Un método infalible para la laboriosidad…
por Louis Casado (París, Francia)
12 años atrás 38 min lectura
Dios dijo: “Hay que compartir: los ricos tendrán la comida, los pobres el apetito.”
Coluche (1980)
La historia de la isla Más a Tierra merece ser conocida, pero no por la estadía de Alexander Selkirk
Laboriosidad, así llamaban en el siglo XVII lo que hoy conocemos como productividad, esa terrible inquietud que corroe a los empresarios y a los economistas que ofician de bufones de su corte.
Como es sabido, se trata de la intensidad, la aplicación y el entusiasmo con el que un asalariado cualquiera se empeña en trabajar para generar el máximo de riqueza durante las horas que su empleador lo tiene a su disposición a cambio de un salario.
El humor negro pretende que los salarios aumentan en proporción directa no a la productividad, sino “al incremento de productividad” que logra alcanzar la mano de obra. De ahí que el milimétrico estudio de las variaciones de productividad ocupe buena parte del tiempo de quienes practican la econometría con una dedicación que hace sospechar que – como todo evangelista de buena madera – predican con el ejemplo.
Dejaremos de lado en esta ocasión la muy moderna costumbre que consiste en utilizar a su propia guisa las horas de un trabajador, no a cambio de un salario sino de la posibilidad eventual de un salario, así como el hábito aún más innovador que lleva al empresario a exigirle al trabajador que pague por trabajar.
En Chile, el comercio detallista que opera bajo las enseñas Jumbo, Líder, Easy y aún otras, practica este método con entusiasmo: para permitirle – sin contrato alguno – a jóvenes trabajadores – en realidad niños – embalar y poner las compras de los clientes en bolsas y transportar la carga hasta sus respectivos automóviles a cambio de una propina, les cobran parte de la propina, y les venden, muy cara, la pechera que enarbola orgullosamente su logo. No hay lucro pequeño.
Abordaremos pues el caso general del trabajador asalariado, sin ocuparnos de la naturaleza del contrato – si es que existe – que le liga directamente o indirectamente a su empleador.
Como queda dicho, la cuestión de la laboriosidad de esos trabajadores inquieta a las almas sensibles desde tiempos inmemoriales. Baste con decir que en el desorden de descabelladas teorías elaboradas por los economistas para explicar el nivel de salarios y el desempleo – teorías en las cuales el ser humano no tiene otro horizonte, ni otra dimensión, ni otras relaciones que las estrictamente ligadas a la producción y al comercio de lo producido – los trabajadores son descritos como seres cuya principal motivación es el ocio.
Ese curioso tropismo, el ocio, es designado en la jerga de los expertos como utilidad. El trabajador, que en este caso sería más oportuno designar bajo la denominación de ocioso, busca maximizar su utilidad, o sea reposarse la mayor parte posible del día.
Trabajar pues, es desútil, a menos que intervenga alguna razón, una motivación, una coacción, una coerción o una obligación de abandonar su ocupación preferida que es el ocio.
La cuestión esencial de cara a la mano de obra reside pues, primeramente, en cómo hacerles trabajar, y luego en cómo sacar de ellos el máximo provecho aumentando hasta dónde sea posible su laboriosidad.
Al respecto, muy desafortunadamente, la historia de Chile ha olvidado algunos meritorios episodios que ejercieron una influencia notable en el pensamiento y en la práctica política y social de los países del llamado Primer Mundo, y por vía de consecuencia en el nuestro.
Uno de ellos, que parece haber tenido una influencia decisiva en la reflexión de los expertos que me propongo citar en estas líneas, tuvo lugar en el archipiélago de Juan Fernández, más precisamente en la isla de Más a Tierra, rebautizada en el año 1966 como isla de Robinson Crusoe por el presidente Eduardo Frei Montalva en tributo al personaje de la novela de Daniel Defoe, escritor inglés que vivió entre los siglos XVII y XVIII.
Chile, país que le regatea homenajes a sus hijos más ilustres – del Rucio, dirigente sindical de los obreros masacrados en la Escuela Santa María de Iquique (1907), a Gabriela Mistral, de Luis Emilio Recabarren a Violeta Parra, de Clotario Blest a Pablo Neruda – fue generoso con Daniel Defoe, un tipo que escribió una obra titulada “Dar Limosna no es Caridad, y Emplear a los Pobres es hacerle Daño a la Nación” (Daniel Defoe. “Giving Alms No Charity, and Employing the Poor a Grievance to the Nation”. 1704).
Iniciando – seguramente sin prever las consecuencias – una bio-invasión que ha terminado por destruir el eco sistema de la isla, Juan Fernández desembarcó ganado caprino en Más a Tierra, ganado que se reprodujo a tal punto que constituyó una fuente de alimento para los corsarios ingleses que dañaban el tráfico español.
Ya en aquella época el “dulce comercio” cuyo efecto natural según Montesquieu (De l’Esprit des Lois. 1748) es el de aportar la paz, generaba guerra, piratería, pillaje, esclavismo, genocidios y otras consecuencias cuya pertinacia dura hasta nuestros días
Para destruir las cabras y eliminar esa fuente de alimentos para los odiados ingleses, se cuenta que los españoles habrían desembarcado una pareja de perros que, multiplicándose, redujeron la población caprina. Este hecho no está autentificado por ninguna investigación efectuada en el lugar. Sin embargo, Joseph Towsend, médico y clérigo británico, dedujo de este ejemplo algunas ideas que aplicó a las leyes que protegían a los pobres en los albores de la Revolución Industrial inglesa.
En la Inglaterra de esa época se llamaba “pobre” a quién no fuese suficientemente rico para vivir sin trabajar, o sea al pueblo, y en particular a los desempleados y a los discapacitados.
