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Entrevista a Rafael Agustín Gumucio, en el año 1983, sobre Salvador Allende Gossens

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Entrevista publicada en: Plural. Revista del Instituto para el Nuevo Chile. Nº 2. Rotterdam 1983
Salvador Allende era ante todo su amigo.
Durante más de 40 años compartieron, cada uno a su manera y con un estilo propio, una pasión vital: Chile y las luchas sociales de sus trabajadores.
Hay algo en ambas trayectorias políticas que impresiona y es esa obsesión por la verdad, la justicia y la democracia. Obsesión que llevó al Presidente Allende a dar su vida en aras de los principios socialistas y a Rafael Agustín Gumucio a renunciar, cuantas veces fue necesario, al Partido en que militaba si éste ya no representaba los ideales por los cuales luchaba.
Desde la época en que por falta de bencina -eran los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial- salían a pasear en bicicleta junto a sus esposas e hijos, hasta el día 5 de septiembre de 1970, en que Allende recién elegido a la primera magistratura, fue a visitar al alba a su amigo Don Rafa para pedirle que aceptara el cargo de Presidente de los partidos de la Unidad Popular, existió siempre entre ellos un lealtad y una complicidad que perdura más allá del dolor y la muerte. Esa lealtad se expresa hoy día en la vuelta de Rafael Agustín Gumucio a Chile, después de 10 años de exilio. Pocos días antes de que la junta militar lo autorizara a regresar al país, conversamos con él sobre Salvador Allende.
Pregunta: Usted fue amigo de Salvador Allende por más de 40 años. Durante la mayor parte de esos años ustedes militaron en partidos cuyos proyectos políticos eran diferentes. ¿Cómo pudo establecerse y perdurar esa amistad?
Rafael Agustín Gumucio (R.A.G.): Cuando conocí a Salvador Allende, en los años 30, ya empezaba la evolución ideológica que me alejaba cada día más del conservantismo y de la derecha y encontré en Allende un hombre abierto que me daba una visión de la izquierda que no conocía. Cierto es que militábamos en partidos políticos diferentes, nuestros ambientes sociales de origen lo eran también, las profesiones que ejercíamos no eran en absoluto afines y, sin embargo, congeniamos siempre, de tal manera que nuestra amistad se extendió al plano familiar, a nuestras esposas e hijos. Debo reconocer que en esa época la militancia ideológica era determinante en la elección de los amigos pero, no es menos cierto que en Chile hasta el aciago 11 de septiembre de 1973 y en cierta categoría de personas existía una fraternidad que permitía el diálogo aun cuando se pensara distinto. En el caso concreto de Allende y el mío, creo que lo que más odiábamos ambos eran los fanatismos.
Pregunta: Sin embargo, no estuvieron siempre de acuerdo. ¿Recuerda usted algún enfrentamiento con Allende?
R.A.G.: No, no recuerdo. Nuestra amistad era muy profunda y no tuvimos nunca un choque desagradable. En un primer tiempo, siendo yo Senador demócrata-cristiano, defendía como era lógico el gobierno de Frei y estaba por lo tanto en contraposición con lo que sostenía la oposición socialista. Pero precisamente uno de los motivos por los cuales decidí renunciar a la Democracia Cristiana fue cuando empecé a comprobar que estaba siempre de acuerdo con la izquierda y no con mi partido.
Pregunta: Su intención de renunciar a la Democracia Cristiana, la comentó alguna vez con su amigo Allende?
R.A.G.: No la comenté con Allende ni con nadie porque sostengo que cuando uno adhiere o renuncia a un partido es un acto muy personal. Conversábamos mucho, evidentemente. Teníamos una vida social muy familiar. En el Senado nuestra camaradería era mucho más íntima que con otros senadores de nuestros respectivos partidos, pero Allende era un hombre muy delicado y no hizo nunca un comentario sobre mi decisión. Creo que no era un «instrumentalista», en el sentido de que no se relacionaba con las personas para sacarles provecho, en este caso político.
