China: relación comercial tentadora, pero de alto riesgo
por Eduardo A. Santos Fuenzalida (Chile)
11 meses atrás 8 min lectura
30 de enero, 2024
¿Existe la voluntad política para enfrentar estos desafíos, corregir el rumbo y diseñar e implementar las políticas comerciales que efectivamente necesitamos?
Durante las dos últimas décadas nuestro comercio con China creció explosivamente: las exportaciones se elevaron de un promedio anual de solo 3.415 millones de dólares durante el período de 2003 – 2005 a 32.917 millones de dólares durante 2020 – 2022 y a un récord de 38.915 millones de dólares en el año 2022. Por su parte, durante el mismo período, las importaciones crecieron de 2.463 millones de dólares a más de 22.461 millones de dólares. En simples palabras, nuestro comercio con China creció unas nueve veces durante las dos últimas décadas, mientras el comercio de Chile con el mundo creció poco más de tres veces, de 57.864 millones de dólares a 177.103 millones de dólares.
Bien por China que puede importar todas los minerales y recursos naturales que su voracidad requiere y así nosotros compramos autos, motos, celulares, televisores, zapatillas y textiles de bajo costo, así como otros productos de dudosa calidad y origen. Ah, y no olvidemos los fuegos artificiales. Correcto a simple vista. El “mercado” hace su “pega”: nosotros nos especializamos en la explotación y exportación de recursos naturales con bajo valor agregado e importamos productos de consumo baratos desde China, que nos ayudan a mantener la inflación bajo control. Pero ¿podemos sostener en el largo plazo este “modelo” de intercambio comercial? Creo que no, y espero mostrar por qué no podemos ni debemos hacerlo.
Para empezar, China ya contribuye a una parte muy significativa de nuestro comercio de exportaciones que, durante el período de 2020 – 2022, llega a poco más de 37% del total que exportamos al mundo, para elevarse a 38% en 2022. Por su parte, en el caso de las importaciones, la participación de China es algo menor, pero aun así significativa, llegando al 25%, durante el mismo período. Claramente, creo que esta situación nos hace vulnerables a presiones económicas y políticas externas, como ha ocurrido más de una vez. Algunos todavía podrán recordar el descalabro que se produjo cuando EE.UU. nos “cortó” el suministro de granos y cereales, durante el Gobierno del Presidente Allende. Los más jóvenes, por su parte, tendrán presente la “guerra comercial” desatada por Donald Trump en contra de China, y las nuevas “sanciones” aplicadas por el presidente Biden por diversos temas vinculados a violaciones a los derechos humanos, por el apoyo de China a Rusia e Irán, para “proteger” tecnologías avanzadas y aspectos varios de “seguridad nacional”, entre varios otros motivos. El comercio es y ha sido utilizado –más de una vez– como una “arma” en la geopolítica global. Hoy, esta “arma” está siendo utilizada en el caso de la invasión rusa a Ucrania, también con Cuba y Venezuela, y podría continuar con el listado.
Pero sigamos con China. Las exportaciones al gigante asiático se concentran en solo un puñado de recursos naturales de escaso valor agregado, principalmente minerales y algo de productos agrícolas y alimentos. De hecho, algo más del 50% corresponde solo a minerales (casi exclusivamente, mineral de cobre y su concentrado – HS2603). Otros tres productos, cobre y artículos de cobre (HS74), productos químicos inorgánicos (HS28) y frutas (HS08), principalmente cerezas, elevan la concentración de las exportaciones al mercado chino a casi el 90%, y seis productos más prácticamente completan el listado de nuestras exportaciones a China (99%), incluyendo –en orden decreciente– pulpa de madera y celulosa (HS47), carnes (HS02); bebidas y alcoholes (HS22), madera y artículos de madera (HS44), pescados, crustáceos y moluscos (HS03) y residuos de la industria de alimentos (HS23).
En el caso de los principales productos que exportamos a China (mineral de cobre, cobre y cerezas), somos muy, o casi totalmente, dependientes de los negocios y compras de dicho país, y ello aumenta considerablemente nuestra vulnerabilidad, vulnerabilidad que es particularmente alta en el caso de las cerezas, un producto perecible y de mucha “fragilidad”. De hecho, desde el 2020 a 2022, las exportaciones de cerezas a China alcanzaron un promedio anual de más de 1.545 millones de dólares (¡éxito de ventas!, por cierto), que representan más del 77% del total de las exportaciones de frutas a China, y más del 90% del total de las cerezas que exportamos al mundo. Y, aun así –más de una vez– “aplaudimos” y nos congratulamos por el “éxito” de las cerezas. Raro, me parece. En el caso de las exportaciones de mineral de cobre y concentrado, y de cobre, la participación de China es ligeramente más modesta, pero todavía alcanza al 66% y 41%, respectivamente.
