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El asesinato del Mayor Mario Lavanderos por liberar a 68 prisioneros bolivianos y uruguayos

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Mayor Mario Lavanderos LatasteLAVANDEROS LATASTE MARIO LUIS IVAN: 37 años, soltero, Mayor de Ejército, muerto el 18 de octubre de 1973 en Santiago.
Mario Luis Iván Lavanderos Lataste murió ese día a las 3:15 horas, en el Hospital Militar, por herida de bala facio craneana, como acredita el Certificado Médico de Defunción otorgado por el Instituto Médico Legal. El Protocolo de Autopsia, concluyó que «el disparo fue hecho con el cañón apoyado sobre el lado izquierdo del labio superior, con una trayectoria que va hacia atrás y arriba, con ligera desviación de izquierda a derecha».
De acuerdo con antecedentes del proceso que se inició por su muerte en la Justicia Militar, y antecedentes reunidos en la Investigación Sumaria Administrativa del Ejército, Mario Lavanderos murió por el disparo de un arma de fuego que pertenecía a otro oficial de alta graduación, mientras ambos se encontraban al interior del Casino de Oficiales de la Academia de Guerra.
En la resolución Nº1640/24, con la que se concluye la investigación administrativa, se dice que «el deceso del Mayor Lavanderos no ocurrió en un acto determinado del servicio, sino que se debió presumiblemente a un accidente cuyas causas no han sido posible determinar en forma fehaciente, por carencia de testigos». Por su parte el dictamen del Fiscal instructor, en la causa rol 500/73, de fecha 29 de diciembre de 1975, concluye que «no se trata (ba) de un suicidio».
No obstante ello, ambas investigaciones fueron finalmente sobreseidas y archivadas, sin establecer responsabilidades en los hechos. Tampoco, pese a los esfuerzos de la familia, se les permitió acceso a los antecedentes reunidos en las investigaciones.
La Corporación tuvo acceso a algunos de estos antecedentes. De éstos se desprende que el Fiscal instructor de la causa judicial advierte en su dictamen que la explicación de los hechos, entregada por el oficial que se encontraba con el Mayor Lavanderos cuando ocurrió el disparo, no resultaron verosímiles y que éste, durante el interrogatorio, «adoptó una actitud altamente sospechosa»; los peritajes judiciales establecieron que el arma, de propiedad de este oficial, había sido limpiada después del disparo; y que las pruebas de parafina demostraban que en las manos del Mayor Lavanderos no había rastros de pólvora, prueba que no se le realizó a este oficial. Por su parte, en las declaraciones de los militares que llegaron al casino después del disparo se asegura que el señalado oficial pretendió evitar que el personal de la Guardia diera cuenta del suceso, a tal punto que uno de ellos debió encañonarlo con su arma de servicio, para que los dejara informar del hecho a sus superiores.
Cinco días antes de su fallecimiento, el Mayor Lavanderos había sido designado para dirigir la Sección Extranjería del Recinto de Detenidos del Estadio Nacional. En esa calidad, el 16 de octubre, había firmado un documento por el cual otorgaba la libertad a 54 detenidos de nacionalidad uruguaya que se encontraban en ese campo de prisioneros, los que fueron entregados al Embajador de Suecia. La intervención del Mayor Lavanderos en la liberación de estas personas ha sido consignado en distintos medios de prensa y libros, y corroborado por familiares del diplomático indicado.
En marzo de 1993, esta Corporación ofició a la Subsecretaría de Guerra, solicitando información relativa a la víctima. En oficio respuesta de junio de 1993, la Subsecretaría requerida señaló no haber recibido la información correspondiente del Comandante en Jefe del Ejército.
Considerando los antecedentes reunidos y la investigación realizada por esta Corporación, el Consejo Superior declaró a Mario Luis Iván Lavanderos Lataste víctima de violación de derechos humanos cometida por agentes del Estado.
(Corporacion)
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ARGENPRESS
¿Quién y por qué se asesinó al mayor Lavanderos?
El 18 de octubre de 1973 fue asesinado el mayor de ejército del arma de infantería Mario Luis Iván Lavanderos Lataste en el casino de oficiales de la Academia de Guerra del ejército. Falleció instantáneamente a causa de un tiro de la pistola propiedad del entonces comandante de ejército David Reyes que le penetró desde el labio superior y le destrozó el cráneo. En el instante de estos hechos Lavanderos se encontraba en posesión de su arma de reglamento enfundada en la cartuchera fijada a su cintura (revolver FAMAE calibre 32, cañón largo). Arma que se encontraba en perfecto estado de funcionamiento y también cargada con sus municiones respectivas. Al momento de su muerte el mayor Lavanderos se encontraba en compañía del comandante Reyes quién bebía copiosamente como lo hacía desde mucho y que era algo normal en su vida privada y de casino, en cambio Lavanderos aunque le hacía compañía no probó alcohol alguno, cuestión que fue comprobada después por el médico forense. Ambos oficiales estaban cumpliendo tareas del ejército después de ejecutado el golpe de Estado promovido por la burguesía chilena y los partidos políticos de tendencia derechista contra el gobierno del doctor Salvador Allende y ejecutado por las fuerzas armadas y policiales encabezadas por el entonces comandante del ejército (el cual hasta el día anterior al golpe fingió ser amigo de Allende) el general Augusto Pinochet Ugarte.