Pregunta: La designación de Salvador Allende como candidato a la Presidencia de la república no fue un acuerdo fácil de alcanzar dentro de la joven Unidad Popular. ¿Qué recuerdos tiene de ese período? ¿Pensó alguna vez que votaría por Allende para tan alto cargo?
R.A.G.: No lo había pensado pero lo hice convencido de que era lo mejor para Chile. En efecto, el camino para alcanzar la unidad no fue fácil. Existió en cada partido toda una etapa anterior a la «mesa redonda» para designar candidato, en la que se discutió el carácter de la alianza. Fueron discusiones muy duras en que se ponía en el tapete el integrismo de los «revolucionarios» y el realismo de los que sostenían que lo posible era hacer un gobierno que fuera una «vía hacia e! socialismo». Triunfó la tesis de alianza de clase y de la «vía al socialismo». Allende no había logrado superar su problema interno dentro del Partido Socialista. Candidato posible era, casi más que él, Aniceto Rodríguez. Recuerdo que en una de las tantas vueltas de esa «mesa», el MAPU propuso el nombre de Jacques Chonchol y entonces sucedió la cosa más curiosa y fue que el Partido Comunista Propuso a su vez mi nombre. Al día siguiente, Allende un tanto asombrado me hizo señas en el Senado para que saliéramos a conversar y me preguntó qué significaba esa proposición, señalándome que él tenía la firme intención de ser candidato. Yo le dije: «no te preocupes, si yo no tengo la culpa, yo no quiero ser candidato. Los comunistas han dado mi nombre sin consultarme».
Pregunta: ¿A usted le hubiese gustado ser Presidente de la República?
R.A.G.: No, yo soy apocado. Tengo otros problemas… de personalidad. Lo único que me ha entusiasmado en mi vida es ser parlamentario. Me encantaba. Llegaba tempranísimo a todas las sesiones, me iba casi de noche. ¡Si lo único que me faltaba era tener el colchón y la cama en el Senado!
Pregunta: ¿Quién era «su» candidato?
R.A.G.: Mi candidato fue siempre Salvador Allende. Era lo más lógico. Allende tenía un liderato indiscutido de lucha por el pueblo. Más que un ideólogo de alto vuelo era un luchador social que a través de actitudes concretas daba un mayor testimonio socialista que muchos teóricos. Siempre me mereció respeto porque cada una de sus luchas eran consecuentes con algunos ejes centrales de ideas. Como socialista que buscaba la liberación del proletariado mantenía una actitud clara de ruptura con el orden establecido y ubicaba perfectamente cuál era el enemigo principal. Pero lo novedoso era que a su vez sabía ganar batallas estratégicas y tácticas. Además Allende ya tenía antecedentes de haber sido candidato otras veces…
Pregunta: ¿Y esos antecedentes, no le parecían más bien un punto en su contra?
R.A.G.: No, porque consideraba que era prueba de una tenacidad laudable que había que apoyar.
Pregunta: ¿Tenacidad o ambición por el poder?
R.A.G.: Yo no definiría a Salvador Allende como un ambicioso por el poder, o sea como aquel que está dispuesto a pagar precios indignos para alcanzar sus fines. En el buen sentido de la palabra sí lo era. Hay ambiciones legítimas y otras que no lo son.
Pregunta: Una de las críticas y autocríticas más repetidas durante los años posteriores al golpe ha sido la heterogeneidad de la Unidad Popular y como una de sus consecuencias, una cierta ineficacia en las acciones del Gobierno. ¿Cree usted que Allende deseó en algún momento la creación de un partido único de gobierno, que pudiese controlar más fácilmente?
R.A.G.: Jamás. Yo creo que Allende era un pluralista de carne y hueso. Su adhesión a la democracia y su fe en que ese sistema es compatible con el socialismo, lo llevó a mantener una línea de inalterable repudio a las tentaciones dictatoriales u autoritarias que a veces surgían en su alrededor. Allende creía en la posibilidad de conseguir un consenso, incluso de fuerzas y personas que no pensasen igual, pero que podían ponerse de acuerdo sobre problemas básicos.