En su Disertación sobre las Leyes de los Pobres, Joseph Towsend escribió:
“El hambre domará a los animales más feroces, le enseñará la decencia y la civilidad, la obediencia y la sujeción a los más perversos. En general solo el hambre puede espolear y picanear a los pobres para hacerlos trabajar; y no obstante nuestras leyes dicen que hay que protegerles del hambre. Las leyes, lo confieso, también dicen que hay que forzarles a trabajar. Pero la obligación legal trae desordenes, violencia y ruido; engendra la mala voluntad y no puede producir un servicio bueno y aceptable, mientras que el hambre no es solo un medio de presión pacífico, silencioso y constante, sino que como es el móvil más natural para la laboriosidad y el trabajo, suscita el esfuerzo más potente” (Joseph Towsend. “Dissertation on the Poor Laws”. 1786).
El texto de este bondadoso clérigo no tenía por objeto la simple especulación filosófica, sino ponerle término a las leyes establecidas por la corona británica en beneficio de los miserables.
De ahí que haya enviado su ensayo al Parlamento, rogando tal vez que con la ayuda de Dios y la Divina Providencia, sus argumentos fuesen escuchados. Tal parece que fue el caso, visto que años más tarde (1834) el Parlamento del Reino Unido aprobó la Poor Law Amendment Act (PLAA), ley basada en el principio que toda ayuda a los pobres es perniciosa.
En todo caso quién le escuchó muy atentamente fue el conocido economista Thomas Robert Malthus, de quién volveremos a hablar.
André Pichot, investigador contemporáneo del Centro Nacional de la Investigación Científica de Francia (CNRS), sostiene que Joseph Towsend también tuvo una gran influencia sobre el célebre naturalista Charles Darwin.
Según Pichot, fue un fragmento de la Dissertation on the Poor Laws la que le sugirió a Darwin el mecanismo de la selección natural. Helo aquí:
“En los mares del sur hay una isla, llamada con el nombre de su descubridor, “Juan Fernández”. En ese lugar aislado, Juan Fernández instaló una colonia de cabras, compuesta de un macho asistido por su hembra. Esta feliz pareja, habiendo encontrado pasto en abundancia, pudo obedecer con solicitud al primer mandamiento de crecer y multiplicarse, hasta que, al cabo de un cierto tiempo, abarrotó esta pequeña isla. Durante todo ese período, esos animales no conocieron ni la miseria ni la carencia, y parecían glorificarse de su cantidad. Pero, a partir de un desdichado momento, comenzaron a sufrir hambre. Sin embargo, continuaron a aumentar su número durante algún tiempo y, si hubiesen estado dotados de razón, hubiesen debido temer el llegar a la hambruna. En esta situación, los más débiles sucumbieron primero, y la abundancia fue restaurada. De ese modo, esos animales fluctuaron entre la felicidad y la miseria, ya sufriendo de la carencia, ya alegrándose de la abundancia, según que su número aumentaba o disminuía, nunca estable, pero siguiendo siempre de cerca la cantidad de alimento. (…) Cuando los españoles se dieron cuenta de que los armadores ingleses utilizaban esta isla para abastecerse, decidieron exterminar totalmente las cabras, y para ello desembarcaron en la playa un perro y una perra. Estos, a su vez, crecieron y se multiplicaron, en proporción a la cantidad de alimento que encontraron; y, por consiguiente, como habían previsto los españoles, las cabras que les servían de alimento disminuyeron. Si hubiesen desaparecido totalmente, los perros también hubiesen muerto. Pero como muchas cabras se retiraban a escarpados roqueríos dónde los perros no podían seguirlas, y bajaban a los valles sólo durante cortos intervalos para alimentarse con temor y compostura, sólo las negligentes e irreflexivas fueron presa de los perros; y sólo los perros más atentos, más fuertes y más activos pudieron encontrar alimento suficiente. Así se estableció una nueva suerte de equilibrio. Los más débiles de las dos especies fueron los primeros en pagarle su deuda a la naturaleza; los más activos y vigorosos preservaron su vida”.
Si uno acepta una interpretación extremadamente simplificada, o vulgar, de las teorías de Darwin, también puede aceptar un parecido con el mecanismo de la selección natural elaborado más tarde por el científico inglés (Charles Darwin. “On The Origin of Species, by Means of Natural Selection”. 1859).
Lo claro es que Towsend utiliza este ejemplo para argumentar que las “leyes de la naturaleza”, o las relaciones “naturales” entre diferentes poblaciones o clases sociales, bastan para crear espontáneamente un equilibrio en el que cada cual encuentra satisfacción.
Como quiera que sea, Joseph Towsend encuentra en este tipo de reflexión los argumentos que le llevan a afirmar que el hambre es el mejor estímulo a la laboriosidad de los trabajadores:
“…el hambre no es solo un medio de presión pacífico, silencioso y constante, sino que como es el móvil más natural para la laboriosidad y el trabajo, suscita el esfuerzo más potente”.
De ahí en adelante, los economistas y otros hombres de bien afirmaron, y afirman hasta el día de hoy, que es el auxilio a los pobres lo que crea la pobreza, que son las ayudas a los desempleados lo que crea el desempleo, que no hay peor mal que el que consiste en darle de comer al hambriento, que darle trabajo al cesante – como parte de las misiones del Estado – contribuye a la ruina de la sociedad, concluyendo – como Joseph Towsend – que no hay mejor estímulo para la productividad de los miserables que el hambre.
Donde se constata que del Pacífico Sur a la City hay sólo un paso
En los albores de la industrialización, en el siglo XVIII, cuando el capitalismo nacía chorreando sangre y lodo por todos sus poros, millones de campesinos y labriegos ingleses fueron expulsados de sus tierras y viviendas, y fueron obligados a migrar a las ciudades en donde se hacinaron en una miseria tan indescriptible que se aprobaron algunas leyes para protegerles, las llamadas Poor Laws de las que hablamos más arriba, y que fueron el objeto de la Disertación de Towsend.
A propósito de las leyes sobre los pobres, Towsend escribía en el año 1786:
“Esas Leyes, tan hermosas en teoría, promueven los males que entienden remediar, y agravan las aflicciones que pretenden aliviar”.
