Conversos y montajes: sobre la itinerancia de Rojas y Ampuero
por Enrique Pérez Arias
6 años atrás 17 min lectura
4 octubre, 2018
«Las biografías de los sujetos a veces dicen mucho más que sus diplomas y conversiones”.
Alfredo Castro
Mauricio Rojas tuvo que renunciar, después de cuatro días, a ser Ministro de Cultura en el Gobierno de Sebastián Piñera. El detonante de la renuncia fueron las protestas por su afirmación de que el Museo de la Memoria era “un montaje”. Tanto en Chile como en Suecia proliferaron artículos de prensa y en Facebook, con informaciones de distinta índole sobre su vida política, también las declaraciones de diversos partidos políticos y personalidades del mundo de la cultura. De esa manera se ha podido reconstruir en parte la vida personal y política de Rojas. Sin embargo, el que más antecedentes entrega es el propio Rojas en el libro Diálogo de conversos (Sudaméricana, 2015) donde, junto al hoy canciller Roberto Ampuero, dialogan sobre su pasado político, sus experiencias como exiliados y su “conversión” a la derecha (neo)liberal. Estos mismos antecedentes no despejan una serie de interrogantes que prevalecen en el relato sobre quiénes son estos personajes y cuáles son los motivos principales de sus conductas.
En el caso de Rojas, tienen que ver con su vida personal, la relación con su madre, su relación con el MIR, su actividad política entre el 70 y 73 en Chile, su vida en el exilio, su temprano abandono de la academia y su paso a centros de estudio de la derecha, para finalmente aterrizar en Chile.
Algunas interrogantes sobre las cuales no hay solo una versión y representan una dificultad responderlas, porque varias personas ya no están para poder testificar algunas de las afirmaciones de Rojas.
En este artículo analizaré las declaraciones de Rojas con cortas alusiones a Ampuero. Mi tesis es que el motivo principal de todas sus actuaciones obedece a la necesidad del reconocimiento que quieren obtener de la clase dominante. Es su propia revancha de querer “ser alguien” socialmente. A Rojas no le basta con ser un intelectual que estudia y analiza la sociedad. A Ampuero tampoco le basta con ser escritor. Quieren reconocimiento público y para eso utilizan su relación con los círculos de poder y se meten en la política contingente. Algunos los han llamado “intelectuales mercenarios”; otros, “intelectuales orgánicos”.
Para esto han “reconstruido” su propia historia glorificando su participación política en la izquierda chilena. En realidad, fueron bastante periféricos tanto en el MIR como en las Juventudes Comunistas, pero queda claro también que ambos se destacan por un afán desmedido de protagonismo. Diálogo de conversos es un ejemplo de narcisismo desmesurado. Se hicieron famosos.
¿Rojas militó en el MIR en Chile?
El primer argumento de los “conversos” es que ellos pueden hablar con propiedad de la izquierda porque “estuvieron allí”, ese argumento justifica su calidad de “conversos”. Ampuero ingresó a las Juventudes Comunistas en 1972 y era el encargado del diario mural en la Escuela de Antropología, su mérito para hablar con propiedad del socialismo es que vivió en Cuba y la República Democrática Alemana.
Rojas dice que prestó su casa para reuniones del comité central donde llegó Miguel Enríquez y de esta manera legitima su militancia en el MIR antes de 1970, pero los miristas saben que una cosa es prestar la casa y, otra, ser militante. De hecho, la militancia no era automática y hubo muchos ayudistas que colaboraban de diferente manera.