Dadas esas cifras, me pregunto si debemos continuar financiando la promoción de exportaciones de solo un puñado de productos a China, incluyendo las cerezas y, más en general, exportaciones de mineral y de concentrado de cobre, que –en la realidad, creo– se promocionan prácticamente solas. ¿Me equivoco? Además, ¿recuerdan el Chile Week celebrado en China en octubre pasado y el gran número de ministros que participaron en el evento? ¿Se transparentó el costo de ese evento? Y ¿cuánto nos cuesta el número de Oficina Comerciales y el contingente de personal que tenemos en China? Mucho dinero. Al “ojímetro”, un palo y medio o dos, por lo bajo. Creo que las prioridades de promoción deberían estar centradas en América Latina, pues, de no mediar circunstancias imprevistas, las empresas chilenas seguirán haciendo grandes negocios en China, pero ello no puede ser financiado por todos nosotros. Gran negocio, pero no es necesariamente la política pública más adecuada para el desarrollo del país.
Más importante, tengo la convicción de que vendiendo principalmente –o solo– recursos naturales con bajo valor agregado a China y a países de Asia, nos será muy difícil modificar nuestra matriz productiva. Sin las políticas públicas correspondientes, las empresas no tendrán los incentivos necesarios para invertir en nuevas tecnologías, modificar sus “modelos” de negocio y proyectos de inversión. Esto no está ocurriendo y –además– continuamos priorizando la relación comercial con China y Asia.
Claramente, este “modelo” de negocios “rentista” se ve reflejado en el perfil de las exportaciones a Japón y Corea, también centrado en un puñado de productos, principalmente recursos naturales de bajo valor agregado. Si alguien tuviese dudas, aclaro que el alto grado de “concentración” en pocos productos, que se observa en las exportaciones a países de Asia, no ocurre en los envíos destinados a nuestros vecinos de la ALADI. De hecho,
las exportaciones a los países de la Asociación son relativamente diversificadas, incluyen manufacturas varias e incorporan valor. Estas son las relaciones comerciales que deberíamos priorizar; es donde existen las condiciones para competir exitosamente, si realmente esperamos modificar nuestra “matriz productiva”.
Incluso las exportaciones a EE.UU. y la UE no alcanzan la “concentración” observada en los envíos a países de Asia, y ello nos permite “abrir” un espacio a la agregación de valor.
Cierto, las cifras de exportación a China y su crecimiento explosivo son vistosas y “prestan ropa”. Éxito de ventas sin duda. Además, pareciera que la “saludable” balanza comercial que mantenemos con China –unos 10.450 millones de dólares en promedio, durante el periodo 2020-2022– “oscurece la realidad’ de la relación comercial con el gigante asiático y la hace menos dolorosa, pero –como en el dicho– ello es “pan para hoy, hambre para mañana”. También es cierto que ya hemos naturalizado los autos y motos baratas, los artículos de consumo y celulares a precios módicos, y ahora estamos naturalizando que autos chinos promocionen a nuestras selecciones. A simple vista, impecable, particularmente para China y para el fútbol chileno que necesita “billete”. ¿Qué falta?
Pero, más allá de parecer anecdótica, esta es la realidad a la que se enfrenta el Gobierno y –sinceramente– espero que estén preguntándose si vamos en la dirección correcta. A este respecto, adelantaré dos consultas, pero también anticipo mi posición. Para empezar, ¿creen razonable convivir con este alto grado de vulnerabilidad de nuestro comercio exterior? Creo que no, pues ya sea debido a tensiones políticas o problemas en la cadena de suministro (¿recuerdan la pandemia o las actuales tensiones en el Mar Rojo?), la balanza comercial podría desplomarse, dejándonos muy expuestos a presiones externas. Espero que nuestras autoridades y sus asesores estén conscientes del serio desafío que enfrentan y de sus potenciales consecuencias. Me gustaría creer que sí lo están, por lo que me parece posible enmendar el rumbo.
La segunda consulta, y concluyo: ¿existe la voluntad política para enfrentar estos desafíos, corregir el rumbo y diseñar e implementar las políticas comerciales que efectivamente necesitamos? De ser así, ¿tenemos la adecuada institucionalidad pública comercial para llevar adelante esta tarea? Hasta el momento, he argumentado que –fundamentalmente– aún estamos “dejando hacer al mercado” y siguiendo la dirección que nos lleva directamente a China y Asia, más que adoptando políticas públicas de largo plazo que permitan modificar nuestra matriz productiva, nos liberen de la dependencia de la sobreexplotación de los recursos naturales, agreguemos valor a las exportaciones y protejamos el medioambiente.
Estoy convencido de que mientras más nos acercamos e integramos a las economías de Asia –por muy atractivo que hoy parece–, más nos alejamos de Latinoamérica y de los cambios económicos estructurales que necesitamos.
-El autor, Eduardo A. Santos Fuenzalida, es experto internacional en asuntos de comercio
*Fuente: ElMostrador
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