Pregunta: ¿Hay algo de utópico en esa actitud?
R.A.G.: Utópico quizás no, pero sí criticable desde otro punto de vista y es que Allende tenía una idea exagerada de un gobierno no personalista, de tal manera que insistía en que todas las grandes resoluciones se tomaran colectivamente por los partidos y finalmente él hacía lo que habían acordado los partidos. Era un poco absurdo en un régimen presidencial donde el Presidente de la República, creo, está obligado en cierta medida, a cortar las cosas en un momento dado. Pero por otro lado es una actitud laudable, porque en realidad el personalismo sí que es una ambición ilegítima. Además no hay que olvidar que el acuerdo de la «mesa redonda» de la Unidad Popular fue que el Gobierno no sería personalista. Allende lo llevó al extremo.
Pregunta: ¿Al extremo de verse obligado a aplicar una política que no era la suya?
R.A.G.: No a ese punto, pero debo reconocer que en ese sentido la última reunión de la Unidad Popular, el jueves 6 de setiembre de 1973, fue una sesión muy dramática. Ya estaba en el aire el peligro de un golpe, Allende se veía un Presidente inquieto. Las últimas gestiones de entendimiento con la Democracia Cristiana, siendo Patricio Alwyn su presidente, habían fracasado una vez más. Entonces Allende llamó a los partidos y les dijo que a él no le quedaba otro camino que pedirles un poder general amplio para iniciar un último intento de entendimiento. Por primera vez en la historia de la Unidad Popular pidió que se votara y perdió la votación. Tuvo el apoyo de los comunistas, de los radicales y del API. Votaron en contra el Partido Socialista, la Izquierda Cristiana y el MAPU.
Pregunta: ¿Cómo reaccionó Allende? Y usted, ¿cuál fue su posición?
R.A.G.: Allende tenía una tranquilidad enorme. Si le iba mal, le iba mal, pero no quedaba enojado con nadie. Por mi parte salí de esa reunión muy desagradado y triste. Mi posición íntima era en favor de lo que pedía el Presidente, pero no podía en ese momento,, contradecir la decisión de mi partido. Después ya no hubo tiempo. Entre medio, durante el fin de semana anterior al golpe, Allende llamó a los partidos Comunista y Socialista y les consultó la posibilidad de anunciar el plebiscito sobre la Reforma Constitucional, que significaba en definitiva, que si lo perdía, tenía que renunciar.
Pregunta: ¿Por qué cree usted que el Partido Socialista no lo apoyó en una coyuntura tan dramática? ¿Y cómo Allende no fue capaz de conseguir ese apoyo?
R.A.G.: La respuesta es difícil de dar desde fuera de ese partido. Creo que Allende fue un líder controvertido dentro de su partido, al que aportaba un sentido más realista que utópico del socialismo. Su constante era una línea democrática, no porque creyera que la democracia liberal y burguesa fuese perfecta, sino porque su visión de futuro preveía que el movimiento popular podía llegar al poder para modificar la democracia tradicional que se vivía en Chile. No hay que olvidar que esa constante democrática lo llevó a encabezar la división del Partido Socialista en 1952, cuando se creó el Partido Socialista de Chile diferenciándose del otro, el Partido Socialista Popular. A pesar de que Allende conocía perfectamente la geografía interna de su partido, empleó una mala táctica con él. Cada vez que necesitaba algo de su partido tenía que estar hablando con tal, para que influyera sobre este otro en el comité central, en tal sentido, etc. Era una pérdida de tiempo enorme. Creo que el Partido Socialista tiene muchos méritos entre los cuales destaco el de ser esencialmente chileno, pero tiene también todos los vicios y virtudes de un partido popular chileno. Desde luego, no tenía una definición ideológica clara aunque se declarara nacional y marxista. Además no tenía la cohesión necesaria. Cohesión que es cierto llevada al extremo puede a veces desembocar en el sectarismo como ocurre con otros partidos.