Luego cuenta un par de anécdotas: que fue el encargado de hacer mochilas vietnamitas, que en una ocasión estaba “entrenando a un grupo nuevo en el Cajón del Maipo” y se perdieron. Algunas páginas más adelante señala que ya en 1969 no era del MIR, sino de un grupo más extremista, pero que “de tan extremo que era nunca llegué ni siquiera a participar en una acción armada” (p. 59). Al parecer luego se vinculó a otro grupo, “una microsecta que de tan secreta e inoperante no dejó ni huella de su existencia” (p. 60). El relato de su participación política hasta 1973 termina de esta manera:
“Finalmente, cuando nuestro líder se cansó disolvimos nuestro micropartido que ni siquiera tuvo nombre. De esa manera quedé dando vueltas durante el periodo de la UP, acercándome a ciertos grupos del Partido Socialista, pero sin volver a una militancia real. Lo que sí hice fue leer mucho” (p. 60).
Todo este relato sobre su experiencia política es confuso, vago. Rojas no lo dice, pero en algunas entrevistas se afirma que durante el periodo 1970-73 habría salido de viaje fuera del país durante un año, que durante su regreso en barco habría conocido a algunos italianos que iban a Chile, con quienes realizó tareas políticas en un barrio de Santiago. Él, sin embargo, deja la impresión de que durante tres años estudiaba El Capital, que se lo leyó dos veces. Aunque también menciona que entró a estudiar leyes y que trabajó en la CORVI. Hay otro tipo de mentirillas o malos entendidos, como que en esa época fue pololo de Loreto Valenzuela, quien lo desmiente asegurando que solo fueron buenos amigos.
Creyeron gozar de impunidad, que podían decir lo que se les ocurriera. De la impunidad que otorga tener amigos en la cumbre, los que mandan y controlan la economía, la política y los medios de comunicación en Chile. La impunidad que otorga el pertenecer a una alianza derechista a nivel mundial, en Europa, EE.UU. y Latinoamérica. La impunidad que otorga el poder contar con el beneplácito de los medios de comunicación. La calidad de “estrellas” que les da el marketing publicitario y la que les otorga el hecho de que en sus relatos no hay testigos en sus trayectorias que puedan negar algunos de sus dichos.
De ese compromiso político que los “conversos” describen en detalle, concluyen en la gran responsabilidad que ellos tuvieron en la destrucción de la democracia chilena. Así afirma Rojas:
“Sí, nosotros estuvimos en la primera línea en la obra de destrucción de la democracia chilena y luego vinieron los tanques y los generales para concluir, de manera bárbara, lo que nosotros habíamos iniciado” (p. 76).
Y Ampuero reafirma:
“Si en algo nos especializamos los tres fue en destruir, de hecho y de palabra, la república democrática de Chile. Como bien tú dices: lo que pasa después es que como la República está muerta, vienen los militares a enterrarla” (p. 77)
De esta glorificación y falsificación de su propio compromiso llegan a culpar a toda la izquierda chilena del golpe militar, sin mayores análisis ni matices. Su análisis del periodo 70-73 es totalmente parcial, no hay ninguna mención del asesinato del general Schneider en 1970, del rol de EE.UU. ni de las operaciones de la CIA, del boicot a la producción, del papel nefasto de la Democracia Cristiana, de las acciones de Patria y Libertad, de la conspiración militar durante todo el periodo presidencial de Allende. Todos los argumentos de los “conversos” justifican la represión. Es como darle crédito al Plan Z que inventaron los militares para poder perseguir, asesinar, arrestar y torturar a cientos de miles de chilenos.
¿Rojas militó en el MIR en el exilio, en Suecia?
Es necesario reconocer que Rojas, para poder falsear su historia y reiventarse como miembro del MIR, ha leído y se ha aprendido la historia de esta organización. No sabemos qué dijo a las autoridades suecas para poder obtener asilo, pero sabemos que el gobierno socialdemócrata sueco fue muy generoso con los chilenos que llegaron a pedirlo. Hay muchos casos en que con historias falsas o medias verdades, diferentes personas lograron el estatus de refugiado. No era lo mismo, sin embargo, para los militantes que se quedaron en Chile y luego tuvieron que huir del país asilándose o solicitando una visa de refugiado a través del Comisionado de las Naciones Unidas. Estos sí tenían que demostrar su militancia y que estaban siendo perseguidos.