¿Quién era el mayor Iván Lavanderos y cuáles eran sus funciones al momento de su muerte? Iván Lavanderos Lataste era hijo de Idilio Lavanderos Villarroel, profesor de esgrima de la Escuela Militar Bernardo O”Higgins y Olga Lataste Collin empleada del Registro Civil cuyo interés era el estudio Jurídico y la poesía. Iván estudió sus primarias y el primer ciclo de humanidades en el Instituto San José -posteriormente Colegio La Salle – de Temuco. Conforme al certificado elaborado por el ex director del instituto don Raimundo Barnés, Iván tuvo siempre un excelente comportamiento y fue un esmerado estudiante. Posteriormente, siguió sus estudios en la Escuela Militar hasta su graduación de oficial de ejército con el grado de subteniente el 10 de enero de 1954. Era un profesional de la carrera de las armas y muy interesado en la vida de montaña. Por esa razón se especializó en la Escuela de Montaña. Siguió profundizando sus estudios militares en la Academia de Guerra del ejército ingresando a ella el año 1971. Sus estudios en la Academia se vieron interrumpidos por el golpe de Estado realizado en 1973 por las fuerzas armadas y carabineros encabezadas por el general Augusto Pinochet. Los que lo conocimos podemos atestiguar de sus valores personales. Era sencillo y amable con todo el mundo. Por esa razón era estimado por muchos de sus compañeros de armas y también por sus subordinados. Después de realizado el golpe de Estado fue destinado a servir alrededor del 12 de octubre de 1973 como encargado de la sección extranjería del campo de prisioneros políticos que se estableció en el Estadio Nacional, lugar en el que fue testigo de los crímenes de lesa humanidad cometidos por los militares y la DINA, reemplazando al mayor Carlos Meirelles. No sabemos con seguridad cuál fue su pensamiento en esos cruentos instantes, pero lo más probable es que se haya impactado con lo visto allí, como les ocurrió a varios oficiales y suboficiales de similares características a las de Lavanderos.
Políticamente Iván no se había definido claramente, pero por la influencia ideológica que existe dentro de las FFAA no parece que tuviera inclinaciones por lo que llamamos izquierda. Son muy escasos los individuos de las FFAA que realmente sienten inclinaciones políticas ajenas a su clase y no existen antecedentes sobre las inclinaciones de Iván. La gran mayoría de los oficiales están impregnados de la ideología burguesa, como casi toda la sociedad. Por lo que no es extraño que Lavanderos fuese también un hombre de ideas de derecha, es decir, impregnado de la ideología burguesa. En un informe realizado por Lavanderos para la Jefatura del Estado de Emergencia antes del golpe (30 de junio de 1973), señalaba en un párrafo que: “Si los extremistas de la Unidad Popular persiguen el poder total del proletariado, no cabe duda que persistirán en la búsqueda de fórmulas que persigan la supresión de los pilares básicos del actual sistema de gobierno de la Nación”. Ahora bien, una cosa es ser un hombre con ideas políticas de derecha o centro derecha y otra cosa muy distinta es ser un hombre socialmente insensible y desalmado como existieron en esa época dentro de las FFAA. Su sensibilidad lo llevó a elaborar una lista de ciudadanos uruguayos presos en el Estadio que luego entregó al entonces embajador de Suecia Harald Edelstam, reconocido simpatizante de la Unidad Popular y muy activo en rescatar prisioneros políticos de las garras del fascismo chileno.
El día anterior a su muerte, Iván se había entrevistado con el entonces comandante de aviación Leopoldo Hugo Moya Bruce (que se desempeñaba como secretario del general Herrera, jefe de la Oficina Coordinadora del Campamento de Detenidos) y éste dejó constancia que Lavanderos estaba muy preocupado y nervioso por haber hecho entrega de más de 30 prisioneros políticos de origen uruguayo a Edelstam explicándole al comandante Moya sus dudas si había actuado correctamente o no y se explicaba que lo había hecho para agilizar el procedimiento de liberación de ellos. En las declaraciones prestadas frente a la fiscalía el comandante Moya habría manifestado que: “Lavanderos, por lo que conversé con él, eludió todos los procedimientos que existían con esta gente (refiriéndose a los prisioneros uruguayos) y los entregó el día 16 de octubre al embajador aludido, explicando su resolución diciendo que tenía la intención de agilizar el procedimiento.” La declaración del comandante Moya es reafirmada en cierta medida por su jefe inmediato en aquella época el comandante de grupo de la Fuerza Aérea chilena Napoleón Bravo que manifestó haber hablado ese día con Lavanderos y que lo encontró muy nervioso y que éste le habría mostrado una lista de ciudadanos uruguayos que según el comandante Bravo habría entregado por iniciativa propia al embajador de Suecia Harald Edelstam. Después, el comandante Moya negaría la entrevista. No cabe duda que Moya se retractó de lo anteriormente declarado probablemente debido a presiones ejercidas por la institución armada a la que pertenecía, de otra manera es inexplicable su actitud. Años después, en Estocolmo, conocí a algunas uruguayas que habían estado presas en el Estadio y ellas me dijeron que habían hablado con Iván y le habían rogado que hiciese algo por liberarlas de ese infierno. Y según lo dicho por ellas, Iván les habría asegurado que algo haría, como efectivamente ocurrió. No puedo poner en dudas sus palabras por venir de personas serias que no tenían nada que perder o ganar al contarme eso. En la revista APSI del 9 de septiembre de 1973, en un artículo sobre las actividades del embajador Edelstam se dice: “Un día, mientras Edelstam esperaba junto a la multitud que llegaba todos los días al Estadio a averiguar por sus parientes, un hombre se le acercó, le pidió fuego y le ofreció un cigarrillo mientras le hacía una señal con los ojos. El embajador aceptó el ofrecimiento, dio media vuelta y fue al baño: el cigarrillo tenía un mensaje: cincuenta y cuatro uruguayos serían fusilados la mañana siguiente. Edelstam rompió el cigarrillo, lo dejó caer el el WC, tiró la cadena y pensó: ¿qué hacer? ¿Una audiencia con Pinochet o con Leigh? Imposible. Era tarde, llegaba la noche, había que actuar. Con su metro noventa y su serenidad se acercó a la oficina del mayor Lavanderos y comenzó a conversar con él. Hablaron y hablaron y de pronto le dijo sonriente: “Mire, usted no se ve especialmente feliz con este trabajo. ¿Qué le parece si le ayudo un poco y lo alivio de la responsabilidad que se va a echar encima con esos cincuenta y cuatro uruguayos?
