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Derechos de la mujer

Los abortones de la pinche república

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Servidor era un adolescente, allá por los años 1960, cuando asistió, involuntariamente, a un aborto practicado clandestinamente en una charcutería para madres desesperadas. Años más tarde, en los años 2010, en nuestra emisión Lóbulo Varietal de radio Universidad de Chile, entrevistamos a jóvenes mujeres que habían abortado mediante el brutal expediente de los palillos para tejer, o en clínicas del barrio alto. ¿La diferencia? Cinco millones de pesos.

Después de Simone Veil, resulta patético escuchar los “debates” que saturan los medios a propósito de la despenalización del aborto. ¿Simone Veil? Simone Veil. Niña, le cayó encima la segunda guerra mundial, la ocupación nazi de Francia, el secuestro de toda su familia, y la relegación a los campos de concentración del Tercer Reich. Allí perdió padre y madre, algunos hermanos, y sobrevivió porque una puta polaca, Lagerführer, estimó por alguna razón que una bella adolescente no debía morir. De regreso en Francia, construyó una familia y, en algún momento, se metió en política.

Valéry Giscard d’Estaing, presidente de Francia cuya fotografía ornaba las Embajadas galas cuando busqué la protección de la República que ya albergaba a los míos, –y que tuve la ocasión de conocer más tarde cuando fue presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Asamblea Nacional–, la nombró ministro de la Salud. Con una tarea improbable, difícil, ingrata: defender el proyecto de ley de despenalización del aborto. Corría el año 1977, hace 40 años.

Valéry Giscard d’Estaing es católico. Pero como él mismo dice, su deber de presidente superaba sus opciones personales: “Yo era presidente de la República, no de los cristianos. Y había un imperativo de salud pública que no podía ignorar”. Más de 300 mil abortos clandestinos tenían lugar en Francia cada año, y la moral de unos y otros no tenía mucho que ver en ellos.

Simone Veil se enfrentó en la Asamblea Nacional a sus propios compañeros de partido, centristas y gaullistas de derecha. Y tuvo que explicar las razones que llevaron al gobierno a despenalizar el aborto. El aborto. Así de claro. Sin medias tintas: nadie buscó disimularse en embarazos ocasionados por violación, ni en fetos inviables, ni en un eventual riesgo para la vida de la madre. Claramente, derechamente, Simone Veil abordó la cuestión tabú: el derecho para las mujeres de decidir de su propia vida, de su propio destino.

Su memorable discurso en la Asamblea Nacional es un modelo de mesura, de delicadeza, y de firmeza. Esa que le falta a los pinches abortones de esta republiqueta que se llama Chile.

Simone Veil describió la dramática situación que enfrentaban las mujeres:

“Porque frente a una mujer decidida a interrumpir su embarazo, saben que rehusando consejo y apoyo, la arrojan a la soledad y a la angustia de un acto perpetrado en las peores condiciones que podría dejarla mutilada para siempre. Saben que la misma mujer, si tiene dinero, si sabe informarse, irá a un país vecino o incluso en Francia a ciertas clínicas y podrá, sin correr ningún riesgo ni ningún castigo, ponerle fin a su embarazo. Esas mujeres, no son necesariamente las más inmorales o las más inconscientes. Ellas son 300 mil cada año. Son aquellas que cruzamos cada día, de las cuales ignoramos casi siempre la desesperanza y los dramas. Es a ese desorden que hay que ponerle fin. Es con esa injusticia que conviene terminar.”

Dirigiéndose a una Asamblea Nacional en la que algunos diputados la insultaron, Simone Veil argumentó:

“Yo quisiera primero que nada haceros compartir una convicción de mujer y me excuso de hacerlo ante esta Asamblea compuesta casi exclusivamente de hombres: ninguna mujer recurre alegremente al aborto. Basta con escuchar a las mujeres. Siempre es un drama y siempre será un drama.”

“La ley las arroja no solo al oprobio, la vergüenza y la soledad, sino también en el anonimato y la angustia de las persecuciones. Obligadas a ocultar su estado, a menudo no encuentran a nadie que las escuche, las aconseje y les aporte apoyo y protección. Entre aquellos que hoy combaten una eventual modificación de la ley represiva ¿cuántos se han preocupado de ayudar a estas mujeres en su angustia? ¿Cuántos son aquellos que más allá de lo que juzgan una falta supieron manifestar a las jóvenes madres solteras la comprensión y el apoyo moral que tanto necesitaban?»

La República laica, asomada a la crueldad de la realidad cotidiana, entendió que si cientos de miles de ciudadanos, obligados por circunstancias terribles, violaban la ley, no convenía castigarlos sino cambiar la ley.

La cuestión reside en otorgar un derecho, no en obligar a nadie a lo que no le conviene en razón de sus propias convicciones. Mejor aún: el aborto, recurso último, dramático, pero despenalizado, le otorga a las mujeres la posibilidad y el derecho de interrumpir el embarazo en condiciones dignas, higiénicas, y con la asistencia médica y psicológica que conviene a seres humanos.

La ley precisa las condiciones en que la interrupción del aborto puede ser practicado. Los derechos, y también los límites. Y aporta la estructura médica y la asistencia psicosocial que tanta falta hace.

