Buscando un antídoto contra la confusión y la desesperanza
por Olga Larrazabal S. (Chile)
5 años atrás 5 min lectura
7 de Junio, 2020
Estos últimos 90 días han sido complicados para todos. La amenaza de una partícula microscópica que se puede encontrar en cualquier lado y hacernos pasar no solo un mal rato, sino una mala partida de este mundo, se cierne sobre nosotros como una maldición a la cual no podemos dar forma ni visualizar.
Si a este estado de alerta en que estamos le agregamos el estado de depresión económica planetaria, la falta de trabajo y de remuneraciones, todo esto en escenarios de violencia y rebelión contra los sistemas, y visto todo esto desde la perspectiva de un consumidor de noticias encerrado en su casa, es para chiflarse.
Este encierro prolongado en solitario, yo voy a cumplir 90 días, es un desafío físico, psicológico y moral para cualquiera.
Las personas están agotadas, incluso las que pueden comer todos los días y pagar sus cuenta. Las otras están desesperadas y todos estamos nerviosos y enrabiados, porque sentimos que no hemos hecho nada para merecer esto. Y ahí empiezan las elucubraciones sobre conspiraciones y malvados culpables, y comienzan las rebeliones que culminan en acciones no recomendables y que terminan recayendo sobre otros.
Así los jóvenes con su afán de libertad pueden contagiarse y contagiar a sus padres y abuelos, porque evidentemente vuelven a la casa paterna a pasar la mala racha, y sin querer queriendo pueden matar un par de viejos y mandar a otros al hospital.
Pero todavía hay cosas rescatables que nos pueden dar satisfacción a las personas maduras, que no andan haciendo locuras y que están psicológicamente mal.
Una de ellas es solidarizar con los que nos rodean, o con quienes conoce por trabajo y que sabe que seguramente lo está pasando mal.
Todos tenemos conocidos viejos o pobres no tienen trabajo. Podríamos ofrecerles nuestra ayuda, nuestra voz preguntando por teléfono como se encuentran, nuestro dinero pidiendo que nos manden alguna cuenta que no pueden pagar, para hacerlo nosotros.
Quizás comprar algo extra para regalarle al vecino o, preguntarle a los trabajadores de los edificios donde habitamos si necesitan algo. O a la vieja que vive al frente y que no sabemos si se murió en el encierro o que quizás le duelen las muelas y no tienen un Paracetamol. O a la vecina que se quedó sin gas y no tiene para comprar un balón.
Siempre podemos compartir un pedazo de pan y simpatía y consuelo.
Hay otra forma de exorcizar demonios, y es el arte.
Los que tienen computador o I-Phone pueden acceder a youtube donde está toda la música del mundo, todo el arte pictórico, los más bellos documentales sobre nuestro planeta.
A veces hay que despegar el oído y el ojo de las series violentas y los noticiarios llenos de mala onda, y entrar en ayuno mental absorbiendo solamente cosas bellas. El mundo no se va a caer y no somos irresponsables si le dedicamos a la belleza del arte una hora al día.
Tengo una sobrina aislada en un pueblo del Norte Chico, llena de dolores, y contacté con ella después de muchos años.
Hemos tenido largas conversaciones sobre la familia, y yo le mando música y videos relacionado con la pintura y los pintores. Porque en la pintura el autor capta momentos fugaces de la existencia, que nos lleva a recordar nuestros propios momentos vividos y que anidan en el fondo de nuestra memoria.
Hoy le mandé un video que me cautivó sobre un pintor español llamado Sorolla, que pintaba los mares con pescadores y niños en su Valencia natal, con mujeres vestidas de blanco que tomaban el sol o arreglaban las velas de los botes rodeadas de luz y maceteros en flor.
Me quedé extasiada y se lo mandé.
Y me contestó textual: “Es un bálsamo para mis oídos y ojos, es decir mi mente tan bombardeada por desastres y noticias trágicas”.
También mando música a mis amigos. Si no les gusta, no la escucharán, pero si doy en el clavo, les estaré regalando el recuerdo de un momento, o el descubrimiento de un placer.
Hay vieja música que nos recuerda nuestra infancia y nuestros padres, o los amores de juventud, y rescatando la belleza que tenemos guardada, podemos encontrar paz.
La verdad es que estamos bombardeados y destrozados por noticias sobre las cuales no podemos hacer nada. Lo que diga el Presidente de USA o de China, la verdad es que no está a nuestro alcance cambiarlo.
Lo que haga la banca internacional tampoco. Lo que digan respecto al virus tampoco.
Luego un exceso de información, que no sabemos si es verdadera o falsa y sobre la cual no tenemos ninguna alternativa, es tan malo como pegarse un atracón de completos. Nos indigesta y no sabemos cómo manejar las toxinas
Pero el sol sigue caminando, las montañas y el mar siguen ahí, la música que amamos podemos escucharla y leer la poesía, el arte universal está a nuestro alcance, los amigos están al otro lado del teléfono, y los que lo están pasando mal estarían contentos de recibir nuestra ayuda.
Entonces debemos dedicar más horas al día a la guitarra que dejamos botada, a los viejos DVD, a tomar unos lápices y pintar algo, a ver todos los bellos cuadros del mundo y la hermosa naturaleza de nuestro planeta y de nuestro país, por lo menos una hora al día en toda la tecnología que tenemos a mano.
Quizás debiéramos revisar a nuestros poetas, que se pueden recobrar por Internet, o leer algunos libros que nos hicieron felices, y dejar las máquinas tranquilas por un rato.
Quizás debiéramos aprovechar el tiempo para hacer un recorrido por nuestras vidas, mirarnos con cariño, perdonarnos a nosotros mismos y a los otros y también enmendar algunas cosillas que hemos hecho en forma desprolija y tonta.
Solo la paz de espíritu nos va a ayudar a tener la claridad mental para descifrar la realidad y adaptarnos a una nueva vida cuando salgamos del aislamiento.
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