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Pequeñas escenas de la violencia cotidiana

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Acontecimientos internacionales de guerra reciente, me llevaron a dedicar los últimos artículos a su análisis crítico. Pero la violencia no se encuentra sólo en la guerra. Esta semana, en la ciudad argentina de Tucumán, concluyó el juicio oral por la desaparición de una joven víctima de la trata de personas: Marita Verón. Un caso emblemático por el que decenas de testimonios lograron describir e identificar fehacientemente en sede judicial -y de este modo también para la opinión pública- los sujetos y modus operandi de una de las tantas mafias prostibularias. También la protección y anuencia de la esclavitud con la que gozaban de parte de los poderes públicos. La amplia difusión del caso no se explica tanto por el horror exhibido, sino fundamentalmente por la actitud militante de la madre de la víctima, la Sra. Trimarco, que ejerció la denuncia sistemática de la trata y organizó redes de protección de las víctimas. Un exponente más de la exitosa salida de las madres desde el remanso del hogar hacia el público escenario cívico, en casos de incontable horror, particularmente en los países que sufrieron el Terrorismo de Estado. Un nuevo caso en el que el dolor se transforma en impulso vital y coraje cívico. Recién ahora, ante la consternación y difusión de este ignominioso caso de trata, el Poder Ejecutivo insta al parlamento a votar una nueva ley que está frenada desde hace 15 meses.

La desembocadura jurídica del caso avergonzó a la sociedad. Los 13 acusados fueron absueltos en primera instancia y una serie de marchas pacíficas, amplias y pluralistas en repudio al fallo, tuvieron lugar en buena parte del país, en especial en el interior. En Bs As, hubo varias convocatorias, una de las cuales fue realizada por grupos de la izquierda orgánica frente a la casa de la provincia de Tucumán, una pequeña oficina pública que tiene fines de difusión turística, situada en una estrecha calle del microcentro. La policía valló la entrada del pequeño local y colocó una discreta custodia. Pero un grupo significativo de manifestantes, quizás en respuesta a alguna provocación o violencia, derribó el vallado, logró el repliegue de las fuerzas represivas y procedió a destrozar completamente las instalaciones. Hasta que se desató una represión igualmente violenta.

La primera conclusión es que en las izquierdas, particularmente las radicales -al menos en las electoral y socialmente insignificantes argentinas- anida aún la fantasía de la epopeya bíblica de David, el sueño torpe de que la razón (y quizás hasta el de algún mandato divino) multiplica las fuerzas al punto de derribar gigantes, cuando en verdad lo que logra empíricamente es legitimar su renovada capacidad goliática. Es evidente que el fallo consagra una forma de violencia simbólica, de impunidad y convalidación de la esclavitud. Pero no encuentro una sola razón por la que la violencia física (ejercida además sobre una oficina estatal, carente de todo responsable siquiera indirecto de los motivos de la protesta) mitigue, compense o coadyuve a superarla. Inversamente, identifico en estas prácticas razones contundentes para la desmovilización social en general y el previsible aislamiento y hasta repudio ciudadano de estos grupos. No creo que sean errores tácticos o el mero resultado de infiltraciones, que las puede haber, sino la penetración en sus filas de abyectas expresiones subjetivas del statu quo de quienes se proponen ingenuamente impugnar. La expresión más vil del poder hegemónico los ha cautivado. Si se tratara sólo de infiltrados no sólo habrían sido denunciados sino también repudiado simultáneamente las acciones. Pero no encontré en comunicado público de cualquiera de los convocantes otra cosa que la clásica denuncia de la posterior represión. Como todo grupo político o movimiento social, recibe la lluvia de estímulos y amenazas que el entorno en el que se desenvuelve le proporciona. Entre ellos se cuentan las muy diversas formas de violencia que las sociedades capitalistas incuban y ejercen. Hipotetizo en consecuencia que en estas izquierdas, las formas de violencia son procesadas de manera especular y acrítica dejándolas inermes ante la desigualdad de fuerzas, pero sobre todo moralmente ante la desigualdad de propósitos y horizontes. El reconocimiento de gérmenes violentos, mesiánicos y reproductores del statu quo en las izquierdas argentinas (y quizás en algunas otras latinoamericanas), adquiere mayor significación aún cuanto más se profundice el giro progresista de nuestras sociedades.