La forma en que describe esta situación la revista APSI tiene un viso de irrealidad. Da la impresión que las cosas no pudieron ocurrir exactamente así, por cuanto en las FFAA y en una situación de guerra interna, en vigencia las leyes de guerra, parece improbable que Lavanderos hubiese aceptado tomar una iniciativa de este calado y exponerse a ser llevado a un tribunal militar en tiempos de guerra y ser condenado a ser ejecutado. Pero, probablemente algo hay de verdad en esto, pero no toda la verdad. Lo más probable que ya se hubiese aceptado por el antecesor suyo, el mayor Meirelles, la entrega de los uruguayos pero faltaban algunas diligencias que Lavanderos las obvió. De allí su nerviosismo. Ahora bien, ¿por qué lo habría hecho? Con la autoridad que me da el haber conocido muy de cerca a Iván que fue mi jefe inmediato en la compañía de cazadores andinos de la Agrupación de Montaña del regimiento Rancagua de Arica, pienso que Lavanderos se sintió obligado a ayudar a salir del Estadio lo más pronto posible a esos prisioneros políticos. Iván era un hombre sensible y tal vez esa sensibilidad suya fue su perdición.
El día 17 de octubre de 1973 el mayor Lavanderos, como todos los días anteriores, al término de sus labores en la oficina de extranjería se dirigió al casino de la Academia de Guerra en donde se encontraban alojados muchos oficiales que cumplían labores administrativas o de inteligencia en los distintos recintos del ejército en Santiago. Llegó al casino cerca de las 21.30 horas y se sentó a una mesa en la cual se encontraban los siguientes oficiales: el teniente coronel David Reyes Farías, el mayor Moraga y el mayor Hormazábal. Estos dos últimos se retiraron muy temprano a sus habitaciones quedando Lavanderos solamente en compañía de Reyes. Platicaron un largo tiempo después de comer mientras Reyes bebía alcohol en abundancia, cuestión que era ya una costumbre suya, en tanto que Lavanderos no bebió alcohol alguno, siempre estuvo totalmente sobrio. Todo esto último consta en el dictamen de la causa número 143 de la Fiscalía Militar y en la prueba de alcoholemia realizada por el médico forense. No era extraño que se hubiesen quedado platicando toda vez que ambos eran solteros y que Reyes era nada menos que profesor de la Academia en tanto que Lavanderos era alumno del III año y ya estaba por graduarse.
Alrededor de las 02.30 de la madrugada (ya día 18) el comandante Reyes le ordenó al asistente mozo Pedro Rivera, que los atendía, que se retirase a descansar. Este lo hizo así, pero en vez de irse a su dormitorio se tendió en el suelo detrás del mostrador de la cantina, seguramente para asegurarse de cerrar el local una vez que los dos oficiales se retiraran a sus habitaciones. Cerca de las 03.00 horas se escuchó un disparo que despertó al asistente mozo y que motivó la entrada a la cantina del centinela del segundo piso el cabo 1º Francisco Lazar Muñoz seguido muy de cerca por el suboficial mayor de la guardia que reemplazaba al oficial de guardia a partir de las 24.00 horas. Según declaración del cabo Lazar el teniente coronel Reyes le pidió que no diera cuenta del hecho (¿de haberlo visto intentando salir del casino?). Según lo declarado por el asistente mozo, vio al comandante Reyes tratando de colocarle una pistola en la mano de Lavanderos que yacía de bruces sobre la mesa en medio de un charco de sangre. Como consta en los documentos de la fiscalía ya Lavanderos se encontraba muerto cuando el mayor Hormazábal ingresó a la cantina sólo un momento muy corto después de escuchado el disparo. En cuanto al cabo Lazar Muñoz. Este le solicitó autorización al comandante Reyes dar cuenta de lo sucedido. Parece ser que este cabo era el cabo de guardia y, por tanto, tenía la responsabilidad de despertar al oficial de guardia e informarle de lo sucedido lo que era parte de sus obligaciones. Considero sumamente extraño que le pidiese autorización a Reyes para dar cuenta de este insólito suceso.
Este suceso es muy insólito no sólo por el hecho mismo, sino también por la actuación y las conclusiones a las que llegó la Fiscalía Militar. La primera cuestión que se evidenció allí fue que la muerte de Lavanderos se produjo no por el arma de Iván (un revolver) que permanecía en su cinto, sino por el arma del comandante Reyes, una pistola Browning calibre 9 milímetros. Inmediatamente se le hizo la prueba de parafina al cadáver de Lavanderos pudiéndose evidenciar que no había restos de pólvora en sus manos ni tampoco en la manga de su blusa militar, y tampoco de alguna huella dactilar suya en la pistola, sólo las del comandante Reyes. Según Reyes el mayor Lavanderos se habría levantado de su silla y habría defundado el arma de Reyes para después empuñar el arma con ambas manos para enseguida dispararla apoyándola contra el labio superior izquierdo. Si así hubiese ocurrido las manos de Iván habrían dejado varias huellas dactilares, las cuales no existían. El orificio dejado por la bala de 9 milímetros no presentaba rompimiento o desgarramiento de la piel como habría de ocurrir al dispararse el arma apoyada como dictamina el sumario, por tanto el tiro fue hecho de cierta distancia y no existen casos similares de suicidas que lo hagan de esa forma. No cabe duda que el disparo no fue hecho por Lavanderos. En cualquier investigación policial estas pruebas bastarían para detener preventivamente y enjuiciar al comandante Reyes como autor del disparo. Sin embargo, nada de eso ocurrió. Y lo más extraño (o tal vez no tan insólito en un ejército que había perdido el respeto a los derechos humanos y en donde se cometían toda clase de tropelías contra civiles y militares) es que a Reyes no se le hizo ninguna prueba de parafina para determinar si hizo o no uso del arma. Tampoco se le hizo la prueba de alcoholemia como habría sido lo correcto. ¿Se trata de una omisión producto de incompetencia, de un descuido, o de una omisión predeterminada por razones ajenas a la justicia?