En opinión de Towsend la ayuda a los pobres no hacía sino aumentar el precio del trabajo y, con una lógica muy propia de quienes no viven con el salario mínimo, afirmaba:
“Allí donde el precio del trabajo es más alto y el precio de los alimentos es más barato, allí es donde la tasa de pobreza es más exorbitante”.
Towsend agregaba que la tendencia natural de las Leyes que ayudan a los miserables es:
“incrementar el número de pobres, y ampliar grandemente los límites de la miseria humana”, “…porque, ¿qué estímulo tienen los pobres para ser industriosos y frugales, (…) o qué temor van a tener cuando están seguros de que si su indolencia y su extravagancia, su alcoholismo y sus vicios les reducen a la miseria, serán abundantemente provistos no solo con comida y ropas sino también con sus lujos habituales con cargo al prójimo?”
Es un razonamiento que escuchamos frecuentemente en la boca de los economistas, de algunos políticos contemporáneos, de los expertos y otros irresponsables: la reducción de las prestaciones sociales, especialmente de las que están ligadas al seguro de desempleo que pagan los propios trabajadores, tiene que ver con esto.
Un asalariado que dispone de algunos recursos no está suficientemente incentivado para buscar trabajo. Hay que privarlo pues de todo ingreso para obligarle a buscarlo, como si el hecho de buscar empleo lo crease. Poco importa que si la tasa de desempleo ha aumentado a niveles raramente vistos es precisamente porque hay una masa gigantesca de trabajadores buscando empleo.
Claudia Serrano, ministro del Trabajo (2008-2010) de la presidente Michelle Bachelet, pareció haberlo entendido a cabalidad: como las cifras del paro fueron catastróficas en el trimestre febrero-abril de 2009 le pidió publicamente a los trabajadores chilenos no salir a buscar empleo. ¿Para evitar empeorar las estadísticas del desempleo? Sus declaraciones merecen figurar en una antología:
«…a quienes no están apremiados, o cuyos cónyuges e hijos tienen tranquilidad en materia de empleo, que no presionen el mercado laboral saliendo a buscar nuevos empleos porque eso hace más difíciles las cosas»… «Si no es estrictamente necesario, no es la recomendación de partir por primera vez y activarse a buscar empleo en un momento en que no se está generando mucho nuevo empleo en el sector trabajo…(sic).» (Agencia UPI – Santiago, 28 de mayo de 2009).
Volviendo a los edificantes textos que sentaron las bases de las teorías actualmente dominantes, es útil citar a Sir Frederick Morton Eden (1766-1809), escritor inglés e investigador social calificado como el más grande experto de su época sobre la legislación que protegía a los pobres.
Refiriéndose a un supuesto derecho a obtener un empleo o una ayuda de subsistencia cuando no se es apto al trabajo, puntualizaba:
“…se puede dudar si cualquier derecho, cuya satisfacción parece impracticable, pueda en verdad existir”.
Y agregaba:
“En líneas generales parece haber fundadas razones para concluir que el bien que se puede esperar de la asistencia a los pobres será aniquilado por los males que inevitablemente eso va a crear”.
Good old Joseph Towsend!
Sus ideas – declaradamente destinadas al bienestar de Inglaterra – se esparcieron y prosperaron profusamente entre las gentes de bien.
Algo más tarde, uno de sus seguidores, el conocido economista Thomas Robert Malthus decía a propósito de la ayuda a los pobres:
“Se puede decir que la ayuda a los pobres crea los pobres que ayuda”.
(Thomas Robert Malthus. “Ensayo sobre los principios de la población”. Libro III, capítulo VI).
Todo esto entre los siglos XVII y XVIII, gracias a nuestro amigo Juan Fernández y la isla de Más a Tierra.
Donde aprendemos que es mejor que los pobres sean ignorantes… y los ignorantes sean pobres
Se ve que la brillante idea de eliminar – o de reducir significativamente – la enseñanza de la Historia en nuestro sistema educativo está asentada en poderosas razones: ¿cómo si no interpretar la proposición – en el curso del segundo semestre de 2010 – del Ministerio de Educación, de reducir significativamente las horas de Historia en la enseñanza Básica y Media?
Si Joseph Towsend tuvo precursores y seguidores entre los cuales se cuentan Daniel Defoe y Thomas Robert Malthus, no faltaron los que tuvieron el coraje, la lucidez, o bien ambos, para estimar que los “pobres” jugaban un papel muy diferente al que le adjudicaron estos benefactores de la Humanidad que formaban parte de la auto llamada “sociedad”.
Entre ellos John Bellers, cuáquero inglés (1654-1725), que en 1696 escribía:
“Si alguien tuviese mil fanegas de tierra, y otras tantas libras de dinero, y de ganado, ¿qué sería este hombre rico sin el trabajador sino un simple trabajador? Y habida cuenta que son los trabajadores los que hacen los ricos, mientras más hay de los primeros, más habrá de los otros… el trabajo del pobre es la mina del rico.” (John Bellers. “Proposals for Raising a College of Industry of All Useful Trades and Husbandry” – 1695. Citado por Karl Marx en El Capital, Libro I, séptima sección, Capítulo XXV).
Desde luego no todos hacían gala de tanta generosidad. Otros autores se solazaban en una suerte de cinismo arrogante, o de altiva franqueza.
Karl Marx cita a Bernard de Mandeville, filósofo, médico, economista político y satírico (Países Bajos 1670 – Inglaterra 1733), autor de la célebre “Fábula de las Abejas o los Bribones devenidos Gentes Honestas”.
