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La Misión de amor de Pablo Neruda: El Winnipeg, un poema que surcó mares y océanos

La Misión de amor de Pablo Neruda: El Winnipeg, un poema que surcó mares y océanos
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Si se realizara una encuesta para determinar cuál es el mejor poema de Neruda, seguramente se generaría una gran discusión y sería una tarea de largo aliento, sin un resultado seguro. Algunos se inclinarían por los contenidos en “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”; otros lo harían por los que constituyen“Alturas de Macchu Picchu” y muchos, por su extenso “Canto General”. Sin embargo, para obtener la respuesta más segura bastaría con leer lo que el mismo poeta dejó escrito en sus memorias: “Que la crítica borre toda mi poesía, si quiere, pero que no se olvide nunca este poema que hoy recuerdo”, como lo señaló en el Cuaderno 6 de su “Confieso que he vivido”, refiriéndose al rescate desde suelo francés de 2.365 españoles que logró embarcar en el legendario Winnipeg para ponerlos a salvo en su  tierra natal haciendo verbo eso que expresa el Himno Nacional de Chile “…o el asilo contra la opresión”. En recuerdo de esa gesta histórica, Neruda compuso el poema titulado “Misión de amor”, que en su libro “Memorial de Isla Negra”, puede leerse:

Yo los puse en mi barco.
Era de día y Francia
su vestido de lujo
de cada día tuvo aquella vez,
fue
la misma claridad de vino y aire
su ropaje de diosa forestal.

Mi navío esperaba
con su remoto nombre “Winnipeg”

Pero mis españoles no venían
de Versalles,
del baile plateado,
de las viejas alfombras de amaranto,
de las copas que trinan
con el vino,
no, de allí no venían,
no, de allí no venían.

De más lejos,
de campos de prisiones,
de las arenas negras
del Sahara,
de ásperos escondrijos
donde yacieron
hambrientos y desnudos,
allí a mi barco claro,
al navío en el mar, a la esperanza
acudieron llamados uno a uno
por mí, desde sus cárceles,
desde las fortalezas
de Francia tambaleante
por mi boca llamados
acudieron,
Saavedra, dije, y vino el albañil,
Zúñiga, dije, y allí estaba,
Roces, llamé, y llegó con severa sonrisa,
grité, Alberti! y con manos de cuarzo
acudió la poesía.

Labriegos, carpinteros,
pescadores,
torneros, maquinistas,
alfareros, curtidores:
se iba poblando el barco
que partía a mi patria.

Yo sentía en los dedos
las semillas
de España
que rescaté yo mismo y esparcí
sobre el mar, dirigidas
a la paz
de las praderas.

Era fines de enero de 1939. Las tropas franquistas avanzaban con rapidez sobre el frente catalán, ocupando, arrasando  y saqueando villorrios, pueblos y ciudades. A las12.15 hrs. del día jueves 9 de febrero, los nacionales llegaban a la frontera francesa y ejercían el control total sobre los pasos fronterizos desde Puigcerdá hasta Port Bou. Al día siguiente se daba por terminada la guerra en Cataluña, aunque en otros puntos de la península, como Alicante, Almería y Madrid, continuaban los bombardeos sobre las últimas posiciones republicanas y arreciaban los enfrentamientos armados. Todo terminaría oficialmente el sábado 1° de abril de 1939. Sin embargo, por muchos años continuarían los caprichosos fusilamientos de adversarios, luego de burdos simulacros de juicio, una verdadera farsa legal en la que no se resguardaron las mínimas garantías para los encarcelados, como le ocurrió a mi abuelo paterno, Jaime Ferrer Carbó, a quien nunca pude conocer ni besar, como tampoco escuchar un cuento o aprender una canción de sus labios.