Cualquier investigador serio que quiere cumplir estrictamente con sus funciones, al tomar conocimiento de estos lúgubres hechos, habría tomado en cuenta como un hecho resaltante y de importancia vital: que la muerte del mayor Lavanderos no fue hecha producto de su propia arma, sino por el arma de propiedad de su acompañante, cuestión que tendría que haberle dado un rasgo claro y concluyente a la investigación, de que su muerte no pudo deberse a su propia acción sino a la de éste u de otros individuos. Pero, si hubiese habido más individuos habrían sido vistos tanto por el asistente mozo como por el cabo y el suboficial de guardia. Como es corriente en todos estos casos, el investigador militar verificó si en las manos del mayor Lavanderos había restos de pólvora y el resultado fue negativo lo que vino a determinar que su muerte no fue ejecutada por sí mismo, por tanto debía descartarse la posibilidad de un suicidio, además estaba la interrogante de ¿cuál sería la razón de un suicidio utilizando la pistola del comandante Reyes y no la propia, como es lo normal que aconteciese, sobre todo que él portaba su arma y ésta estaba en buen estado de uso y con munición? Y lo más extraño de la actitud del investigador militar fue que no se le hiciese ninguna prueba de restos de pólvora al comandante Reyes, como era lo lógico y normal en esos casos. Ya en esa actitud del investigador hay una pista importante a seguir y ¿cuál sería esa? La que aparece más a la vista sería la intención de proteger al ejecutor y de evitar que saliesen a la luz pruebas de carácter determinante de su culpabilidad. Durante el sumario administrativo el comandante Reyes manifestó que había dejado su arma colgando enfundada en la silla en la cual estaba sentado y que se había ausentado al baño. Pero, ¿cómo es posible que acudiese más rápido desde el WC que se encontraba fuera del casino que el asistente mozo que se encontraba allí mismo y que lo vio intentado colocarle el arma en al mano a Lavanderos? ¿Sería acaso tan rápido que pudo salir del WC, recorrer más de 15 metros, entrar al casino antes que el asistente mozo se pusiese de pie? Además está la declaración del centinela del segundo piso que vio al comandante Reyes salir del WC y dirigirse al casino mucho antes de producido el disparo.
También aparece como muy extraño la forma de “suicidarse”. Tanto el lugar donde se habría dado el tiro como la forma de tomar la pistola para ejecutar la acción de disparar son extrañas a los casos de suicidio. Lo normal que acontece en los casos de suicidio es que se disparan en la sien o dentro de la boca. Existen casos de que también se disparan debajo de la mandíbula, pero no como se presenta el caso de Lavanderos. El fiscal simplemente lo cataloga de un caso atípico. Más bien diría yo es un caso inverosímil. Otro asunto relacionado con el posible suicidio es la conducta del mayor Lavanderos ese día y los anteriores. Aun cuando estuviese nervioso llegó esa tarde al casino en buen estado de ánimo. Tanto así que pidió su cena como de costumbre y merendó como lo hace cualquiera que no tiene en mente darse un tiro. Además el lugar elegido para el posible suicidio no es lo que se acostumbra. Habría sido más normal su propia habitación y habría dejado algunas letras a su madre con quien tenía un estrecho contacto. Esa misma tarde le había dicho a ella que no se verían hasta el siguiente día por razones de servicio.
Llama también la atención que la pistola de Reyes que fue con la que se “suicidó” no presentaba manchas de sangre como era lo normal que ocurriese. Da la impresión que la pistola fue rápidamente limpiada y cuando el asistente mozo vio a Reyes daba la impresión de que éste quería poner la pistola en la mano izquierda de Lavanderos para dejar huellas o parecer que hizo uso del arma.
Es difícil pensar que en un caso de la importancia de éste, un investigador fuese a ignorar el carácter determinante de si el comandante Reyes usó o no el arma contra Lavanderos. Esa actitud es muy sospechosa y evidencia parcialidad y no ignorancia u otra cosa. O tal vez, respondía a una orden superior de dejar las cosas en la mayor oscuridad posible. Y para eso que mejor que dejar de investigar la posibilidad de la culpabilidad de Reyes. Es comprensible, también, que si todo fuese un accidente o de una especie de juego entre oficiales ya maduros y responsables, la junta militar no diese a la luz un hecho de esta naturaleza por las consecuencias que este hecho podría acarrear en la opinión pública en momentos de las fuerzas armadas intentaban ganarse ésta. Pero nada de eso consta en ninguna parte. La reunión no tenía esas características. Por otro lado, un asesinato o ejecución ordenada por la dictadura de un oficial intachable como era el Mayor Lavanderos, un oficial muy responsable y serio, al cual no podía atribuírsele hechos de carácter político partidista, tenía que ser encubierta y mimetizada al máximo para no alarmar al cuerpo mismo de la oficialidad joven del ejército, entre los cuales habían muchos que no estaban de acuerdo con las medidas trogloditas de falta de respeto a los derechos humanos tomadas por el dictador contra diferentes prisioneros y, por tanto, más aún si esas medidas se aplicasen a un mayor de ejército. Pienso que había que echarle el máximo de tierra al asunto y para cumplir con esa táctica evasiva, la investigación no debía mostrar indicios claros de asesinato u ejecución. Por tanto, eso explica esa omisión que cualquier investigador en otras circunstancias no las habría hecho. Y lo lógico de pensar, y como una posibilidad de lo más natural, es que se le ordenase al investigador no profundizar la investigación o dejarla en suspenso como efectivamente ocurrió. Cabe también la posibilidad de que todo estaba preparado y sólo fuese un montaje de un asesinato camuflado. De allí las habladurías que se corrían entre los oficiales y suboficiales en el Estadio Nacional al día siguiente de estos hechos, habladurías que confirmaban de la ejecución del mayor Lavanderos y no de accidente o de suicidio y que llegó de esa forma a oídos del entonces cónsul de Suecia Bengt Oldenburg que reemplazó al embajador de Suecia Harald Edelstam (personaje muy especial por su valor y decisión personal de prestar ayuda a los prisioneros y que simpatizaba con el gobierno de Allende) que había sido declarado “persona non grata” por la dictadura, el cual había tenido mucho contacto personal con Lavanderos por las funciones mismas del mayor en el Estadio Nacional. Incluso el comandante Espinoza, célebremente conocido por sus crímenes dentro de la DINA le habría dicho a Oldenburg en forma cínica que “Lavanderos había muerto esa madrugada y que se le había escapado un tiro en la cara”.
