Cambios económicos y cambios sociales
por Manuel Acuña Asenjo (Chile)
12 años atrás 23 min lectura
Una silenciosa y soterrada era de cambios pareciera comenzar a gestarse en Chile. Podría ella explicar, por lo demás, el por qué de la generalidad de las explosiones sociales de estos dos últimos años. Permitiría, además, construir proyecciones acerca de lo que puede suceder en el futuro. Los elementos que dan cuenta de esos cambios, paradojalmente, están a la vista de todos. Para percibirlos se requiere, sin embargo, una predisposición especial por parte del investigador. Especialmente, al interior de los sectores que asumen la representatividad de hecho de los movimientos populares. Esta tarea resulta, a menudo, poco menos que imposible. Los prejuicios predominan ampliamente.
Para introducirnos en este razonamiento, previo es recordar algunas premisas básicas; en especial, la naturaleza del modo de producción capitalista. Y, dentro de ésta, aquella afirmación de Karl Marx según la cual, de todos los sistemas establecidos a lo largo de la evolución del ser humano, ha sido el capitalista el mejor de ellos pues hizo más tolerable la vida de aquel. En las tesis del filósofo alemán dicho sistema debería ser reemplazado por el comunismo, organización social cuya manifestación teórica no guarda correspondencia alguna con los variados experimentos llevados a cabo por las revoluciones triunfantes de los pasados siglos veinte y veintiuno. El verdadero comunismo, señalaba Karl Marx, ha de ser ‘la igualdad en la abundancia’, sentencia que pone en entredicho la generalidad de las experiencias ‘comunistas’ realizadas hasta la fecha, caracterizadas por conducir al conjunto social a una ‘igualdad en la escasez’ o miseria. Tal vez este rasgo es uno de los más importantes del comunismo, sistema que sólo puede advenir tras un desarrollo sostenido —y al más alto nivel—, de las fuerzas productivas, y al consiguiente reemplazo de sus relaciones de producción. Así, pues, el comunismo no es una simple revolución o el triunfo militar de un sector de desposeídos frente a los explotadores como parecen estimarlo los defensores de la tesis de la guerrilla. Muy por el contrario: un triunfo de esa naturaleza conlleva el peligro de conducir al retorno de lo viejo (situación que Sorel denominaba ‘la venganza del pasado’) o al establecimiento de un régimen autoritario basado en el poder del estado —que, por definición, no es sino ‘la organización social mediada por la fuerza’— por sobre la comunidad. Dejamos aquí para otra oportunidad, las discusiones acerca de las diferencias entre ‘estatismo’ y ‘socialismo’ o ‘comunismo’.
Establecida esa premisa, debemos señalar otras de crucial importancia.
El sistema capitalista se funda en la existencia del capital, ‘valor que se valoriza’ (en palabras de los economistas clásicos), concepto que repite Marx. Pero formular semejante afirmación implica desde ya explicar que el capital no nace per se, sino porque para crearlo es necesario contraponer, una contra otra, a dos clases sociales —compradores y vendedores de fuerza o capacidad de trabajo— de las cuales solamente la segunda tiene la misión de producirlo. El sistema capitalista, por ende, es un sistema que se organiza en base a una contraposición estructural. No debe sorprender que, en su evolución, presente constantemente otras contradicciones; y experimente, consecuencialmente, crisis.
Cuando se habla de la existencia de crisis dentro del sistema capitalista, frecuentemente se las relaciona con los sectores dominados. Sin embargo, en estricta teoría, debemos hablar siempre de ‘crisis de las clases o fracciones de clase dominantes’; las crisis del sistema capitalista jamás son, por consiguiente, de las clases dominadas que, por definición, constantemente viven en crisis. Ese es su modo natural de existencia.
