«Es más peligroso un pibe que piensa que un pibe que roba»
por Silvina Friera (Argentina)
14 años atrás 11 min lectura
El aire se espesa en Morón. Se presiente la lluvia, el
ataque de las gotas, como en uno de los poemas de Camilo Blajaquis, el
seudónimo que eligió César González para escupir su dolor, su verdad, su
poesía, cuando renació dentro de una cárcel.
"¡Letras, máscara de mi herida!
Aliéntame esta tarde
que si no escribo soy piedra
y vuelvo a ser tan sólo un expediente",
se lee en su primer libro, de título ricotero, La venganza
del cordero atado (Ediciones Continente), con ilustración de Rocambole y
prólogo de Luis Mattini. Dos trozos de carbón que arden; llamitas intrépidas
lanzadas del presente hacia el futuro. Los ojos de César experimentan con la
pequeña porción del horizonte que se deja ver desde la ventana de "Dallas", un
bar "cero burgués" -lo define-, un lugar de laburantes donde el joven juega de
local desde febrero pasado, cuando salió en libertad. Su mirada se embarca en
un mar de proyectos: otro libro de poemas más, el crecimiento de la revista que
edita, ¿Todo piola? (ver aparte), la carrera de letras que cursa en la UBA. "Me lo bajo en un toque",
dice por el sándwich de pan francés que le acaba de servir Ubaldo Collado,
dueño y mozo, sufrido hincha de Racing. Como César. Si la lluvia es el momento
en que el cielo y la tierra tienen un orgasmo -como escribió en otro poema-,
habrá que esperar ese encuentro. El sol empuja en cámara lenta a las nubes.
"Algo le debo a mi sangre toba. Te dije que se estaba yendo la tormenta -se
entusiasma, mientras comprueba que se cumple su pronóstico-; nunca le hagas
caso al servicio meteorológico. Las culturas originarias de este continente
miran el cielo y saben cuándo va a llover. Ahora tenemos todas las tecnologías.
Y ni así le pegan."
En menos de un minuto, César devora el sándwich. "¿Qué
hacés, caradura?", dice y saluda a Lucho, el padre de un compañero de la calle,
cuando César andaba en la calle, unos seis años atrás que parecen
prehistóricos. "En el barrio siempre es así, se acercan a saludarme." El barrio
es la villa Carlos Gardel, "panorama de vida que siempre tiene olor a celda, a
plomo, a trabajo en negro o en gris o a traje de encargado de limpieza", dice
en el poema dedicado a ese lugar en el mundo donde nació -hace 21 años- y
creció a los porrazos. Donde vive y da talleres literarios para rescatar a los
pibes de un "infierno anunciado". "No es que me levanté un día o manejé en mi
cabeza, en algún momento, la idea de escribir un libro -cuenta César-. La
venganza del cordero atado es un rejunte de los poemas que escribí, tan simple
como eso." Lo que no es tan simple es dónde los escribió, en institutos de
menores, en la cárcel, bajo el seudónimo de Camilo Blajaquis: Camilo en
homenaje al comandante Cienfuegos -uno de los líderes de la Revolución Cubana-,
Blajaquis por el militante peronista asesinado en la pizzería La Real, relatado por Rodolfo
Walsh en ¿Quién mató a Rosendo?
"Mi cabeza empezó a cambiar, a incorporar cosas nuevas; todo
un mundo que no conocía hasta antes de caer preso, cuando me di cuenta de todo
lo que se le oculta a un joven que le toca nacer en un barrio de clase baja, en
una condición pobre y humilde como en la que nací. Aparte de excluirte
económicamente, te excluyen cultural y simbólicamente. Te excluyen porque sos
el negro de una villa, el negro de mierda, vas a ser chorro, obrero y nada más.
El sistema te excluye y es mucho más cruel de lo que uno cree -repasa su
aprendizaje-. Lo que juega es una exclusión simbólica: el de la villa es un
ignorante, es un posible delincuente." César subraya que el primer acto de su
renacimiento, antes de la escritura, no fue la lectura -los libros que unas
manos de mago, literalmente, acercaron a sus ojos- sino la libertad que le dio
pensar. "Empecé a usar esto que tengo acá arriba -dice con el dedo índice en la
sien- para algo productivo, para algo que me diera vida, que me diera fuerza. Y
digo vida porque estaba muerto en vida: 16 años, seis balazos de la policía, me
quedaban cinco años de cárcel; ingresé a un instituto con los clavos en las
piernas, en muletas, pesando 50 kilos. Realmente estaba muerto."
