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Senadores chilenos: fariseos de la Fenicia latinoamericana

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Siempre he creído que el senado es una institución inútil: nuestros
padres conscriptos duran ocho años en sus curules y constituyen lo más
granado de nuestras castas políticas. El día en que se reforme la
Constitución, por lógica, debiera existir una sola cámara política, la
Asamblea Nacional. En la mayoría de los países desarrollados el senado
es una cámara decorativa, sin mayores poderes políticos – la única
excepción es el régimen presidencial norteamericano -.

Los senadores de derecha y democratacristianos y algunos socialistas se
han dedicado, en este último tiempo, a dar cátedra de lo que es la
democracia e, incluso, atreverse a condenar leyes aprobadas en países
extranjeros, como es el caso de la legislación  española sobre el
aborto, recientemente aprobado. Patricio Walter se cree un “Pope” que se
permite condenar, en nombre de la defensa de la vida, a cualquier acto
que sea un poco más liberal que el fariseísmo conservador chileno.

En este afán de legislar para el mundo, los senadores de derecha y
algunos democratacristianos, a veces secundados por monaguillos
socialistas, cada vez más reaccionarios y trogloditas, se permiten
presionar al gobierno chileno para que reconozca al ilegítimo gobierno 
de Porfirio Lobo, surgido de elecciones controladas por un gobierno
golpista, que derrocó al presidente legítimo, Manuel Zelaya.

Durante estos días los senadores Andrés Allamand y  Patricio Walter
encabezan la arremetida contra el gobierno de Venezuela y, con un
desparpajo digno de mejor suerte, se quieren convertir, nada menos que
en “observadores internacionales”, una especie de árbitros sobre la
limpieza de un acto electoral, cuando todos sabemos que lo único que
quieren es favorecer a la oposición al gobierno de Chávez, que hace
mucho tiempo ha sido repudiada por los ciudadanos venezolanos, a causa
de la corrupción de los democratacristianos y de los socialistas de
ADECO.

El senado chileno tiene cero moral para juzgar elecciones de otros
países: no hace mucho tiempo estaba compuesto por senadores designados –
perfectos lacayos del dictador Augusto Pinochet- por lo de más, el
senado es elegido en base a un sistema binominal, que distorsiona la
voluntad popular y que, en el caso de Allamand, fue prácticamente
designado, pues había solamente dos candidatos –Frei y él; cualquier
observador electoral, dotado de probidad, informaría que esa elección es
bastante discutible, pues, al igual que el congreso de Chillán, en el
período de Carlos Ibáñez del Campo, en el sentido de que es legal, pero
discutible desde el punto de vista democrático -.

Todo organismo o persona que observe elecciones en otro país debe ser
autorizado por la institución que controla estos procesos en los
respectivos países: Parece ridículo que algunos senadores chilenos
pretendan convertirse en una especie de “Dios Padre”, que premia a los
derechistas y condena a los izquierdistas.

El caso del PS es aún más ridículo, pues parece comprometido con una
derecha tan reaccionaria que, incluso, aterró a un líder fascista
francés –Jean Le Pen -; con razón, diputados como Sergio Aguiló, Marcelo
Díaz, Fidel Espinoza y Alfonso Urresti, entre otros, condenan los
coqueteos de Rossi con la derecha – el PS se está convirtiendo en un
conglomerado de autoritarios y reaccionarios, que poco se distinguen de
la Coalición por el Cambio.

Una vez perdido el poder, la Concertación se está convirtiendo en una
bolsa de gatos donde cada uno quiere sacar su tajada, y como carece de
sentido la alianza entre la Democracia Cristiana y la socialdemocracia,
es apenas lógico que en los temas mal llamados valóricos, las
diferencias comiencen a manifestarse.

Andrés Allamand, convertido en “díscolo respecto al gobierno de
Sebastián Piñera, en su afán de buscar pantalla, se lanza contra el
secretario general de la OEA – uno de los grandes apernados de la ex
Concertación- sosteniendo que “Insulza no puede ser un observador pasivo
del deterioro democrático”, como si conspicuos miembros de su partido
hubieran sido muy demócratas cuando sostuvieron el gobierno del dictador
Pinochet.

Cualquiera puede tener su propia opinión sobre el gobierno de Hugo
Chávez – o de cualquiera otro país y sus instituciones – pero lo mínimo
que se les puede pedir es un poco de decoro y consecuencia democrática.
Creo que la Democracia no puede dar clases de sobre este tema cuando
apoyaron, al comienzo, la dictadura del peor tirano de América Latina.

El régimen político venezolano ostenta un récord de elecciones; por lo
demás, emplea métodos de democracia directa, como losa plebiscitos
revocatorios y la iniciativa popular de ley que, ojalá existieran en
Chile. No podemos dar clases de democracia cuando funcionamos con una
Constitución dictatorial, reencauchada, ridículamente, por Ricardo Lagos
y sus ministros. Esto es  lo que yo he dado en denominar “fariseísmo en
la Fenicia de América Latina.
20/07/10

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