Pero la violencia no es un fenómeno acotadamente político. Casualmente el mismo día, a unas pocas cuadras del lugar, en el mítico obelisco, se concentraron autoconvocados por las redes sociales, varias decenas de miles de hinchas del club Boca Juniors (del que soy activo simpatizante) para celebrar su propia condición de tales, posiblemente ante la ausencia de motivos deportivos en este año. El hecho no tendría la menor significación política si no fuera porque en el último partido, el estadio prácticamente entero, a fuerza de canto, obligó al Presidente de la institución a revocar la continuidad del entrenador que había sido decidida y anunciada, proponiendo su sustitución por otro de gran trayectoria de éxitos. Como la presidencia es ejercida por un delfín o puntero del Jefe de Gobierno de la ciudad, el ultraderechista Macri, en el estadio quedó claramente expuesta la connivencia de esa conducción con la llamada barra brava, es decir, la fracción violenta que hace de la simpatía futbolística su negocio económico gracias a los dirigentes y algunos jugadores.

La historia de esta movilización, aparentemente inocente y festiva, culminó en los momentos de desconcentración, cuando unos centenares de enardecidos destrozaron y saquearon locales comerciales y destruyeron parte de la señalética y estructura vial pública. La policía metropolitana no intervino y luego fue la guardia de infantería (federal) la que los dispersó. Los hechos están filmados y fueron transmitidos por la televisión. El club que no tuvo responsabilidad alguna en la convocatoria ya que fue lanzada “desde abajo”, emitió un escueto comunicado deslindando responsabilidades y repudiando el hecho. Pero hasta el día de hoy no adoptó medida alguna para con socios o hinchas que probadamente y a cara descubierta participaron del estropicio, contando con la potestad indelegable de ejercer el “derecho de admisión”. En la cultura futbolística en general, y en la rioplatense con especial énfasis, donde la creatividad en el aliento lleva la impronta de la discriminación, el racismo y la homofobia, las hinchadas y en especial las barras, son también otro segmento sensible y absorbente de la violencia social que refleja luego, multiplicándola.

Para culminar la semana de aberraciones, el mundo entero se conduele hoy ante la masacre (casi anual) a la que la sociedad estadounidense nos tiene acostumbrados, esta vez con niños incluidos. La recurrencia geográfica no permite sombra de duda respecto al diferencial de perversión de aquella sociedad sobre el resto de las capitalistas. Sin embargo disiento con las primeras conclusiones que atribuyen el fenómeno exclusivamente a la pervivencia de la monstruosa segunda enmienda constitucional (que muy sintéticamente explicita el derecho del pueblo a portar armas) y sus diferentes reglamentaciones estaduales. No creo que deba minimizarse, ya que semejante explicitación de rango constitucional, potencia predisposiciones sociales de muchos otros órdenes y se reflejan en magnitudes. El periodista mendocino Gabriel Conte subraya que “hay un cuarto de millón de comercios dedicados a vender armas en todos sus tipos y calibres y las correspondientes municiones”, producidas por 1.059 empresas con licencia para la fabricación, que a su vez surten de armamento a narcotraficantes y mafias de otros países del continente, obviamente sin contar su enorme industria bélica. Resulta irrelevante para el caso, el hecho destacado por buena parte de los artículos periodísticos que en el estado de Connecticut, donde ayer se produjo el tiroteo, cualquiera pueda comprar armas sin control ni registro. Si lo hubiera, las compraría en otro estado para utilizarlas donde quisiera. Y si se requiriera registro en todo el país, no sería un obstáculo para que cualquiera acometiese este tipo de planes criminales, dado que inevitablemente concluyen en el suicidio, el abatimiento o la captura.

No se sigue de aquí que no deba formularse una política pública de desarme civil, incluyendo la derogación de la segunda enmienda, cuya urgencia contrasta con la molicie del vocero de la Casa Blanca, Jay Carney, para quien “no es el momento” de plantearse esa cuestión. Tal vez con un par de masacres más se convenza. No está claro que sea la nación con mayor cantidad de armas por habitante por la ausencia de datos públicos, aunque en otros países de altísimo nivel de armamento popular, nada de esto acontece.

Una infinidad de factores culturales, socioeconómicos y políticos que reflejan un elevado grado de descomposición confluyen para dar vida a este fenómeno social monstruoso. Esta joven nación se ha constituido con grupos de inmigrantes y nativos con un bajo nivel de tolerancia racial y cultural, con altísimos niveles de segmentación y desigualdad que produce un permanente miedo y odio a la otredad. Su liberalismo político y económico, de carácter predominantemente mafioso, entiende el éxito desde la ceñida perspectiva económica, desarrollando una cultura de la confrontación y el sometimiento que llega al extremo de estar organizado bélicamente como un Estado Terrorista Imperial. Sus expresiones estéticas predominantes (el cine hollywoodense es su mejor ejemplo) no hacen más que glorificarlo.

La admiración total o parcial que pueda despertar EEUU en las barras, los militantes, los automovilistas, los maridos y la sociedad civil en general, corre el serio riesgo de la replicación de sus violencias en las escenas cotidianas.

Hasta los asesinos, se disfrazan de críticos.            

– El autor es académico urguayo, profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@sociales.uba.ar

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