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Mañana habla simplemente el Pepe, el nuevo Presidente de Uruguay

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Si bien resulta importante y estimulante la magnitud media de mails de lectores comentando cuestiones de estas contratapas, un aspecto particular abordado el domingo pasado concitó inquietudes diversas en proporción desusada y consecuentemente imposibles de responder puntual y personalizadamente como lo intento en cada ocasión. En particular las referidas a la magnitud salarial de los “políticos” y al financiamiento de la política y sus instituciones principales, los partidos. Probablemente el motor de esta profusión de mensajes radique en la polémica instalada en la opinión pública, que fue primordialmente disparada por la actitud política del senador Saravia respecto a la decisión de la dirección del MPP de formalizar con pagarés la contribución de los legisladores a lo largo del quinquenio legislativo. Obviamente el carácter del debate es mucho más amplio que esta anécdota. Es precisamente esa discusión pública la que me motivó a concentrarme en aquellas reflexiones pasadas, dejando anotadas dos cuestiones más. Por un lado, sobre quién deposita el ciudadano su representación, si el candidato o el partido, y por otro, respecto a la financiación de la celebración del traspaso de mando. La víspera del acto aconseja no posponer el debate de estos dos asuntos anunciados dejando la cuestión salarial para una próxima oportunidad, a pesar del interés polémico receptado.

No obstante, sin abordar el fondo de esa cuestión introducida hace una semana, vale la pena subrayar que su emergencia a la luz pública devela la dilación de un debate muy significativo para un entramado de convergencias ideológicas tan rico, inédito y complejo como el Frente Amplio, que se refleja en la amplitud y diversidad de respuestas ante ese problema de la desigual apropiación personal del beneficio salarial. Algo de eso también acontece con las cuestiones que me propongo esbozar hoy. Pareciera que algunos malestares y divergencias quieren desbordar arremolinadamente el cauce de la planificación y consenso partidario e inclusive superar la capacidad amortiguadora de la negociación. Pareciera además que algunos desencuentros encontraran al FA teóricamente inerme y críticamente debilitado. Pero esto no debe alarmar a nadie. Por el contrario, el Frente supo nutrirse de las divergencias para rearmarse fortalecidamente en su configuración y apropiarse de herramientas reflexivas que le permitan superarse. Mi hipótesis es que estos estremecimientos son la expresión cortical de cambios más profundos en la correlación de fuerzas interna, de reacomodamientos entre una placa tectónica más cauta y reformista y otra más audaz y transformadora, a favor de esta última. Claro que, como a la vez es algo que desearía, prefiero confesar al lector la posible infición anhelante.       

Yendo al punto de la “pertenencia” de una bancada, el sistema electoral uruguayo vigente (al que, dicho sea de paso, no le vendría nada mal una detenida y escrupulosa revisión crítica desde la izquierda) reproduce la mecánica y tradiciones de la democracia representativa burguesa con sus precisos alcances y límites. En él, son los lemas partidarios los que construyen la oferta política a los cargos legislativos a los que los candidatos prestan su corporeidad. Son la personificación de los lemas que vota el elector. Este sistema no es uninominal sino de otro tipo, que con especial énfasis crítico en Argentina se denomina “lista sábana”. El ciudadano vota por lemas que tienen un orden secuencial nominativo. Tampoco es combinado, como en el caso italiano, donde el elector opta con una lapicera por candidatos específicos de una boleta o papeleta partidaria o una miscelánea más compleja aún en el caso alemán. El ciudadano uruguayo vota un lema y, cualquiera sea su motivación, en función de la magnitud de votos de cada lema le corresponden más o menos representantes de la lista sometida a compulsa electoral.

Es un sistema concebido para producir las más plena desconexión entre representantes y representados, ya que no contiene posibilidad de mandato, control y mucho menos revocación por parte del votante. Combina dos niveles de referencia, el partidario y el personal, sin posibilidad de que el representado gobierne y dirija a su representante y dirima siquiera el potencial conflicto de potestades ante una divergencia o interpretación. Obviamente, cuanto mayor sea el peso o autonomía de la personalidad por sobre la estructura partidaria, o el colectivo político, menor aún será la representatividad del representante. En Argentina se acuñó recientemente el término “borocotización” para designar la apropiación personal de la representación en desmedro del colectivo, aunque su  historia política está plagada de ejemplos, como el muy reciente del vicepresidente Cobos que es un verdadero operador y lobista de la oposición. La simultaneidad uruguaya del proceso electoral presidencial y legislativo, reduce aún más las posibilidades de pretensión de autonomía personal, ya que la proporción de cargos legislativos está fuertemente traccionada por la decisión del máximo cargo ejecutivo.             

