, op. Cit. , p. 72.

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