Pregunta: ¿No cree usted que era necesario, en un Gobierno con las características del de la Unidad Popular, que existiese un partido como el PS que fuese un poco la conciencia crítica del proceso revolucionario?
R.A.G.: El gran problema para los gobiernos en general dentro de la democracia y del pluralismo son las relaciones poder/partido/Presidente. Los partidos de gobierno en teoría deberían ser leales en las buenas y en las malas con los Presidentes que están en el poder. Yo no tengo autoridad moral para decirlo ya que con Frei no apliqué esa teoría porque estaba en desacuerdo con la forma personalista que tema el gobierno y la subestimación que él le daba al partido. Pero considero que es un lujo ser oposición y gobierno a la vez. Ese fenómeno se está dando actualmente en el Partido Socialista francés.
Pregunta: ¿Allende creía que llegaría finalmente a un acuerdo con el Partido Demócrata-cristiano?
R.A.G.: El lo quería de todas maneras y creo que tenía razón. Todos sus esfuerzos de entendimiento con la DC fueron reales y efectivos y no es cierto que fueron entorpecidos por Allende o la Unidad Popular. Se daba cuenta de que para consolidar su Gobierno, necesitaba un consenso mayor que el de la sola izquierda. Yo participé en dos de las conversaciones con la Democracia Cristiana y soy testigo de los esfuerzos hechos en el sentido de llegar a un entendimiento. En las conversaciones que se efectuaron en tomo al problema de la Universidad se les cedió en todo lo que pedían. Tanto se les cedió que Leighton que representaba a su partido, y que es un hombre recto y honesto, se desesperaba porque le habíamos dicho, sí, sí, sí a todo y a él lo llamaban por teléfono para decirle que pusiera otra exigencia en la tabla de discusión, que pidiera más y más. En la segunda conversación que fue sobre la Reforma Constitucional de Renán Fuentealba, también habíamos llegado a un acuerdo, hasta se redactó un acta, pero media hora antes de iniciar la sesión en el Senado y en la cual había que parar la votación sobre dicha reforma, la Democracia Cristiana renunció al acuerdo. Fue el peor conflicto de la Unidad Popular.
Pregunta: ¿Cuál era la reacción de Salvador Allende frente a esos impases?
R.A.G.: Le molestaba, pero era un hombre de cuero duro. No se desanimaba y volvía a insistir y volvía a iniciar otras conversaciones.
Pregunta: Durante la Unidad Popular, ¿intentó Allende conversar con Eduardo Frei?
R.A.G.: Sí, pero Frei le sacó el cuerpo. En realidad fue muy lamentable porque fue unilateral. Eran íntimos amigos. A mi juicio no tenían nada que ver las personalidades de uno y otro. Y cosa curiosa, muchas veces cuando discutíamos Salvador y yo sobre la personalidad de Frei, era Allende quien más lo defendía; creo que lo quería. Allende tenía una gran virtud; no era pelador, cosa rara en los políticos.
Pregunta: Se dice que Frei no tenía mucho sentido del humor y que Allende en cambio sí. ¿Recuerda alguna anécdota divertida de su amigo?
R.A.G.: En otra entrevista relaté una anécdota muy simpática. En el año 1964, en vísperas de ser proclamado Freí como candidato a la Presidencia en un gran acto en el Teatro Caupolicán, donde se iba a colocar un retrato gigante de Frei, Salvador lo llamó haciéndose pasar por el administrador del teatro y en un tono muy serio le dijo: «Senador, fíjese que estoy aquí con un problema, ¿cómo le ponemos su retrato, de perfil o de frente?» Otra vez, recién elegido Allende Presidente, fue a visitar a Frei que todavía no hacía entrega del mando. Frei lo recibió muy estirado y nervioso y mientras le hablaba se paseaba de un lado a otro de la sala, cuando de repente Salvador se levanta de su silla e intempestivamente se sienta en el sillón «presidencial» de Frei y le dice de sopetón: «¿Y cómo me veo?» Tenía un humor increíble… Le gustaba también disfrazarse. ¡Cuántas veces no entró por las ventanas de mi casa disfrazado de las cosas más divertidas!
