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Servicios de desinteligencia o el servicio a las derechas

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Los progresismos sudamericanos deberían comenzar a tomar nota tanto de las transformaciones discursivas como de las prácticas políticas que las derechas vienen desarrollando y que en gran medida son resultado del crecimiento y consolidación de esos mismos progresismos, allí donde pudieron desplegarse. No es el discurso enarbolado desde hace más de una década, cuando se contentaban con desconocer las atrocidades de los estados terroristas encubriendo a sus responsables y a sí mismos por su complicidad. Por entonces esas derechas consideraban a la democracia como una simple formalización política alternativa del orden, una más entre varias (como el propio estado terrorista), mientras garantizara el disciplinamiento social y la exacción de beneficios privados a la par de congraciarse con las recetas neoliberales aplicadas. Su narrativa incluye ahora algunos derechos sociales y una aparente preocupación por la democracia, y sus prácticas no excluyen la disputa de las calles, las redes sociales y la cultura.

A los efectos de esta discusión, poco importa si la virazón es sincera o una simple recomposición de imagen y metodologías con fines efectistas y electorales. Reconozco que referirme a los progresismos sudamericanos en general es una generalización, tal vez abusiva, debido a la heterogeneidad de las fuerzas gobernantes en cada país del sur y a su cultura política y tradiciones organizativas contrahegemónicas. Aunque no lo es tanto en lo referente a las derechas, las que, pasado el primer momento de confusión y dispersión, han tendido a homogeneizarse y unificarse en una suerte de emulación de algunos ejemplos de izquierdas en la resistencia, como el brasileño o el uruguayo. Si periodizamos, las derechas pasaron de reivindicar el genocidio a encubrirlo, para presentarse ahora como luchadoras por las libertades individuales, la independencia de poderes y la honestidad. ¿Ganaron en lucidez? No lo creo, aunque puede haber algunos honestos liberales a la americana en sus filas. Sólo se aprovechan de los errores y desprecios por esas libertades que exhiben ciertos progresismos.

Un claro ejemplo de la nueva estrategia es el del recientemente derrotado candidato venezonalo Capriles, detrás de quien se unificó la oposición. Con un linaje de derecha se presentó publicitariamente como un centroizquierdista que hasta prometió mantener los programas sociales del chavismo llamados “misiones” o bien machacó sobre los riesgos de fraude y hasta de golpismo, siendo precisamente uno de los participantes del frustrado golpe del 2002 y del ataque a la embajada cubana. Apareció disfrazado de defensor del estado de derecho y la independencia. El conservadurismo, por recursos y cultura política, es quién mejor capitaliza la videopolítica y las técnicas de seducción por imagen. Casualmente esta semana, el matutino argentino “La Nación”, exponente de la derecha mitrista, publicó un artículo en el que describe las clases de teatro que toman algunos políticos con prestigiosos actores (sus ejemplos concretos son todos de fuerzas retrógradas), además de contar con asesores de imagen que los instruyen en oratoria, peinado y en el uso del “lenguaje no verbal conjuntamente con su vestimenta”. La experta asesora entrevistada sostiene que “considera exitoso a quien utiliza el 85% de su ingeniería humana (o marketing personal). El resto, el 15%, refiere al conocimiento en la materia que por supuesto deberá sostener».

Como motor de estos cambios se combinan dos cuestiones relevantes. Por un lado la crisis capitalista internacional que pone en cuestión los lineamientos monetaristas ortodoxos obligando a prescindir de ellos en la oratoria y hasta reconocer algunos logros de los oficialismos en materia de inclusión social. Por otro, inconsistencias, debilidades o negaciones de institutos democratizantes por parte de los gobiernos progresistas. Ahora bien, una vez  reconocidos estos cambios, el mejor modo de combatir la ofensiva derechista es quitarle la razón en los hechos. De lo contario, se le concede ese 15% faltante que ningún marketing podría otorgarle. Por caso, el reciente papelón de la Presidenta argentina Cristina Kirchner en las universidades de Georgetown y Harvard, se apoyó en la negación sistemática de los datos y la pertinencia interrogativa que expusieron tímidos -y hasta ingenuos- estudiantes. Desperdiciando sus dotes retóricos, apeló a una oratoria de maestra ciruela, incluyendo reprimendas a los jóvenes a quienes además acusaba de ignorantes. Negó la existencia de una inflación del 25% y de la manipulación de las estadísticas públicas, de su propio enriquecimiento durante la gestión, y ante la requisitoria de la razón por la cual no concede conferencias de prensa o admite preguntas, aseveró hablar asiduamente con periodistas, sin más prueba que su propio aserto.