Ocurre que, cuando las crisis acometen a los sectores dominantes, de inmediato comienzan éstos la frenética labor de trasladar sus efectos a los dominados aumentando, en consecuencia, la carga social que sobre los mismos ejerce permanentemente la propia estructura desigual del sistema. Cuando así sucede, el desempleo se hace presente. Legiones de trabajadores (‘ejército de reserva industrial’) son arrojadas a la calle. Y es que el trabajador no es un ser humano sino un ‘recurso’ del cual se hace uso en los períodos de auge y se abandona en los de crisis. No hay que olvidar que, desde la década de los ochenta, el sistema capitalista ha comenzado a actuar más desembozadamente y a llamar a los fenómenos por su nombre; ya no habla de ‘personal’ para referirse a los trabajadores, sino de ‘recursos’ humanos. No por algo se denomina ‘jefes de recursos humanos’ o ‘gerentes de recursos humanos’ a quienes, anteriormente, eran conocidos como jefes o gerentes ‘de personal’. Y es que, como ya se ha dicho, en los períodos de crisis se puede prescindir de estos ‘recursos’ y reclutárseles cuando el auge se hace presente. El empleo y el desempleo dependen, pues, de esa premisa básica que son los períodos de crisis y de auge; no de la voluntad de los trabajadores como erróneamente se acostumbra a sostener. Queremos decir con ello que no basta ‘querer’ trabajar para encontrar trabajo y resolver los problemas que aquejan al ser humano; tampoco que los problemas de la cesantía se originan en la ‘flojera’ de las personas, como erróneamente sostienen, incluso, militantes de la llamada ‘izquierda’ chilena.
La crisis de los sectores dominantes, al ser trasladada hacia los sectores dominados, se traduce en desempleo. Cuando ello sucede, las consecuencias son tremendamente dañinas para los trabajadores, sea que pertenezcan al sector que mantiene sus puestos de trabajo o han pasado a engrosar el ‘ejército de reserva industrial’. Sus rebeliones siempre han de fracasar o, simplemente, no tendrán lugar. Porque una rebelión de desempleados tiene escasa o nula importancia social; no va más allá de la que podría representar una protesta de jubilados. Y una rebelión de quienes han conseguido mantener sus puestos de trabajo podría ser enormemente dañina para los mismos, pues no sólo deberán enfrentar al patrón sino, además, a sus ex compañeros (los desempleados) que competirán entre sí y con los propios trabajadores para acceder a los escasos cargos que existan en el mercado laboral.
El desempleado, al igual que el jubilado, pierde su poder: no tiene cómo hacer valer su protesta. Y es que, contrariamente a lo que muchas personas sostienen, durante el desempleo las organizaciones sindicales y sociales se debilitan. Las razones son obvias: un desempleado deja de cotizar sus cuotas sindicales, necesita proveer de recursos a su hogar, invierte todo su tiempo en conseguir dinero. Las labores de conservación, que no son sino aquellas que demanda la reproducción individual y familiar del trabajador, ocupan todas sus energías. Privadas de recursos económicos, las organizaciones sociales y sindicales comienzan a extinguirse pues no hay quien las sostenga. Y puesto que los efectos de las crisis son trasladados a los sectores dominados, los períodos de crisis debilitan profundamente a dichos sectores.
Al contrario de lo que sucede en las épocas de crisis, en los períodos de auge los índices del desempleo descienden violentamente. Sin embargo, jamás pueden llegar a la cifra ‘0’. Eso no sucede por casualidad. Para los ‘expertos’ chilenos, como Natalie Kramm, del Instituto Libertad y Desarrollo,
“[…] la tasa de desocupación en cualquier país nunca puede llegar a cero por un tema de definición”[1].
Según esta persona,
“[…] al relacionar el número de personas desempleadas expresado como porcentaje de la fuerza de trabajo, siempre va a existir gente que va a estar entrando y saliendo del mercado por diversas razones (jubilación, personales, sin ganas de trabajar, entre otras situaciones) […]”[2]
Tal afirmación es relativa. Para los economistas europeos, la tasa de desempleo que desciende al 3 o 4% constituye un síntoma de ‘enfermedad’, lo cual implica que algo nefasto sucede a la economía. Porque la tasa de desempleo ha considerarse, más que nada, como una función de la tasa de empleo lo que, en otras palabras, implica estimarla como el factor destinado a regular el precio de la mano de obra o, si se quiere, de la fuerza o capacidad de trabajo. Por eso, si desciende más allá de un 3 o 4% puede estar indicando que toda la estructura económica de la nación se encuentra gravemente deteriorada. Y que tal situación puede conducir a una crisis de proporciones. Por consiguiente, para la economía, el pleno empleo se obtiene cuando la tasa de desempleo se acerca a un 4%. Cuando así sucede, la economía comienza a experimentar síntomas de auge.