En ese conocido texto, Mandeville afirma lo que sigue:
“Allí dónde la propiedad está suficientemente protegida, sería más fácil vivir sin dinero que sin pobres, porque ¿quién haría el trabajo?… Si no hay que hambrear a los trabajadores, tampoco hay que darles tanto que valiese la pena tesorizar. Si aquí o allí, apretándose el cinturón y a fuerza de una aplicación extraordinaria algún individuo de la clase ínfima se eleva por encima de su condición, nadie debe impedírselo. Por el contrario, no podríamos negar que llevar una vida frugal sea la conducta más sabia para cada particular, para cada familia tomada separadamente, pero no es el menor interés de las naciones ricas el que la gran mayoría de los pobres nunca esté inactiva y gaste siempre sus haberes… Aquellos que ganan su vida con su labor cotidiana no tienen otro incentivo para ser acomedidos que sus necesidades que es prudente aliviar, pero que sería una locura satisfacer. La única cosa que puede hacer laborioso al hombre de esfuerzo, es un salario moderado. Según su temperamento un salario demasiado bajo lo desalienta o lo desespera, un salario demasiado elevado lo hace insolente o perezoso… De lo que precede resulta que, en una sociedad libre en dónde el esclavismo está prohibido, la riqueza más segura consiste en la multitud de pobres laboriosos… Para que la sociedad (que evidentemente se compone de no-trabajadores) sea feliz y el pueblo esté contento incluso de su penosa suerte, es necesario que la gran mayoría permanezca tan ignorante como pobre. Los conocimientos desarrollan y multiplican nuestros deseos, y mientras menos desea un hombre, más fáciles de satisfacer son sus deseos.” (Bernard de Mandeville. “The Fable of the Bees.” 5ª Ed. 1728. Citado por Karl Marx. Op. cit.).
Cualquier parecido con los objetivos perseguidos por el movimiento estudiantil chileno con relación a la Educación, a su financiamiento, a su calidad, y al papel que debe jugar en ella el Estado en cuanto portador de la voluntad y del interés general, no es pura coincidencia.
Quienes aguerridamente se oponen a una Educación pública, laica y gratuita, y quienes lucran desvergonzadamente con la educación privatizada (¿no son los mismos?), están claramente inspirados por esa deliciosa frase de Bernard de Mandeville:
“Para que la sociedad (que evidentemente se compone de no-trabajadores) sea feliz y el pueblo esté contento incluso de su penosa suerte, es necesario que la gran mayoría permanezca tan ignorante como pobre.”
¿Cómo hacemos entrar en estos razonamientos la tan mentada ley de la oferta y la demanda?
¿De qué manera integramos los patéticos discursos acerca de la productividad o de la competitividad? O aún, para no dar la impresión que es un tema menor, ¿las manipulaciones estadísticas?
Toda la elaboración teórica de la economía estándar tiene sus raíces en una reflexión en la que las relaciones de dominación predeterminan el resultado final. In fine, como vemos, todo se resume a una relación de fuerzas entre capitalistas y trabajadores.
De Más a Tierra al neoliberalismo y al pensamiento único
Jean-Baptiste Say, economista francés (1767–1832), uno de los principales exponentes y defensores del Laissez-faire, es decir de la dominación del mercado como único mecanismo de regulación de los precios y por ende de los salarios, llegó a escribir:
“Los ahorros de los ricos se hacen a costa de los pobres” (Citado por Karl Marx. Op. cit. Séptima sección, Capítulo XXIV).
Jean de Sismondi, historiador, ensayista político y economista suizo (1773–1842), fue aún más lejos cuando declaró:
“Se podría decir que la sociedad moderna vive a costas del proletario, de la parte que extrae de la recompensa de su trabajo.” (Jean de Sismondi. Estudios… t. 1. Citado por Karl Marx. Op. cit.).
La sociedad moderna vive pues a costas del proletario, ese que, en el interés de la “sociedad”, conviene hambrear porque el hambre es el estímulo más eficiente para su laboriosidad, para su productividad.
La lección que entregaran Joseph Towsend y sus contemporáneos fue muy bien aprendida. Ella ha sido enseñada a lo largo de siglos, y hasta el día de hoy, en las escuelas de economía, de administración pública y de negocios del mundo entero.
Generaciones de responsables políticos y empresarios han vivido y viven convencidos de que no pueden existir derechos para los trabajadores. Mejor aún, si son pobres – ¿cómo podrían no serlo? – el ayudarles no solo no sirve sino que empeora su situación y contribuye a aumentar la pobreza.
Como queda dicho, los salarios altos y los precios bajos solo traen miseria.
Esta visión pasa por ser parte esencial de la “modernidad” y constituye el motivo esencial de las reformas que buscan aumentar la “flexibilidad del mercado del trabajo”, propósito que en Chile han promovido Alejandro Foxley, Harald Beyer y Ricardo Solari, para nombrar solo a sus más destacados defensores.
Hace unos años (2002), el conocido economista neoliberal francés Michel Godet escribió un artículo en el diario parisino «Libération» en el que afirma que la ley de la oferta y la demanda también se aplica al mercado laboral. Por eso, dijo:
«Mientras más barato es el costo global del trabajo, más empleo ofrecen los patrones, mientras más caro es el trabajo, más se automatiza, se subcontrata, o se deslocaliza».
Michel Godet no explica cómo, a pesar de los salarios miserables que se pagan en el Tercer Mundo, no se elimina el desempleo en los países subdesarrollados ni crece exponencialmente en los países de más altos salarios como Alemania, Francia o los EEUU.
En la actualidad, en plena crisis financiera de ámbito planetario y particularmente europea, España, que tiene uno de los salarios mínimos más bajos de la Zona Euro, aporta el 50% del desempleo de toda Europa. ¿Dónde queda el razonamiento de Monsieur Godet? Sin duda encontrará buenas explicaciones ex post: a posteriori los economistas siempre tienen una.
Siempre según el eminente Monsieur Godet:
«La competitividad internacional impone remunerar los factores de producción a su valor internacional».
Desde ese punto de vista los salarios chilenos, incluyendo el salario mínimo, están demasiado altos: eso es lo que crea el desempleo y la miseria.
Si el “valor internacional” del trabajo – factor de producción sin el cual no hay creación de riqueza posible – es el de los trabajadores del sector manufacturero chino, o sea unos 80 centavos de dólar la hora (470 pesos chilenos al cambio actual), el Fondo Monetario Internacional tiene toda la razón del mundo: el salario mínimo y los costes de despido en Chile están muy altos.
Más adelante volveré sobre esta curiosa afirmación.
