Pederasta, ladrón, morfinómano, Marcial Maciel fue al tiempo el fundador
de la congregación más conservadora y una de las más poderosas de la
Iglesia. Tras su muerte, en 2008, se destapó su farsa. Entramos en el
territorio privado de la Legión de Cristo, desde sus seminarios y
universidades hasta la plaza de San Pedro.
Las vibrantes notas de Tú eres Pedro envuelven el Vaticano. El sol se
desploma sobre Roma. Benedicto XVI oficia con gesto desmayado ante
15.000 sacerdotes. Lucen hábitos de todas las órdenes. Se defienden del
calor con gorros con los colores papales y publicaciones religiosas
convertidas en improvisados abanicos. Muchos religiosos se desprenden
del alzacuellos. Otros se arremangan. No todos. Un centenar de
legionarios de Cristo no pierden la compostura. Son inconfundibles.
Actitud recogida, sotana bien planchada, cuello almidonado, zapatos
lustrados, puños con gemelos, breviario en piel, peinado con raya y
fijador. Visten sobre el hábito el roquete, una elegante prenda
eclesiástica de lino blanco. Uno de ellos descubre que las polvorientas
sillas de la plaza de San Pedro están dejando huellas blanquecinas sobre
sus trajes talares. Alarma. Saca un paquete de pañuelos del fondo de su
sotana, distribuye entre sus compañeros y limpian con ahínco los
asientos. Ya tranquilos, se sumergen en sus oraciones.
Les gusta repetir que ellos nunca aflojan. Según el legionario Gabriel
González Zambrano, director del Instituto Sacerdos, en Roma, una
institución de la Legión que forma cada año a un centenar de sacerdotes
de países en desarrollo en la disciplina de la congregación: “Somos como
los futbolistas, si haces concesiones, pierdes la fibra. Y eso está
pasando con los curas que hablan de eliminar el celibato. Aflojan. Tras
el Concilio Vaticano (1962-1965) ya hubo en la Iglesia una ola de
descontrol, confusión y experimentos raros. Los legionarios no hemos
aflojado. Somos sacerdotes orgullosos de serlo. No queremos pasar
desapercibidos”.
Son la punta de lanza de la Iglesia más conservadora. No se permiten
concesiones. No pierden el tiempo. Es pecado. No tienen más asueto que
20 minutos al día. Y dos semanas de vacaciones al año en comunidad. En
orden de batalla para instaurar el reino de Cristo. Su caza y pesca de
fondos y vocaciones no se detiene. Tampoco su hambre de influencia. Una
cuestión de poder en el seno de la Iglesia. En liza con las viejas
órdenes religiosas y también con los grupos neoconservadores alimentados
por Juan Pablo II de cuyo elenco forman parte. Mientras los seminarios
de las órdenes clásicas se vaciaban tras su particular mayo del 68, los
de la Legión colgaban el cartel de completo. En 1950 solo tenían un
sacerdote, su fundador, Marcial Maciel; hoy, cerca de 1.000. Su
estrategia corporativa ha sido crecer a toda costa. Copiando el ardor
guerrero de los jesuitas y el elitismo del Opus Dei. Y añadiendo una
pizca de secretismo. Su objetivo siempre fue atraer a los “líderes del
mundo”; como confirma un viejo legionario: “Maciel tuvo claro que
teníamos que ir a la punta de la pirámide; a por los líderes naturales y
económicos y, a través de nuestros colegios, a por sus hijos. La clave
era influir. Y, teóricamente, ayudar a los pobres a través de los ricos,
como Robin Hood”.
