La noticia del fallecimiento de Luis Corvalán me sorprendió en
Venezuela, durante el trayecto de Maracay a Choroní, en medio de la
exuberante selva venezolana. Recuerdo al ex senador y su dilatada
trayectoria a la cabeza del PC. Luis Corvalán se identifica con el
período que va desde 1961 a 1989, casi treinta años al frente del PC de
Chile.
Corvalán encarnó también la línea de varios PC latinoamericanos,
reticentes a tomar la vía seguida por los revolucionarios de otros
países del continente luego de la gesta cubana. Dichos partidos
comunistas, cual más cual menos, adecuaron sus líneas respectivas al
esquema general aplicado por el PCUS, a veces de manera “innovadora” y
“creadora”, con algunos efímeros éxitos electorales. Las discrepancias
con la dirigencia cubana fueron públicas no sólo a raíz del exabrupto
cometido por el miembro de la dirección del PC de Chile Orlando Millas,
sino también por la polémica pública con los dirigentes del PC
venezolano, uno de los cuales -Pompeyo Márquez- llama hoy en un
cotidiano de Caracas a “terminar el 26 de septiembre (elecciones
legislativas) con la “autocracia existente”.
Habría mucho que escribir sobre el papel jugado por Luis Corvalán en ese
sentido y la dirección que encabezó hasta su desplazamiento a fines de
los años ochenta. Hoy, en medio de esta selva lujuriante del estado de
Aragua, quisiera escribir cuatro líneas sobre el hombre y dirigente
comunista. Mañana –hoy no es la ocasión- habrá que escribir sobre la
política que encabezó y que condujo a la victoria de la UP en 1970 y a
la derrota de 1973. No es una cuestión de personas, se dirá. Sí, para mí
hoy lo es.
Luis Corvalán provenía de un medio humilde, del campo de nuestro país.
Profesor primario y periodista llegó a ser uno de los líderes de los
comunistas chilenos y su nombre y acción sirvió para ejemplificar o
denostar lo que se interpretó por entonces como la expresión de la línea
del PCUS en América Latina. Aun si dicha línea pudo ser en algunos
casos “innovadora y creativa”, representó para algunos el arquetipo del
reformismo condenado al fracaso. Ya lo dijo por entonces Roque Dalton en
1974: “¿Cuántos muertos ha costado la vía pacífica la socialismo?”
A fines de los años setenta, Luis Corvalán fue canjeado por el disidente
soviético Vladimir Bukovski. En esa ocasión, Luis Corvalán afirmó que
se había logrado una “gran victoria”: Pinochet y sus secuaces por su
parte, no dejaban de manifestar su júbilo porque habían “obligado a
Moscú a sentarse en la mesa de negociaciones con el gobierno militar”.
Años más tarde, en su casa de San Bernardo, mientras rodaba un
documental para la TV francesa le recordé este hecho y reafirmó lo que
había dicho en el momento del canje: ”Fue una demostración concreta de
la solidaridad de los comunistas soviéticos”.
Aproveché la ocasión para preguntarle qué pensaba de la famosa
declaración del ex dirigente del PCUS Boris Ponomariev, cuando afirmó
refiriéndose a la “revolución chilena” que “una revolución que no es
capaz de defenderse no merece llamarse revolución”. Luis Corvalán, de
natural calmo y cauto me espetó con cierta virulencia: ”Yo le
preguntaría a ese señor qué hizo el partido heredero de la Revolución de
Octubre, que llevó a cabo inmensas conquistas en la URSS y fuera de sus
fronteras, que contribuyó de manera decisiva a la derrota del nazismo y
que se rindió sin disparar un tiro ante Bush y el imperio”.
Caminando por el jardín de su casa me mostró la patagua donde reposan
las cenizas de Luis Alberto. Recuerdo haberlo abrazado y conmovido me
dijo: ”Siempre recuerdo a tu padre con afecto. Nos hizo visitar todos
los bellos lugares de Roma. Lástima que se haya ido tan pronto”.
Corvalán tenía mucho afecto por Italia y el PCI presidido por Enrico
Berlinguer cuya línea lo entusiasmaba: “Ah, Berlimguer, me gusta mucho
Berlinguer y la línea del PCI”.
En esos años el PCI había optado por el “compromiso histórico” y con
Carrillo y Marchais, eran los paladines del “eurocomunismo”. La tragedia
chilena la había servido de pretexto a Berlinguer para sacar lecciones,
afirmando que “no basta con obtener una mayoría electoral”, sino que
era necesario alcanzar una mayoría ”real”, una mayoría en la sociedad
civil. Los lazos entre el PCI, la CGIL, la DC y el establishment
quedaron así establecidos. No era posible una ruptura con el capitalismo
aun si electoralmente las fuerzas por el cambio eran mayoritarias.
El PCI proseguirá esta línea que lo ha conducido a su desaparición.
Se le han reprochado a Luis Corvalán algunas desgraciadas frases que
ante la brutalidad del golpe quedaron en eso, frases: “Somos 300 000
comunistas que nos opondremos ante cualquier intentona golpista. En un
caso así quiero que sepan los reaccionarios más contumaces que hasta las
piedras nos servirán de armas”.
Luis Corvalán pertenecía a esa vieja guardia de dirigentes comunistas
formadas en el “estado de compromiso” que debió aceptar la oligarquía
nativa, que permitió avances en las luchas sociales, la formación de
numerosos cuadros y éxitos electorales fugaces. A esa vieja guardia de
dirigentes comunistas capaces de soportar los rigores de calabozos,
mazmorras y torturas, pero “incapaces de tomar por asalto un nido de
ametralladoras”.
Con Luis Corvalán se va también una parte importante de la historia de los comunistas y del movimiento obrero chileno.
Puedan los comunistas que quedan, dentro y fuera del PC, sacar lecciones
de sus aciertos y de sus errores y recordar las palabras que nos
dirigiera en el local del CC de Teatinos a inicios del gobierno de la
Unidad Popular cuando falleció el dirigente comunista Luis Astudillo y
que hoy podríamos aplicar a Luis Corvalán: “En las nobles tareas de la
revolución se muere pero no se jubila”.
Paco Peña, Choroní, Venezuela, 23 de julio de 2010
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