Para los incompetentes burócratas del FMI (o rufianes pagados a precio de oro, como los ex Directores-gerentes Rodrigo Rato y Dominique Strauss-Kahn), es necesario y urgente mejorar la competitividad de Grecia, España, Portugal, Irlanda y otros países europeos, mediante el sencillo expediente que consiste en comprimir los salarios, y en un sentido general, todos los costes salariales, para no hablar de la eliminación de los servicios públicos, la privatización del patrimonio público, la reducción de las prestaciones sociales y de todo lo que se parezca a un elemento desestimulante para la laboriosidad de los ociosos, cuya principal utilidad consiste en no hacer nada.
Si el Estado no debe ayudar a los ociosos, y aún menos intervenir para crear empleo – ya vimos que según Daniel Defoe, Joseph Towsend, Thomas Malthus y otros eminentes economistas eso es contraproducente – lo curioso es que el trabajador tampoco puede esperar nada de la empresa privada. Porque según Monsieur Michel Godet:
«Las empresas no están ahí para crear empleo, sino riquezas».
El sueño del empresario moderno, formado en estas teorías, consiste en ganar dinero sin darle trabajo a nadie. Si Serge Tchuruk, patrón de Alcatel, soñó con llegar a disponer de un imperio industrial sin fábricas y sin empleados, el mundillo de la comunidad financiera logró crear dinero a partir del dinero – incluso a partir de la ausencia de dinero – sin producir nada, ni siquiera servicios financieros.
En el año 2001, el fantasioso Serge Tchuruk anunció lo que parecía completamente loco y que al final terminó en una catástrofe: el sueño de una empresa sin fábricas. Siete años más tarde, Alcatel, que había fusionado entretanto con la empresa estadounidense Lucent, no era sino la sombra del imperio que quería ser. Ya en el 2003 Alcatel anunciaba 5 mil millones de euros de pérdidas y la supresión de 30 mil empleos. En agosto del 2008 Alcatel comunicó más de mil cien millones de euros de pérdidas para el segundo trimestre del año, su sexto trimestre de pérdidas consecutivas. Serge Tchuruk, que había aumentado su propio salario de manera escandalosa mientras las acciones del grupo estaban en caída libre, recibió 6 millones de euros para dejar su cargo de Presidente ejecutivo. ¿Para estimular su laboriosidad?.
De ese modo – eliminando a los trabajadores – el gran capital se economiza hasta la preocupación de estimular la laboriosidad de los ociosos… Queda por determinar cómo crear riqueza sin el precioso concurso de la mano de obra cuya labor es su única fuente. Adam Smith, David Ricardo, Karl Marx, Friedrich Engels y hasta John Maynard Keynes confesarían su perplejidad.
El inenarrable Fondo Monetario Internacional pone su granito de arena
Del Fondo Monetario Internacional se pueden decir muchas cosas, pero ciertamente no se le puede acusar de falta de perseverancia – hay quién utilizaría la palabra pertinacia – como queda en evidencia cuando se examinan algunos sabrosos episodios de nuestra propia historia reciente.
En diciembre del 2003, como cada año, el FMI le hizo llegar sus consejos al gobierno de Chile. El Fondo Monetario Internacional elogiaba las políticas en curso pero exigió hacer aun más flexible el mercado del trabajo y llamó a las autoridades chilenas:
“A explorar el tema de los costes de despido que aparecen muy altos vistos desde una perspectiva internacional, así como a limitar los aumentos del salario mínimo, en particular para los trabajadores jóvenes.”
Si menciono los consejos del FMI del año 2003 es porque al mismo tiempo Dick Grasso – presidente de la Bolsa de New York que contribuyó poderosamente a su hundimiento – recibió en premio un bono equivalente a setenta y siete mil años de salario mínimo chileno (770 siglos), y 48 millones de dólares más como indemnización de despido.
El FMI tenía razón: los costes de despido estaban muy altos. Y siguen altos: cuando debieron dejar sus cargos, los facinerosos que hundieron la banca española (y europea) se auto adjudicaron decenas de millones de euros cada uno, a título de indemnizaciones de despido.
Los Tribunales españoles tienen ante sí décadas de procesos por incuria, malversación y corrupción que incluyen a un connotado ex Director-gerente del FMI, el inenarrable Rodrigo Rato, cuyo talento contribuyó poderosamente al hundimiento de Bankia, banco rescatado luego con decenas de miles de millones de euros de dinero público. Lo mismo ocurre – sigue ocurriendo – con JP Morgan en los EEUU, y con Barclays en Gran Bretaña, para no hablar de HBSC, involucrado en el lavado de miles de millones de dólares del narcotráfico mexicano. La laboriosidad de los banqueros es infinita y no necesita ser estimulada.
Por otra parte, refiriéndose a los salarios, el informe de 2003 del FMI (en plena presidencia de Ricardo Lagos) decía:
“Las autoridades (chilenas) indicaron que están examinando formas de reducir los costes de despido… También anotaron que un estudio patrocinado por el BID (Banco Interamericano de Desarrollo) mostró que el aumento del desempleo en los últimos años es mayormente cíclico, pero fue agravado por… el nivel del salario mínimo, que ha sido fuertemente aumentado durante los años 1998-2000”. (Informe de consultas sobre el Capítulo IV – 2003. Fuente: FMI).
Según las autoridades chilenas – encabezadas por Ricardo Lagos – respaldadas por un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo, el culpable del desempleo era el fuerte aumento del salario mínimo al que había accedido el gobierno precedente, o sea el de Eduardo Frei Ruiz-Tagle.
Al asumir su cargo, el ministro de Hacienda Nicolás Eyzaguirre ya le había echado la culpa a Frei Ruiz-Tagle cuando aseguró que:
“Hubo un cierto exceso de gasto fiscal durante los últimos tres años» lo que «debilitó los fundamentos de la economía» (Louis Casado: Intervención en la Asamblea General de la Confederación Minera de Chile. Bahía Inglesa. 6-8 de abril de 2010).