Pregunta: A la derecha le gustaba criticar ese lado simpático de Allende, en especial su manera de vestir y de vivir en general. También gustaban inventarle una fortuna de millonario…
R.A.G.: Allende nunca dejó de vestirse como quería. Creo que hasta le gustaba que le dijeran «pije», porque en el fondo se abanicaba de esas cosas. Así y todo el pueblo lo quería porque era respetuoso de la gente y no era demagogo, bueno para pasar la mano por el lomo, tratando de ser otra cosa de lo que era. No existen estilos de vida independientes de la clase social a la cual uno pertenece. Sin embargo, el caso de Allende es una excepción, porque siendo burgués de origen y habiendo roto con la sociedad que lo rodeaba a través de su lucha social, no por ello dejo de vivir como a él le gustaba. Pero allí a decir que era millonario… Acuérdese usted de las historias que contaban sobre su «yate», que no era otra cosa que una simple lancha a motor que yo conocí en Algarrobo.
Pregunta: También se ha dicho de Salvador Allende que era un «Don Juan»…
R.A.G.: La verdad es que en buena hora sentía admiración sin límites por el sexo opuesto. Su actitud al respecto era bella, romántica, hasta un poco infantil. Lo importante era que no la ocultaba porque la consideraba legítima y desde luego muy preferible al comportamiento de los tartufos que rezaban el rosario en familia, pero que antes habían dado un paseíto por el Hotel Valdivia. A Don Antonio Hunneus, político liberal de los años 20, le decían «ají confitado» porque era un tirano en su casa y exquisitamente amable en público. En el caso de Allende, su vida privada calzaba ciento por ciento con su vida pública. Más que todas las historias que sus detractores cuentan sobre la vida privada de Allende importa destacar el amor que profesaba por su familia. Tenía un gran espíritu de familia, adoraba a su madre (que era super católica), a sus hermanas; a su esposa y a sus tres hijas, siendo la regalona su hija Tati que fue siempre su leal colaboradora y que cumplía un poco el papel del hijo que no tuvo. En definitiva, el mejor testimonio de los estrechos vínculos que lo unían a su familia lo sigue dando Tencha a través de su admirable labor en defensa de los derechos del hombre, invocando siempre el nombre de Salvador Allende.
Pregunta: Salvador Allende tenía fama de ser un político hábil y perspicaz. ¿Cómo pudo entonces haber sido traicionado de manera tan vil por los generales golpistas sin tener ni siquiera el tiempo de preparar su retaguardia? ¿No contaba acaso el gobierno socialista con servicios propios de información?
R.A.G.: Yo creo que no contaba con servicios propios de información, pero sí sospechaba que había un grupo de generales conspirando. Tanto es así que un día, poco tiempo antes del golpe me dijo que acababa de estar hablando con Pinochet y que éste le había dicho que «para qué se pone usted en el papel antipático de pedir el retiro a toda esa lista de generales sospechosos», que él mismo, Pinochet, lo podía hacer como Comandante en Jefe del Ejército sin que apareciera Allende… y Allende le creyó. Estaba convencido de que era hombre de confianza de Prats y el hombre más seguro. Allende era un hombre bien intencionado. Nadie puede entonces calcular que haya gente que mienta en esa forma cuando ya se está conspirando.
Pregunta: ¿En política se es bien intencionado?
R.A.G.: Hay políticos bien intencionados, la gran mayoría diría…
Pregunta: En todo caso usted. ¿Y qué pensaba Allende del General Prats?
R.A.G.: Estaba muy contento con Prats, que a mi juicio era un gran hombre aun cuando equivocado porque empujó a Allende a ceder en esa famosa ley de control de armas (que tenía por lo demás convencido a José Tohá). Yo estuve profundamente en desacuerdo y se lo dije a Salvador. No es que me largué a profeta a posteriori… pero creí que serviría de pretexto para que los militares reprimieran a los trabajadores como ocurrió. Pero Prats estaba preocupado por el descontento que había en las FF.AA. Había captado el peligro y esa inquietud se la trasmitía al Presidente. Después del golpe se comprobó que la conspiración se había desarrollado largo tiempo antes y con el apoyo de los EE.UU.