El promedio de la tasa de desempleo en Chile se encuentra, actualmente, en un 6,4%. Un promedio es una cifra intermedia. Significa que en determinadas regiones del país, algunas localidades presentaron un porcentaje mayor de desempleo y otras uno menor. Veamos una tabla, según los datos suministrados por el Instituto Nacional de Estadísticas INE:
Arica y Parinacota 6,1%
Tarapacá 4,2%
Antofagasta 4,9%
Atacama 4,8%
Coquimbo 6,0%
Valparaíso 7,3%
Región Metropolitana 6,6%
O’Higgins 5,8%
Maule 6,0%
Biobío 8,1%
Araucanía 7,2%
Los Ríos 6,3%
Los Lagos 3,8%
Aysén 4,2%
Magallanes 3,8%
Total Nacional 6,4%[3]
Sobre el particular, ha expresado, al respecto, David Bravo, director del Centro de Microdatos de la Universidad de Chile:
“Las cifras de empleo confirman la tendencia que ya viene delineándose de acercarnos al pleno empleo en 2013. La tasa de diciembre de la Universidad de Chile (para el Gran Santiago) marca la tendencia de los próximos tres meses del INE, generalmente. Y ésta indica que así ocurrirá, salvo que el crecimiento económico decayera”[4].
¿Estamos frente al comienzo de un posible período de auge? Las cifras así parecen indicarlo. Porque, cuando así sucede, los habitantes de una nación comienzan a encontrar trabajo; pueden rechazar los que no les resultan atractivos o rentables y tomar aquellos que les son más convenientes a sus intereses. Para evitar el éxodo hacia otros sectores de la producción o de los servicios, los empresarios se ven obligados a aumentar sus ofertas salariales; los salarios, en consecuencia, crecen. Hay efervescencia patronal. Las empresas funcionan y contratan a más trabajadores. Y puesto que se crean expectativas de mejores condiciones de vida, las organizaciones sociales y sindicales se fortalecen: hay dinero para sostenerlas, hay relativa tranquilidad para pensar en arreglos salariales convenientes y mejorar las condiciones de trabajo. Se puede, en suma, pensar en el futuro. Las necesidades de los trabajadores se multiplican y se multiplican sus luchas; hay efervescencia social.
¿Por qué sucede todo aquello? La ley de la oferta y la demanda nos enseña que, en períodos de auge, la mercancía llamada ‘fuerza o capacidad de trabajo’, como toda mercancía sometida a su arbitrio, tiende a escasear. Sube, por consiguiente, de precio. Los salarios se incrementan para poder mantener contentos a quienes desean un mejor reparto del producto social. Aumenta, también, la velocidad en el intercambio de los puestos de trabajo; hay mayor movilidad en busca de mejores oportunidades. La competencia entre los capitalistas por obtener trabajadores se exacerba haciendo incrementarse los salarios que normalmente pagaban por esos servicios.
El Chile construido bajo el ideario pinochetista contempló la privatización de la enseñanza como forma de promover la formación de profesionales universitarios; el negocio desatado en torno a la educación logró su objetivo de aumentar el número de profesionales. Descuidó, sin embargo, la formación de técnicos y obreros especializados. Existen, hoy, ocupaciones para estos últimos; paradojalmente, escasean para los primeros. Las remuneraciones para los sectores requeridos hoy, aumentan; hay oferta de puestos de trabajo. Y hay negativas a trabajar en determinados rubros.
“De acuerdo al INE, los salarios en el país subieron un 6,3% nominal en 2012 y hubo seis sectores de un total de trece que exhibieron un alza mayor al promedio nacional”[5].
En efecto, las variaciones que ha experimentado el índice de remuneraciones (IR) durante el año pasado en los seis sectores a que hace mención la información anterior fueron las siguientes:
- Construcción 8,9%
- Minería 8,5%
- Transportes 7,7%
- Administración pública 7,0%
- Enseñanza 6,5%
- Industria manufacturera 6,5%
En una sociedad donde la ley de la oferta y la demanda opera sin restricciones y es el mercado quien determina el precio de la venta de la fuerza o capacidad de trabajo, la mano de obra tiende a escasear y los salarios de quienes realizan esas labores a multiplicarse. También las de quienes realizan servicios despreciados por no pocos sectores sociales a pesar que dependan de ellos: aseadores, maestros, barrenderos, jardineros, obreros, conserjes, choferes, empleadas domésticas, entre otros. Es lo que ha comenzado a suceder en Chile.