En el siglo XVII como ahora, en pleno siglo XXI, los culpables de la pobreza y del desempleo son los altos salarios y las ayudas que reciben los pobres. Alain Minc, neoliberal francés asesor de las grandes multinacionales y consejero de gobiernos obedientes, dice en efecto que:
“El exceso de remuneración de unos crea el desempleo de otros” (Louis Casado. Op. cit.)
A quienes piensen que las teorías de Joseph Towsend y sus seguidores cayeron en el olvido o son cosa del pasado, es necesario recordarles las palabras de Nina Easton – periodista estadounidense y Jefe del Bureau de Fortune Magazine en Washington – en la columna que publicó en enero de 2010 en el conocido semanario estadounidense TIME Magazine.
El título de su nota lo dice todo:
“Un Límite a la Compasión. El Congreso sigue extendiendo los beneficios para los desempleados. ¿Y si eso solo prolongase el desempleo?” (Nina Easton. TIME Magazine del 25/01/2010. “A Limit to Compassion. – U.S. Congress keeps extending jobless benefits. But what if that only prolongs unemployment?”).
Con motivo de la gigantesca crisis financiera de los créditos subprime que estalló el año 2008 y que tuvo entre otras consecuencias la de echar a la calle a millones de familias norteamericanas que perdieron su hogar, TIME Magazine publicó en marzo de 2010 una nota de Justin Fox, conocido columnista del semanario yanqui, que condena la ayuda que el Estado Federal le otorga a las familias pobres que desean conservar o comprar su vivienda:
“Porque si tienen casa propia pierden movilidad para ir a buscar trabajo a cualquier parte”(sic).
Otro argumento utilizado contra los subsidios que facilitan el acceso a una casa propia por parte de los miserables en los EEUU tiene que ver con que “eso genera una demanda excesiva de vivienda y por consiguiente un aumento de su precio”, lo que naturalmente es pernicioso para los hogares modestos (Justin Fox. TIME Magazine).
Donde vemos que los trabajadores son ociosos y haraganes, y que darles trabajo contribuye a la inestabilidad de la economía
Como puede verse, los ricos, los extremadamente ricos y sus sirvientes, se inquietan de la simple posibilidad de que se ayude o se les otorguen derechos a los trabajadores… porque eso es malo para los trabajadores.
Si al menos a cambio de tanto desvelo y tanta generosidad los trabajadores fuesen empeñosos, laboriosos, productivos, no haraganeasen y justificasen el salario que se les paga…
Lamentablemente no es el caso.
Según las teorías que enseñan en Harvard, en la Universidad de Columbia o en la Escuela de Negocios Adolfo Ibáñez, el trabajador es haragán por excelencia. Un ocioso.
Joseph Stiglitz – pseudo premio Nobel de economía 2001 – publicó en 1984 una teoría del desempleo en la American Economic Review, y tituló su artículo muy precisamente:
“El desempleo de equilibrio como una herramienta disciplinaria para los trabajadores” (J. Stiglitz y Carl Shapiro. American Economic Review. “Equilibrium unemployment as a worker discipline device.” 1984).
En su nota, después de hacer algunas consideraciones sobre los salarios, Stiglitz y Shapiro dicen:
“Con el desempleo, aun si todas las firmas pagan los mismos salarios, un trabajador tiene una incitación para no sacar la vuelta. Puesto que si es despedido, un individuo no encontrará inmediatamente otro empleo. La tasa de desempleo debe ser suficientemente elevada para que sea benéfico para los trabajadores trabajar en vez de correr el riego de ser sorprendidos sacando la vuelta”.
Repitamos en coro el mantra de Joseph Stiglitz, economista “progresista” donde los haya:
“La tasa de desempleo debe ser suficientemente elevada para que sea benéfico para los asalariados trabajar en vez de correr el riego de ser sorprendidos sacando la vuelta”.
¿Basta con lo que precede? No.
Aun cuando no haraganeen, aunque sean muy esforzados y laboriosos, muy productivos, darle trabajo a todos los asalariados lleva consigo un pequeño problema, un simple detallito: el pleno empleo tiene efectos inflacionarios. Por eso pretender al pleno empleo – es decir darle trabajo a todos los que desean trabajar y que por consiguiente buscan trabajo – es un atentado contra los equilibrios económicos, y en particular contra la estabilidad de los precios.
Al respecto, permítaseme una pequeña alforza al tema central de esta nota, cual es el de la laboriosidad, o productividad de los trabajadores.
La inflación… ¿Es mala? Eso pretenden algunos economistas. Entre ellos quién firma como Doctor en Economía, el progresista Gonzalo Martner, que en su opus magnus “Turbulencias económicas”, difundido en julio de 2008, sostiene:
“La inflación es regresiva –afecta más a los que viven de un salario o de ingresos esporádicos”.
Esa visión de Martner debiese llevarnos a concluir en que el único mandato del Banco Central (y de todos los Bancos Centrales del mundo, casi sin excepción), que se refiere precisamente a la inflación, se debe a que quienes definieron sus estatutos no tenían in mente sino “a los que viven de un salario o de ingresos esporádicos”. Lo que está muy lejos de la verdad y dista mucho de haber sido demostrado.
La realidad es que quienes son más afectados por la inflación son los poderosos, los rentistas, los agiotistas, los usureros. La inflación, en el mediano y largo plazo tiende a hacer desaparecer las deudas, las contractadas por los consumidores desde luego, pero también las referidas al endeudamiento público, las deudas del Estado.
Esa es la razón por la cual los mandatos de casi todos los Bancos Centrales del mundo, con la notable excepción de la FED – el Banco Central de los EEUU, cuyo mandato se extiende al empleo – se limitan a la lucha contra la inflación.
Para premunirse de la desvalorización de los créditos otorgados al consumidor, y de los precios expresados en moneda nacional, los artistas de la dictadura inventaron en Chile la UF (unidad de fomento), moneda paralela y engendro inflacionista que los gobiernos de la Concertación, incluyendo el gobierno de Lagos en el cual Martner ejerció responsabilidades no despreciables, se cuidaron muy bien de no hacer desaparecer.
