Chile: corrupción y poder
por Rafael Luis Gumucio Rivas (Chile)
18 años atrás 46 min lectura
Todo poder conlleva elementos de corrupción. Este artículo pretende establecer comparaciones históricas respecto de la perversión de las Instituciones, en distintos períodos de nuestra historia. Si bien la tiranía de Pinochet va a ser recordada como la más criminal y expoliadora de la historia de Chile, en menor grado y brutalidad la carencia de probidad existió a lo largo de nuestra historia. Este estudio pretende desmitificar la visión de un Chile republicano probo, es decir, carente de malversación y cohecho. El mito de la excepcionalidad de Chile respecto a la probidad es una invención de la historiografía conservadora que exalta al autoritarismo de los gobiernos portalianos, vilipendiando el avance democrático en el siglo XX. El autor pretende probar falacia de tal visón: si bien es cierto que en nuestra historia hay períodos de mayor corrupción política como es el caso del parlamentarismo 1891- 1925, tan parecido a la actual transición 1990 –2005, en la actualidad existe la misma relación entre negocios individuales y política,. el mismo reinado absoluto de los partidos, el mismo sistema electoral, el mismo desprestigio de los políticos.
All power carries in itself the elements of corruption. This article attemps to establish historical comparisons showing political corruption in different periods of our history. Without a doubt Pinochet´s tyranny will be remembered as the most criminal and abusive in Chile´s history, but brutality and lack of honesty have existed on a lesser scale in our country throughout [its] history.
Keywords: Comparative historical studies, power, corruption, oligarchy, demystification.
Cuando Francisco Villa y Emiliano Zapata se apropiaron de Ciudad de México, Pancho Villa le ofreció a Zapata sentarse en el trono presidencial; el líder campesino se negó aduciendo que un hombre entra bueno al mando pero sale malo Esta versión presenta al poder político como un sujeto que descompone necesariamente, a las personas que lo detentan, por eso se dice que el poder absoluto corrompe absolutamente.
sados de coimas por un plantero, de Rancagua.
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La manipulación de la voluntad popular en el período autoritario y liberal, por la intervención de los gobernadores en las mesas electorales; en el parlamentarismo hasta 1958, por el cohecho, el voto de los muertos y las encerronas; el sistema binominal que hace completamente inútil la elección de senadores y deja el sistema político en manos de los partidos.
La existencia de elecciones periódicas no es una característica exclusiva de los regímenes democráticos: en las dictaduras también se realizan apariencias de elecciones que, en el colmo de la desfachatez, terminan dando un 100% al tirano de turno. En el Chile del régimen portaliano no existía la democracia: el voto era censitario, es decir, sufragaban aquellos que tuvieran, al mínimo, un bien raíz; las inscripciones electorales eran controladas por los gobernadores y, en general, los gobiernos déspotas ilustrados del período portaliano lograban la mayoría absoluta de los electores presidenciales, – en ese tiempo las elecciones eran indirectas, como en la actualidad funciona en Estados Unidos -. Por ejemplo, Joaquín Prieto, el primer gobernante de los decenios, acaparó la totalidad de los doscientos electores; Manuel Bulnes sólo tuvo veintinueve votantes disidentes, logrando más de doscientos representantes a su favor. La república liberal, que si bien realizó grandes cambios políticos, como la limitación del período presidencial y la presunción de posesión de bienes raíces que amplió el sufragio a todos los varones mayores de veintiún años, continuó con la práctica del poder hereditario, en el sentido de que cada presidente designaba a su sucesor. Así, Errázuriz Zañartu pasó el poder al candidato oficial, Aníbal Pinto, y éste a Domingo Santa María, quien a su vez impuso a José Manuel Balmaceda. En cada una de estas elecciones nada pudieron hacer sus rivales: José Tomás Urmeneta logra, apenas, cincuenta y ocho electores contra doscientos veintiuno de Errázuriz. El carismático intendente de Santiago, Benjamín Vicuña Mackena, apoyado por los conservadores, es derrotado por Pinto. El limitado general Manuel Baquedano, a pesar de haber triunfado en la Guerra del Pacífico, es fácilmente vencido por Domingo Santa María. Por último, el radical y masón, Francisco Vergara, se ve obligado a retirarse ante el poder de la intervención oficial, que se pronuncia por José Manuel Balmaceda.
fragio universal encima, es el suicidio del gobernante y no me suicidaré por una quimera. Veo bien y me impondré para gobernar con lo mejor y apoyaré cuanta ley liberal se presente para preparar el terreno de una futura democracia. Oiga bien: futura democracia(…) Se me ha llamado interventor. Lo soy. Pertenezco a la vieja escuela y si participo de la intervención es porque quiero un parlamento eficiente, disciplinado, que colabore con el bien público” (Góngora, 1986:59.)
al aplicar la represión en las huelgas de 1890; el único partido popular que existió en esa época se dividió en dos sectores: uno dirigido por Malaquías Concha, que apoyó al presidente, y el otro, por Antonio Poumpin, que apoyó a los congresistas, muriendo junto a los pijes, en la matanza de Lo Cañas. Los curas y las mujeres, en su mayoría, estuvieron a favor de los congresistas, incluso, el manifiesto del Congreso fue transportado en el refajo de una dama. El historiador Fidel Araneda prueba documentalmente los odiosos discursos de los sacerdotes contra la familia Balmaceda e, incluso, el orador sagrado, Miguel ángel Jara, en una célebre pieza oratoria, envía a los infiernos al suicida presidente.