El caso de las llamadas ‘nanas’ pareciera ser el más emblemático. Ha acaparado la atención de numerosos medios de comunicación y del propio Instituto Nacional de Estadísticas. Es que las llamadas ‘nanas’ no son sino el conjunto que se denomina ‘servidumbre doméstica’. Porque en Chile siempre se ha tratado de ocultar la vergüenza que produce la existencia de estas profesiones a través de eufemismos. Se les denominó en un principio ‘empleadas domésticas’; luego ‘empleadas de casa particular’; más tarde, ‘asesoras del hogar’; hoy, se les denomina ‘nanas’. Este sector es uno de los que ha evolucionado.
“Mientras en 1990 el 18% de los empleos femeninos correspondía a los servicios domésticos, de los cuales uno de cada cuatro correspondía al tipo puertas adentro, 20 años después la realidad es diferente. Hoy este porcentaje no supera el 13% —cayendo continuamente—y solo una de cada 17 empleadas domésticas trabaja puertas adentro”[6].
El problema de la llamada ‘servidumbre doméstica’ no es el único que experimenta cambios. La multiplicación de los grandes edificios de 300, 500 o 1.000 departamentos exige la presencia de conserjes, mayordomos y maestros que puedan estar dispuestos a solucionar los problemas de las comunidades que allí habitan. Los conserjes han comenzado a escasear; nadie quiere trabajar por el salario mínimo establecido por las autoridades. Lo mismo ha comenzado a suceder en el campo y en otras actividades de la ciudad. Existen dificultades para las llamadas ‘pequeñas y medianas empresas’ o PYMES que no encuentran trabajadores a quienes puedan pagarles sueldos bajos. En la construcción, los sueldos de los operarios han experimentado fuertes alzas que han contribuido a elevar el precio de las viviendas. Según el último Índice de Costos de Edificación elaborado por la Cámara Chilena de la Construcción
“[…] el fuerte incremento del 50% en los salarios de esta industria entre enero de 2010 y diciembre de 2012 fue el elemento que más incidió en que, en dicho lapso, los costos de la construcción subieran 26%”[7].
Según lo expresara Javier Hurtado, representante de la Cámara Chilena de la Construcción
“[…] dado el escenario de la escasez de mano de obra, han subido los costos asociados a remuneraciones. Para este año el gremio prevé un crecimiento de los salarios, más en línea con la expansión de la economía local, en torno a un 4,5%”[8].
Los choferes de camiones y buses urbanos e interurbanos escasean; hay ofertas para choferes especializados que se elevan por sobre los 600 mil pesos (mil euros aproximadamente) y alcanzan al millón en otros (mil setecientos euros aproximadamente).
La minería ha sido el área de la producción que priva de trabajadores a las otras. No por otra causa se ha explicado la escasez de mano de obra en la construcción. Y es natural que así sea pues los elevados bonos concedidos a los trabajadores de la minería son tremendamente atractivos para el mundo laboral[9].
“En el sector de la construcción coinciden en que existe escasez de mano de obra, ya que la minería ha atraído a gran cantidad de sus trabajadores, en particular a los más calificados. Ello, en un contexto de expansión del sector construcción e inmobiliario, que necesita más personal en las empresas”[10].
En efecto, en enero de 2010, el porcentaje de desempleo en el sector de la construcción era de un 17,2%; a fines del año recién pasado (2012), los desocupados en la construcción eran 650 mil aproximadamente, lo que arroja el porcentaje de apenas un 6,8% de desempleo en el rubro.
Comentando esta situación, expresaba el gerente general de SOCOVESA Santiago, Cristóbal Mira, que un ‘jornal’ (el puesto más elemental en las obras de la construcción) se contrataba por el sueldo mínimo en 2010,
“[…] pero hoy no se encuentra por menos de $ 300 mil”[11].
Esta misma tendencia ha sido observada por la Superintendencia de Pensiones para quien en 2010 el ingreso promedio imponible de los trabajadores de la construcción era de $ 424 mil; a diciembre de 2012, esa cifra se ha elevado a $ 525.969.
En el campo de la industria extractiva, Alvaro Merino, representante de la Sociedad Nacional de Minería SONAMI, indicaba que
“[…] el aumento radica, principalmente, en la falta de trabajadores especializados […] la tendencia continuará si tal carencia no se suple”[12].
