Víctima del sacerdote Laplagne relata abusos: “Hasbún me preguntó si sentí placer durante el abuso”
por Jonás Romero Sánchez (Chile)
6 años atrás 7 min lectura
14 Agosto, 2018
Este martes se ingresó una querella en contra del sacerdote Jorge Laplagne Aguirre, acusado por un exacólito de haberlo abusado reiteradamente cuando era un adolescente. En su relato –que reproducimos en forma exclusiva-, Javier Molina apunta también a Francisco Javier Errázuriz, Oscar Muñoz Toledo y a Raúl Hasbún, ante quienes denunció estos hechos el año 2010. “No me cabe duda que su pasividad pudo corresponder a un proceder que no buscaba saber la verdad, sino librar al sacerdote de culpa”, dispara el sobreviviente.
Javier Molina Huerta tenía menos de 13 años cuando conoció al sacerdote diocesano Jorge Laplagne Aguirre. Durante su adolescencia como acólito, Molina sufrió abusos sexuales y de conciencia por parte del sacerdote, hechos que denunció al Arzobispado y por los cuales nunca obtuvo respuesta.
Apoyado por la Fundación para la Confianza, este martes se ingresó una querella ante el Juzgado de Garantía de Rancagua. En ella, Molina no sólo relata los abusos sufridos por parte de Laplagne, sino que además describe actitudes de encubrimiento por parte de los máximos líderes de la iglesia católica chilena.
El abogado Juan Pablo Hermosilla, patrocinante de la causa, señaló a The Clinic que estos actos de encubrimiento podrían ser sancionados penalmente, ya que se produjeron con posterioridad al 2010. “Tengo confianza que aquí va a poder ser posible sobrepasar la prescripción”, asegura el abogado.
Aquí, de forma exclusiva, transcribimos un extracto del contenido de la querella. El relato en primera persona de Javier:
Conociendo a Laplagne:
“Provengo de uno familia con fuertes vínculos religiosos, por eso es que desde muy pequeño, mi madre, me motivó a participar de la vida parroquial. En enero del año 2002, cuando tenía 13 años, asistí a la Escuela de la Fe que se realiza todos los veranos en el colegio Carolina Llona, ubicado en Maipú. Me acerqué a un presbítero, el sacerdote Jorge Laplagne. Desde ese primer encuentro, se mostró muy amable y cercano conmigo, de hecho se ofreció a llevarme a mi casa al término de las clases.
Laplagne me solicitó que fuera acólito en su parroquia Santa María de la Esperanza, ubicada en Maipú. Dada la cercanía que se había generado entre nosotros, y considerando que ahora sería acólito en su parroquia, le pedí que fuera mi guía espiritual”.
Los primeros abusos
“Al pasar el tiempo se fue generando tal grado de cercanía que, llegado un fin de semana de 2OO2 Laplagne llegó a mi casa para pedirme que lo ayudara a ordenar el departamento de sus padres en lo comuna de San Bernardo. El sacerdote conversó con mi mama, y le manifestó que tal vez yo podría quedarme o dormir. Dado lo mucho que mi mamá confiaba en Laplagne, me autorizó para acompañarlo. Fue en ese lugar donde comenzaron a ocurrir situaciones extrañas. Él tenía más de 45 años y yo sólo tenía l3 años.
Vimos el ‘Señor de los Anillos’, y al terminar la película me levanté para ir a dormir a la otra habitación, pero Laplagne me dijo: “duerme acá, conmigo ¿O no confías en mí?” En ese momento, extrañado y descolocado, no me atreví a negarme, pues si lo hacía -tal como él me había dicho-, significaba que yo no confiaba en él, por ello, casi como absorto, fui al baño a ponerme mi pijama y al salir, él se encontraba dentro de la cama, dispuesto a dormir. Lo situación fue incómoda, pero en honor a la verdad, no hubo contacto físico durante lo noche”.
“Intentó introducir sus dedos en mi ano”
“[El año 2004] Laplagne llegó a mi casa para pedirle a mi mamá que yo lo acompañara a un viaje a la playa, algo habitual a esa altura. Nos quedaríamos en un departamento que habían adquirido sus padres en un condominio en Isla Negro.