Para miles de republicanos, Francia era la única alternativa. Desde el sábado 28 de enero hasta el domingo 5 de febrero, habían logrado cruzar la frontera francesa 170.000 mujeres y niños, 60.000 hombres y 10.000 heridos, cifras que irían en aumento hasta pronto superar el medio millón de personas. Pero llegar a Francia no era fácil; había  que cruzar los Pirineos en pleno invierno, soportando durante varios días intensas lluvias y nevazones. Sólo algunos pudieron realizar parte del trayecto en vehículos. La mayoría lo hizo a pie o en mulas, cargando todos los enseres que podían, los que poco a poco fueron arrojando, incapaces de soportar su peso. Eran lastimosas caravanas que enfilaban por distintos senderos pirenaicos: familias completas con ancianas abuelas y niños en brazos, mujeres embarazadas, hombres extenuados, combatientes que aún conservaban el fusil y  el ideal de recuperar la República, pues para ellos esa derrota no era definitiva.

Para algunos, Francia significó una acogida agradable, comida, techo y abrigo, proporcionados por familias francesas o españolas residentes. Para la gran mayoría, en cambio, su arribo a tierra extranjera no fue otra cosa que añadir otro amargo capítulo a la ya demasiado larga historia de padecimientos vivida durante los años de la cruenta guerra fraticida. Las primeras palabras francesas que oyeron estos refugiados fueron una orden seca: Allez!, allez! Circulez!, circulez!

Con ellas sonando en sus oídos y clavándoles el alma, fueron conducidos como manada a campos de concentración: Le Perthus, Prats de Molló, Argelés sur Mer, Agde, Saint Ciprien, Tour de Carol,  Mont Louis, Amelié- les- Bains, Arles sur Tech, Vernet-les-Bains, Tours, Barcares, Septfonds, Bram, Mazeres…

Cercados de alambradas, rodeados de ametralladoras empuñadas por guardias senegaleses, gendarmes y gardes mobiles franceses, generalmente teniendo por techo las estrellas de un cielo frío, en cada campo de concentración se hacinaban hombres y mujeres por separado en pésimas condiciones higiénicas y mal alimentados. Sobre la arena de las playas del sur de Francia, refugiados republicanos derramaban sus lágrimas y otros sucumbían víctimas de la enfermedad, del hambre y de la añoranza.

Mientras tanto, en Chile gobernaba el profesor radical Pedro Aguirre Cerda, quien en octubre de 1938 había  sido elegido Presidente de la República, encabezando las fuerzas del Frente Popular. Fundamental en su triunfo presidencial había sido la labor política y propagandística realizada por Pablo Neruda, poco después de regresar de España, donde había sido cónsul en Barcelona y Madrid. El amor que Neruda había aprendido a sentir por España y su gente—huella imborrable dejó en él el cobarde asesinato de su entrañable amigo Federico García Lorca— lo impulsó a solicitarle al presidente Aguirre Cerda que lo designara cónsul encargado de la emigración española con sede en París. La respuesta del mandatario chileno no se hizo esperar:

—Sí, tráigame millares de españoles. Tráigame pescadores, tráigame vascos, castellanos, extremeños… Tenemos trabajo para  todos .

Y, satisfecho, Neruda se dirigió a Francia a cumplir “la más noble misión que he ejercido en mi vida: la de sacar españoles de sus prisiones y enviarlos a mi patria. Así podría mi poesía desparramarse como una luz radiante venida desde América entre esos montones de hombres cargados como nadie de sufrimiento y heroísmo. Así mi poesía llegaría a confundirse con la ayuda material de América que, al recibir a los españoles, pagaba una deuda inmemorial”.

A fines de abril de 1939, Neruda y su esposa de entonces, la argentina Delia del Carril, estaban instalados en la calle Quai de l’Horloge dispuestos a embarcar rumbo a Chile a la mayor cantidad de refugiados españoles antes de que se desatara la Segunda Guerra Mundial, que ya como un verdadero fantasma se cernía sobre Europa.

