Lunes negro en los castillos del Rey Midas
por Christian Lisboa (Chile)
17 años atrás 5 min lectura
En los lejanos tiempos de la Gran Regresión, hubo un Rey conocido por los niños como el Rey Midas. Lo que hizo famoso a este personaje fue un encantamiento, o una maldición, según como ustedes lo vean, pues a pesar de ser muy rico, el rey tenía una ambición que no conocía límites. A un genio que se presentó en su castillo una noche como un visitante misterioso, le pidió la gracia de convertir en oro todo lo que sus manos tocasen. Al día siguiente, con los primeros rayos del sol, su ropa de cama, y luego sus pantuflas, sus muebles, todo lo que él tocaba comenzó a transformarse en oro.
Aunque hubo muchos reyes Midas en la historia, ninguno de ellos ha sido tan efectivo en concretar su magia como el gran Rey Midas de nuestro vapuleado Reino del Ají.
Este Rey no necesitó gobernar el país para tener todo el poder en sus manos.
Ni necesitó de grandes conocimientos, ni de títulos nobiliarios ni honoríficos.
No precisó de Doctorados, Magisters ni otras credenciales.
Ni siquiera le fue necesario un caballo y armas de combate.
Para llegar a reinar sobre todos los ajileños (habitantes del país del Ají), le bastó con descubrir su don maravilloso: todo lo que él toca se transforma en el oro que se acumula en forma de papeles accionarios, bonos de renta variable y renta fija, Dólares y Euros invertidos en las bolsas de los más lejanos reinos.
Durante el año 1981, el Rey Midas tocó la vejez. Y la vejez de los trabajadores ajileños se transformó en oro. Y así, este oro ha crecido hasta llegar a la suma de 105.632 millones de monedas (dólares). Cada mes ahorrado para su jubilación por cada trabajador ajileño aporta más monedas a esta alcancía gigante.
Durante ese mismo año, el Rey Midas de nuestra historia descubrió que al tocar la salud de los ajileños, también la transformaría en oro. Y así, crecieron mágicamente grandes edificios poblados por hábiles empleados del rey, quienes ofrecían la panacea de la salud eterna a los compradores, a cambio de un descuento mensual. Nada le decían a los felices trabajadores dueños de flamantes planes de salud eterna, sobre la letra chica de los contratos, que incluían como regalo una caja de Pandora sin costo adicional.
Durante treinta y cinco años, el rey Midas ha tocado todo lo que ha estado a su alcance y lo ha transformado en oro. Nada ha escapado a su voraz ambición. La educación de los niños y jóvenes ajileños, el derecho a transitar libremente de una ciudad a otra, el derecho a utilizar los ríos y los mares para el solaz y el descanso, y hasta el derecho a estacionar libremente un carro enfrente de la propia vivienda, todos estos derechos han sido transformados, uno tras otro, en oro que incrementa las arcas del Rey Midas.
Antiguamente, las historias épicas nos relataban la historia de valientes caballeros que se enfrentaban a fantásticos peligros en pos de una perla o una flor que conquistaría el corazón de su princesa soñada. Hoy, este sueño ha sido transformado también en oro por el rey de nuestra historia. Los miles de postulantes a caballeros, uniformados con bluejeans y zapatillas y armados con su tarjeta BIP, luchan día a día con el tránsito, con la contaminación, con el humor de injustos patrones amparados en un decreto laboral regresivo, para juntar unas pocas monedas que puedan conquistar no el corazón, pero sí todo el resto del cuerpo, de las miles de princesas que esperan cambiar así su suerte.
Pero el Lunes 29 de Septiembre de MMVIII, algo ocurrió. Noticias terribles nos llegaron desde el más poderoso de los reinos extranjeros. Nuestro Rey Midas no era el único dedicado a la transformación de materia vil y de sencillos sentimientos y cotidianos pesares en brillante oro. Resultó que nuestro gran rey Midas no es más que un pequeño enano en el mundo de las Finanzas Internacionales. Y el sistema de ventas y compras de papeles, de pronto, develó su falsedad. De pronto, todo el mundo comprende que el oro nada vale, que el valor real del dinero lo aporta el trabajo y los recursos naturales por él transformados. Miles de millones de monedas de oro han quedado, repentinamente, guardadas en bóvedas gigantescas, sin ningún valor.
Nuestro pequeño Rey Midas tiembla de terror, pues todo lo valioso de nuestra gente, todo lo verdadero, de pronto pierde valor, miles de millones por día, porque él lo vendió al Infalible y Omnipotente Dios Mercado de Capitales. Los trabajadores ven cómo día a día el dinero depositado como fondo de pensión para su vejez, disminuye porque fue mal invertido, arriesgado irresponsablemente por inversionistas que causan la pérdida de muchos meses de jubilación de los ajileños, sin ser ellos mismos afectados, y hasta siendo premiados con suculentas comisiones. Lo más sorprendente es que esto es permitido por los reyes gobernantes, quienes confían en la sabiduría del Omnipotente Dios Mercado y se niegan a intervenir los negocios del Rey Midas para proteger a sus súbditos.
Lástima que este rey Midas no tiene una hija Caléndula que al comenzar a transformar su rostro y todo su cuerpo en oro puro, transforme el corazón de su padre, como el del legendario Rey Midas, quien terminó por preferir la vida y el bien de su niña al engañoso brillo del oro, renunciando al don de la transformación. Nuestro Rey Midas, en cambio, preferiría morir de hambre, alimentado sólo de papeles sin valor, antes que renunciar a su don y aceptar la Regulación inevitable. La que terminará, finalmente, por ser impuesta desde fuera, por el FMI, por los señores del Tesoro, o por el MCE.
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