No pocos abortones de la moral aplicada al prójimo se escudan detrás de la defensa de la vida, de los derechos del nonato, olvidando que no levantan un dedo cuando se masacra, o se viola, a los niños ya nacidos, supuestamente “protegidos” por el SENAME, organismo público que les sirve de caja para sus emprendimientos políticos. Y confunden un Estado laico –o supuestamente laico– con un Estado confesional en el que las leyes son dictadas por los “textos sagrados”, la verdad revelada y el dogma.

Este gobierno cometió un error garrafal al someter a la consideración de un Parlamento de pachanga un proyecto pusilánime, saturado de buenas intenciones y de pretextos supuestamente indiscutibles –violaciones cometidas en dictadura y otros crímenes ante los cuales la derecha manifiesta una infinita indulgencia– en vez de plantear la cuestión de fondo que es, entre otros, una cuestión de salud pública: cada año se practican en Chile unos 130 mil abortos clandestinos. Para no hablar de los derechos de la mujer en el siglo XXI.

Hace 40 años, una gran mujer llamada Simone Veil, que no hizo sino acoger una larga lucha de las mujeres francesas por sus derechos más elementales, no tuvo reparos en afrontar la hipocresía de los falsos moralistas. Su memorable discurso terminó con las siguientes palabras:

“Quisiera finalmente, deciros lo que sigue: en el curso del debate, defenderé este texto, en nombre del gobierno, sin propósitos ocultos, y con toda mi convicción, pero es verdad que nadie puede sentir una profunda satisfacción defendiendo tal texto –el mejor posible en mi opinión– sobre tal tema: nadie nunca cuestionó, y la ministro de la Salud menos que nadie, que el aborto es un fracaso cuando no es un drama.

Pero no podemos cerrar los ojos ante los 300 mil abortos que cada año mutilan a las mujeres de este país, que pisotean nuestras leyes y humillan o traumatizan a aquellas que deben recurrir a él.

La historia nos muestra que los grandes debates que dividieron en algún momento a los franceses aparecen, con la perspectiva del tiempo, como una etapa necesaria a la formación de un nuevo consenso social que se inscribe en la tradición de tolerancia y de mesura de nuestro país.”

Hace 40 años. Con un presidente católico cuya actitud visionaria conviene saludar. Y con una mujer inmensa, cuya memoria permanecerá entre nosotros por los siglos de los siglos.

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1 Comentario

  1. olga larrazabal

    Es muy interesante la Constitución chilena. Desde el primer artículo habla de «personas», sin distinguir sexo ni raza, a las cuales les garantiza la igualdad, la dignidad y la libertad. Después especifica que son chilenas las «personas» que nacen en Chile. Y después de darle garantías de respeto y dignidad a todos los nacidos, llamados personas, a las cuales debe protección y otra serie de garantías, agrega lo Artículo 19. La Constitución asegura a todas las personas:
    1°. El derecho a la vida y a la integridad física y psíquica de la persona.
    La ley protege la vida del que está por nacer. 27
    La pena de muerte sólo podrá establecerse por delito contemplado en ley
    aprobada con quórum calificado. 28
    Se prohíbe la aplicación de todo apremio ilegítimo;
    2°. La igualdad ante la ley. En Chile no hay persona ni grupos privilegiados. En
    Chile no hay esclavos y el que pise su territorio queda libre. Hombres y mujeres son
    iguales ante la ley. 29-30
    Ni la ley ni autoridad alguna podrán establecer diferencias arbitrarias;
    3°. La igual protección de la ley en el ejercicio de sus derechos. siguiente: etc

    No soy jurista, pero Proteger la vida del que está por nacer, que no es nacido ni persona, ni ciudadano, versus los derechos de una ciudadana garantizados en la Constitución donde están enunciados como integridad física y psíquica, libertad y protección ciudadana, es una contradicción
    El tema es discernir la contradicción, viendo el énfasis que hizo el legislador en diferenciar «persona» y «ciudadano/a» de meramente «vida del que está por nacer» que solo se menciona en el Cap 3 art 19, mientras al tema de los derechos de las personas en calidad de ciudadanos ocupa varios capítulos desde el N°1 y de eso se trata la constitución, de las personas.
    Además proteger la vida del no nacido, significa proteger a todas las mujeres que son las que llevan hijos en su cuerpo, para que esta gracia de prestar el cuerpo a la reproducción, sea llevada con alegría y dignidad. Pero no significa sacrificar a un ciudadano en aras de una vida no acogida, por la razón que fuere. Nadie puede obligar a otros a ser donante de órganos ni a dar su vida por nadie, si no lo elije y se siente capaz.
    Y así como mantenemos ejércitos para matar a los que nos dicen ser nuestros enemigos, bombardeando a miles de personas inocentes, padres, hijos de alguien, porque esa es la parte no estética de la realidad, también debemos de hacernos cargo de la parte no estética de la realidad femenina, de acuerdo a los cánones tradicionales, de que no necesariamente quiere ser madre en cualquier circunstancia que le signifique un desmedro de sus derechos a la vida y a la salud física y psiquica como persona.
    Y así como un médico que va a la guerra es obligado a empuñar su fusil y aceptar lo que su juramento hipocratico o su religión, no favorecen, también en la vida corriente existen esas situaciones.
    Lo importante es que la decisión del acto la tome quien es directamente afectado y no el Estado u otras personas se arroguen el derecho.

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