Han creado en solo 60 años un holding eclesial con 15 universidades y 48
más en México para las clases populares; 177 colegios, 133.000 alumnos,
20.000 empleados, 3.450 sacerdotes y religiosos y un millar de
consagradas (su rama femenina de religiosas sin hábito); un brazo laico,
Regnum Christi, con 75.000 miembros divididos en células; y una
telaraña de seminarios, comunidades, institutos, casas de retiro y
formación, campamentos, clubes juveniles y de debate, medios de
comunicación y pisos en 45 países, de los que nueve colegios, dos
escuelas infantiles y una universidad están en España. “Diez legionarios
trabajamos por 20 curas”, profiere con orgullo el padre Florián Rodero,
un legionario irreductible. “Los curas progres piensan que tener un
aspecto digno y distinguido nos separa del pueblo. Y yo les contesto que
hay que estar con el pueblo, pero sin ser del pueblo. Hay que estar en
tu sitio como sacerdote listo para defender a la Iglesia de la
persecución de la que es víctima por sus enemigos”.
Eran los elegidos. Iban a salvar la Iglesia. Fueron el eficaz martillo
de la Santa Sede contra la Teología de la Liberación; activistas
incansables contra el condón, el aborto, la eutanasia y la reproducción
asistida (en la última década, a través de sus sesgadas cátedras de
Bioética); enemigos del matrimonio entre personas del mismo sexo;
generosa fuente de financiación para el Vaticano y, ante todo, la fiel
caballería ligera de Juan Pablo II para implantar su modelo de
catolicismo: resistencia, reconquista y restauración. La Iglesia como
poder político. La Legión creció muy rápido. Tenía los pies de barro. Y
un terrible secreto en su interior que tras décadas de ocultamiento
terminaría por estallar: su fundador, Marcial Maciel, nacido en México
en 1921, era un farsante.
Marta Rodríguez, una consagrada de 30 años que ha hecho promesa de
obediencia, pobreza y castidad y tiene un hermano legionario, rememora
los fastos de la Legión de Cristo en noviembre de 2004, en el Vaticano,
cuando Juan Pablo II celebró los 60 años de profesión sacerdotal del
fundador. Entre las frases de cariño que el Papa le dedicó hubo perlas
como esta: “Mi afectuoso saludo se dirige ante todo al querido padre
Maciel, al que de buen grado acompaño con mis más cordiales deseos de un
ministerio sacerdotal colmado de los dones del Espíritu Santo”. Era la
consagración de la congregación. “Estaba rodeada de 10.000 miembros del
movimiento en audiencia privada con el Papa, todos con las bufandas
amarillas del Vaticano, y pensaba, ’somos perfectos’. Juan Pablo II nos
decía: ‘Se siente, los legionarios están presentes’. Y te creías lo
mejor de la Iglesia. Pensabas, soy del Regnum Christi y qué fácil es ser
del Regnum Christi. Cuando a comienzos de 2009 el padre Luis Garza (el
vicario y segundo de a bordo de la Legión) nos confesó la vida inmoral
del Padre Maciel me pasé llorando tres días y tres noches. Ya no era tan
fácil ser del Regnum Christi. He pasado de Disneylandia a la realidad.
Ahora nos toca cambiar. Fíjate Maciel, ¡Un hombre que nos hablaba con
tanta belleza de la castidad…!”.
Cuando uno entra en el hermético territorio de los legionarios, la
primera tentación es adivinar dónde están guardados los retratos del
fundador. En qué desván se encuentran arrumbados. Desde la condena de
Benedicto XVI a Maciel en mayo de este año han desaparecido. No están
detrás del sofá ni entre los estantes de la biblioteca. ¿Los habrán
quemado? Nadie parece saberlo. Han sido borrados de la faz de la Legión.
Como aquellas viejas fotografías del estalinismo de las que se iban
evaporando los disidentes como si nunca hubieran existido.
