También somos hijos de la Revolución Sandinista de 1979
por José Miguel Carrera (Chile)
10 años atrás 13 min lectura
Hace 35 años varios jóvenes chilenos formábamos parte de las columnas guerrilleras del Frente Sandinista de Liberación Nacional, que emprendía a finales de los años setenta la ofensiva final contra la dictadura somocista, tan o más criminal que la que oprimía a los chilenos en esos años. Varios sucesos acontecieron antes de eso.
A las diferentes unidades militares donde prestábamos servicios llegó una orden, los jefes nos debían presentar en la Academia Militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba. Entre los citados empezaron las interrogantes. ¿Será para ir a Angola o a Chile? Nadie lo sabía, nuestros encargados militares ni tampoco los dirigentes partidarios civiles. Nos informaron que recibiríamos una preparación militar especial y de inmediato nos trasladaron a una escuela guerrillera: “Punto Cero”. Hasta ese momento nuestra formación había sido únicamente adiestrarnos para la guerra del tipo regular.
La orden recibida era ejercitarnos fundamentalmente en el tiro de cañones sin retroceso y morteros, además de la preparación combativa individual. Los instructores tenían como principal objetivo que apuntáramos bien en las más variadas posiciones de tiro que se pueden dar en un combate real. Ellos contaban en esa escuela, imposible olvidar, con un aro de metal similar al de los arados que arrastran los tractores en los campos, como un blanco de tiro especial. Este debía sonar siempre cuando disparábamos. Si no sonaba significaba que estábamos apuntando mal y los instructores nos corregían de inmediato. Ellos decían en el mejor tono guaposo de los cubanos: “Chileno, si no le das al blanco de inmediato, el blanco ese te dará a ti, así que déjate de cuentos, límpiate bien los ojos y apunta de nuevo correctamente, quiero oír la musiquita del arado ese, ¿oíste chileno?”.
Encontrándonos en el área de ejercicios de tiro un día, fuimos llamados urgentemente al lugar de formación frente a nuestro albergue. Teníamos una importante visita. Era nada menos que el comandante Fidel Castro, el líder de la revolución cubana en persona y una comitiva de jefes que lo acompañaba. Claudio, como jefe de pelotón, dio el parte reglamentario. El legendario comandante nos dijo que pasáramos a una sala donde hablaría con nosotros. Al entrar a la sala, vimos a un general cubano que pintaba en la pizarra con tiza un plano que representaba el mapa de un territorio. Fidel indicó unas correcciones y tomó la palabra diciéndonos algo así como lo siguiente:
“El pueblo nicaragüense está dando una dura y sacrificada contienda en contra de la tiranía somocista, y el FSLN está a la vanguardia de esa lucha. El triunfo popular es inminente. El FSLN tiene armamento de artillería, pero no cuenta con especialistas. Han solicitado apoyo a Cuba, y de acuerdo a nuestros principios, se la daremos”.
Nos indicó que lo pintado en la pizarra era un esquema que representaba el lugar donde se desarrollaban los combates de uno de los frentes de guerra, el Frente Sur “Benjamín Zeledón” que se enfrentaba con las fuerzas de élite de la Guardia Nacional del dictador Somoza. El dibujo mostraba el borde delantero de los guerrilleros, un puente que cruzaba un río llamado Ostayo, la carretera Panamericana que lo cruzaba, la frontera con Costa Rica, el gran Lago de Nicaragua y otros datos importantes. Para nosotros quedaba claro ahora cuál sería la misión de los oficiales chilenos: Combatir junto al pueblo de Nicaragua. Y semejante Jefe dándonos la misión. Todo un honor.
El comandante Fidel nos dijo que sabía que nosotros estaríamos dispuestos para combatir en Nicaragua, pero faltaba la autorización del Partido Comunista chileno, en el que en ese tiempo militabamos. ¿Y qué pasa si los dirigentes chilenos decían que no? ¿Cuánto tiempo se demoraría la respuesta? En esa época no había fax, email ni celulares. Estaba claro para nosotros que solicitaríamos ir de igual modo, dijeran lo que dijeran.
