Queridos amigos de piensaChile
Después que en un comentario se me vino a la pluma esta expresiva frase con que se da comienzo a Ricardo III de Shakepeare, como símbolo de lo que vivimos, lo busqué en Internet para ver como seguía el verso y descubrí un artículo escrito en España, que refleja lo mismo que pasa en Chile. Así que el Invierno se extiende y las personas quieren cambio.
Andrea S.
Cuando Shakespeare comienza su Ricardo III con "Éste es
el invierno de nuestro descontento", nunca imaginó que iba a convertirla
en una de las frases más clásicas de la literatura universal y paradigma de esa
línea que todo aprendiz de escritor busca con desesperación cuando se sienta
frente al ordenador y quiere iniciar su historia, que es la historia de todos.
Shakespeare utiliza Ricardo III como un grito colectivo para denunciar la
ambición enfermiza por el poder, la envidia, la traición y la aniquilación
política o profesional en nuestra sociedad, males terribles que nos vuelven a
situar continuamente en la línea inamovible de salida y nos impiden disfrutar
del verano de nuestras satisfacciones.
Shakespeare recurre al invierno como figura poética para
acentuar la tragedia que va a relatar porque, a menos que seamos esquimales, ya
nos gustaría que esa estación no durara más de un par de semanas. En estos días
hemos descubierto que este invierno vuelve a ser el de nuestro descontento.
Ya nadie duda de que nos ha tocado ser testigos de una gran
crisis económica y social que traerá consigo una gran tragedia humana. Los que
dicen que entienden cómo se ha llegado a esta crisis y nos dan lecciones de
cómo salir de ella hablan de una utopía, sin creerse que la utopía existe, es
posible y realizable en nuestra historia. La distopía social que está empezando
a vivirse en nuestro país está pidiendo a gritos un nuevo orden y unas nuevas
estructuras. Los ciudadanos viven con notable efervescencia su papel de remeros
de un gran barco con diecisiete fisuras, que es el país de las actuales
comunidades autónomas desunidas, que parece navegar a la deriva.
Esta crisis debería servir para provocar en los ciudadanos
un debate sobre cuál debe ser su papel en las sociedades democráticas, sobre
todo en aquellas como la nuestra en las que no abundan los debates valientes y
esperanzadores entre aspirantes, candidatos y actuales ocupantes del sillón de
capitán de la nave.
Se ha dicho que la democracia vale lo que vale el saber del
pueblo que la sustenta. Al igual que otras muchas democracias, la democracia
española está todavía en su pubertad, porque ¿cómo podemos ejercer nuestro
derecho al voto con suficiente conocimiento de causa y de personas si todo se
reduce a seleccionar a un grupo de personas que figuran en una lista cerrada que
se reúnen en un lugar cerrado para dirigir el destino de una sociedad abierta?
La democracia no es más que un esfuerzo colectivo para mejorarnos a nosotros
mismos desarrollando un sentido responsable del propio yo y de la sociedad.
Lo que legitima a la democracia no es precisamente el voto
sino la voluntad política del ciudadano que, como elector, tendrá que emitir
con pleno juicio su propio juicio sobre los distintos candidatos y opciones
electorales. Después de todo, la fuente de la legitimidad es el corazón de la
civilización. Así pensaba Sócrates hace 2.500 años, para quien la democracia o
gobierno del pueblo tiene su origen en el disgusto perpetuo del pueblo. Saber,
esto es, tener conocimiento, es comprender la relación entre lo que sabemos y
lo que hacemos. Aunque parezca sencillo, esto parece ser una de nuestras
mayores dificultades. Como fue el caso de Villa Feliz.
Villa Feliz es un nombre ficticio de pueblo pero que vale
para todos los pueblos de España. En ese pueblo, y después de varias semanas de
tira y afloja, los 13 representantes de cinco partidos políticos que
concurrieron a las elecciones se pusieron de acuerdo para evitar que Fulano de
Tal fuera nombrado alcalde de Villa Feliz. Los 12 representantes conseguidos
por el partido Amarillo eran insuficientes para obtener mayoría absoluta, así
que los 13 concejales de una coalición perversa formada por 5 concejales del
partido Violeta, 3 del partido Azul, 2 del partido Verde, 2 del partido Rojo y
uno del partido Naranja decidieron gobernar el pueblo. La sorpresa fue más
mayúscula cuando los ciudadanos se enteraron de que esos concejales habían
nombrado alcalde de Villa Feliz al único concejal del partido Naranja, que sólo
obtuvo 101 votos de un censo de 60.000 electores. Pero la ciudadanía calló cobardemente.
En aquellas democracias en que se deniega activamente la
utilidad del conocimiento público se tiende a institucionalizar lo que es y no
es verdad según el grupo dominante en el poder y se acaba naufragando en el mar
de la intolerancia bajo el timón de la incertidumbre, confusión, desorden,
irracionalidad, injusticia social y corrupción. Este razonamiento es el mismo
que deja sin fundamento a quienes se sienten obligados a votar siempre a la
misma opción política como si se tratara de un castigo predeterminado social y
genéticamente.
Esa excesiva fidelidad que siente el ciudadano hacia el
grupo o partido y no a la sociedad es otra de las características de la
civilización inconsciente porque llegamos a comportarnos en función del grupo
al que votamos y no como individuos o ciudadanos independientes autorregulados
por los estándares más nobles del bien público. Cuando el ciudadano es reducido
al estado de sujeto pasivo puede ocurrir lo inevitable, mucho antes de que se
conozca lo que es inevitable. Lo que quiero decirte, amigo lector, es que estoy
seguro de que tendrás más de una razón a nivel personal, familiar, profesional,
social o política para que éste sea el invierno de tu descontento. Como
ciudadano de una democracia, haz oír tu voz. Buen día y hasta luego.
*Fuente: La Provincia
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