Yo no votaré a Petro
por Aram Aharonian (Uruguay)
2 años atrás 11 min lectura
17 de junio de 2022
En su tercer intento en llegar al cargo más importante de Colombia, Gustavo Petro lleva a cuestas el lastre –así lo llaman los analistas del sistema- de haber sido integrante de un grupo guerrillero, pero es uno de los líderes políticos más importantes de la historia reciente del país, con capacidad de terminar con tanta injusticia y desigualdad, con tantas masacres y muertes de campesinos, indígenas y pobladores, con tanta impunidad para el establishment explotador.
Un elemento destacado en la campaña de las derechas colombianas, latinoamericanas y mundiales contra las candidaturas de Gustavo Petro y Francia Márquez, es que ellas representan para esos sectores ultraconservadores una enorme amenaza. Les aterra la posibilidad de que llegue un presidente de centroizquierda al poder en la nación que con más ahínco (muertes y desplazados) ha conservado la oligarquía.
El actual gobierno de Colombia, el que encabeza Iván Duque y digita Álvaro Uribe Vélez, es el principal aliado regional de Washington. En este país cafetero y cocalero EU tienen instaladas ocho bases militares como puntos estratégicos de su área de influencia y de seguridad en lo que consideran su patio trasero desde hace décadas. Colombia es el país latinoamericano donde nunca se ha realizado una reforma agraria.
El poder del narcotráfico y de los grupos paramilitares es enorme, lo que queda demostrado con un enorme acaparamiento de tierras, de los más concentrados en la región latinoamericana en manos de los grupos de terratenientes. En Colombia se ha prolongado una guerra que lleva más de 55 años. En Colombia se ha generado una de las situaciones de mayor marginación y pobreza del continente.
Para los intereses de esa rancia oligarquía colombiana, la candidatura de Gustavo Petro representa el mayor peligro para sus intereses. Por ello se ha lanzado con mayor fuerza toda una gran campaña en diversos medios de comunicación y redes sociales, tratando de inducir el miedo en los sectores populares y medios de la población de que “Gustavo Petro es un peligro para Colombia”.
Hay quienes apoyan a Petro porque es un líder de la izquierda progresista en un país altamente tradicional y de derecha, que propone hacer girar la economía alrededor de la vida, apostarle a la riqueza natural y a la protección del medio ambiente, así como profundizar la democracia, y hacer una estructura económica que se base en la producción y no en la extracción.
Se atrevió a decirle a CNN que «no es posible una América Latina —llámela usted de izquierda o de derechas— que viva de sacar gas, petróleo o cobre. La única posibilidad de un desarrollo sostenible en América Latina es el conocimiento, es la producción».
Petro sigue siendo estigmatizado por sus rivales políticos por su paso por la guerrilla del M-19, una guerrilla urbana de origen socialista, a la que se unió en su juventud. El M-19 dio muchos golpes de efecto como el robo de las armas del Ejército del Cantón Norte (1978), una fortaleza militar, a través de un túnel, y en un acto «simbólico», recuerda Petro», cuando el M-19 robó la espada de Bolívar.
«¿De quién era la espada?», recuerda Petro. «La espada no era ni más ni menos que del pueblo. Y estaba realmente secuestrada», dijo en el programa de televisión Mesa Capital. El día de la firma del acuerdo de paz con el M-19 en 1990, el grupo guerrillero devolvió la espada de Bolívar.
Era época de ebullición, con la revista Alternativa de Gabriel García Márquez, de ‘La pollera colorá’, Mariposas Amarillas y El Camino Culebrero, en una Bogotá que llegaba hasta la calle 100…
En Una vida, muchas vidas recuerda su paso por el M-19: “Nuestro entrenamiento militar era más en técnicas de clandestinidad, de aprender a resistir la tortura en caso de que nos capturaran. Ese momento influyó mucho en mi personalidad. Debíamos ser fuertes, centrados, silenciosos: ante la presión, debíamos aprender a guardar la tranquilidad. Eso me ha servido en la vida para, en los debates parlamentarios más duros, mantenerme tranquilo y centrado”.