Pero lo más extraño es que la Fiscalía empieza a divagar y a tratar de encubrir los hechos que están a la vista y enuncia toda una serie de probabilidades absurdas y carentes de base renunciado a lo que ya es evidente. Desde un posible suicidio hasta la muerte ejecutada por un tercero inexistente. Y lo que está a la vista va perdiendo interés y los testigos dejan de tener influencia en las investigaciones y en el dictamen fiscal hecho sólo un mes después de la muerte de Lavanderos, declara como imposible de determinar cuál posibilidad es la más aceptable, solicitando sobreseer el caso como así fue aceptado por la justicia militar.
Pero los padres de Lavanderos no se quedaron tranquilos con lo establecido por el fiscal militar y por el fiscal administrativo e intentaron reabrir el sumario judicial y para eso se dirigieron al gobierno de entonces, dirigido por el fallecido dictador Pinochet y hasta la mujer de éste Lucía Hiriart sin resultados positivos. Pinochet se negó a recibir a los padres de Lavanderos y ellos sufrieron un calvario indescriptible lo que los llevó a una muerte temprana. La investigación sumaria administrativa realizada por el comandante Oscar Coddou demoró nada menos que 13 meses sin resolver nada. Lo usual es que un sumario administrativo no dure más de tres semanas y se puede alargar hasta un mes y medio, aquí se trata nada menos de más de un año sin resultado alguno. La impresión que uno se forma es que no se trata de impericia o de falta de información sino de alargar al máximo el sumario, no comprometerse a aclarar los hechos y dejarlo todo en el olvido. El sumario judicial encontró esa investigación incompleta y por lo tanto fue objetada en enero de 1975, sin embargo, el sumario administrativo quedó como estaba, y al igual que el sumario judicial, sin determinar culpabilidad, como si el comandante Reyes nunca hubiese estado presente en el lugar de los hechos.
En marzo de 2006 intenté sin éxito entrevistar a Reyes en el domicilio de su hermana en la ciudad de Rancagua en compañía de la periodista Pascale Bonnefoy y la sobrina de Iván, Priscila Lavanderos. Nos recibió sólo a través de la reja y se veía un poco nervioso, pero no manifestó querer hablar de este caso ya sea para disculparse o para reafirmar su inocencia, aunque yo le expresé que se trataba de dilucidar el “suicidio” de Iván. Más bien me dio la impresión de alguien temeroso de desenterrar esos delictuosos hechos. Me pareció ver a un hombre alcoholizado, aunque fuerte y de buena salud física, de cierta desfachatez y seguro de sí mismo, porque se sabía protegido por el sistema, por la institución armada a la que perteneció y por las actuales autoridades.
Pero, ¿está acaso resuelta la culpabilidad y lo que hay detrás de bambalinas en esta ejecución? Pienso que existen posibilidades de aclarar este crimen de la junta pinochetista, crimen en el que hay varios involucrados, desde el mismo hechor pasando por aquellos que han tratado de ocultar lo sucedido con divagaciones y sentándose en los hechos, en los testigos y en las evidencias.
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La Nacion
4 de Septiembre 2005
Terrorismo de estadio
El 18 de octubre de 1973 fue asesinado en la Academia de Guerra del Ejército el mayor Mario Lavanderos Lataste, jefe de la Sección Extranjería del «Campamento de Detenidos Estadio Nacional». Su homicidio a manos del entonces jefe del Departamento de Operaciones Psicológicas del Estado Mayor de la Defensa Nacional es uno de muchos episodios desconocidos en torno a ese centro de detención relatados en el libro de la periodista Pascale Bonnefoy, «Terrorismo de estadio», que se presenta este viernes 15.
Domingo 10 de abril de 2005
«No dé cuenta de este hecho,» le ordenó el teniente coronel David Reyes Farías, jefe del Departamento de Operaciones Psicológicas del Estado Mayor de la Defensa Nacional, al cabo Muñoz la madrugada del 18 de octubre. En el casino de la Academia de Guerra, Reyes acababa de dar muerte al mayor Mario Lavanderos, encargado de la Sección Extranjería del Estadio Nacional. Reyes intentaba abandonar la escena del crimen cuando entró el cabo, seguido por otros oficiales y el suboficial mayor de turno esa noche, alertados por el tiro.
El disparo retumbó a la 2:30 de la madrugada desde el comedor, donde ambos oficiales se habían quedado haciendo sobremesa. Lavanderos y Reyes se conocían bastante; vivían en calle García Reyes 12 en un edificio para oficiales adyacente a la Academia de Guerra, y como ambos eran solteros, a menudo cenaban juntos, a pesar de los conocidos arrebatos violentos de Reyes cuando bebía, lo cual hacía con frecuencia. También discutían mucho, y no pocas veces los argumentos giraban en torno a asuntos políticos. Reyes era oficial de inteligencia en la academia, donde era profesor del ramo, mientras que Lavanderos estaba en tercer año del curso regular para oficial de Estado Mayor, junto a connotados golpistas.
