El carnaval político de Brasil
por Eduarda Fontes (Brasil)
8 años atrás 9 min lectura
En medio de la inquietante crisis política y económica que azota el país, el Carnaval en Brasil se convierte en una ocasión para la expresión de la crítica, la caricatura y el sarcasmo político. English

A Brasil se le suele definir en la prensa internacional como uno de los integrantes del grupo de los BRICS, resaltando su carácter de poder emergente, o como el país que con más colorido y exuberancia celebra el Carnaval.
Ahora que se encuentra hoy inmerso en una grave crisis política y económica, pudiera pensarse que a Brasil siempre le queda el Carnaval para aliviarse, ese período de 4 días al año en el que la gente lo deja todo de lado y se olvida de los problemas y limitaciones de su día a día. Bueno, pues no: este año,no.
Este año, la celebración de la belleza y la gloria que caracteriza el legendario desfile de Río de Janeiro se sustituyó por un derroche de críticas sin precedente: por primera vez en la historia, el Carnaval de Río dio un giro claramente político.
El desfile de 2018 y la respuesta que obtuvo su politización por parte de las autoridades plantean algunas cuestiones de peso acerca de la política brasileña actual.
El origen del Carnaval en Brasil se remonta a la época del imperio, cuando los primeros colonos portugueses celebraban el entrudo, pero fue evolucionando a lo largo de los años.
Este año, lo que prevaleció en la Avenida Marques de Sapucai fue algo completamente distinto: la representación de lo feo, lo malo y lo problemático del país.
Tras la independencia del país, las élites de Río decidieron prescindir de las “anticuadas” formas portuguesas y acercarse más al estilo de las potencias capitalistas europeas importando el baile del Carnaval parisino. A este cambio lo llamaron la «civilización» del Carnaval. El concurso oficial de escuelas de samba se creó en 1932 y el desfile se convirtió en un espectáculo maravilloso.
Así es como funciona: cada escuela de samba elige un tema para el desfile y trabaja durante todo el año preparando un espectáculo lleno de glamour de 50 minutos de duración sobre el tema elegido.
Los temas que se eligen suelen honrar a héroes nacionales, ensalzar las virtudes del país o poner en valor a sus gentes o a sus recursos naturales. Toman la forma de historias épicas contadas en versos de samba-enredo y representadas por personajes disfrazados y carrozas.
Este año, lo que prevaleció en la Avenida Marques de Sapucai fue algo completamente distinto: la representación de lo feo, lo malo y lo problemático del país.
La escuela de samba Beija-Flor de Nilopolis, por ejemplo, optó por representar a Brasil como un monstruo. Dejó de lado el lujo tradicional y se centró en la crítica social para revelar a los «monstruos» que existen en la sociedad brasileña actual.
Inspirándose en el clásico relato de Mary Shelly Frankenstein, publicado por primera vez hace 200 años, presentó una reflexión sobre algunos males sociales como la corrupción, la violencia y la intolerancia – que son los que atormentan a los brasileños hoy.
Su primera carroza representaba el nacimiento de Frankenstein en una carabela, metáfora de los orígenes del monstruo en el que se ha convertido Brasil. Un país que, al igual que Frankenstein, al que crearon a partir de distintas partes del cuerpo cosidas entre sí, es un mosaico.
Otra escuela de samba, Paraiso Tuiuti, cuestionó la afirmación de que no existe esclavitud hoy día en Brasil y llevó al desfile de Marqués de Sapucai una samba-enredo titulada ¡Dios mío, Dios mío! ¿Se extinguió la esclavitud?(parafraseando una frase célebre atribuida al abolicionista José do Patrocinio cuando se firmó la Ley Áurea, que Paraiso Tuiuti pasó de afirmación a interrogación).
El tema elegido fue la explotación del hombre por el hombre, coincidiendo con el 130 aniversario de la abolición de la esclavitud en Brasil, para lo cual la escuela preparó una vívida representación del dolor de los esclavos africanos que fueron llevados a la fuerza a Brasil, espectáculo en el que relacionaba hechos históricos con acontecimientos políticos actuales.
En un tono burlón, la actuación de la escuela Comissão de Frente atacó la reforma de los fondos de pensiones propuesta por el presidente Michel Temer.
Asimismo criticó las manifestaciones a favor del juicio político de 2016 en una sección del desfile que llevaba por título Os Manifestoches (contracción de las palabras títeres y manifestantes), en la que desfilaban manifestantes a favor de la destitución de Dilma Rousseff (cuya idea fuerza era la lucha contra la corrupción) luciendo camisetas de la Confederación Brasileña de Fútbol – famosa por sus casos de corrupción -, controlados por grandes manos vestidas de traje que representaban a los políticos de la derecha.
La guinda del pastel era Michel Temer, representado como un vampiro chupando la sangre de la gente, al que el público acogió con júbilo entonando el ya clásico Fora Temer.
No puede negarse que, este año, el Carnaval de Río se convirtió en escenario de resistencia y subversión.
Estas fueron las escuelas de samba que coparon los primeros puestos del concurso. Todas ellas compartían una visión extremadamente crítica del país (su historia racial, su liderazgo actual, su imagen), algo que dista mucho de la tradicional celebración de la gloria nacional que había caracterizado siempre, hasta la fecha, el desfile de Carnaval.