La realidad es que estaba preso -muerto en vida- en 2005. El
camino de regreso a la vida tiene un nombre: Patricio "Merok" Montesano, un
amigo que le acercó los libros, "un vago que daba taller de magia
voluntariamente dentro de la cárcel". "Nos trataba bien, no venía desde un
lugar de profesor, ‘a ustedes, negritos, les vengo a enseñar cómo es la vida’,
que es muchas veces la postura de los talleristas en la cárcel. El nos trataba
como personas, no como monstruos. Nos enseñaba un truco de magia y nos hablaba
de Walsh, de Cooke, del Che, de lo que pasó en los ’70. Nos hablaba de arte, de
poesía, de cultura -enumera ese torbellino de novedades que lo asaltaron-. Al
principio no le di mucha importancia, ‘este loco de mierda, qué me importa lo
que dice, si total a mí me quedan un montón de años’. Pero venía en serio, con
pureza, para ayudar." El mago vaya si ayudó. Le prestó De Ernesto al Che, de
Calica Ferrer. "Antes de ese libro yo no sabía, por ejemplo, que el Che era
argentino, ni qué había hecho, ni cuáles eran sus ideales, ni por qué luchó
-reconoce César-. Ese libro me sirvió para darme cuenta de que uno puede hacer
un click en la vida, como lo hizo el Che. Y comenzaron las preguntas,
aparecieron los porqué: por qué nací en una villa, por qué tuve que ser pobre,
por qué tuve que nacer en un contexto de mierda, por qué tuve que saber a los
7, 8 años que existe la cocaína, el porro y que vivo en un barrio donde eso es
frecuente y la cultura es ésa."
La seguidilla de preguntas productivas se multiplicaban;
estaba encerrado, pero no anestesiado. No sabía qué esperaba, pero algo
llegaría. "¿Hubiese terminado en una celda si no hubiese nacido en una villa?
Si nueve de cada diez de los que estábamos en la cárcel éramos de una villa.
¿Qué hubiese pasado si hubiese nacido en otro contexto? Realmente no sé, pero
considero que en la cárcel no hubiese terminado con 16 años, baleado, adicto a
las drogas como era. Se cayó la venda de mis ojos con mucha rabia. No quería
darle el gusto al sistema, a la sociedad, que quiere que terminemos en la
cárcel. Y fue una ruptura."
-Y la rabia lo llevó a la lectura…
-Sí, a leer, a informarme, a llenarme de argumentos. Fue un
renacimiento; el concepto de renacimiento en la historia de la humanidad es
salir de la oscuridad de la
Edad Media, de las tinieblas del oscurantismo. De repente
aparecen Galileo, Da Vinci, Copérnico, otra corriente de filosofía con
Descartes, los inventores, los pintores. Mi renacimiento fue gracias a la
cultura. ¿Sabés por qué hablo de rabia?
-No.
-Porque no es lo mismo que alguien de clase media piense a
que lo haga un pibe de clase baja. Si el de clase baja tiene conciencia de
clase, la potencia que tiene ese pensamiento es mucho más explosiva que la de
la clase media, en el sentido de rebelarte. Fue lo que me pasó a mí: tener
conciencia de clase, pero no haciendo una separación porque yo soy de abajo,
pero no quiero que se muera el de arriba. No. Yo pensaba todo esto, pero seguía
dentro de una celda. No sabía que el día de mañana iba a publicar un libro, a
hacer una revista…
-Tocó fondo: o se hundía del todo o flotaba y salía a la
superficie, que es lo que hizo.
-Exactamente, pero una vez que llegué a flotar, había que
remar porque estaba en el medio del mar y no había remos. Había que remar y no
había balsa, había que remar y no había isla para naufragar. Me pegaron en la
cárcel por leer, por escribir, por pensar, paradójicamente. La sociedad dice
que en la cárcel estamos mejor, que los derechos humanos son sólo para los
chorros… y uno escucha todo ese discurso de que nos gusta esa vida en la
cárcel, que no hacemos nada. A mí no me gustaba esa vida y decidí hacer otra
cosa: leer, terminar el secundario, recibirme. Pero no recibí un abrazo de la
sociedad; recibí piñas, me quebraron los tobillos, me rompieron un diente;
sufrí miles de requisas por leer y escribir. Me di cuenta de que la sociedad
prefiere que los pibes roben, que se droguen antes que accionen y piensen. Es
más peligroso un pibe que piensa que un pibe que roba. Cuando un pibe en este
país pensó y accionó, lo torturaron, lo masacraron y no apareció más.
-En un poema se lee que una psicóloga dijo que no podía ser
escritor. ¿Fue así?