Reyes llevaba horas en el casino y un pisco sour y muchas copas de vino en el cuerpo. Esa noche había subido a cenar con los mayores Moraga y Fernando Hormazábal Díaz, cuando el mayor Lavanderos apareció en el comedor.
Lavanderos venía del Estadio Nacional, donde se había quedado trabajando con el coronel Espinoza en el Archivo de Extranjería hasta entrada la noche. Antes de llegar a la academia, el mayor le pidió a su chofer, Julio Albornoz, pasar por el Club Militar. Allí llamó a su madre.
«No podré ir a verla a la casa esta noche. Tengo que estar muy temprano mañana en el Ministerio de Defensa por un asunto sumamente importante. La llamo mañana,» le dijo. Enseguida, enfilaron hacia la Academia de Guerra.
Albornoz detuvo el vehículo frente a la vieja casona. «Hasta mañana, a las 7:30, sin falta,» se despidió de su chofer, y subió al casino.
Tras cenar, Lavanderos bajaba las escaleras para dirigirse a su departamento, cuando se encontró con el mayor Hernán Araya Fuentes, alumno de primer año y muy amigo de Reyes, quien iba subiendo. Conversaron unos minutos y Lavanderos volvió a entrar al casino, junto a Araya. Moraga y Hormazábal se retiraron poco después. Araya hizo lo propio a las 12:30 de la noche. Reyes ya se había tomado más de tres botellas de vino prácticamente solo, y estaba totalmente ebrio.
«Retírese, Rivera», le ordenó Lavanderos al cabo a cargo del casino. «Yo me encargo de cerrar». Los dos oficiales quedaron solos. Sin embargo, el cabo Pedro Rivera no se retiró, sino que se recostó detrás de un mesón y se quedó dormido.
Treinta y cinco minutos más tarde, el disparo lo despertó. Al incorporarse vio a Reyes colocando su arma -con la que había asesinado a Lavanderos de un tiro cerca de la boca- al lado de la mano del inerte oficial. El soldado salió corriendo a dar aviso, cruzándose en el camino con el cabo Muñoz y el suboficial mayor de turno esa noche, que venían en sentido contrario.
«¡Mi comandante mató a mi mayor, y le estaba poniendo la pistola en la mano!», le anunció agitado al suboficial mayor.
Cuando el suboficial entró al casino encontró al mayor Lavanderos sentado, con la cabeza destrozada, gacha sobre la mesa, sus manos encima de un charco de sangre que cubría el mantel y parte del piso. A su lado yacía el arma de Reyes. En ese momento entró el mayor Hormazábal junto a otros oficiales.
Reyes alegó durante el sumario posterior que al momento del disparo había ido al baño, y que en ese instante, Lavanderos tomó su arma y se disparó.
El cuerpo del mayor Lavanderos fue levantado del lugar y llevado al Hospital Militar antes de que la Fiscalía pudiera practicar una inspección ocular y sin contar con la presencia de un médico o juez militar.
A la mañana siguiente, Reyes llamó desde la Academia de Guerra al mayor Arturo Aranda Forés.
«Maté a Lavanderos», le confesó.
«¡Desgraciado! ¡Si no tuviera mujer e hijos te metería no sólo una bala, sino que todas las de mi revólver!», le contestó indignado el mayor Aranda.
Escape de delincuentes
Horas después de la muerte de Lavanderos, el cónsul adjunto de la Embajada de Suecia, Bengt Oldenburg, fue llamado de urgencia a la comandancia del Estadio Nacional; llegó acompañado por Guy Prim, funcionario del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Después de hacerlos esperar un largo rato, el coronel Espinoza los hizo pasar. Estaba muy molesto.
«Ustedes han ayudado a escapar a delincuentes», les recriminó. Esa mañana habían ido militares a la legación diplomática sueca a reclamar dos uruguayos que debían pasar a la Justicia Militar y que habían sido liberados dos días antes junto a decenas de sus compatriotas, sin lograr llevárselos.
Oldenburg intentó aclarar a Espinoza que la liberación de los 54 detenidos uruguayos se había hecho de acuerdo al protocolo establecido para la admisión de refugiados, y ya que el propio coronel no había estado presente ese día, pidió llamar a la oficina al mayor Lavanderos para confirmar que la entrega del 16 de octubre se había hecho correctamente.
En tono desafiante, Espinoza dijo entonces: «El mayor Lavanderos murió esta madrugada». Y agregó, con cierta arrogancia: «Por un tiro aquí», haciendo un gesto con su dedo índice apuntando debajo de la barbilla. Oldenburg quedó estupefacto.
Poco después, el embajador Edelstam iría a visitar a los asilados en la sede de Alonso de Córdoba. Muy afectado, contó a los uruguayos que habían asesinado al oficial que firmó su salida del estadio.
Una entrega satisfactoria
Fue el mayor Carlos Meirelles Müller quien llevó a Lavanderos al estadio la mañana del sábado 13 de octubre, para que lo reemplazara como jefe de la Sección Extranjería. Durante el primer fin de semana en el estadio, Lavanderos pernoctó en el mismo recinto. El primer día de semana, el lunes 15 de octubre, Meirelles regresó al estadio para finiquitar una gestión pendiente: la entrega de nueve uruguayos que dijeron querían volver a su país; sin embargo, con el acuerdo de diplomáticos de la Embajada de Uruguay -y no por primera vez- se permitió a este grupo trasladarse a las embajadas de Suecia y Panamá, para posteriormente viajar a Cuba. Fue entonces que Lavanderos tuvo su primer contacto con funcionarios de la Embajada de Uruguay.