Luego de la visita de Fidel, un suceso extraordinario para todos los presentes, se intensificó la preparación combativa. No había tiempo que perder. Nos sentíamos orgullosos de estar en ese lugar. Y aquí sucede lo extraordinario. Me había criado en una población de la zona sur de Santiago, en la comuna de La Granja, específicamente en la población João Goulart, nombre de un presidente democrático brasileño que fue derrocado por un golpe militar. En otras palabras, yo, orgulloso hijo de pobladores, tuve el honor de ver dos veces en un mismo día al comandante Fidel Castro, porque se apareció de nuevo esa noche.
Con la comitiva nuevamente frente a nosotros y ante un grupo expectante y sin habla, planteó que la dirección partidaria estaba de acuerdo, y él no podía esperar hasta el día siguiente para informarnos. La emoción en esa pequeña sala fue increíble, todos al unísono empezamos a cantar la Internacional, el himno de los trabajadores del mundo y se acabó la reunión.
En conjunto con los cubanos, nuestros responsables seleccionaron los grupos para incorporarnos al combate. Fuimos organizados para el viaje, pero no sabíamos que junto a nosotros, también viajarían combatientes socialistas chilenos y de varios países, nicaragüenses, guatemaltecos, salvadoreños y uruguayos. Eso lo descubrimos en el aeropuerto cuando abordamos el avión que nos trasladaría a Centroamérica.
En ese viaje también partieron nuestras compañeras de la Tarea Militar, las diez jóvenes médicos militares chilenas. Los seudónimos de guerra de estas valientes internacionalistas eran: Julia, Elena, Ada, Gisela, Mayra, Elda, Oisis, Betty, Doris y Aleida, y están inscritos en la historia combativa del FSLN. Todas ellas eran especialistas en aseguramientos médicos militares. Dos de ellas, Mayra y Ada, eran madres cuando emprendieron el viaje a Nicaragua. La primera, dentista de profesión, tenía una niña de dos años y la segunda, cirujana, una hija de apenas un año. No dudaron en cumplir esa misión que les encomendaba en ese momento la revolución cubana.
Después de la guerra nos enteramos que muchos chilenos civiles, exiliados en Cuba, hombres y mujeres de diferentes partidos de la izquierda e independientes, recibieron una intensa preparación militar en esa época. Estaban listos y decididos para unirse a la guerrilla sandinista. Sin embargo, la guerra finalizó antes de que terminaran su preparación.
Antes de partir nos llamaron a formar para repartirnos nombres, según se nos dijo. Varios no quedaron conformes con sus nuevos nombres, algunos no eran muy bonitos, pero no nos quedaba más remedio que aceptar, porque a medida que a uno lo bautizaban, sacaban una foto y hacían el pasaporte. También nos hicieron firmar una carta muy formal y solemne, que a más de uno lo hizo meditar. En ella dejábamos indicado a quién queríamos que se le comunicara nuestra muerte y le entregaran una pensión póstuma.
Luego que salió el primer grupo, le tocó al mío. Me refiero a los oficiales comunistas de nuestro campamento, ya que después nos enteramos que el primer grupo de chilenos fueron cuatro oficiales artilleros socialistas del 24 Congreso (como ellos se denominaban) que ya habían viajado y participado en los combates en la toma de Peñas Blancas, pueblo fronterizo de Nicaragua.
Acomodamos en una pequeña maleta las pertenencias que nos asignaron para esta misión. Estas incluían dos uniformes verde olivo, binoculares, botas, una muda de ropa interior, la necesaria regla “táctica” para el trabajo con los mapas, una brújula y una muda de ropa civil. Y así, vestidos de paisanos y con el resto de las cosas en el maletín, partimos desde la escuela al aeropuerto de La Habana. De ahí emprendimos el vuelo a un lugar que resultó ser finalmente el aeropuerto de Panamá. Por la fluidez del paso por la aduana panameña nos quedó claro que el gobierno del General Omar Torrijos apoyaba la causa sandinista, sin lugar a dudas. Entregábamos el pasaporte a los funcionarios de inmigración y salimos del aeropuerto a una casa de seguridad en plena Ciudad de Panamá.
Horas después nos llevaron de nuevo al aeropuerto y entramos directamente a la pista aérea. El bus se detuvo cerca de un pequeño avión al que nos indicaron que subiéramos por la parte posterior y emprendimos viaje. Éramos alrededor de veinte personas entre mujeres y hombres, todos jóvenes, guatemaltecos, nicaragüenses y chilenos. No recuerdo cuanto tiempo duró el viaje, aterrizamos en un lugar desconocido. Cuando bajamos del avión, inmediatamente reemprendió el vuelo.