Tempranamente, luego del golpe militar el 11 de septiembre de 1973, el MIR dictaminó la política del “No al asilo”. Era en un momento de caos, del sálvese quien pueda para la mayoría de los dirigentes de la izquierda. El MIR intentó detener la estampida al extranjero aplicando una política severa para sus militantes, los que se asilaban o huían del país automáticamente dejaban de ser miembros de la organización. Rojas lo sabe, por ese motivo explica que él no tenía ese estigma al llegar a Suecia, porque no era miembro de la organización y que, por ende, pudo vincularse con el MIR. Curioso razonamiento, porque no se reclutaba a militantes en el extranjero.
Lo que ocurrió fue que se formaron grupos de apoyo al MIR (GAM) y en uno de esos estaba Rojas en la ciudad de Uppsala. Algunos recuerdan que se destacaba en las marchas de la solidaridad vociferando con un megáfono. Esa era la manera más simple de demostrar su compromiso y justificar su asilo político, frente a sí mismo, frente a sus compañeros ocasionales y frente a las autoridades suecas. Otros recuerdan que dirigía algunas reuniones, sin que nadie pueda explicar por qué él lo hacía. Al parecer, se destacaba por los conocimientos que tenía, por su capacidad de iniciativa y por el interés en organizar su propio grupo. Tenía una visión mesiánica de su propio rol y quería “salvar” a Chile. Tempranamente también sobresalió por su estilo autoritario y arrogante. Era un pequeño Stalin, hacía juicios políticos, sancionaba y amenazaba por las cosas más triviales.
El único dato concreto y trascendental de ese periodo es cuando señala que fue convocado a la política de retorno en 1977. Cuestión muy extraña si no era militante. Dice que fueron tres personas las convocadas, él, José Goñi, quién fue embajador de Chile en Suecia posteriormente, y un tercero del cual no recuerda su nombre. Pero Goñi no confirma esa información. Finalmente no fue a entrenarse a Cuba por “cuestiones burocráticas”, como él afirma. De esa manera quiere dejar claro que él estaba dispuesto a todo.
Ampuero, a su vez, por esas mismas fechas está en Cuba. Él dice que se desilusionó del socialismo en la isla y fue su primer paso para su “conversión”. Lo que no dice es que las Juventudes Comunistas estaban preparando militarmente a algunos de sus miembros para ir a luchar a Nicaragua contra la dictadura de Somoza y él no estuvo dispuesto a asumir esos riesgos, se bajó del carro. Le dio miedo, algo humano.
En Suecia un grupo de ex miristas, con el cual Rojas estaba en contacto, decide trasladarse a la ciudad de Malmö, pero él se va a la ciudad universitaria de Lund. Este grupo se divide rápidamente entre los “intelectuales” que estudiaban El Capital y que Rojas organizó en un círculo de estudios. Otros decidieron apoyar el trabajo de solidaridad con la resistencia en Chile. Estos últimos seguían considerándose miristas a pesar de la sanción que sufrían en ese momento. Para los primeros, la salida de estudiar era la mejor solución individual para personas que no sabían muy bien qué hacer de sus vidas en el exilio. Era la búsqueda de la autorrealización con el apoyo del Estado de bienestar.
Un miembro del MIR de esa época recuerda que Rojas no manejaba el lenguaje mirista, no se comunicaba como lo hacían los militantes, que su lenguaje era teórico y que hablaba de El Capital. El interés de Rojas no estaba en la militancia, sino en el estudio. Por lo tanto, no hay ningún antecedente que demuestre su militancia en el MIR en el exilio.
La gravedad de estas falsedades sobre su militancia y la insistencia en estar constantemente refiriéndose a ella, reside en que está construida sobre la represión brutal, la muerte y el exilio que sufrieron los militantes del MIR y en algunos casos sus familiares. Rojas y Ampuero tampoco tienen pudor para autocalificarse como “conversos”, denigrando de esa manera en su paráfrasis a las verdaderas víctimas.