Un peligro que acecha a los progresismos es el de conformarse con la realidad a partir de los resultados electorales recientes que en su extremo ideológico culmina en el apotegma de que “el pueblo nunca se equivoca”, desmentido por el más vasto pasado mediato. Ni ganar ni perder elecciones otorga racionalidad alguna. La consistencia de la razón reclama pruebas más epistemológicas que unos cuantos votos de más. La aritmética electoral resulta de la aplicación de un álgebra de funciones simbólicas y ecuaciones de gran complejidad e incertezas entre las que interviene la variable de la legitimidad. No es la mera resultante de la eficacia económica, que en última instancia reafirma el concepto de “voto cuota”, tan usado por el menemismo en Argentina. Entiendo por eficacia los resultados de la gestión cuyas políticas públicas mejoran las condiciones económico-sociales de las mayorías e instrumentan respuestas positivas a las expectativas de mejoramiento, algo en lo que han puesto el acento los progresismos. Contrariamente, entiendo por legitimidad la creencia colectiva mayoritaria de que, a pesar de sus limitaciones y fallas, las instituciones políticas existentes son mejores que otras que pudieran o pudieron haber sido establecidas y que cumplen en la práctica con los valores e ideales que las erigieron. Obviamente las dos dimensiones se superponen, y cuanto más inequitativo sea el sistema capitalista imperante, más se perderá de vista una (la legitimidad) bajo la urgencia de la otra (la eficacia).

Un ejemplo rotundo de torpeza extrema y desprecio por las libertades y derechos, es decir, por la legitimidad, es el que vivió en Venezuela (con repercusiones internacionales) el periodista argentino Jorge Lanata, hoy showman al servicio del monopolio comunicacional al que poco tiempo atrás dedicó párrafos lapidarios: el Grupo Clarín. Para Lanata, su empleador “convivió e hizo grandes negocios con los militares (Papel Prensa, junto a La Nación), gerenciado por la señora que se sospecha apropiadora de hijos de desaparecidos, que implementa el terror como política laboral (no tiene, por ejemplo, comisión interna) (…) que montó ilegalmente Radio Mitre, que obtuvo Canal 13 del menemismo y logró la fusión monopólica del cable con Kirchner”. Con el propósito de transmitir por el canal antes denostado lo que suponía sería la caída de un “tirano”, viajó al país caribeño para reflejar con pretendido alborozo el supuesto hecho histórico que la enorme proporción de votantes se encargó de contrariar. Pero al llegar fue demorado e interrogado por el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN) mediante agentes de civil y sin identificación, con la habitual imbecilidad de estos cuerpos represivos para inquirir obviedades y abochornar a los poderes que los montan y sustentan. ¿Qué otra cosa podía ir a hacer un equipo de periodistas televisivos de la derecha política argentina sino a mostrar las razones por las que, según ellos, debía ganar la oposición? ¿Y qué tendría eso de malo o de peligroso? Pero peor aún es que al retornar volvió a vivir la misma experiencia con todo su equipo, demorando un vuelo con 200 pasajeros, con el agravante de que en esa ocasión le sustrajeron y borraron computadoras y celulares, las filmaciones de la propia detención y con ello sentaron las bases para cualquier amplificación o versionismo de las vejaciones que quieran hacer las víctimas. La excusa de la última detención fue que contaban con un documento del propio SEBIN (obviamente filtrado desde la misma institución y ya exhibido por TV, tal como pueden serlo los de wikileaks). Para coronar la estulticia, el embajador argentino consideró que se debió a una provocación de los periodistas. Aún si así fuera, nada exculpa de estupidez a los que caen en ella.

¿A quién sirven los “servicios”? ¿Y a quién el SEBIN en particular? ¿Quién los dirige y quién los controla? ¿Quién se hace cargo de sus intervenciones? Aunque no tengamos respuesta y las volteretas de Lanata nos merezcan repudio ético e ideológico, no hay otra actitud posible que la de la más franca solidaridad con el equipo de profesionales agredidos y vejados. Las fuerzas represivas anónimas y autonomizadas no son jamás de izquierda o progresistas, sino siempre el vehículo del abuso de poder, de la arbitrariedad, la soberbia y la humillación, cuando no directamente del crimen. Afortunadamente, la victoria del Presidente Chávez no sólo abre esperanzas para profundizar los cambios generales en la región, sino también para abrir un debate sobre los institutos políticos sobre los que se asienta el régimen de gobierno como así también los aparatos represivos con los que cuenta y su control. Como ya expuse en otras ocasiones, una verdadera revolución política no sólo podría corregir enormes concentraciones de poder aún vigentes, sino además dar un gran impulso a las reformas económico-sociales que tan afortunada como tibiamente se vienen implementando desde los progresismos realmente existentes. El riesgo ante el silencio es la erosión de la legitimidad que tanto anhelan las derechas.

A las denuncias de corrupción se las combate probando honestidad. A las preguntas capciosas se las combate con respuestas fundadas. Y a los servicios se los combate denunciándolos en sus atropellos, por más bolivarianos o revolucionarios que se crean.

– Ela autor, Emilio Cafassi, es Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@sociales.uba.ar

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1 Comentario

  1. Mario Avello

    Una sola pregunta ¿por qué la victoria del Presidente Chávez (no sólo) abre esperanzas para profundizar los cambios generales en la región? ¿Qué tiene que ver su victoria con las realidades de Argentina, Chile, Brasil? Podríamos pensar que influyera en Colombia u otros países de CentroAmérica y el Caribe. Pero ¿es tan importante en TODA LA REGION? ¿No estaremos construyendo otro mito como la Revolución Cubana? MARIO

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