Nos arrimamos a unos árboles cerca de un camino de tierra, esperando que aparecieran a recogernos. Cundía en nosotros una muy justificada inquietud, para decirlo elegantemente. Por fin empezamos a sentir ruidos de vehículos, y por las señales de luces que hacían asumimos que nos buscaban a nosotros. Salimos poco a poco de nuestro improvisado escondite con mucha desconfianza. Nos dieron la bienvenida invitándonos a subir en las cabinas de unas modernas camionetas y partimos rumbo al frente de guerra. Eso era lo que nosotros ansiábamos y esperábamos.
Tomamos rumbo en dirección a la aduana fronteriza entre Nicaragua y Costa Rica por la carretera Panamericana. Ahí supimos que habíamos aterrizado en territorio de Costa Rica, a unos veinte o treinta kilómetros del frente de guerra. Los sandinistas controlaban la aduana de los dos países y una franja de territorio nicaragüense desde la frontera hasta una línea o borde delantero más al norte limitado por un río llamado Ostayo, el mismo que había pintado Fidel en la pizarra del centro de entrenamiento de Punto Cero. A la derecha estaba el gran Lago de Nicaragua y por la izquierda, a mucha distancia, estaba el Océano Pacífico.
Antes de viajar conocíamos muy poco de ese hermano país y la lucha revolucionaria del pueblo de Nicaragua es sorprendente. Las generaciones de patriotas nicaragüenses no dejaron nunca de combatir por la justicia, Sandino era su héroe nacional y Carlos Fonseca, junto a Santos López, Tomás Borge, Silvio Mayorga y otros revolucionarios fundaron el FSLN. Tres años antes del triunfo sandinista Carlos Fonseca, líder máximo, había caído en combate.
Pero más sorprendente aún, sobre todo para un chileno, es enterarse que Gabriela Mistral, nuestra poetisa Premio Nobel de Literatura (1945) defendía en sus escritos al héroe de las montañas nicaragüenses, Augusto C. Sandino, divulgaba su lucha y reclamaba el deber de los latinoamericanos de apoyarlo.
Nuestro Fidel Castro, pudiéramos decirlo así, fue quien vino a ayudarnos a responder el llamado de Gabriela Mistral a los jóvenes latinoamericanos de apoyar a la causa de Sandino en Nicaragua, aceptando el pedido de apoyo del FSLN a Cuba en los meses previos al 19 de julio de 1979. Quizás Fidel nunca imaginó que nos estaba permitiendo, como pueblo chileno, además de cumplir el pedido de Gabriela Mistral, el devolver la mano solidaria que el mundo entero extendía a Chile, impactado por el golpe criminal de la derecha que derrocó al gobierno de Salvador Allende.
Para lanzar la Ofensiva Final que terminó con el gobierno de Somoza, los dirigentes sandinistas habían hecho una clara lectura del contexto internacional. La dictadura estaba aislada internacionalmente, el FSLN contaba con la solidaridad y apoyo de la comunidad internacional, destacándose el apoyo de países como Cuba, Costa Rica, Panamá, Venezuela y México, y de los movimientos revolucionarios latinoamericanos.
Para la Ofensiva Final, la tarea estratégica era cumplir las misiones de los frentes de guerra, impulsar la huelga general y desarrollar a plenitud la insurrección general en todos los departamentos del país.
Durante los meses de marzo, abril y mayo de 1979, se da inicio a la Ofensiva Final. En el Frente Norte, se produce la toma del Jícaro y Jinotega por fuerzas al mando del Comandante Germán Pomares. Se suceden ataques a guarniciones somocistas de El Sauce, Río Grande y otros pueblos. Se lleva a cabo la toma de Estelí por guerrilleros comandados por Francisco Rivera, un legendario jefe sandinista.
En el Frente Sur -donde entraríamos en combate los chilenos- una de sus columnas, la “Jacinto Hernández”, fue aniquilada totalmente en la zona de Nueva Guinea por las tropas de élite de la Guardia Nacional, que concentró sus fuerzas para lograr ese objetivo. El plan ofensivo en el sur, tenía como objetivo principal atraer y empantanar las fuerzas élites de la Guardia Nacional mediante la toma del Istmo de Rivas, contribuyendo a crear las condiciones para la insurrección en todo el país.