No vaya a pensarse que el capitalismo se encuentra, por ello, ante una encrucijada. No. Los sistemas de dominación encuentran siempre solución a sus problemas, aunque sea parcialmente. Por una parte, en los trabajos temporales, especialmente en épocas de vacaciones, ha comenzado a emplear a los estudiantes con una frecuencia mayor a la de antaño; por otra parte, la afluencia de extranjeros (latinoamericanos) que proceden tanto de los países limítrofes como de otras regiones, ha permitido suplir la falta de mano de obra en numerosos rubros. De si la competencia de estos trabajadores extranjeros con los chilenos pueda desatar contradicciones perniciosas no es algo que interese al patrón, para quien su único objetivo es la percepción de una cuota cada vez más alta de plusvalor. En otras naciones, ese tipo de competencia exacerba las tendencias nacionalistas y racistas. Las ‘nanas’ han resultado ser un laboratorio de experimentación al respecto.
“El proceso también ha afectado las características de quienes desempeñan esta actividad. Por ejemplo, en dos décadas, la edad promedio en el sector pasó de 35 a 46 años, y de no ser por la llegada de inmigrantes jóvenes, el fenómeno de envejecimiento se hubiese acentuado. De hecho, actualmente el 8% del servicio doméstico de la Región Metropolitana es proveído por extranjeros, alcanzando el 15% en el caso de los servicios de puertas adentro […] Mientras en 1990 el ingreso promedio del servicio doméstico puertas adentro era de 48% del ingreso de los empleos femeninos en otras actividades, en 2011 este porcentaje se incrementó al 69%”[13].
En Europa, los precios de los llamados en Chile ‘servicios menores’ alcanzan niveles tan altos que para un trabajador común es muy difícil encontrar una persona que le cuide los hijos, le prepare la comida o haga el aseo de su casa durante el tiempo que trabaja: sus ingresos no le permiten pagar ese servicio. El acercamiento en materia de remuneraciones facilita un mejor trato social. Algo similar sucede en Estados Unidos y demás países denominados ‘desarrollados’. Pero eso no significa, en modo alguno, que sea el sistema capitalista quien conduzca a la humanidad hacia una mayor igualdad. Por el contrario: las remuneraciones entre quienes compran fuerza de trabajo y quienes la venden se distancian cada vez más y lo hacen en forma escandalosa.
Como lo expresa el comentarista citado:
“El costo de contar con ‘nanas’ a tiempo completo será prohibitivo para la mayoría de la población. Los padres tendrán que ajustar sus horarios a los nuevos tiempos”[14].
No puede, sin embargo, concluirse de todo ello —como lo hace con entusiasmo un comentarista— que el desarrollo sostenido de este sistema sea la solución a los problemas sociales, que conduzca a eliminar el ‘estigma social’ del trabajo de servidumbre o a ‘modernizar’ ese
“[…] sector que por años ha sido reflejo de nuestro subdesarrollo”[15].
No. El SK es un sistema fundado en la existencia del capital, de un valor que se valoriza, de un valor que se acrecienta a sí mismo. La moral del sistema capitalista no es otra que el lucro o, si se quiere, la avaricia. Jamás el avance del sistema capitalista podría conducir a una igualdad o a eliminar ‘estigmas’ pues está fundado en una estructura en donde unos (los que venden la mercancía ‘fuerza o capacidad de trabajo’) se subordinan a otros que la compran. La estructura del sistema permanece, por consiguiente, inalterable a través del tiempo. Nada la hace variar. Por lo mismo, tampoco tienen mayor valor las expresiones de Pinochet cuando aseveraba que sólo haciendo más ricos a los ricos se hace ricos a los pobres. Esa reflexión no es sólo una falacia sino un completo disparate. La pobreza no es una relación económica. Como bien lo expresara André Gorz, se trata de un estado psicológico; la pobreza es un sentimiento, una emoción. Como ese mismo autor lo expresa, paradojalmente, jamás los franceses se sintieron más pobres que cuando tuvieron satisfechas sus necesidades esenciales. Y sin tenerlas satisfechas, ajenos a los avances de la técnica y del mercado, los habitantes de Kerala se manifiestan hoy como las personas más satisfechas de la vida en el planeta.
