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El terrorismo del estado islámico y el poder del Leviatán  occidental

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El poder del Leviatán occidental hizo saltar en pedazos la cohesión social en los vastos territorios de la Media Luna y produjo un despertar brutal de fuerzas que estaban controladas o semidormidas. Mientras las elites musulmanas tuvieron la opción de integrarse a “una civilización superior”, los excluidos se aferraron a Alá Akbar (Dios es el más grande) como a un clavo ardiendo.
Eso, unido a la nefasta política exterior de EEUU y Europa en el mundo islámico, -lo que ya expliqué en otra crónica[1]-, ha activado una cadena de bombas de relojería que podrían estallar aquí y ahora si no damos un giro de 180 grados y encontramos una solución realista a la gravísima crisis que se vive a ambas orillas del mediterráneo.
Primero haré hincapié en un asunto de vital importancia: la educación. En el mundo islámico, (integrado por más de 1.500 millones de habitantes), la burguesía y las clases medias de mentalidad abierta, llevan a sus hijos a escuelas laicas occidentales: La Alianza Francesa, El Instituto Goethe, The King´s College, etc., formación que completan en universidades privadas del Reino Unido, Francia, Estados Unidos, etc.
La Universidad Americana de El Cairo es una de las más solicitadas por las clases adineradas del mundo árabe. Allí las chicas no llevan velos, se maquillan, usan pantalón vaquero y, lo más importante, aprenden que “la igualdad del hombre y la mujer” es una conquista innegociable de la civilización. Esos universitarios, o harán brillantes carreras en Egipto, encerrándose en torres de marfil, o se marcharán al extranjero.
En el lado opuesto están las madrasas coránicas (escuelas, colegios) que son gratuitas y acogen, sin discriminación alguna, a estudiantes venidos del medio rural empobrecido,  barriadas marginadas, “familias desestructuradas” o comunidades con rígidos patrones religiosos. Allí los niños y niñas aprenden a leer y a escribir, y además, son animados a memorizar El Corán, libro sagrado que guarda las llaves de las puertas del paraíso.
Luego continúan su formación en las mezquitas y en las universidades islámicas, donde los imanes y los cheijs –guías espirituales-, enseñan, ante todo, la obediencia a Alá; la generosidad del “azaque” o “zakak” (una especie de limosna), y la importancia de los lugares santos del Islam (La Meca y Jerusalén). El primero protegido por tropas norteamericanas; el segundo, por Occidente y “un muro de lamentaciones”.
Ahí, los fundamentalistas –que dan de comer al hambriento, de beber al sediento y visten al desnudo- encuentran un caladero idóneo para reclutar a sus “santos guerreros” para defender los valores de El Corán ante los criminales ataques de las potencias occidentales que vienen violando persistentemente, “desde hace décadas”, por tierra, mar y aire, las fronteras físicas y espirituales del Islam.
En medio de esos extremos, está la gran mayoría de ciudadanos y ciudadanas musulmanes cuya mayor preocupación es llegar a fin de mes. Pagar los recibos del agua y de la luz. Tener dinero suficiente para echar lo necesario en la cesta de la compra y cuatro cosas más que entristecen o alegran la vida de todos los seres humanos.
A pesar de que Occidente exportó el Leviatán de la humillación, explotación y destrucción al mundo árabe, condeno sin ambages los ataques terroristas del Daesh[2] en París, y, llegado al punto al que hemos llegado, creo que el viejo Catón diría, “El Estado Islámico Delenda Est”, es decir: “El Estado Islámico debe ser destruido”.
Ahora lo que importan son los millones de sirios que huyen horrorizados de la guerra fraticida y del terrorismo atroz del EI, que desea establecer a golpe de espada y decapitación un califato lóbrego y lúgubre que nos retrotrae a los peores Tiempos de la Oscuridad, cuando la Santa Inquisición campaba a sus anchas en la Cristiandad.
Los cientos de miles de refugiados que buscan rehacer sus vidas en Europa no deberían acabar en guetos al estilo “les banlieues” (suburbios) de las afueras de París, donde más del 50 por ciento de los jóvenes musulmanes está en paro y sienten que la República de la Igualdad, Libertad y Fraternidad les ha dado la espalda.
Europa no puede convertir un éxodo masivo de refugiados, en una exclusión masiva de exiliados. Esa política humanitaria se descompondrá si no se crean mecanismos, instituciones, dotados de generosos fondos económicos, para lograr la total integración de esa población desarraigada en una sociedad cosmopolita.
Sobre, si Las Tres Religiones del Libro son manantiales de paz, prefiero callarme[3], reprimir mi agresividad intelectual. No obstante aconsejo leer a pensadores del Magreb[4] y a otros arabistas que arrojarán luz sobre el Daesh y el Leviatán Occidental.
Se debe remarcar que los actuales refugiados huyen de un terrorismo que en su día fue patrocinado por EEUU. La CIA financió y entrenó a los yihadistas que luchaban contra la URSS en Afganistán[5], para doblegar a Moscú. El resultado fue el derrocamiento del régimen socialista de los muyaidines y la instalación de un Estado Islámico en Kabul, cuyo mayor ideólogo e inspirador fue el líder de Al Qaeda, Bin Laden.
Occidente, en su miopía hacia el Oriente, depositó miles de huevos de serpiente en los vastos territorios de la Media Luna. Ahora los ofidios han atravesado el mar y las montañas y culebrean en las calles del “mundo civilizado”. La Marsellesa que estos días se canta, no es bella, se parece demasiado a la Cabalgata de las Valkirias de R. Wagner que enloqueció a los escorpiones de la película “Apocalypse Now” de F. F. Coppolla.
Y vuelve a cantar Quiquiriquí el Noble Gallo Beneventano para recordarnos al líder de la secta ecuménica más influyente del planeta, el Papa Francisco, quien afirmó, tras los atentados de París, que “es una blasfemia matar en nombre de Dios”. ¡Querido Pontífice! en este siglo a nadie le quita el sueño blasfemar, ahora lo único que produce pánico a los mortales es que les pillen robando, les quiten los millones y les metan en la cárcel.
Notas:
[1]  ¡Palestina mon amour! O el temblor del labio de Arafat, publicado por “piensachile” el pasado 9 de julio. En esa crónica se exponen, con más detalles, las causas del terrorismo islámico.
[2] Daesh, denominación despectiva del EI, que se asocia a grupos “que aplastan” o “siembran discordia”.
[3] Javier Cortines es experto en Cultura, Religión y Civilización Islámica por la UNED.
[4] Aconsejo leer, además de El Corán, cuatro obras imprescindibles: “El Islam” de Karen Armstrong (Ed. Debate, 2013); “La revolución bajo el velo” de Fariba Adelkhan (Ed. Bellaterra, 1996); “El Miedo a la Modernidad, Islam y Democracia” de Fatima Mernissi  (Ed. Oriente y Mediterráneo, 1992) y “La Cruz y la Media Luna” de Richard Fletcher (Ed. Península, 2005).
[5] La ex secretaria de Estado de EEUU Hillary Clinton acaba de reconocer, en declaraciones a la prensa estadounidense, que fue un grave error apoyar a los taliban – que veneraban a Bin Laden-, en el Guerra de Afganistán (1978-1992) con el objetivo de humillar a la URSS.

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