A prisión llegó por primera vez en 1985, luego de que un niño le revelara su ubicación al Ejército, intimidado por la amenaza de que le mataran a su mamá. Fue retenido sin orden de captura, torturado por agentes de la fuerza pública y recluido en cuatro lugares: la Escuela de Caballería del Cantón Norte, la Cárcel La Modelo, la Picaleña de Ibagué -luego de que lideraran una protesta para que dejaran trabajar a los presos- y La Picota de Bogotá, cuando hubo un intento de fuga en Ibagué y le echaron la culpa a él.
Contrario a lo que afirman algunas versiones de la derecha ampliamente difundidas en las redes sociales, Gustavo Petro vio la toma del Palacio de Justicia a través de un televisor en la cárcel. No obstante, debido a un comunicado reivindicativo emitido por el M-19 que llevaba su firma, fue culpado por eso, y quedó en el imaginario popular que había participado en la toma.
En febrero de 1987, cuando salió de prisión, prefirió la clandestinidad en Santander. Allá conoció a Mary Luz Herrán, su primera esposa, con quien tuvo a sus hijos Andrés y Andrea. Nombres especiales para Petro. Cuando recién ingresó al M-19 había escogido el alias de Aureliano, en honor a Gabriel García Márquez. Años más adelante adoptó el alias de Andrés, como un gesto de admiración hacia Andrés Almarales, combatiente de quien destacaba su integridad y capacidad para la oratoria, y que murió en la toma del Palacio de Justicia.
A sus peleas dentro de la dirigencia del M-19 se sumaron las amenazas de muerte que empezaron a llegar por parte de la agrupación paramilitar Colombia sin Guerrillas (Colsingue), que lo obligaron a aceptar una propuesta del presidente César Gaviria en el exterior. La familia Petro llegó a Bruselas para cumplir una función diplomática sin hablar inglés ni francés, pero debió conformarse con un Diplomado en Medio Ambiente y Desarrollo Poblacional en la Universidad de Lovaina.
Y aprendió a conducir; lo que dejó de hacerlo cuando regresó a Colombia, en concordancia con su recién adoptada lucha ambiental. También aprendió a usar un computador de escritorio y accedió a internet.
Al regreso al país, él hizo su primer intento por llegar a la Alcaldía de Bogotá, pero no tenía el impacto mediático de Antanas Mockus. No obstante, la Alianza Democrática M-19 se presentó a las legislativas en 1998 y Petro volvió a entrar al Congreso, de donde no salió hasta 2009. Allí lideró todo tipo de debates: desde acaparamiento de terrenos en Bogotá, pasando por el caso de Banpacífico y las escuchas telefónicas, hasta la complicidad de la política nacional y regional con el paramilitarismo.
En su época de parlamentario, Petro también tuvo un encuentro de frente con el líder de las paramilitares Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), Carlos Castaño. Describió esa interacción como una con “una persona débil mentalmente, que se diluía ante contrincantes con convicciones e ideas profundas. Al cabo de unos minutos ya tartamudeaba y retrocedía”. En su versión de la historia, le advirtió a Castaño que moriría a manos de sus propios hombres si no adelantaba un proceso de paz. Así fue: Carlos murió asesinado por su propio hermano, Vicente.
En 2009 salió del Senado de la República para aspirar a la presidencia al año siguiente, y nuevamente en 2018. Dicen que a la campaña electoral de 2022, llegó acercándose a sectores impensables para sus campañas anteriores como el pastor evangélico Alfredo Saade, quien participó en la consulta del Pacto Histórico.
Incluso, tras su victoria en las consultas internas y cuando la coalición del Pacto Histórico obtuvo una alta votación en las elecciones legislativas (16 senadores y 25 representantes a la Cámara) se vio a un Petro calmo y sonriente, confiado en que sería presidente, apostándole a un cambio de política en su país:
Dicen que Petro representa uno de los extremos políticos antagonistas del expresidente Álvaro Uribe Vélez, una polarización de la que muchos dicen estar cansados, según las manipuladas y manipulables encuestas de la prensa hegemónica, que insisten en el peligro del “comunismo” como si viviéramos en épocas de la guerra fría, aquella que en el resto del mundo terminó en 1991.
La fuerza que le dan sus millones de electores tiene contrapeso en sectores que prefieren votar por la derecha porque ven en Petro una amenaza al statu quo, como si éste les favoreciera.