Enfatizar el carácter personal del cargo electivo erosiona el contenido programático de las propuestas de gobierno de los partidos y, en efecto, estimula las estrategias de imagen y los discursos simbólico–cosméticos. También lo hace la reivindicación del “voto castigo”. Se pretende disfrazar este consuelo ineficiente del “castigo electoral” que se centra en el personaje, pero deja intacto el sistema que reproduce la no intervención del ciudadano en la toma de decisiones y en el control de los que las toman. Tampoco la mera depositación de toda la potestad en los partidos resuelve el hiato entre dirigentes y dirigidos. Para ello habrá que diseñar un nuevo sistema electoral, una nueva arquitectura política que introduzca institutos de mandato, control, revocación y democracia directa, entre tantas otras que la imaginación y voluntad política superadora permitan concebir. Es algo que la actual situación uruguaya permite y las izquierdas esperan de Uruguay.  

La polémica por la naturaleza y financiación del acto de traspaso de mando también tuvo sus rispideces. Y creo que es porque se asienta en la misma tensión del problema que introduje el domingo pasado. El espíritu de la propuesta de Mujica es el de la recurrencia a la resignación personal y a la austeridad. Su propósito originario era evitarle al Estado (y con ello a la sociedad uruguaya con todas sus desigualdades) erogaciones de las que interpreto que se sentía principal beneficiario. Tuve ocasión de destacarlo en una contratapa de hace más de un mes y bautizar su propuesta como “protocolo cachilo”. Citando sus expresiones referidas en El Observador y Búsqueda su argumentación central era que fuera lo más modesto posible (incluyendo la baja altura del escenario para no marearse) y que lo bancaran sus amigos. No hay nada de malo en que las celebraciones populares las sostenga el estado. Al contrario debe haber una clara cultura de estimulo a la celebración cultural desde instancias estatales. Tampoco en que las fiestas las banquen amigos, si por ellos sobreentendemos a los compañeros de militancia, a los que comparten la política de austeridad, a los que resignan sus ingresos para solidarizarse con los más desposeídos, etc. Pero si los amigos son empresas comparto in totum la postura del PIT-CNT.

Mañana habrá  una transición memorable y jubilosa. Porque además de ser inédito el traspaso de un frenteamplista a otro, el saliente lo hace desde el máximo reconocimiento y aprobación a una gestión. Ahorrándome palabras compartiré nuevamente con el PIT-CNT que “es la primera vez en la historia que el movimiento sindical despide a un mandatario que nos recibe en la casa presidencial, al cual le podamos dar un abrazo, traer un presente y sentirnos satisfechos, porque a los demás presidentes los hemos despedido con manifestaciones, marchas y carteles haciendo alusión a todo lo que no cumplieron".

Efectivamente la mejor campaña que tuvo Mujica fue el propio gobierno saliente. Pero se trata de superarlo, de renutrirlo de potencia crítica, modestia y audacia transformadora. En la acción y también en el discurso. Por eso lamento que la despedida del Presidente Vázquez se haya referenciado en la poco feliz referencia discursiva de Mitterrand para quién cuando él hablaba, hablaba Francia. Semejante gesto monárquico, casi papal y autoritario, reflejaba la cooptación plena de la socialdemocracia europea al sistema político, ideológico y cultural burgués. Por eso es fundamental que el Frente ante el nuevo gobierno pueda reflexionar sobre la tragedia política socialdemócrata europea para poder incorporar a sus versiones latinas en unidad crítica y realmente reformista.

Cuando hablaba Vázquez lo hacía el primer presidente de izquierda, el que ganó  en primera vuelta, el que amplió su grado de aprobación popular, el que acertó y se equivocó, pero caminó y permitió  esta desembocadura actual. Mañana no habla el Uruguay. Habla simplemente el Pepe. Nada menos.

– El autor es profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@mail.fsoc.uba.ar

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