Lunes 22 de junio 2015
Ciertamente, hay cosas de las que –a propósito– no se les informa a los mandatarios para no involucrarlos innecesariamente en los aspectos más “grises” de la política. Es lo que en ciencia política se conoce como negación plausible. Por ejemplo, el financiamiento irregular de las campañas políticas.
El problema que muchos chilenos tenemos con la Presidenta Bachelet es que ha tratado de aplicar la negación plausible a todo lo que se ha revelado en estos últimos meses. La mandataria afirmó que nunca supo del negocio de especulación inmobiliaria que su hijo y su nuera realizaron cerca de Rancagua, amparados por un crédito multimillonario del Banco de Chile que fue aprobado en persona por Andrónico Luksic. Como todos los chilenos se enteró por la prensa, dijo.
Bachelet afirmó que tampoco sabía que en los años en que estuvo al mando de la ONU Mujeres en Nueva York se estaba desarrollando aquí en Chile la campaña política para allanar su retorno al poder. Guardando las proporciones, es como suponer que durante sus 18 años de exilio en Madrid, Juan Domingo Perón no tuviera ni idea que sus partidarios luchaban por traerlo de vuelta e instalarlo en la Casa Rosada. Si Bachelet estando en Estados Unidos no sabía que era candidata para el 2014, el entonces presidente de derecha Sebastián Piñera sí lo sabía. Por eso, trató en tantas ocasiones restarle puntos de popularidad, como responsabilizando a la entonces ex mandataria de negligencia por el terremoto y maremoto de febrero de 2010. Y, por cierto, también sus colaboradores sabían que la “Presi”, como la llamaban entonces, iba a volver a presentarse. El mismo día de la derrota concertacionista en la segunda vuelta en enero de 2010, el senador Guido Girardi le comentó en privado a un periodista: “No hay de qué preocuparse, en cuatro años más volvemos con Bachelet”. El político del PPD lo tenía claro. Después de todo, el mismo día en que traspasó el poder a la derecha estaba encaramada sobre el podio de una popularidad que rozaba el 80 por ciento. Y también la inmensa mayoría de los chilenos intuía que Bachelet volvería al poder. Pero no Michelle, según Michelle.
La mandataria tampoco sabía que Jorge Insunza, el ministro de la Secretaría General de la Presidencia que ingresó al palacio presidencial con el tan anunciado cambio de gabinete de inicios de mayo, podía ser un hombre lleno de conflictos de intereses.
El hecho de que Bachelet diga que no estaba enterada de nada de todo esto lleva a tres posibles explicaciones, y todas de ellas son deprimentes. La primera es que la Presidenta esté tratando de embaucar a los chilenos, haciéndonos “pasar gato por liebre”. Ello es poco probable dado el historial de Bachelet. La segunda explicación es que, efectivamente, sea una de las jefe de Estado más ingenuas y peor informadas en la historia política chilena. Ello sería motivo de gran preocupación. Y la tercera es que las redes de asesores e informantes que la rodean son completamente ineptas, y que, de alguna manera, han traicionado la confianza de la Presidenta.
Es precisamente esta tercera explicación la que La Moneda ha tratado transmitir hacia el mundo exterior. Aunque el gobierno y posiblemente la propia mandataria saben que la “cariñocracia” que caracterizaba la relación entre Bachelet y el pueblo ya se rompió, está en juego un valor que incluso es superior a la propia Presidenta: el híper-presidencialismo chileno. Se trata de una versión criolla de la negación plausible que aplicaron por primera vez los presidentes de Estados Unidos Richard Nixon y Ronald Reagan en los años 70 y 80. Hay que resguardar a toda costa al jefe de Estado pero, por sobre todo, a la institución misma de la presidencia. A Nixon no le resultó y tuvo que renunciar. A Reagan, que había aprendido las lecciones de su correligionario republicano, sí. El escándalo Iran-Contra no logró penetrar la Casa Blanca.