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La aristocracia chilena, convertida otrora en una burguesía plutocrática, se caracterizaba por su desprecio a los siúticos y los rotos; su modo de vida estaba centrado en el ocio y el menosprecio a toda labor productiva: la mejor manera de mantener el status era la especulación en la bolsa y la explotación de sus extensas propiedades agrarias. Sus costumbres eran imitaciones de Francia. Carlos Vicuña Fuentes llamaba a esta aristocracia “la tribu de Judá”, que despreciaba a los arribistas como Eliodoro Yánez: “Ahí están en los salones del Club de la Unión los Errázuriz, numerosos y tercos, los Ovalles, campanudos, los austeros y secos Valdeses, los elegantes Del Río, los Lyons, agusanados y huecos, los Amunáteguis, acomodaticios y fofos, los testarudos y codiciosos Echeñiques, los variados Figueroas, los vacíos y solemnes Tocornales, y tantos y tantos otros” (Vicuña Fuentes, 2002; 86).
< div>El cinismo político dominaba el período parlamentario tal como en la actualidad. Los ex seguidores del ex presidente Balmaceda, convertidos en los peores oportunistas decían: “…el país quiere ser rico a toda costa, y todos queremos serlo(…) El país quiere hombres nuevos y emprendedores, hombres en quienes no sobrecoja ningún pánico en el mercado y que sean capaces de lanzar la patria por los caminos que llevan a la prosperidad y a la riqueza(…) ¡Qué importa que nuestro candidato no haya pronunciado estrepitosos discursos en el senado, cuando no es esto lo que necesitamos. ¿De qué nos servirían hoy Andrés Bello, Mariano Egaña, Manuel Montt, Antonio Varas, García reyes, Tocornal, Arteaga Alemparte, Santa María y nuestro mismo Balmaceda?” (Góngora, 1986:85).
guro Obrero, que llevó a la renuncia de la candidatura de Carlos Ibáñez, posibilitó el triunfo del Frente Popular, encabezado por Pedro Aguirre Cerda. En las elecciones de 1938 se organizaban las brigadas contra el cohecho, sin embargo, esta práctica corrupta no terminaba hasta que, a finales del segundo gobierno de Ibáñez, ( 1958), se organizó una alianza de partidos compuesta por los Radicales, Falangistas y Socialistas, llamada el Bloque de Saneamiento Democrático que, en su programa incluía, además de la derogación de la Ley de Defensa de la Democracia, que excluía a los comunistas de los registros electorales, una ley que proponía la existencia de una cédula única a utilizar en los eventos electorales. Con esta legislación se ponía fin al cohecho.
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Chile había heredado la misma peste que destruyó al Perú: la riqueza del salitre. Autores como Enrique MacIver, Alejandro Venegas y Luis Emilio Recabarren atribuyen la crisis moral, de comienzos de siglo, a la peste heredada de las provincias arrebatadas a nuestros vecinos del norte. Los diputados y senadores, en su mayoría, eran latifundistas y abogados: confundían su puesto político con los intereses de sus clientes, por ejemplo, Thomas North poseía un equipo de abogados entre lo más granado de la oligarquía chilena; Julio Zegers y su hijo, Julio II, importantes personajes del bando congresista, tramitaban ante el Estado los diversos juicios que les encomendaba su cliente, el rey del salitre; Enrique MacIver y su hermano David, líderes radicales, formaban parte, también, del staff de North. Posteriormente, se agregaron los conservadores, otrora poderosos a causa de la libertad electoral, personajes como Zorobabel Rodríguez y Carlos Walker, quienes se lucían en foro defendiendo las distintas compañías británicas. Es cierto, como lo sostiene Blakemore que otras compañías inglesas disputaban el cetro del rey del salitre, como es el caso de la Casa Gibbs, y tenían también abogados poderosos, como líder Eulogio Altamirano. Posteriormente, defensores exitosos se enriquecieron representando compañías salitreras. Don Arturo Alessandri ganó más de 75.000 libras esterlinas en juicios contra el estado, de parte de la Compañía de Salitres Antofagasta. Rafael Sotomayor, ministro del Interior de Pedro Montt y conocido como culpable de la matanza de Santa María de Iquique, protagonizó un escándalo al conseguir un crédito del Banco de Chile a favor del famoso salitrero, Matías Granja, cuya empresa estaba a punto de declararse en quiebra; se sabía que Sotomayor, además de abogado de Granja, se iba a convertir en su heredero principal. Esta relación de cohabitación entre salitreros, gobiernos y bancos era considerada lícita en esa época.
al acusar a algunos políticos de coimeros. Los malpensados sostienen que los golpes recibidos lo llevaron a la muerte. Los estudiantes anarquistas, de la FECH, publicaban en la revista Acción, los latrocinios de los políticos.
Si bien los empleados públicos honestos ganaban, como en la actualidad, sueldos miserables, no faltaban los privilegiados que, generalmente, eran parientes de aristócratas o recomendados de senadores de diputados, o amigos de un caudillo de provincia. Los directores de Liceos, según Valdés Cange, eran abogados fracasados en el foro, o médicos incapaces de aplicar el bisturí.
íodos jueces dignos, que resistieron al poder dictatorial: el presidente de la Corte Suprema, en 1927, don Javier ángel Figueroa, se negó a aceptar el sometimiento de la corte de justicia a las órdenes del ministro del Interior, Carlos Ibáñez del Campo, que ya acumulaba la casi totalidad del poder. Para nada le sirvió a don Javier ángel ser hermano del inútil presidente de la República, don Emiliano Figueroa: igual el Caballo Ibáñez, de una patada lo despidió de su cargo. A diferencia de los tribunales de la dictadura de Augusto Pinochet, algunos jueces honestos, como Horacio Hevia, acogieron los recursos de amparo presentados por los políticos, perseguidos por Ibáñez.
Conclusiones
Barros, Luis y Vergara, Ximena, El modo de ser aristocrático, el caso de la oligarquía chilena hacia 1900, Edit Aconcagua, Santiago, s/f.
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