Las callecitas bucólicas de la comuna de Providencia, en las década del
veinte y el treinta del siglo pasado, eran tranquilas y polvorientas. A
lo más con adoquines en las laterales de la avenida principal, que
llegaba hasta el canal San Carlos, en Tobalaba. De ahí para arriba, lo
que hoy es Apoquindo, los terrenos eran parcelas y puro campo. En aquel
pretérito y tranquilo barrio, de buen aire y muchos árboles, jugaba con
sus amigos un chico de baja estatura, vivaz, de ojos verdes y felinos,
de mirada picarona, ‘pelusón’ y bueno para la pelota. Su mamá lo peinaba
con un pequeño moño sobre la frente y el pelo bien corto. Así nació el
mítico apodo de “Gato”, que le puso un compañero de curso del primero de
humanidades (hoy séptimo año) en el Liceo Lastarria, cuando tenía doce
años, dejando en segundo plano su nombre, Alberto, y sus apellidos,
Gamboa Soto.
Hoy, a los 88 años, el popular “Gato” Gamboa ya no juega fútbol. Lo ve
por televisión, pero sigue caminando por su nueva comuna, Ñuñoa, donde
vive, y por las calles del centro de Santiago, cuando se junta con sus
amigos a tomar un café o a almorzar. El jueves 6 de mayo pasado lanzó su
libro “Un viaje por el infierno”, escrito a comienzos de los ochenta y
que apareció en 1984 en cuatro tomos junto a la desaparecida Revista
Hoy, en la que volvió al periodismo luego de haber sido preso político y
tras realizar diferentes labores ajenas a su talento y vocación para
poder sobrevivir.
A la Revista Hoy retornó para hacer periodismo deportivo, recordando
viejos tiempos, pues sus primeros artículos en este oficio fueron
justamente deportivos, cuando estudiaba Historia y Geografía en la
Universidad de Chile, carrera que era impartida en el viejo Pedagógico.
“Como estudiante era un buen alumno. Lo demostré en el liceo y en la
universidad. Además escribía bien, por eso me entregaron la
responsabilidad de hacer el diario mural. Con unos compañeros
escribíamos de un cuanto hay, hasta que un día un profesor me ofreció
colaborar en un diario durante los fines de semana para cubrir deportes.
Dije al tiro que sí, junto a tres compañeros. Al final quedé yo y no
paré más hasta ahora”,
rememora el “Gato”, quien tiene dos hijos, Víctor Alberto, ex marino y
ahora karateca, y José Antonio, productor de eventos, quien recién le
dio un nieto, Agustín, de un mes y medio, y el cual le dejó el libro con
una dedicatoria que sólo su hijo menor conoce.El “Gato” fue durante
doce años el director del diario Clarín, un tabloide de corte popular y
que llevó siempre la bandera de Salvador Allende en su mástil, hasta el
Golpe Militar del 11 de septiembre de 1973.
De cabellera frondosa y blanca, al igual que sus bigotes y barba
cuidada, Gamboa se sienta cómodamente en el living de su casa DFL2 de
calle Bremen, en Ñuñoa. Mira hacia arriba y va recordando sus primeros
pasos como reportero.
“Me mandaban a hacer partidos de equipos chicos. Salía a reportear en
micro, y sólo si partía con un fotógrafo nos íbamos en auto, pero eso
era muy raro. A los editores les llamaron la atención mis notas, que más
que técnicas eran humanas. Es decir, tocaba el corazón de los jugadores
cuando ganaban o perdían. Eso me hizo pasar a la sección policial,
donde hablaba con los familiares y amigos de las víctimas, lo que al
público le gustaba”,
explica con la misma claridad con la cual aún escribe. Lo que más le
agradaba cubrir a Gamboa en el deporte era el boxeo, en una época de los
cuarenta a los sesenta, cuando Chile tuvo grandes púgiles, como Arturo
Godoy, quien peló dos veces por el título mundial de los pesados, y
‘Fernandito’, Antonio Fernández.
“Me gustaba mucho el boxeo, porque en ese tiempo había del bueno. Me
hice muy amigo de ‘Fernandito’. Salíamos con amigos a cenar y lo
pasábamos muy rebién. Él era muy conocido, y muy respetado en Chile y en
toda Sudamérica. En el boxeo había muy buen material para el
periodismo, y por eso yo le sacaba el jugo a cada historia”,
expresa ganoso el “Gato”.El único deporte que practicó el periodista fue
el fútbol. En el Lastarria y en la universidad jugaba de half right O
mediocampista derecho.
“Era bueno para la pelota, y llegué a jugar en la cuarta especial
(juveniles) de la Universidad de Chile cuando estudiaba en esa casa de
estudios. En mi posición más de una vez intenté meter un gol de media
cancha, aunque en la vida hice muchos…”,
y revienta en risas, recordando más de alguna diablura que protagonizó
en sus comienzos de reportero y cuando estuvo detenido en Chacabuco,
donde también fue el encargado del diario mural, ocasión en la que
escribía las novedades y noticias del campo de prisioneros de su puño y
letra, para hacer menos triste la estadía en medio del desierto en la
Segunda Región.
En su libro habla de los partidos de fútbol que jugaban los prisioneros para entretenerse.
“Había dos pelotas y dos canchas, por lo que estaba prohibido jugar por
alto y con bote, porque si la pelota sobrepasaba la reja de tres metros,
caía al campo minado que rodeaba la prisión”,
recuerda, agregando que los resultados de la competencia los escribía
luego de forma entretenida y jocosa, con titulares como los que le
hicieron famoso en Clarín y en el Fortín Mapocho.
“Antes de llegar a Chacabuco estuve en el Estadio Nacional, el mismo
lugar en el que había reporteando muchas veces. En septiembre de 1973
llegué y me crucé con algunos de mis entrevistados, como Carlos Caszely.
Lo único que atinábamos a decirnos era suerte”,
comenta con algo de tristeza, ya que en el Nacional sufrió torturas corporales, algo de lo que no habla.
En la portada de su libro aparece tal cual es hoy, con la misma mirada
con que lo retratan sus amigos de antaño y de prisión. Con esa mirada
profunda se sentaba a tomar el sol junto a sus compañeros en las
tribunas del Estadio Nacional cuando salían de los fríos y oscuros
camarines. La mirada se proyectaba al centro de la cancha, como
recordando sus años de futbolista, o las estampas de sus ídolos de Colo
Colo o cuando intentó hacer más de alguna vez un gol de media cancha.
^Fuente: http://www.gatogamboa.blogspot.com/
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