El reencuentro de Chile con su historia
por Juan Carlos Gómez Leyton (Chile)
17 años atrás 12 min lectura
José Bengoa, Antropólogo chileno.
La ceremonia, por cierto, se efectuó al interior del Palacio de Gobierno con invitados previamente convocados a través de invitaciones personales intransferibles, que nos hacen recordar a las “esquelas repartidas a los principales del reino” a participar en el Cabildo Abierto, que en realidad fue cerrado, el 18 septiembre 1810. La puesta en escena del acto ceremonial organizado por el gobierno concertacionista es digno de análisis: orquesta sinfónica interpretando música, una gradería para los invitados “sin poder”, sillones para los representantes de los cuatro poderes estatales (ejecutivo, legislativo, judicial y armado), por supuesto un lugar destacado para los representantes de los poderes fácticos (empresarios y la siempre presente Iglesia Católica), etcétera. Allí estaban todos los que habían jurado mantener la obra institucional de la dictadura como aquellos que habían jurado combatirla. Los únicos que faltaron a la fiesta fueron los ciudadanos y ciudadanas de la sociedad chilena. Pues, el gobierno concertacionista y la clase política, fiel a la vieja tradición ilustrada absolutista practicaron aquello: “Todo para el pueblo pero sin el pueblo”.
Obviamente, que en los tiempos de la video-política los ciudadanos y ciudadanas pudieron, seguir la ceremonia, a través de la “caja idiota”, siempre y cuando, en la agitada y convulsionada consumista mañana del sábado 17 de septiembre previo la celebracxión de la Fiestas Patrias, tuvieran el tiempo y el interés de mirar al Presidente Ricardo Lagos, bajar desde las alturas del poder, solo, las escaleras hacía el patio del Palacio, donde se encontraba la mesa y los tres ejemplares de lujo de la “nueva Constitución”, de rojas tapas y letras doradas, y procediera, solemnemente, a estampar su firma en aquellos, reemplazando así la firma del dictador, para luego comunicar al “pueblo”, que por fin los chilenos y chilenas teníamos una Constitución que no nos dividía y, por esa razón, teníamos motivos para celebrar.
Dijo, el Presidente, “nos reunimos aquí para celebrar, celebrar solemnemente el reencuentro de Chile con su historia”.
Tiene toda la razón, el Presidente, su ceremonia, su firma, su discurso, lo hacen a él y a la clase política civil y militar allí reunida, a los poderes fácticos, continuadores de la más rancia tradición histórica nacional y, sin lugar a dudas, que constituye, un reencuentro con su historia, con la historia AUTORITARIA. Pero, jamás con alguna tradición democrática o republicana moderna.
En efecto, Ricardo Lagos, realizó una serie de afirmaciones históricas y políticas que no se corresponden con una interpretación democrática de la historia política de la sociedad chilena, sino más bien se ligan y entroncan con la versión conservadora y oligárquica, por ende antidemocrática propia de la pluma hacendal de un Francisco Antonio Encina o de un periodista mercurial como Alberto Edwards Vives.
La constitución de 1833 fue redactada por una comisión que trabajo a puertas cerradas y para su promulgación no existió ningún mecanismo de aprobación ciudadana, salvo la decisión de sus redactores y de los que detentaban el poder constituido, tras la derrota militar de los liberales en 1829, Diego Portales y el Presidente José Joaquín Prieto.
La Constitución 1833 institucionaliza el poder político de los grupos dominantes conformando un Estado autoritario. El poder político es controlado por una pequeña elite que excluye al 95% de la población de cualquier tipo de participación política ciudadana que no sea la de estar sometido a esa forma estatal. Evidentemente, es un estado organizado, pero no democrático. Moderno, pero no democrático. Respetado, por su capacidad de disciplinar a su población a través del “azote y la ley”, y no por sus virtudes democráticas sino, fundamentalmente, por su condición autoritaria.
Por la forma que fue redactada y aprobada la Constitución de 1925 no puede ser considerada como producto de la acción política democrática de la ciudadanía nacional. Ella, igualmente que la anterior, fue redactada a puertas cerradas por una Comisión constituida por 15 personas designadas por el poder constituido y aprobada en un plebiscito en donde se abstuvo el 56,2% de la ciudadanía con derecho a sufragio. Cabe señalar, que esta no alcanzaba al 10% de la población total nacional. O sea, la Constitución de 1925 fue aprobada aproximadamente por menos del 5% de la ciudadanía nacional. Una clara y manifiesta expresión de la profunda tradición autoritaria de las clases dirigentes nacionales. Por eso, se equivoca, Lagos al sostener que dicha constitución respondió a la “sed de justicia social” de la mayor parte de los chilenos. Estos estaban excluidos de toda participación política.
967 y 1973. O sea, de los 48 años de existencia, 42 años la Constitución de 1925 normó y reguló formas políticas no democráticas o insuficientemente democráticas. Por ejemplo, entre 1927 y 1931, el país estuvo bajo la dictadura militar del General Carlos Ibáñez del Campo; entre junio de 1931 y diciembre de 1932, fue repetidamente suspendida por distintas acciones políticas militares que siguieron a la caída del dictador. Entre 1932 y 1948, el régimen político impuesto autoritariamente por la “pax alessandrina” era excluyente, limitado y electoralmente corrupto (dado que la elecciones estaban dominadas por el cohecho, la manipulación electoral de la voluntad ciudadana). Entre 1948-1958, la Constitución de 1925, regula institucionalmente un régimen político autoritario electoral.
El carácter antidemocrática de ella fue denunciado por todos los ciudadanos demócratas, a muchos esa denuncia, les costo su vida, a otros torturas, a algunos exilio, pero no faltaron aquellos que con una fría racionalidad sostuvieron que a pesar de su ilegitimidad debía ser aceptada por la oposición democrática, fundamentalmente, porque esa “Constitución está rigiendo. Este es un hecho que forma parte de la realidad” y debe acatarse. “Para hacerlo hay que eludir deliberadamente el tema de la legitimidad”.
Ese, ahora, lejano día 28 de julio de 1984 quedara marcado como el día en que “sé jodío la sociedad chilena de camino al siglo XXI”. 21 años más tarde el Presidente Lagos cierra el proceso abierto por el ex Presidente Patricio Alywin, de reconocimiento, aceptación y legitimación de la Constitución Política establecida por el binomio antidemocrático y autoritario Guzmán-Pinochet.
Especialmente, por su origen y, sobre todo, por la forma como que la Concertación a procedido a “legitimarla” desde 1984 a la fecha.
Dicha forma hacen de la Concertación y del Presidente Ricardo Lagos continuadores de la tradición política autoritaria y antidemocrática de los fundadores de la República, citados por el propio Lagos, Diego Portales y Arturo Alessandri.
la ciudadanía la posibilidad de ejercer en forma libre y democráticamente el poder constituyente.
jcleyton@universidadarcis.cl
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