Con la derecha sueca
Rojas se doctora en Historia Económica en la Universidad de Lund en 1986 y posteriormente es nombrado docente en la misma disciplina. A pesar de estos títulos nunca obtuvo por concurso un cargo fijo en la universidad, se distinguió por otros motivos. En su primera etapa y ya con el respaldo de sus títulos académicos, escribió dos libros sobre la relación de la sociedad sueca con los inmigrantes.
Puso el acento en los temas de discriminación, en las dificultades de los jóvenes de la segunda generación para sentirse parte de la sociedad y de una identidad sueca, en las barreras que existen para poder ser parte de ella. Se hizo miembro de la asociación de investigadores sobre temas de migración y relaciones étnicas. En una ocasión, para la reunión anual de esa organización, intentó dar “un golpe de Estado” y desalojar a la directiva. Por cierto, no le resultó y se desenmascaró frente a sus colegas suecos.
Logró llamar la atención sobre los temas de integración y se hizo un nombre que empezó a ser requerido por los medios de comunicación. Además, por contactos personales, fue llamado a participar en el grupo de investigadores que iban a estudiar la Masculinidad (un tema que Rojas no domina) por encargo del gobierno.
Su vida académica fue corta. En una segunda etapa, ya ligada a la derecha sueca, comienza a plantear diferentes críticas en contra de los inmigrantes: no quieren trabajar, quieren vivir de la asistencia social, no se quieren integrar, son ladrones, hay que expulsarlos del país. Y que esto se debe a una cierta cultura que estos grupos tienen. Cada una de estas afirmaciones provocaron rechazos en diferentes grupos de inmigrantes y en algunos investigadores.
Pero Rojas ya contaba con el beneplácito de la derecha sueca y de sus medios de comunicación. Estaba en todos lados. Se había “blanqueado”. No quería saber nada de los “cabezas negras” y, si se hubiera podido teñir el pelo rubio sin que se notara demasiado, lo habría hecho. Como él mismo lo expresa: “Era una lucha (de nuevo el heroicismo, mi anotación) –un poco desesperada y muchas veces extenuante– que estaba dando por pertenecer, ser reconocido y respetado en una sociedad que no era la mía” (p. 195).
Además, siempre ha hecho declaraciones altisonantes. Por ejemplo, en la primera invasión de los EE.UU. a Irak criticó al gobierno de Bush por no haber arrasado con Sadam Husein y haberlo derrocado. No me consta, pero es probable que Rojas se vanaglorie de que EE.UU. sí lo hizo en su segunda invasión que destruyó el país.
Su trayectoria política en Suecia está repleta de incidentes. Primero se trató de vincular al Partido del Medio Ambiente. Luego estuvo en el Partido Moderata de derecha y posteriormente en el Partido Liberal. De este último, fue representante en el Parlamento, no elegido por votación sino de remplazo al líder de esa organización.
Pero sus propias actuaciones ya le habían acarreado críticas dentro de algunos partidos de derecha y la juventud del partido liberal exigió que lo apartaran. La líder del partido del centro de la coalición de derecha lo vetó, por esto no fue nombrado ministro de Inmigración, el gran sueño que Rojas no pudo cumplir. A partir de ese momento comienza a elaborar su salida del país.
Él mismo lo explica: “Así me di cuenta de que en Suecia no había llegado ni podía llegar a destino, que no podía ejercer violencia sobre mí mismo a fin de llegar a un destino que no me estaba dado alcanzar (p. 196). “Sentí que mi viaje hacia lo nórdico había terminado y que era hora de reemprender el viaje con un nuevo destino” (p 197).
