07.11.2017
Lo más preocupante es que la baja participación electoral no se distribuye de manera homogénea. Son los jóvenes y las personas de origen popular, de nivel socio económico bajo, los que menos votan. Y ello es especialmente manifiesto en las grandes ciudades del país. Y, cuando no acuden a votar es porque no esperan mucho de la política, no creen en los políticos.
Políticos y economistas insisten en la insuficiencia del crecimiento. No se dan cuenta que lo que falta es democracia. Porque cuando la democracia es frágil la sociedad se oscurece, las personas desconfían de las instituciones, la corrupción se generaliza, la delincuencia aumenta. Y, a final de cuentas, la economía se ve afectada y el crecimiento se reduce.
Por eso es preocupante que la democracia representativa esté en problemas en nuestro país. Su debilidad es manifiesta. Lo dice el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Destaca que en las elecciones parlamentarias del 2013 votó apenas el 51% de las personas mayores de 18 años. Y, en las municipales del 2016 lo hizo sólo un 35%. Por cierto, el voto voluntario -instaurado en 2012- agravó una sostenida baja de participación electoral; pero, la caída se venía produciendo desde antes y se hizo más aguda a partir del cambio en la obligatoriedad del sufragio.
La participación electoral en nuestro país es una de las más bajas del mundo. Manifiestamente inferior a América Latina, en que los votantes han alcanzado un 71%; y, también menor al conjunto de los países de la OCDE, que tienen un 64%. El cambio es notable para nuestro país que en los años sesenta era altamente politizado.
No sólo la democracia representativa se muestra débil. También es escasa la organización de la sociedad civil. En efecto, según la última encuesta Auditoría a la Democracia de 2016 del PNUD, los chilenos participan poco en organizaciones voluntarias, que se vinculen a la toma de decisiones locales o nacionales. En promedio, menos de un 10% de los encuestados participa en algún tipo de organización social, sin contar las asociaciones religiosas.
Lo más preocupante es que la baja participación electoral no se distribuye de manera homogénea. Son los jóvenes y las personas de origen popular, de nivel socio económico bajo, los que menos votan. Y ello es especialmente manifiesto en las grandes ciudades del país. Y, cuando no acuden a votar es porque no esperan mucho de la política, no creen en los políticos. Tienen la sensación de que votar no repercute en sus intereses, que sus ideas no son acogidas.
La baja participación ciudadana en las elecciones pone de manifiesto el distanciamiento existente entre las elites y la sociedad, con una creciente desconfianza en las instituciones y en los partidos políticos. Esto se ha acentuado especialmente en los dos últimos años, como consecuencia de los escándalos sobre el financiamiento ilegal de la política y con los hechos de corrupción detectados en carabineros y en el Ejército.
También ha sido evidente en el último tiempo que, las grandes empresas se coluden y engañan a los consumidores; colegios y universidades privadas cierran sus puertas y dejan a los estudiantes sin futuro; las AFP (Administradoras de Fondos de Pensiones) mienten a los ciudadanos con su oferta de pensiones decentes; y las ISAPRES (Instituciones de Salud Previsional) otorgan seguros médicos para su estricta ganancia. A final de cuentas, el discurso complaciente de las elites sobre el crecimiento y la reducción de la pobreza pierde fuerza de convencimiento al abrirse demasiados flancos sobre los abusos del capitalismo chileno.
Por otra parte, la gente participa escasamente en organizaciones ciudadanas para defender sus propios intereses. No existe confianza en el trabajo colectivo. El individualismo que ha instalado el régimen neoliberal lleva a la gente a creer que los canales de participación son solamente para informar o para opinar, pero no para producir cambios. Y eso frena la participación ciudadana. Se prefiere defender estrictamente lo propio antes que arriesgar triunfos colectivos más amplios.
Sin embargo, ha habido también señales que la ciudadanía puede hacerse cargo colectivamente de los problemas que la afectan. Las movilizaciones estudiantiles desafiaron el lucro en la educación; la protesta contra las AFP ha puesto al desnudo la estafa que significa el sistema de pensiones. Pero, en ambos casos, la canalización de las demandas ciudadanas han encontrado tropiezos en la institucionalidad, han sido mediatizadas por el sistema político.
Se abrieron esperanzas con las nuevas organizaciones políticas que nacieron al calor de las movilizaciones estudiantiles del 2011. La constitución del Frente Amplio ha sido un aire fresco para la política chilena. Sin embargo, hasta ahora su fuerza ha sido limitada, con escasa inserción en el mundo popular. Su dirigencia ha preferido embarcarse en disputas personales de poder antes que en la construcción de un camino político claro para terminar con el neoliberalismo y la cultura del individualismo en el país.
Así las cosas, las próximas elecciones presidenciales no anuncian un cambio radical en la participación ciudadana. Todo indica que la gente de clase alta ira en pleno a votar por los suyos. En cambio, las personas más oprimidas por el sistema no parecen entusiasmadas por sufragar. En estas condiciones, la democracia chilena no se verá fortalecida.
-El autor, Roberto Pizarro, es Economista de la Universidad de Chile, con estudios de posgrado en la Universidad de Sussex (Reino Unido). Investigador Grupo Nueva Economía, fue decano de la Facultad de Economía de la Universidad de Chile, ministro de Planificación, embajador en Ecuador y rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (Chile).
*Fuente: El Desconcierto
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