Sin embargo, Chile no cuenta aún con una institucionalidad tan madura y avanzada. Y los pasos en falsos de la presidencia están a la vista. Bachelet aún no sabe ni decide a quién nombrar en cargos clave que están vacantes hace semanas e incluso meses. Por ejemplo, los titulares de la Secretaría General de la Presidencia, del Servicio de Impuestos Internos, de la Contraloría General de la República, de la Embajada en Argentina, de la Secretaría de Comunicaciones, etc.
También en este caso las explicaciones posibles son alarmantes. O bien no existen personas con la talla suficiente para cubrir estos cargos, o los que tendrían trayectoria suficiente para ocuparlos no están dispuestos a participar de este gobierno.
El “no saber” de la presidencia también se extiende a otros ámbitos. Bachelet sabe que Chile requiere una nueva Constitución. Sin embargo, ni ella ni nadie sabe exactamente a qué se refiere con “un proceso constituyente”.
Y así, en medio de la confusión y descrédito actual de la política nacional y presidencial, la derecha ha logrado varios triunfos silenciosos. Aunque hoy lunes varios estandartes de la UDI, partiendo por Jovino Novoa, enfrentan una dura jornada de formalización ante la Fiscalía Nacional, su estrategia de frenar la agenda de reformas está cosechando frutos.
Como tantas otras veces en la historia reciente de Chile, cada vez que los poderes establecidos presienten que los vientos no están a su favor, logran gracias a los medios de comunicación oficiales y el poder del empresariado tergiversar las cosas a su favor. El arma que utilizan es siempre el mismo: la economía. Y la amenaza también: se perderán empleos. Y mientras el gobierno de la Nueva Mayoría comienza a claudicar ante estas amenazas de la derecha permanente de este país, la Presidenta hace un nuevo y desesperado intento por recuperar el cariño de la gente. Ha ido a todos los partidos de “la Roja” en el Estadio Nacional y no perdió la oportunidad de fotografiarse en los camarines con Arturo Vidal, ambos obviamente con la camiseta roja de la selección.
Pero tal como ocurrió con la entrevista a Don Francisco, donde Bachelet anunció el cambio de gabinete, la Presidenta nuevamente no ha sabido leer los signos de los tiempos. Si bien es verdad que muchos chilenos están dispuestos a perdonar el accidente y la borrachera de Vidal, dada su importancia para la selección, muchísimos pensaron que debió ser marginado, a pesar de su innegable talento y contribución al equipo chileno.
Algo anda muy mal en el país cuando una Presidenta se saca una foto sonriendo junto a un jugador, que protagonizó un accidente estando alcoholizado y trató de embaucar a la policía, con el fin de recuperar algunos puntos de popularidad.
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“Uno no baila solo por bailar.
Uno baila con los que ya no están, con los que vendrán
y con esta tierra que todavía pide ser escuchada”.
Si yo estuviera en el lugar que ocupa la Presidenta de Chile, también creo que me escondería en «la nube del desconocer».
Creo que estando en la ONU le hubiera ido mejor.
Y recuerdo lo que la mamá del ex presidente Lagos le dijese a su hijo ; Pero Ricardito…porqué te has metido en este lío, m´hijito….
Me parece que Bachelet cayó en una trampita de política sucia y enrevesada, donde interesados de derecha e izquierda pretendieron usarla como caballito de troya.
La situacion es como para reventar cualquier hígado.
Y además, para favorecer a la derecha, en última instancia, por lo que se va viendo..
A menos que se fortalezca y aparezca una sociedad emergente libre de politiqueria comprometida.
En el sistema neoliberal, los únicos políticos que no mienten son los radicales.
Los de izquierda que intentan dar de comer a los niños y atender a los enfermos, para ayudarles a superar fases difíciles de sus vidas.
Los de derechas que quitan la comida a los niños y las medicinas a los enfermos, con la intención de que mueran para que no originen gastos.
Como el radicalismo no suena bien entre la población, los políticos astutos de denominan a sí mismos del Centro, por lo que pronto también surgirá un radicalismo centrista.
¿Qué es el Centro?.
En mi opinión, el Centro es un mercado donde los aprendices a delincuentes, ofrecen sus servicios a los delincuentes expertos.
En este sentido, creo que Bachelet es centrista.