Pregunta: ¿Allende no sospechaba el peligro que implicaba esa ley?
R.A.G.: No. Creía que era posible que los militares estuvieran lealmente con el gobierno, pero la verdad es que tanto Allende como la izquierda ignoraban lo que pasaba en ese mundo aparte de los militares.
Pregunta: Al aceptar esa ley, ¿no temía ser calificado de «reformista»?
R.A.G.: Sí, creo que sí. Tal vez por eso en muchas otras ocasiones, para defender su imagen de revolucionario no se opuso firmemente a ciertas acciones, a mi juicio equivocadas, como pequeñas barbaridades del orden de expropiar predios agrícolas de 8 hectáreas. Creo que Allende vivió bajo el temor de que disfrazaran su personalidad de revolucionario, lo que provocaba cierta ambigüedad en la línea de su gobierno.
Pregunta: ¿Cuál cree usted que sería la posición política de Allende en la actual coyuntura de movilización popular en contra de la dictadura?
R.A.G.: Estaría en la primera línea de lucha y con la gran ventaja, creo yo, de poder unir a la izquierda. Hoy habría tenido la capacidad de ver más claro las etapas en la lucha por la libertad. Habría sido un hombre fundamental. Hay gente que cree que Allende en su último discurso del 11 de setiembre, cuando dice «superarán otros hombres de Chile este momento gris y amargo», estaría diciendo que renegaba de los partidos. Yo no lo creo así. Allende era un hombre de partido, un militante y jamás habría sido partidario de un apartidismo o de un apoliticismo que hoy intentan administrar los militares. Creo que Allende, como yo su contemporáneo, estaría preocupado de cumplir la tarea de informar a la juventud sobre lo que fue el verdadero pasado de Chile.
Pregunta: ¿Qué sintió cuando supo que Salvador Allende había muerto?
R.A.G.: Me sentí enfermo; sobre todo por la manera en que este hombre se da en holocausto por el pueblo. Ahora se viene a saber de manera clara que, fuera de defenderse valientemente, fue asesinado. En el libro El Laberinto, el fiscal Popper del proceso de Letelier, da hasta el nombre del oficial que ametralló a Salvador Allende.
Pregunta: Si pudiese volver a ver a su amigo Allende por sólo unos minutos, ¿qué le diría?
R.A.G.: Le diría, tenías razón Salvador. Pero le diría también los errores que se cometieron. Primero, no tuvistes el carácter suficiente para imponerte a los partidos que te apoyaban. Tú tenías no sólo la obligación moral y la responsabilidad de haber dado tu opinión sino de haber luchado por ella, en último término, contra todo el mundo. Después le diría que las cosas han cambiado tanto desde que tú moriste, sobre todo en la evolución ideológica de la gente que te apoyaba, que seguramente si tú fueras Presidente hoy día, habrías triunfado fácilmente con tus tesis de entendimiento, de amplitud, de pluralismo y de democracia. Porque en ese tiempo la izquierda estaba demasiado verde, ahora está madura. Y además habrías tenido un apoyo internacional distinto del que tuviste, ya que en varios países del mundo donde están en el poder socialistas, humanistas y demócratas, a ninguno de ellos lo acusan de entreguista ni reformista. Ahora, tú habrías triunfado de veras, definitivamente.
Pregunta: Si su nieto Marcos, que nació sólo algunos meses antes del golpe de setiembre de 1973, le preguntara quién fue Salvador Allende y tuviera que responderle con pocas palabras, ¿cuáles serían?
R.A.G.: Consecuente, tenaz, generoso, humano y leal. De una lealtad a toda prueba. Increíble.
Pregunta: ¿Falta Salvador Allende?
R.A.G.: Hace mucha falta creo yo, mucha falta a la izquierda.
 
*Fuente: Plural. Revista del Instituto para el Nuevo Chile. Nº 2. Rotterdam 1983

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