A instancias de Neruda. El Gobierno Republicano en el exilio, a través del servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE), había contratado el vapor Winnipeg a la compañía France-Navigation para el traslado de unos 2.000 refugiados a Chile. El Winnipeg era un viejo navío de carga francés, que habitualmente cubría el trayecto de Marsella a las costas de África con una escasa tripulación no superior a 17 marinos. Había prestado servicios como transporte de tropas durante la Primera Guerra Mundial. En uno de los muelles del puerto de Trompeloup, cercano a Burdeos, rápidamente comenzó a ser acondicionado con literas de madera en tres niveles, ocupando cada centímetro de las bodegas.

En cuanto se supo en Chile que Pablo Neruda estaba organizando el salvataje de miles de refugiados republicanos, el  tema dividió ideológicamente a los chilenos. El influyente “Diario Ilustrado” se opuso tenazmente a la inmigración española, mientras que el matutino “Frente Popular” encarnó la postura humanitaria. Durante meses las disputas fueron en aumento, hicieron tambalear el gabinete de Pedro Aguirre Cerda y alcanzaron a la misma Cámara de Diputados poco antes del zarpe del Winnipeg desde el puerto fluvial de Pauilliac.

En la asoleada mañana del viernes 4 de agosto de 1939, el muelle de Trompeloup hervía de gente. Allí se reencontraban novios, matrimonios, familiares y amigos que llevaban meses y años sin saber el uno del otro. Cada uno de ellos había sido notificado que debía presentarse días antes en la ciudad de Burdeos para luego abordar el Winnipeg rumbo a Chile, un país del que muy pocos tenían alguna noticia. El artífice de ese encuentro milagroso, Pablo Neruda, había instalado unas mesas en una de las bodegas del muelle para realizar los trámites administrativos necesarios. Su firma y un timbre del SERE se convertían en la anhelada autorización para embarcar rumbo a la libertad, la dignidad y la esperanza: Chile.

Y el Winnipeg dio inicio a su travesía que duraría casi exactamente un mes, tiempo durante el cual los refugiados no pusieron pie en tierra hasta llegar a la chilena ciudad de Arica, donde no hubo puerto hasta que uno de los mismos refugiados, años más tarde, lo construyó, hecho que constituye un verdadero símbolo del aporte que significó para Chile esa inmigración española en diversos campos de la cultura, la educación,  el comercio y la industria.

El viejo vapor francés –que años más tarde sería hundido por un submarino alemán en aguas del Atlántico Norte–, enfiló su proa por el Cantábrico, al norte de la península ibérica, para luego entrar en aguas del Océano Atlántico. Pasó cerca de las islas Azores y varias millas más allá hizo su primera detención en la isla Guadalupe. La escala tenía como objetivo el reabastecimiento de agua y alimentos, lo cual se cumplió luego de vencer la negativa inicial de las autoridades isleñas. Vino después el ingreso al Océano Pacífico cruzando el Canal de Panamá que había sido terminado de construir unos años antes. En Arica descendieron unos cuantos refugiados. Cuatro días más tarde, un número aproximado de 2.300 inmigrantes desembarcaron al amanecer en el puerto de Valparaíso, luego de permanecer en cubierta toda la noche anterior contemplando extasiados las luces de los cerros de Valparaíso, esa hermosa y verdadera tierra prometida por Neruda: era la asoleada mañana dominical del 3 de septiembre de 1939. Al descender las movedizas escalinatas, ante ellos se abría la posibilidad de rehacer sus vidas y de retribuir con su trabajo y esfuerzos la hospitalidad que generosamente les brindaban el pueblo y el Gobierno chilenos. Manos fraternas acogieron a los inmigrantes, rescatados por el humanitario corazón de Neruda, para quienes, a contar de ese momento, la esperanza comenzó a ser una realidad. Y para el poeta, su misión de amor, el magno poema de toda su creación.

Jaime Ferrer
Autor de: Los españoles del Winnipeg,el barco de la esperanza,
(Ediciones Cal Sogas, Santiago de Chile, 1989)

*Fuente: NerudaVive

 

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