En función de este plan, a partir de mayo de 1979, se realizaron acciones de hostigamiento en las vías de comunicación que conducían a Rivas y ataques a esa ciudad. Columnas guerrilleras combatieron con patrullas de la Guardia Nacional y llegan hasta la colina 155, donde se enfrentaron con los refuerzos que movilizaron los somocistas.
En esos momentos, como producto de esta ofensiva, los cuarteles de la Guardia de las ciudades de Managua, Masaya, Estelí, León, Matagalpa, Chinandega y otras, fueron atacados por fuerzas sandinistas. Nicaragua estaba prácticamente insurreccionada. El Frente Sur se reorganizó y recuperó fuerzas, se formaron nuevas columnas y un Estado Mayor. Llegaron desde Cuba las primeras baterías de artillería, cañones de 75 mm chinos sin retroceso y morteros checos de 82 mm.
Refiriéndose a los combatientes chilenos, el comandante Javier Pichardo, uno de los principales jefes del Frente Sur Sandinista, en una charla en la Universidad Autónoma de Nicaragua (UNAN) en julio de 2009, a propósito de la conmemoración del 30 aniversario de la Revolución Popular Sandinista, dijo que la incorporación de los militares chilenos contribuyó a conseguir mejoras notables en el entrenamiento básico de infantería de los voluntarios nicaragüenses e internacionalistas, en el empleo de la artillería, en la organización de los puestos de mando y en la asistencia médica.
El dictador Anastasio Somoza, en su libro “Nicaragua Traicionada”, escrito después del triunfo revolucionario, relata: “Cada una de las ciudades atacadas se encontraba bajo una presión tremenda. Sin embargo, la peor amenaza la constituía aquel ejército que había cruzado la frontera desde Costa Rica”. La Guardia Nacional pasó a la defensa a partir del 16 de junio, conteniendo el avance de las fuerzas guerrilleras del Frente Sur en la colina 50. Esta decisiva batalla transformó el carácter de la guerra en una guerra de posiciones y se mantuvo así hasta el 19 de julio, día del triunfo.
El Frente Sur se estabilizó a partir del 17 de junio. La correlación de fuerzas fue cambiando a favor de las fuerzas guerrilleras del Frente Sur, hasta llegar a tener más de dos mil combatientes, 60 piezas de artillería de C-75 y M-82 mm, tres M-120 mm, decenas de lanzacohetes y ametralladoras ligeras y pesadas, y una pieza de artillería anti-aérea de 14.5 mm.
Emociona recordar a los compañeros y compañeras militares que estuvieron en Nicaragua hace 35 años y que fueron testigos, como yo, del triunfo de la Revolución Popular Sandinista el 19 de julio de 1979, sobre todo a los que hoy no están vivos y que murieron en esa misión. Y tantos otros hermanos que entregaron su vida después del triunfo revolucionario, en la lucha posterior para combatir a la contra revolución, junto a los guerrilleros de El Salvador y los internacionalistas que cayeron en Chile, combatiendo a la dictadura.
Gloria eterna a los combatientes internacionalistas chilenos:
Juan Cabezas Torrealba, Mario Guerra Ruiz, Days Huerta Lillo, Edgardo Lagos Aguirre, Miguel Rojas Contreras, Roberto Lira Morel, David Camú, Juan Cortés Zuleta, Alberto Geraldo Bonilla, Charlo Reyes, Juan Palavecino, Jorge Olivares Vega, Luis Emilio Mendoza, Volodia Alarcón, Antonio Ibáñez Godoy, Víctor Otero, Cristian Bascuñán, Roberto Diez, Aníbal Maur, Ramón Navarro Villar, Víctor Romeo de la Fuente, Iván Figueroa, Aníbal Espinoza, Pedro Hernández, Jorge Casares, Orlando Contreras, Víctor Minué, Antonio Cortés, José Silva, Moisés Marilao Pichun, Juan Henríquez Araya, Joaquín Valenzuela Levi, Antonio Madrigal, Julián Peña Maltes, Roberto Nordenflycht, Raúl Pellegrin Friedman y Ana Flores Hernández.
José Miguel Carrera. @JosMCarreraC
Santiago, Chile, Julio de 2014
Extractos del libro: Misión Internacionalista, de una población chilena a la Revolución Sandinista. José Miguel Carrera. Editorial Latinoamericana. 2010.
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