Al entrar al departamento me propuso que me duchara. Al salir de la ducha, el sacerdote Jorge Laplagne había abierto la puerta del baño y se preparaba para ingresar, lo que me descolocó. Se encontraba desnudo, cubierto solo por la toalla, por lo que me apresuré a salir. Fue en ese momento en que me abrazó fuertemente y sentí su erección.
Me paralicé. Salí del baño cerrando la puerta tras de mí, caminando apresuradamente hacia la habitación donde se supone que yo dormiría. Comencé a tiritar por los nervios que la situación me produjo.
Desperté con él abrazándome fuertemente. Intenté moverme, pero en ese momento se subió arriba mío, con sus brazos sujetó fuertemente los míos, y comenzó o refregarse, sobre mí, yo sentía su erección. Por lo fuerza que ejerció sobre mí, me costó sacármelo de encima, pero logré girarme para salirme, sin embargo, al soltarme me abrazó de tal forma que me introdujo su mano por debajo del pantalón de mi pijama, me abrió las nalgas e intentó introducir uno de sus dedos en mi ano. Ya absolutamente paralizado y tiritando, me giré nuevamente para que, con mi peso, estuviere obligado a sacar su mano de mi ano. Al girarme, Laplagne comenzó a darme besos en mis labios a la fuerza, mientras se seguía refregando sobre mí, recuerdo que su respiración se volvió entrecortada. Luego de eso, sin medir palabra, se corrió hacia una esquina de la cama, y esperé que se durmiera.
Comencé a llorar sin consuelo. Recuerdo como si fuese ayer, el miedo que me causó y el odio que sentí contra mi mamá, mi hermano, contra Dios y contra todo aquel que pudiendo defenderme, no estaba ahí para apoyarme. Lloré hasta quedarme dormido.
[Al regresar a Santiago] me dijo: ‘si dices algo, tu mamá arriesga el trabajo en la parroquia, y ella podría enterarse de tu homosexualidad’”.
Las denuncias y el encubrimiento
“Durante el año 2O1O, ya alejado definitivamente de la iglesia, asumí mi homosexualidad con mi familia, y presenté a una pareja en mi casa. Él me escuchó y me empoderó para hablar del tema. Una vez que reuní las fuerzas para enfrentar a mi abusador, llamé por teléfono al Arzobispado de Santiago, y pedí una audiencia con el cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa, quien me indicó vía telefónica que dada la naturaleza de mi relato, debía dirigirme físicamente o la cancillería del arzobispado para hacer la denuncia. Al llegar, me recibió el entonces canciller, presbítero Hans Kast Rist, quien tomó mi declaración, y me pidió disculpas a nombre de la iglesia. Él me informó que se haría una investigación con la declaración que yo había prestado.
Días más tarde, se contactó conmigo el ex vicecanciller del arzobispado, Oscar Muñoz Toledo, el cual me comentó su sorpresa ante mi declaración, me ofreció su colaboración y me invitó a iniciar el proceso que estaría a cargo del padre Raúl Hasbún Zaror, quien ejercería su rol como promotor de justicia.
Durante la declaración me llamó la atención algunas de las preguntas del padre Hasbún: si buscaba compensación económica y si sentí placer cuando (Jorge Laplagne) me metió el dedo en el ano. Al finalizar la declaración, me hicieron firmar un documento en el que renunciaba a hacer cualquier presentación ante tribunales.
Luego de mi declaración, Muñoz Toledo me indicó que podía hablar con una psicóloga que trabajaba en Santiago (yo vivía y estudiaba nutrición en la VIII Región). Dada la poca acogida, preferí alejarme, pues yo había cumplido con mi responsabilidad: denunciar al agresor y confiar en la justicia. Hoy, no me cabe duda que esa pasividad pudo corresponder a un proceder que no buscaba saber la verdad, sino librar al sacerdote de culpa.
Laplagne junto a Javier Molina y dos exreligiosas durante un viaje a Buenos Aires.
*Fuente: The Clinic
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