Constituye otra falacia, a la vez que exageración, atribuir a un gobierno determinado el éxito de determinados modelos. Un gobierno es incapaz de modificar las constantes económicas; tampoco una alianza de partidos, y menos un individuo. El SK tiene su propia dinámica que no es atribuible a gobierno o autoridad alguna. Funciona en forma automática. Establecido determinado modo de acumular sólo es necesario ir realizando en su interior los ajustes necesarios para que continúe en la forma establecida y se perpetúe. Los efectos de esa acción se manifestarán como consecuencia inmediata de la misma, no como algo querido o deseado por sus mentores.
Insistamos aquí en algo esencial: tampoco puede sostenerse que, si el SK se desarrolla a altos niveles, tal empresa va a conducir ineluctablemente al comunismo. Esa es otra de las tantas mentiras que se propagan a diario. Un sistema es una estructura viva. Aprende, como lo hacen todos los seres vivos. Y no tiene vocación suicida. Cuando sienta amenazada su existencia, cuando tema que se alteren sus elementos esenciales o deba enfrentar tareas imposibles de realizar, adoptará las medidas de rigor. En cada traspié derivará a otra forma que parezca o sea más tolerable para las clases dominadas; u otra, más severa, que implique la aplicación de soluciones de fuerza. Experimentará crisis, pero saldrá airoso de todas ellas. Como lo ha hecho anteriormente. Jamás volverá a repetir la crisis de 1929. Continuará su marcha inalterable y sólo llegará a su fin cuando una fuerza social igual o superior le haga frente y lo derrote, no necesariamente en el plano militar sino, también, en el plano de las ideas, con una clara propuesta para construir una sociedad mejor.
En consecuencia, y contrariamente a lo que se supone, una época de auge es una época propicia para intentar cambios, transformaciones, alteraciones, vuelcos en la situación que presentan numerosos ámbitos de la economía. Hay una base social expectante que espera encontrar los caminos que puedan conducirla a una victoria en sus pretensiones. Por eso, en una época como la que vive Chile, de justas electorales, de renovación de sus autoridades administrativas y legislativas, conveniente es recordar estas premisas. Quienes sean elegidos para gobernar la nación se encontrarán con efervescencia social, peticiones, exigencias, proyectos, proposiciones para la obtención de las cuales sus sostenedores estarán dispuestos a emprender largas y agotadoras jornadas de lucha. Es un panorama similar al que correspondió experimentar a Eduardo Frei Montalva en 1964, luego del gobierno de su antecesor Jorge Alessandri Rodríguez. Ambos fueron antesala de un gobierno popular.
Aunque la historia jamás se repite, es posible que una situación similar vuelva a presentarse en esta nación. Hay que estar preparado para ello.
Santiago, febrero de 2013
[1] Celedón Porzio, Silvana: “Las cifras confirman la tendencia de acercarnos al pleno empleo”, ‘El Mercurio’, 1 de febrero de 2013, pág.B-2.
[2] Celedón Porzio, Silvana: Id. (1).
[3] Celedón Borzio, Silvana: “Tasa de desempleo en 2012 cayó a 6,4% […]”, ‘El Mercurio’, 1 de febrero de 2013, pág. B-2.
[4] Celedón Porzio, Silvana: Id. (1).
[5] Aguirre, Josefina y Celedón, Silvana: “Dinamismo de construcción y minería hace […]”, ‘El Mercurio’, 8 de febrero de 2013, pág. B-2.
[6] Urzúa, Sergio: “La revolución de las «nanas»”, ‘El Mercurio’, 03 de febrero de 2013, pág. A-3.
[7] Gutiérrez V., Marco: “Costo de construcción crecen […]”, ‘El Mercurio’, 19 de febrero de 2013, pág. B-7.
[8] Aguirre, Josefina y Celedón, Silvana: Id. (5).
[9] Los últimos bonos entregados por término de conflicto a fines de 2012 sumaron más de 20 millones de pesos por trabajador en las dos grandes empresas mineras que los concedieron (Codelco y otra), si incluimos el préstamo sin intereses de 3 millones por trabajador que también concedieron las empresas indicadas.
[10] Gutiérrez V., Marco: Id. (7).
[11] Gutiérrez V., Marco: Id. (7).
[12] Aguirre, Josefina y Celedón, Silvana: Id. (5).
[13] Urzúa, Sergio: Id. (6).
[14] Urzúa, Sergio: Id. (6).
[15] Urzúa, Sergio: Id. (6).
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