Esa mañana y la siguiente, martes 16 de octubre, Lavanderos fue hasta el Ministerio de Defensa. En esos días se tramitaba la salida de varios grupos de extranjeros en calidad de asilados, incluyendo algunos casos que habían estado en manos del mayor Meirelles antes de regresar a la Academia de Guerra.
Entre los oficiales destinados al Estadio Nacional, poco se comentó la muerte de Lavanderos. Era un tema espinoso, poco claro, comprometedor.
Para los uruguayos, Lavanderos había sido asesinado como represalia por haber liberado a tan alto número de tupamaros a la Embajada de Suecia, una decisión que supusieron fue de su iniciativa personal, como un gesto humanitario, aprovechando la ausencia en el estadio ese día del jefe del campamento.
Sin embargo, mal podría haber sido una acción espontánea o unilateral si la entrega de los detenidos se realizó con la participación de representantes de las embajadas de Suecia y Uruguay y de Acnur. Todo estaba en orden y los trámites de salida se hicieron según los procedimientos habituales del estadio. Por otra parte, los antecedentes de los detenidos uruguayos los había estado tramitando el mayor Meirelles días antes de su entrega a la Embajada sueca.
Lavanderos fue tal vez quien menos participación tuvo en la liberación de los uruguayos, sirviendo como mero ejecutor de una planificación previa cuya documentación pasó por manos de las embajadas de Suecia y Uruguay, el Centro Coordinador de Detenidos, el Ministerio de Defensa, la Cancillería chilena, ACNUR y la jefatura del Estadio Nacional.
Según afirmaron los padres de Lavanderos en su momento, «el mayor Meirelles tuvo que haber preparado casi en su totalidad los documentos de liberación de esos 54 detenidos uruguayos y tenerlos bien identificados». Aseguraron que el «mayor Meirelles le entregó a nuestro hijo una lista de 54 detenidos uruguayos para proceder a entregarlos a la Embajada de Suecia».
Pero alguien debió pagar por permitir la salida de los «peligrosos extremistas» extranjeros que debían ser sometidos a un consejo de guerra. Fue un crimen ejemplarizante, encuadrado en una supuesta disputa con un borracho, encubierto desde los más altos niveles y sin la más mínima intención de ser investigado en profundidad ni con transparencia.
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El Mostrador
15 de Abril 2005 El Mostrador
Libro revela estructura de mando del centro de detención  Estadio Nacional
Al menos dos años, la periodista Pascale Bonnefoy estuvo conversando con militares en retiro sobre un solo tema: el Campamento de Detención del Estadio Nacional. El resultado es el libro Terrorismo de Estadio, una completa investigación sobre la mayor cárcel y lugar de torturas instaurado en Chile tras el golpe de Estado de 1973, y que si bien retoma el ya conocido ángulo de los testimonios, también hace una completa descripción de la estructura de mando que operó en el recinto.
En funciones desde el 12 de septiembre de 1973 hasta el 11 de noviembre, el Estadio Nacional llegó a albergar hasta a 40 mil prisioneros. Si bien los testimonios de personas que pasaron por el centro abundan, hasta ahora la historia no había sido contada desde la perspectiva de quienes estuvieron a cargo. De hecho, sólo ha sido difundido con claridad el nombre del jefe de campo del recinto, el coronel Jorge Espinoza. El libro de Bonnefoy completa el organigrama de mando.
En ese sentido, la autora plantea que uno de los puntos más relevantes de Terrorismo de Estadio es que traza «la estructura militar del estadio y cómo funcionó. Porque de los testimonios que existen de un particular detenido, se ve sólo lo que éste podía ver.
Yo tuve ayuda de militares que tenían cargos ahí, de medianos a altos. Incluso fui al estadio con uno».
Algunos de los hombres a cargo del estadio durante los meses que fue centro de detención son el coronel Sergio Guarategua Peña, jefe de Logística; el mayor Hernán Chacón Soto, jefe de Seguridad; el mayor Rudy Alvarado, jefe de Administración; el teniente coronel
Julio Fuenzalida, jefe de Operaciones; el general Carlos Meirelles Müller, como jefe de Extranjería, entre otros. Todos uniformados en retiro.
Durante el primer año de investigación, Bonnefoy básicamente estuvo en contacto con militares retirados. Su misión era más específica, contratada para realizar una investigación privada sobre los mandos en el Estadio Nacional fue atando cabos y ubicando a niformados de la época. “Me fui de un militar a otro, y a otro y a otro y a otro. Ahora, no todas las respuestas fueron de la misma manera ni muy satisfactorias, pero me fui abriendo camino entre militares en retiro. Algunos que estaban muy dispuestos a colaborar y otros que no”, explica.
Terminada la tarea solicitada, la periodista se vio con una información que no podía ser desperdiciada. Apoyada en becas de la Fundación Ford y del Found for Investigations Journalism, abrió su espectro de fuentes y contactó a una serie de personas que pasaron
por el centro, describiendo un completo panorama de la situación del Estadio Nacional como centro tortura.
“Aparte de que me quedé con un montón de información en las manos, que no se debía desperdiciar, escribí este libro porque en diez años más los testigos, los protagonistas tal vez no estén vivos.
Es como dejar un registro. Bueno, malo, completo o incompleto, al menos el intento de dejar un registro para el futuro. Y además porque pasaron tantas cosas ahí y siempre se vio como un masivo campo de detención, como un filtro, como si fuera algo natural, y
hubo muchos crímenes ahí”, explica la periodista sobre su intención con el libro.
Tomando prestadas técnicas de la narrativa, Terrorismo de Estadio cuenta detalles sobre la situación de los extranjeros detenidos en el Estadio Nacional; ejecuciones; las mujeres apresadas; el paso de los ciudadanos norteamericanos Charles Horman, Frank Teruggi; las
gestiones del embajador de Suecia para liberar a decenas de personas; el asesinato del mayor Mario Lavanderos a manos del coronel David Reyes Farías; el rol y características de la Cruz Roja en el recinto hasta el cierre del estadio.