Otras escuelas también incorporaron críticas políticas en algún momento de sus desfiles. La escuela Mangueira, por ejemplo, recicló los materiales del año pasado para criticar los recortes en la financiación del Carnaval llevados a cabo por el actual alcalde de Río. La escuela Salgueiro abordó el tema de la política racial y de género con una representación de la historia de las mujeres negras brasileñas. Y la escuela Portela eligió el tema de los refugiados.
Cabe señalar que a pesar del gran impacto que produjo entre la población este nuevo enfoque del Carnaval, la cobertura en los grandes medios de comunicación brasileños fue muy inferior a la que le dieron los medios internacionales.
No puede negarse que, este año, el Carnaval de Río se convirtió en escenario de resistencia y subversión. El filósofo ruso Mikhail Bakhtin habría dicho de él que fue auténtica y esencialmente carnavalesco al convertirse en una herramienta de contestación política a través del humor y la caricatura.
Si los líderes políticos convierten la política en una burla, la gente, a cambio, se burla de ellos. La exhibición colorista de resistencia no solo desafió el actual statu quo político, sino que cuestionó también la narrativa post-racial de la identidad nacional brasileña – la narrativa, ampliamente aceptada, según la cual Brasil, a diferencia de Estados Unidos, es una democracia racial.
Y ¿cómo se lo tomó el gobierno? Pues reaccionando con autoritarismo y poniendo al ejército oficialmente a cargo de la seguridad pública en el estado de Río.
El Carnaval de este año es importante en la medida en que demuestra cómo un espectáculo de masas puede convertirse en escenario de crítica política.
Un decreto presidencial, aprobado la semana pasada por el Congreso, otorga al ejército el control sobre todas las operaciones de seguridad en el estado, lo que significa que cualquier decisión sobre seguridad pública en el estado está ahora en manos de los militares y no en las del gobierno democráticamente elegido (a pesar de sus deficiencias), hasta el próximo 31 de diciembre.
Hay que tener en cuenta que Brasil ha vivido un buen número de episodios políticos caóticos en los últimos dos años: el escándalo de corrupción Lava-Jato; el controvertido proceso de destitución de la primera mujer que detentó el cargo de presidenta del país; la crisis del sistema penitenciario; la incesante propagación de la corrupción policial; una serie de reveses en relación a medidas legislativas progresistas (la prohibición del aborto sin límites, la posible de cobertura de la seguridad social y de los derechos de pensión, así como de los derechos de propiedad de las comunidades indígenas y afrobrasileñas, el retorno de la religión como asignatura en las escuelas), a lo que debe añadirse la condena del ex presidente Lula por supuesta corrupción y lavado de dinero y la creación del Ministerio de Seguridad Pública, que se anunció oficialmente el pasado 26 de febrero.
El Carnaval de este año es importante en la medida en que demuestra cómo puede convertirse un espectáculo de masas en escenario de crítica política en la presente encrucijada, marcada por un tipo de política que causa divisiones y por el ascenso de la derecha, a la que encarnan líderes como Jair Bolsonaro, conocidos por sus puntos de vista reaccionarios, homofóbos, racistas y sexistas y por defender restricciones de la libertad de expresión y otros derechos civiles.
La popularidad de Bolsonaro es indicativa de que estos puntos de vista se están volviendo de curso legal en un país en el que la intolerancia hacia la diversidad va en aumento, como lo demuestran las recientes manifestaciones contra la visita de la teórica de género y filósofa estadounidense Judith Butler, la cancelación de exposiciones de arte y los retrocesos en casi todas las esferas de lo público.
Puede argumentarse que esto, en cierta medida, es parte de una tendencia mundial. La difícil situación actual de Brasil tiene varias características en común con lo que está sucediendo en otras partes del mundo, donde un nuevo modelo de líderes autoritarios anda ganando terreno.
Y donde los desfiles, como espectáculos de identidad nacional, cobran cada vez más importancia: no es casual que Trump haya ordenado que se elaboren planes para organizar un gran desfile militar, al estilo del Día de la Bastilla en Francia, con el objetivo de reflejar la preciada idea que tiene Estados Unidos de sí mismo – algo muy alejado de lo que sucedió en Brasil este año.
En Brasil se subvirtió el espectáculo y las autoridades respondieron a la subversión con represión. Debe recordarse que Brasil, al igual que la mayoría de los países que se encuentran en circunstancias similares, ha experimentado y experimenta una difícil transición del régimen militar a la democracia.
Es a la luz de esta realidad que debe analizarse el hecho de que el ejército esté ahora retomando un papel administrativo en Río y que se esté creando un nuevo Ministerio de Seguridad Pública.
¿Qué significa esto en términos de las elecciones presidenciales y estatales que deben celebrarse en el mes de octubre? ¿Se trata de una mera demostración de «fuerza» y «eficacia» por parte del actual gobierno para atraer a los votantes? ¿O se trata de una consolidación de las opiniones de Bolsonaro sobre cómo hay que manejar el país?
Los próximos meses serán cruciales, ya que las fuerzas contrapuestas de la resistencia y el autoritarismo quedarán cada vez más enfrentadas, lo cual representará un desafío para la ya tambaleante democracia brasileña.
*Fuente: Democracia Abierta
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