Su infinita frivolidad es la madre del cordero
por Daniel Matamala (Chile)
2 años atrás 5 min lectura
No fue un exabrupto. Las crueles palabras de la “honorable” María Luisa Cordero sobre la senadora Fabiola Campillai (“no es ciega, tiene un ojo bueno”), son sólo un ejemplo más de su modus operandi.
Los senadores reaccionaron con condena transversal. “Expresiones inaceptables”, dijo el Presidente del Senado, el UDI Juan Antonio Coloma. “Me da vergüenza que forme parte de nuestra bancada”, apuntó la senadora RN Paulina Núñez.
Pero pronto llegaron las relativizaciones. El jefe de bancada de RN, Frank Sauerbaum, ensalzó a Cordero como “una diputada eficiente y trabajadora”, y pidió conocer “el contexto de los dichos”.
¿Necesitan contexto? Aquí va el contexto.
Hace 19 años, Cordero fue expulsada del Colegio Médico por extender licencias médicas falsas. Con generosa tribuna en programas de radio y televisión, lleva décadas abusando de su título de siquiatra para “diagnosticar” a personajes públicos con supuestas patologías, violando las normas éticas más elementales de su profesión.
Usó y usa jerga siquiátrica para insultar y denigrar, especialmente en términos sexuales, atacando a víctimas de violencia de género (“se calienta cuando le pegan”), desplegando su homofobia al “diagnosticar” a personajes públicos como “homosexuales”, su racismo (trató de “indio horroroso” a Alexis Sánchez) y su clasismo (“el voto de una persona como yo” debería valer 10 veces más “que el de mi asesora del hogar”).
Todo este historial era público y conocido cuando la UDI la levantó como candidata a la Convención. No fue electa, y Renovación Nacional tuvo la brillante idea de darle una segunda oportunidad, esta vez al Congreso.
Tras su artero ataque contra la senadora Campillai, dos personajes de similar calaña la apoyaron: los diputados Johannes Kaiser y Gonzalo de la Carrera. El primero emplazó a Campillai a “publicar el informe del SML” para “aclarar las dudas producidas respecto de su supuesta capacidad visual”. Antes, había dicho que Campillai es una “delincuente” y “criminal” y, sobre el ataque que la cegó, que “la lacrimógena está bien recibida”.
El segundo trató a la senadora de “victimaria” y afirmó que Cordero sólo había dado “una opinión personal acerca de la supuesta visión que todavía tendría”.
Las falacias que usan son típicas del neofascismo del siglo 21.
Se agrede, mediante insultos y calumnias, a un adversario. Cuando este responde, se invierte la carga de la prueba: es el calumniado quien debe probar que lo que se dice de él es falso. Da lo mismo que la ceguera de Campillai esté acreditada por los médicos y por los tribunales de justicia en el fallo que condenó a su agresor. Es ella la que queda en el banquillo de los acusados, obligada a presentar evidencias.
Evidencias que por lo demás no importan porque las mentiras son sólo “opiniones personales”, borrando cualquier distinción entre lo verdadero y lo falso.
El mundo al revés: así opera el neofascismo.
Ambos personajes son otra prueba del nulo estándar de selección de los partidos políticos. Sus antecedentes eran conocidos cuando el Partido Republicano los postuló a la Cámara. Kaiser tenía un largo prontuario de comentarios misóginos y una especial obsesión por atacar a las mujeres víctimas de violación.
El Partido Republicano se alejó de él en la campaña de segunda vuelta, pero pasadas las elecciones todo se olvidó: hoy suele liderar los puntos de prensa de la bancada.
De la Carrera era conocido como propagador de montajes fotográficos, noticias falsas e imágenes trucadas. Como diputado, actúa cotidianamente mediante el matonaje y la violencia verbal y física.
Pamela Jiles tenía un perfil público similar a Cordero: la “deslenguada” que convertía la farándula televisiva en un campo de descalificaciones. Sabiéndolo, el Partido Humanista le entregó un cupo a diputada, y Jiles perfeccionó su personaje. Insulta a sus rivales políticos, se refiere a ellos con sobrenombres ofensivos y usa el bullying para sacar del camino a quien ose enfrentarla.
El PH pagó cara su estupidez. Jiles se apoderó del partido. Sus fundadores y líderes históricos, encabezados por Tomás Hirsch, tuvieron que irse de un conglomerado que estaba orgulloso de sus décadas de historia y del legado de Laura Rodríguez, pero ahora no es más que una sucursal del culto a la personalidad de Jiles.
Hay más ejemplos. El PPD ofreció un cupo a la pareja de Jiles, Pablo Maltés, que usa su mismo manual de conducta. El PH también llevó al Congreso a Flor Motuda, que hizo de la ignorancia y los garabatos su sello; recomendó consumir dióxido de cloro contra el Covid, y fue denunciado por abuso y acoso sexual.
La irresponsabilidad de los medios de comunicación da fama a estos personajes, y el sistema electoral les abre la puerta. Con distritos enormes y que reparten tantos escaños, “ser conocido” o “salir en la tele” puede bastar para conseguir el par de puntos que aseguran un escaño parlamentario.
Y el mismo sistema fomenta las conductas escandalosas. La gran mayoría de los chilenos puede horrorizarse por la inhumanidad de Cordero, pero basta que un grupo de fanáticos la apoye para que este episodio sea un paso adelante en su reelección. Cordero fue elegida con el 4,5% de los votos. Kaiser, con el 5,8%. Motuda, con el 2,7%.
En “How Democracies Die”, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt explican cómo los partidos políticos serios “hacen un esfuerzo concertado para aislar y derrotar” a estos personajes. Los partidos deben servir como filtros, como » guardianes de la democracia”.
En cambio, en casos como el de Mussolini o Chávez, los partidos intentaronsacar provecho de esas figuras demagogas y autoritarias; les abrieron espacio y luego fueron barridos por ellos.
Es lo que ocurre en Chile. En vez de cumplir su rol de guardianes, los partidos chilenos están actuando como el doctor Frankestein: por un escaño o un puñado de votos, crean, defienden y protegen a estos monstruos que terminarán por matar a sus creadores.
Su infinita frivolidad es la madre del cordero.
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