La degradación del poder adquisitivo de los salarios que provoca la inflación encontró una respuesta en la Europa conservadora: el reajuste automático de salarios, mecanismo que hicieron desaparecer los gobiernos social demócratas en la década de los 80 con el pretexto de… luchar contra inflación.
Gracias a lo cual, en los últimos 20-30 años, con la inflación controlada, los asalariados franceses y alemanes no constataron ninguna progresión real de sus salarios, mientras que la parte de la remuneración del capital aumentó en casi 10 puntos porcentuales del PIB (sustraídos a la remuneración del trabajo), lo que para Francia da la impresionante cifra de 200 mil millones de Euros cada año.
Como he mencionado en otros trabajos, hasta la OCDE terminó por darse cuenta, o por abrir los ojos, y declaró en un estudio reciente:
“Estos tres últimos decenios, la parte del ingreso nacional constituida por los salarios y elementos accesorios del salario – la parte del trabajo – ha disminuido en la casi totalidad de los países de la OCDE.” (Perspectives de l’Emploi de l’OCDE 2012. Louis Casado: “La economía chamánica”. 12 de julio de 2012).
En nuestros días, en los que la crisis del euro llena las primeras páginas de la prensa y los noticieros televisados – crisis que ha acelerado la pauperización de decenas de millones de trabajadores europeos¬ – hay quién osa, ¡por fin!, poner en duda el dogma de la “inflación mala”, ese dogma que Gonzalo Martner aprendió de memoria, sin buscar razonar un poco.
Jacques Sapir, entre otros, pone en duda la sabiduría de quienes sostienen que la mejor inflación es la que tiende a cero. En todos los países. Con un argumento de una sencillez bíblica, que expone consecuencias dramáticas de cara a la estabilidad de la economía Europea y mundial: ¿Cómo es posible pretender que economías tan disímiles como la española y la alemana, la griega y la francesa, la chilena y la de los EEUU, puedan sostener tasas de inflación similares? (Jacques Sapir. “Faut-il sortir de l’euro?”. Ed. Seuil. Paris, janvier 2012).
Me propongo encontrar el tiempo y el modo de profundizar este tema, pero volvamos entretanto a lo que nos ocupa presentemente.
Allá por el año 1940 se consideraba que una baja tasa de desempleo se situaba en torno al 2%. En el año 2010, según la Federal Reserve (FED), el Banco Central de los EEUU, esa cifra se sitúa en el 6,2%.
La FED inventó un índice: la Tasa de Desempleo Necesaria para Limitar la Inflación. Nótese que esa tasa de desempleo es de un 6,2% y es “necesaria” (NAIRU o “Non Accelerating Inflation Rate of Unemployment”).
De modo que para mantener el desempleo en un nivel considerado catastrófico hace algunas décadas, disponemos ahora de dos buenos argumentos: el de Joseph Stiglitz, y el de la Reserva Federal.
Con el evidente propósito de evitar, en su propio beneficio desde luego, que los ociosos haraganeen, y de reducir la inflación en beneficio de los trabajadores – ¡faltaba más! – Martner dixit.
Estos son los razonamientos de quienes tienen en sus manos los destinos de la Humanidad…
Desafortunadamente, según las estadísticas con las que nos convencen en Chile de que todo va bien, nos estamos acercando peligrosamente al límite del NAIRU.
¡Puedan los cielos impedir que la pujante economía chilena no llegue al pleno empleo!
Donde se muestra que se puede ganar dinero sin producir nada
En todo caso en los EEUU hacen todo lo posible por mantener una alta tasa de cesantía. La edición del 15 de julio de 2012 de Nation of Change publica una nota en la que Dave Johnson, miembro del Institute for the Renewal of the California Dream, sostiene lo que sigue:
“Aunque tenemos actualmente millones de empleos disponibles y nadie contrata a nadie para ocuparlos, hay quién pretende que los desempleados son de alguna manera responsables de su propio desempleo, o alegan que hay razones “estructurales” para ello. Dicen que tendremos que acostumbrarnos a un alto desempleo, que es una “nueva normalidad”, y que no debiésemos hacer ningún esfuerzo para resolver esta cuestión porque no podemos” (Dave Johnson. “Jobs Emergency Hollowing out the Middle Class”. Nation of Change, 15/07/2012-http://www.nationofchange.org/jobs-emergency-hollowing-out-middle-class-1342360648)
Dave Johnson estima que sólo los trabajos necesarios para modernizar las obsoletas y envejecidas infraestructuras estadounidenses podrían crear cientos de miles de empleos, pero… ¿a quién le importan las infraestructuras públicas en un país dominado por las ansias de ganancias rápidas obtenidas sin producir ni un cacahuete?
El sector financiero no ha cesado de aumentar la parte que obtiene de la masa global de beneficios industriales, parte que no guarda ninguna relación con los servicios que la “comunidad financiera” le presta a la economía.
En marzo de 2011, Kathleen Madigan escribía en el blog que mantiene en el Wall Street Journal:
“Después de alzarse como el ave Fénix, la industria financiera obtiene alrededor de 30% de la masa global de beneficios industriales. Esta es una cifra sorprendente, habida cuenta que el sector cuenta por menos del 10% del valor agregado en la economía”.
Si Kathleen Madigan habla de “ave Fénix”, es porque el sector financiero había sufrido una caída estrepitosa con las crisis que se sucedieron de manera ininterrumpida de 2001 en adelante, y hasta septiembre de 2008 (la caída).
Si en diciembre de 1947 el sector financiero obtenía el 8% del total de beneficios corporativos, en diciembre de 2001 había alcanzado una parte inimaginablemente alta: ¡un 45,80%! (James Bianco. The Big Picture. Macro Perspective on the Capital Markets, Economy, Technology & Digital Media. March 29, 2011).
A partir de septiembre del 2008 – en plena crisis financiera estadounidense y europea – gracias a los Bancos Centrales, la “comunidad financiera” ha visto aumentar sus beneficios, y la parte que obtiene de la masa global de beneficios industriales, de manera exponencial.