Desde podcasts y videítos por redes nos insisten en que Colombia es un país muy conservador en donde de alguna manera existe la idea colectiva de que un gran cambio es un salto al abismo. Son quienes lo acusan de populista y autoritario y hasta el presidente ultraderechista Iván Duque afirma que si gana las elecciones, Colombia se convertiría en una Venezuela.
Hasta la prensa hegemónica habla de la existencia de toda una serie de conspiraciones a su alrededor, hay todo un hilo de propaganda muy fuerte contra Petro impulsado por sectores más conservadores y tradicionales como las iglesias evangélicas que dicen que Petro «va traer el homosexualismo, va a traer el comunismo, va a traer a Satanás”.
Algunos analistas dicen que genera pasiones viscerales encontradas: hay gente que lo idolatra a muerte, que lo adora, y hay gente que lo odia con todas las entrañas.
La política ha sido transversal a Gustavo Petro. A sus 62 años recoge un paso por la vida pública que lo ha llevado a ser personero y concejal de Zipaquirá, guerrillero, representante a la Cámara, agregado de la embajada de Colombia en Bélgica, alcalde de Bogotá y senador de Colombia durante dos periodos.
Es estoico, pausado, teórico: algunos lo califican como orgulloso, autosuficiente, engreído, y sus enemigos políticos hasta dicen que es ateo, para alejarlo de los votantes en un país católico,
Petro es reconocido como uno de los senadores más destacados del país tras destapar escándalos atroces como la ‘parapolítica’ (inflitración de paramilitares en la política) y los llamados falsos positivos (asesinatos extrajudiciales por parte del Ejército). En 2011 ganó las elecciones para la alcaldía de Bogotá.
Tras una investigación disciplinaria por el manejo de una crisis relacionada con el sistema de recolección de basuras en la ciudad, en un típico caso de lawfare, fue destituido por la Fiscalía e inhibido de ejercer cargos públicos. Si no le puedes ganar en elecciones, impide que participe en ellas.
Pero lo que podría leerse como una «muerte política», le dio a Petro un impulso popular que dejó imágenes muy recordadas, con el alcalde defendiéndose en plaza pública y una multitud llenando la Plaza de Bolívar en el centro de Bogotá, hecho que no se veía desde hacía décadas en el país, ayudando a construir la imagen de ser un perseguido por su victoria jurídica internacional ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que ordenó su restitución como al alcalde de la capital en 2014, le permitió catapultarse como el líder de izquierda que se ha construido hasta hoy.
Petro fue el segundo más votado en las elecciones presidenciales de 2018, detrás de Iván Duque, el candidato del establishment, en una campaña altamente polarizada. Muchos, con el miedo de «ser como Venezuela» como decía la campaña del Centro Democrático, votaron en contra de Petro, apoyando a Duque, actual presidente de Colombia, cuya gestión no alcanza el 20 por ciento de aprobación.
Sin embargo, en esta campaña, la de 2022, Petro ha mostrado un tono más moderado, criticado por muchos de sus filas, por unirse con políticos tradicionales que manejan las llamadas maquinarias políticas, como el expresidente liberal César Gaviria, quien podría brindarle su apoyo luego de las consultas internas.
En la segunda vuelta, todos se alinean contra el cambio, contra él. «Yo no puedo ser ni ambicioso ni falso de que históricamente en cuatro años se pueda producir el cambio real de la sociedad y del Estado colombiano, pero iniciamos una transición. ¿Hacia dónde? Hacia la democracia y hacia la paz», puntualizó.
Los colombianos tienen la oportunidad de cambiar su historia. O al menos de intentarlo. Gustavo Petro, Francia Márquez y el equipo de Colombia Humana se juegan el presente y el futuro ante una derecha y ultraderecha encaramadas en el poder desde hace más de cinco décadas, succionando las riquezas del país, sumando masacres, desapariciones, asesinatos masivos y selectivos, represión permanente… y hambre, mucha hambre y desigualdad.
…
Pero, lo decía en el título, yo no voy a votar por Petro: No vivo en Colombia ni soy ciudadano colombiano…
-El autor, Aram Aharonian, es periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
*Fuente: SurySur
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