Los miserables vienen a París “a destruir y a matar”
por Luis Casado (Paris, Francia)
6 años atrás 4 min lectura
Es lo que anuncia el palacio del Eliseo a propósito de los chalecos amarillos que convocan otra manifestación en París para este sábado: “Vienen a destruir y a matar”. La campaña del terror sustituye la lucidez y el razonamiento, es decir la política en su sentido noble. ¿Cómo sorprenderse del violento rechazo que provoca este gobierno?
Demasiados periodistas obedientes pierden el control de sí mismos, se ponen histéricos y aúllan con los lobos en radios y canales de TV. Los medios en Francia están en las manos de una decena de hombres de negocios. Hoy por la mañana un periodista anunció “violaciones y pogromos” (sic). Hay quien prevé una “guerra civil”. No es Apocalypse now sino, derechamente, Armagedón.
Los mismos sumisos periodistas –hay que cuidar el puesto– insinúan las peores infamias, y omiten decir que los GAFA –Google, Amazon, Facebook y Apple– no pagan impuestos en Europa. Un tímido intento de cobrarles alguna modesta contribución se estrelló contra la decisión de Frau Merkel, asustada de las represalias anunciadas por Donald Trump: “Le cobraré derechos de importación a los automóviles alemanes”.
Tampoco señalan que el carburante de los yates y super-yates privados no paga ningún impuesto, como no pagan las líneas aéreas sobre el combustible que utilizan sus aviones. Barcos y aviones contaminan lo suyo. Cargarle el costo de la “transición ecológica” al pobrerío no es plan. Pero Francia fabrica paquebots de lujo, transatlánticos, porta-contenedores, yates y aviones…
Gérald Darmanin, ministro de Economía, el mismo que trató a los chalecos amarillos de “hordas pardas”, declara muy orondo: “En un restaurant parisino la cuenta –sin incluir el vino– gira en torno a € 200 por persona” (unos 150 mil pesos chilenos). La mayor parte de los jubilados recibe de € 500 a € 1.000 por mes. El salario mínimo mensual es de € 1.188. ¿Quién puede comer en un restaurant parisino?
Ya precisé que las multinacionales pagan en torno a un 8% de impuestos, cuando pagan. Que toda pequeña empresa paga un 30%, y que el IVA está en el 20%.
Para atraer a los Bancos que huirán de Londres en razón del Brexit, Macron les ofreció venir a París… y beneficiar de una sustancial reducción de impuestos. La misma oferta se extiende a los altos salarios de los banqueros, que se cifran en cientos de miles y hasta millones de euros.
El sentimiento de injusticia fiscal y económica se transformó en indignación. “En odio” dicen los periodistas a-tanto-la-hora. Hoy por la mañana, François Ruffin, diputado Insumiso, tuvo que responder a la muy inteligente pregunta: “¿Ud. odia a Emmanuel Macron?”
El Eliseo olió el peligro. Ayer Macron cambió la suspensión del aumento de los carburantes y de los impuestos por su anulación pura y simple. Pero rehúsa restablecer el Impuesto a la Fortuna. Por algo le llaman “el presidente de los ricos”. Su mentor, el ex presidente François Hollande, precisó: “No. Es el presidente de los súper-ricos”. Hollande fue quien le sacó del Banco Rotschild para convertirlo en lo que es ahora.
A la amenaza que representan los chalecos amarillos, gilets jaunes en francés, se une lo que ahora llaman gilets jeunes, el peligro joven: los estudiantes se movilizan y hay cientos de Liceos en huelga, amén de algunas Facultades universitarias. Una de las razones que moviliza a los universitarios es el brutal aumento del costo de la matrícula (la universidad es gratuita, pero se paga un derecho de inscripción) para los estudiantes… extranjeros. ¿Quién dijo internacionalismo?
El ministro del Interior, un tránsfuga socialista encargado de la represión, puede decir lo que quiera: la inmensa mayoría de los chalecos amarillos son ciudadanos pacíficos y respetuosos de la ley. Respetuosos de la República como dicen ellos mismos. Pero, agregan, “este gobierno rompió el Contrato Social”. Jean-Jacques Rousseau… ¿te suena?
Entre las nociones que todo el mundo conoce y comparte, está el principio que dice que los ciudadanos respetan la Ley porque participan en su elaboración. Y aceptan pagar impuestos porque los aprueban ellos mismos. Esa es la ruptura del Contrato Social. La ciudadanía estima que la Vª República ya no les representa. Se transformó en una herramienta al servicio del riquerío. Todos miran hacia arriba. Nadie mira hacia abajo. Hacia esos millones y millones de asalariados, hombres y mujeres, que hacen posible la Francia de hoy.
Macron, perdón, Júpiter, no conoce a los franceses pero los desprecia. Como los desprecia esa elite que se lleva la parte del león, mientras la inmensa mayoría de la población se contenta con las migajas. Los chalecos amarillos, más determinados que nunca, dicen que ese mundo se tiene que acabar. Las mujeres, a menudo mayores, constituyen uno de los batallones más decididos de los chalecos amarillos. A dos siglos de distancia, son las dignas herederas de Olympe de Gouges.
La elección de Macron produjo la masiva conversión de cuanto transeúnte político había en el partido socialista y entre los supuestos gaullistas. Ahora, el hundimiento de esta improbable embarcación producirá –apuesto mi aguinaldo de fin de año– la huida precipitada de las ratas. No sin antes haber jugado la carta de la represión y el caos.
Porque, según estos aprendices de brujo, los miserables vienen a París “a destruir y a matar”.
*Fuente: Politika
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