En la citada nota James Bianco afirma que:
“El gran conductor de la curva de rentabilidad es la manipulación por parte del gobierno (estadounidense) de las políticas monetarias de la Reserva Federal.”
¿Hay que sorprenderse si un conocido consultor financiero de New York – Shah Gilani – les trata de “rufianes” y de “sinvergüenzas?” (Shah Gilani. “Central banks are the problem”. Capital Waves Strategist, Money Morning. July 10, 2012).
En estas condiciones, ¿a quién le importa producir nada en los EEUU? ¿O crear empleo?
El cacareo de los Senadores y Representantes de Capitol Hill porque Ralph Lauren hizo fabricar los uniformes olímpicos de los deportistas estadounidenses en China es una lamentable y patética demostración de hipocresía. Efectivamente, la empresa estadounidense Ralph Lauren recibió el encargo de diseñar y fabricar los uniformes olímpicos de los atletas yanquis para los Juegos que debutaron el 27 de julio de 2012 en Londres.
Ralph Lauren hizo hacer todo el trabajo en China causando la ira de Senadores y Representantes estadounidenses, que lanzaron una patriótica protesta descrita por el Cotidiano del Pueblo, órgano oficial del partido Comunista chino (Beijing. 14 de julio 2012) en una nota titulada “¿Pagarán los EEUU el precio de ser patrióticos?”
“Esta acción de la parte del Comité Olímpico simboliza la desastrosa política comercial que nos ha costado millones de empleos pagados decentemente, y debe ser cambiada”, declaró el Senador Bernie Sanders.
“Esto no es sólo un ultraje, es simplemente estúpido”, dijo el representante Steve Israel.
“Estoy tan disgustado. Pienso que el Comité Olímpico debiese tomar todos esos uniformes, apilarlos y quemarlos, y comenzar todo de nuevo”, dijo Harry Reid, líder de la mayoría demócrata en el Senado.
Reid agregó que el Comité Olímpico (USOC) debiese estar avergonzado de que los uniformes fuesen fabricados en China, cuando los trabajadores de la industria textil de los EEUU andan buscando trabajo. Accesoriamente, Reid, Israel y Sanders son miembros del Partido Demócrata, y se les olvida mencionar que no son algunos cientos de uniformes los que podrían restituirle a los EEUU la masa de empleos eliminados en virtud del principio del lucro máximo, así como omiten recordar que las políticas libremercadistas que atacan son las mismas que han puesto en práctica con no disimulado entusiasmo los presidentes demócratas que ellos han apoyado: Bill Clinton y Barack Obama.
En la hipocresía… ¿Quién le copia a quién? ¿La Concertación chilena a los demócratas americanos, o los demócratas americanos a la Concertación chilena?
Una muy lamentable conclusión
La verdad es que en Europa o los EEUU, en Chile como en China o Japón, el empleo y los trabajadores son una variable de ajuste. El objetivo principal de las políticas financieras y económicas consiste en mantener las condiciones que generen el máximo de lucro, incluso si ello implica reducir y hasta eliminar las garantías que los trabajadores lograron al precio de incontables sacrificios y siglos de luchas sociales.
Ese objetivo ha llevado a la privatización de los servicios públicos, y muy particularmente la de la Salud y la Educación. En estos días los gobiernos “rufianes y sinvergüenzas” (Shah Gilani dixit) prosiguen la tarea de demolición del llamado “Estado de bienestar” aumentando la edad de la jubilación, alargando la jornada de trabajo, reduciendo los salarios, y disminuyendo las prestaciones sociales y las indemnizaciones de desempleo.
Seguramente porque, como enseñaban Joseph Towsend, Daniel Defoe, Thomas Malthus y otros economistas, ayudar a los trabajadores es pernicioso. Y porque no hay que olvidar jamás que:
“…el hambre no es solo un medio de presión pacífico, silencioso y constante, sino que como es el móvil más natural para la laboriosidad y el trabajo, suscita el esfuerzo más potente”.
¿Existe alguna consciencia del daño que se le provoca a millones y millones de familias, a hombres, mujeres y niños, empujados lenta pero seguramente a la pobreza y a la miseria?
Andrea Fabra, parlamentaria del Partido Popular español (derecha) entregó una respuesta para el bronce el día miércoles 11 de julio de 2012 en Las Cortes de Madrid.
Inspirada, seguramente, por las enseñanzas de sus eminentes predecesores de los siglos XVII y XVIII, en medio del discurso del Presidente de Gobierno español Mariano Rajoy, que le anunciaba al Parlamento la reducción de la indemnización que reciben los trabajadores en el paro, Andrea Fabra gritó en pleno hemiciclo:
“¡Que se jodan!”
Louis Casado. París, enero de 2013
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Buena Sr, Casado. Entre los trabajos más geniales que han inventado los ingleses, ha sido el trabajo de filósofo y naturalista, extrayendo de la observación, solo los ejemplos magníficos que les permitieron legalizar la acumulación de capital por parte de los que tenían el poder, y darles la categoría de postulado científico, lo que en nuestros tiempos equivale a regla moral. Incluso le torcieron la nariz al cristianismo, a pesar de que los evangelios tenían una buena traducción al inglés, aprovechando que el cristianismo ya traía bastante torcida la nariz en su paso por Roma. El problema es que los que se basan en estos postulados además son dueños de los ejércitos más poderosos del mundo, y por ello son muy convincentes.
¡ Que razón tiene Ud. Olga! ! Que diferencia entre el alemán Alexander von Humboldt y los naturalistas ingleses»,racistas que consideraban a los aborígenes de Australia como animales salvajes.
Respetando a los ingleses de a pie,esa nación merece ser fulminada,porque acecha con maldad al mundo árabe,al europeo,al africano al asiático y al latinoamericano.
Excelente articulo de Casado, muy documentado.
Mas que comentario surge una reflexión.
No son los mismos trabajadores también quienes, apoyan con su voto a gobiernos, partidos o coaliciones que tienen una ideología de explotación máxima ??? Es por que no saben que son una variable económica de permanente tensión ??
En ese caso se podría entender eso de, que se jodan !!! Por «giles» ademas!!!