Ese nuevo destino será España y para esto contará con la ayuda inapreciable de Mario Vargas Llosa. El “padrino” (en el lenguaje religioso o mafioso) o el “tío” (como dicen en Chile) o el “papá” (que nunca tuvo). En España tiene el beneplácito del Partido Popular (PP) de Aznar. Se vincula con la Universidad Rey Juan Carlos, que le regalaba títulos académicos a los dirigentes del PP y que hoy está siendo investigada. De allí prepara su aterrizaje en Chile. Sin mochilas vietnamitas, ni gritos altisonantes, ni clandestino, ni dirigiendo grupo alguno, sino con un gran paracaídas para aterrizar de pie y entrar por la puerta ancha en la política chilena como un gran triunfador. Con el beneplácito y apoyo de la derecha chilena y personal de Piñera. Favores con favores se pagan.
Patética autocrítica
Es en esa efervescencia, en ese jolgorio y exaltación de sí mismos que se permiten junto con Ampuero publicar Diálogo de conversos. En una incontinencia verbal, con pocos precedentes, se develan a sí mismos.
Creyeron gozar de impunidad, que podían decir lo que se les ocurriera. De la impunidad que otorga tener amigos en la cumbre, los que mandan y controlan la economía, la política y los medios de comunicación en Chile. La impunidad que otorga el pertenecer a una alianza derechista a nivel mundial, en Europa, EE.UU. y Latinoamérica. La impunidad que otorga el poder contar con el beneplácito de los medios de comunicación. La calidad de “estrellas” que les da el marketing publicitario y la que les otorga el hecho de que en sus relatos no hay testigos en sus trayectorias que puedan negar algunos de sus dichos.
Se equivocaron. Las reacciones y las protestas de un amplio abanico de personas y de familiares de los detenidos desaparecidos les refrescaron la memoria. Ampuero, hasta el momento se mantiene en su cargo de ministro de Relaciones Exteriores, pero su legitimidad personal está tan cuestionada como la de Rojas, al calificar al Museo de la Memoria de “mala memoria”.
Rojas y Ampuero no son solo un producto de sí mismos, son también un producto del exitoso modelo neoliberal; ese que premia las relaciones utilitarias, el individualismo por encima de cualquier otro valor social, la competencia brutal por los recursos para poder sobrevivir. El sistema que promueve las ganancias, las usuras, el abuso y los robos legales, de esa minoría privilegiada que está muy bien representada en el actual gobierno.
Mauricio Rojas, en el último momento de su corta vida como ministro, intentó una autocrítica patética en declaraciones a La Tercera para poder mantenerse en el cargo:
“Esos dichos están sacados de entrevistas anteriores, no sé exactamente de cuándo son, y no reflejan mi posición actual… Y hoy toda expresión que nos divida, que nos confronte, es para mí algo que no tiene lugar. Debemos buscar todo lo que nos una y dejar de lado lo que nos ha dividido y buscar un espíritu distinto para avanzar, por lo tanto, esos dichos no reflejan mi posición actual, ni menos una forma de minimizar, justificar o aceptar hechos que son absolutamente condenables”.
Su afán de agarrarse al poder, de seguir disfrutando de sus desmesuradas ambiciones, lo llevan a utilizar un lenguaje del que nunca había hecho uso. Lo obligaron a retractarse, a negarse a sí mismo en su arrogancia y desfachatez. Anteriormente, frente a otras situaciones conflictivas, siempre arremetió hacia delante y encontró una salida honorable para sus intereses.
Es probable que esta vez lo vuelva a intentar y reaparezca en otras funciones con sus amigos de Chile Vamos, o con sus amigos Aznar y Vargas Llosa en España, o de vuelta en Suecia con sus viejos amigos de la derecha más reaccionaria o de sus nuevos amigos populistas y fascistoides del partido los Demócratas suecos. Amigos de esa calaña no le faltan. Ya veremos si están dispuestos a seguir utilizándolo.
*Fuente: El Mostrador
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