El libro será lanzado hoy a las 19:00 horas en la sede de los editores, el Centro de Estudios Sociales, ubicado en Esmeralda 650.
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Cooperativa.cl
8 de Noviembre 2013
Carroza procesó a homicida de oficial que en 1973 liberó a 68 extranjeros
El juez Mario Carroza procesó a un teniente coronel del Ejército que tras el golpe militar de 1973 asesinó a otro oficial que había liberado a 68 prisioneros bolivianos y uruguayos que estaban recluidos en el Estadio Nacional de Santiago, informaron este viernes fuentes judiciales.
La resolución fue dictada por el juez especial de la Corte de Apelaciones de Santiago, quien sometió a proceso al teniente coronel retirado David Reyes Farías, quien en octubre de 1973 asesinó de un balazo al mayor Mario Lavanderos Lataste.
Este último estaba a cargo de la sección «Extranjería», del Estadio Nacional, que en los primeros meses de la dictadura de Augusto Pinochet fue utilizado para encerrar a millares de partidarios del derrocado Gobierno del socialista Salvador Allende.
En ese contexto, el día 17 de octubre Lavanderos liberó a 55 ciudadanos uruguayos y a trece bolivianos que estaban detenidos en el recinto deportivo, a quienes puso bajo la protección de la embajada de Suecia en calidad de refugiados.
Al día siguiente por la noche, Lavanderos fue increpado en la Academia de Guerra del Ejército por Reyes Farías, quien al cabo de una discusión le disparó al mayor, con el cañón de su pistola apoyado sobre el lado izquierdo del labio superior, según señala la resolución.
El herido, de 37 años, fue trasladado al hospital Militar de Santiago, donde falleció durante la madrugada siguiente.
Según el informe de la Comisión Rettig, que en 1991 certificó las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura (1973-1990), el mayor Mario Lavanderos Lataste fue víctima de violación de derechos humanos cometida por agentes del Estado.
Según cifras oficiales, durante la dictadura unos 3.200 chilenos murieron a manos de agentes del Estado, de los que 1,192 permanecen hasta hoy como detenidos desaparecidos, mientras otros 33.000 fueron torturados y encarcelados por causas políticas.
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La Nacion
8 de Noviembre 2013
RESURGE CASO DE MAYOR DE EJÉRCITO QUE LIBERÓ A 68 EXTRANJEROS DEL NACIONAL EL ‘73
El ministro en visita Mario Carroza sometió a proceso al teniente coronel de Ejército (R) David Reyes Farías, por su responsabilidad en la ejecución del mayor Mario Lavanderos Lataste, también oficial de esa institución armada, ocurrida el 18 de octubre de 1973.
De acuerdo a los antecedentes de la investigación, el mayor Lavanderos, tras el 11 de septiembre de 1973, cumplió labores en la sección “Extranjería” del campo de prisioneros del Estadio Nacional, donde el 16 de octubre liberó a 55 ciudadanos uruguayos y 13 bolivianos, entregándolos al embajador de Suecia, como refugiados.
“Al día siguiente, en horas de la noche, el mayor llega a la Academia de Guerra del Ejército, lugar donde habitaba, y se dirige al casino de oficiales, donde se encuentra con el teniente coronel David Reyes Farías, con quien se queda conversando hasta la madrugada del día siguiente, oportunidad en que se ya se habían retirado todos los oficiales y solamente quedaba el asistente de mozo, quien fue el último en retirarse, no sin antes darse cuenta que los oficiales mantenían una discusión. Pasados unos minutos y encontrándose a solas ambos oficiales, Reyes Farías procede con su arma de servicio a descargarle un disparo a Mario Lavanderos, con el cañón apoyado sobre el lado izquierdo del labio superior”, señala el fallo.
CONSIGNADO EN EL INFORME RETTIG
De acuerdo a lo señalado en el Informe Rettig, Mario Luis Iván Lavanderos Lataste, de 37 años a la fecha de su fallecimiento, el 18 de octubre de 1973, soltero, murió ese día a las 3:15 horas, en el Hospital Militar, por herida de bala facio craneana, como acredita el Certificado Médico de Defunción otorgado por el Instituto Médico Legal.
El Protocolo de Autopsia, concluyó que «el disparo fue hecho con el cañón apoyado sobre el lado izquierdo del labio superior, con una trayectoria que va hacia atrás y arriba, con ligera desviación de izquierda a derecha».
De acuerdo con antecedentes del proceso que se inició por su muerte en la Justicia Militar, y antecedentes reunidos en la Investigación Sumaria Administrativa del Ejército, Mario Lavanderos murió por el disparo de un arma de fuego que pertenecía a otro oficial de alta graduación, mientras ambos se encontraban al interior del Casino de Oficiales de la Academia de Guerra.
Cinco días antes de su fallecimiento, el mayor Lavanderos había sido designado para dirigir la Sección Extranjería del Recinto de Detenidos del Estadio Nacional.
En esa calidad, el 16 de octubre, había firmado un documento por el cual otorgaba la libertad a detenidos de nacionalidad uruguaya que se encontraban en ese campo de prisioneros, los que fueron entregados al Embajador de Suecia.
En marzo de 1993, la comisión Rettig resolvió que el mayor (R) Mario Luis Iván Lavanderos Lataste fue víctima de violación de derechos humanos cometida por agentes del Estado.


Esta pagina fue modificada el 08/11/2013

Si posee cualquier información sobre este caso,  nuevas o mejores imágenes, relatos, testimonios, etc., escribanos a info@memoriaviva.com

*Fuente: Memoria Viva

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