-"Y esa piña duele más que la del guardia"… puse en ese
poema. Siempre recuerdo el día que escribí mi primer poema y se lo llevé a una
psicóloga que tenía en el Instituto Belgrano. Lo había escrito la noche
anterior después de leer una crónica de Arlt en Aguafuertes porteñas que me
había gustado mucho. Seguramente estaría lleno de limitaciones; al principio
escribía con rima, no podía escaparle a eso (risas). Había sentido un vómito
que me daba libertad. Algo se había desatado, el candado se había quebrado
cuando escribí ese poema. No es una figura menor el psicólogo dentro de la
cárcel; es el juez cotidiano de tu vida. Yo le llevaba un poema que me había
hecho sentir persona… Yo me odié mucho tiempo, pero llegó un momento en que
ese odio lo transformaba en violencia o en poesía. La psicóloga dejó el papel a
un costado y me dijo: "Muy lindo esto, pero cuando salgas tenés que trabajar.
Vos cometiste un delito, tenés que resarcir a la sociedad y la única forma es
que te rompas el lomo trabajando. Con esto -por el poema- no resarcís el daño.
Esto puede ser muy lindo, un pasatiempo, pero tenés que trabajar. A ver si se
te mete en la cabeza…". Y no fue una mala experiencia como argumentan algunos
psicólogos para que me quede tranquilo. ¡Las pelotas fue una mala experiencia!
Tuve doce psicólogos diferentes y todos me dijeron lo mismo. Ninguno me leyó un
poema. Yo necesitaba que alguien lo leyera, que me dijera: "Está feo, pero vas
bien". Era un acontecimiento para mí, pero me lo negaban, lo reprimían. Cuando
se lo di a Patricio, me dijo: "¿Es la primera ves que escribís? Seguí, probá,
no está nada mal". Y me trajo libros de poesía. ¿Te das cuenta la función de
uno y otro? Uno estaba para ayudar, los psicólogos para reprimir.
-¿Por qué dice en un poema que "aunque no parezca soy poeta,
soy un optimista"?
-Ese poema es una trompada tras otra, pero lo escribí en
otro momento. Eso fue hace tres años, cuando pensaba que la política eran los
políticos, pero ahora sé que es una herramienta. Si los políticos en nombre de
la política hicieron desastres, la palabra no tiene la culpa. Hay optimismo en
el escenario político argentino y hasta noto cierta alegría. La naturaleza de
los barrios bajos es el peronismo obrero. No puedo desconocer eso; y con más
facilidad me doy cuenta de que este gobierno se corresponde con esa naturaleza,
que este gobierno está relacionado directamente con los intereses populares y
me siento identificado. Yo viví en una casa de material y chapa toda la vida.
Hoy tenemos una casa digna con calefón, cocina y agua caliente. Pero tampoco me
encierro en una etiqueta ideológica. Soy peronista, pero lo que menos me gusta
del peronismo es Perón. Para mí el peronismo es una esencia colectiva; por eso
me siento identificado con esa subjetividad colectiva que resistió 18 años. Soy
eso, pero también marxista y me gusta la filosofía, el rock y el reggae. Decir
"soy esto" es autolimitarse, autoexcluirse. Yo quiero seguir creciendo y seguir
siendo cada vez más cosas.
-¿Qué pasó con su lenguaje cuando salió de la cárcel?
¿Cambió?
-Sí, empecé la facultad, estoy en nuevos ambientes con gente
que habla diferente. Pero el lenguaje es muy amplio; en mi barrio si tengo que
hablar con los pibes, hablo así también. Soy así siempre, pero tampoco en
exceso porque si me hago el académico me van a decir: "¿Qué estás hablando,
gil?" (risas). Pero no me gusta el estereotipo y simular que soy villero y
tener que comerme las eses y decir: "Ey, guacho". Ya venía incorporando nuevas
palabras a mi vocabulario desde la lectura. ¿Vos te pensás que hablaba así
cuando caí en cana? Usaba la misma cantidad de palabras para hablar siempre de
lo mismo: a quién le choreamos, cuánto hiciste, cuánta merca compramos, anda la
yuta… No salía de ahí. Ahora no tengo odio, y eso que me sobraban los
argumentos para odiar, para salir de la cárcel con ganas de matar. Sigo
escribiendo poesía, estoy preparando mi segundo libro. Necesito escribir como
el adicto necesita de su dosis. Mi dosis es escribir porque me corre la poesía
por las venas. Y que por mis venas corra poesía es lo que me hace también
experimentar una sobredosis de esperanza.
*Fuente: Página 12
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