Marcial Maciel, perfecto ejemplo de sacerdote durante décadas para sus
seguidores; dueño de vidas, mentes y haciendas, falleció de cáncer en
enero de 2008 en una discreta urbanización de Jacksonville (Florida,
EEUU), 20 meses después de haber sido apartado por Benedicto XVI de la
práctica pública del sacerdocio por haber abusado sexualmente de 20
seminaristas. Nunca hubo juicio. El nuevo Papa hizo borrón y cuenta
nueva amparándose en la avanzada edad del reo, 84 años. Bastante duro
había sido ya para Joseph Ratzinger sacar adelante la investigación de
la Iglesia contra Maciel que Juan Pablo II y su entorno (principalmente
su número dos, el cardenal Angelo Sodano, viejo amigo del dictador
chileno Augusto Pinochet e íntimo de Maciel) habían congelado durante
una década. Los abusos sexuales apenas representaban el primer capítulo
de la extensa biografía de crímenes de Maciel que se irían conociendo en
los meses siguientes. Y que obligaría al Papa a destapar la olla de la
legión y ordenar una auditoría de la congregación a nivel mundial a
cargo de cinco obispos. Tras recibir los resultados y reunirse con los
visitadores, la declaración de la Santa Sede del pasado 1 de mayo sobre
la vida y las obras de Maciel concluía sin paños calientes: “Los
comportamientos gravísimos y objetivamente inmorales del padre Maciel,
confirmados por testimonios incontrovertibles, se configuran, a veces,
en auténticos delitos y manifiestan una vida carente de escrúpulos y de
verdadero sentimiento religioso”. Ante la gravedad de los hechos, el
Papa ha ido más lejos de la pura retórica y ha intervenido la
congregación a través de un delegado al que ha otorgado plenos poderes
religiosos, jurídicos y económicos para deshacer su madeja
ideológico/financiera. La maquinaria vaticana se encuentra en la
disyuntiva de disolver, refundar o simplemente reformar la orden.
Cualquier posibilidad se contempla. El derecho canónico le otorga al
Papa poder absoluto sobre las órdenes religiosas. Lo confirma un
catedrático de Derecho Canónico que pide anonimato: “Si se disolviera el
citado instituto, sus bienes pasarían a ser administrados por la Santa
Sede. El Papa es un monarca absoluto y puede tomar las decisiones que
considere oportunas”. Los legionarios contienen la respiración.
“Ratzinger y Maciel nunca se entendieron”, explica un sacerdote
sexagenario que abandonó la Legión hace una década. “El Papa es un
hombre tímido, reflexivo, un teólogo. Y Maciel tenía la mínima formación
teológica; era un hombre de pueblo hecho a sí mismo; un seductor; un
actor con una presencia imponente ante el público. Para Maciel, la
Legión, su obra, era una obsesión, un fin en sí mismo. Estaba poseído
por su misión. Era lo único importante para él. Más importante que el
Evangelio. Nada le hubiera apartado de esa misión, ni los niños, ni las
drogas. Una vez me dijo: “Yo iré al infierno… y la Legión… lo que dios
quiera”.
Dos años y medio después de su muerte, la mayoría de los legionarios no
niegan los delitos de Maciel. Una actitud novedosa en la Legión, que
durante décadas defendió a capa y espada la inocencia de su fundador
ante las periódicas denuncias de pedofilia, vida disoluta y adicción a
las drogas que desde 1997 aparecían en los medios de comunicación,
atribuyéndolas a un complot de los enemigos de la Iglesia. Maciel era un
mártir. Eso ha cambiado. Nadie niega sus culpas. Aunque muchos las
asumen con la boca pequeña; minimizan sus tropelías como un misterio que
solo Dios entiende. Según ellos, Maciel era débil, pero hizo cosas
buenas. Su ideario está vigente. “Dios escribe recto con renglones
torcidos”. “Aunque el tronco estuviera podrido, las ramas son frescas y
buenas”. “No juzguéis y no seréis juzgados”. Reflexiones sin salida que
esgrimen algunos entrevistados. Esos que confían que cambiando algo nada
cambie. Sin embargo, cuando se pregunta a uno de los hombres fuertes de
la Legión sobre los crímenes de Maciel, no le queda más remedio que
tragar: “No queda nadie en la Legión que piense que esas acusaciones son
mentira. Los abusos a seminaristas están comprobados. También que tuvo
tres hijos de dos mujeres, aunque no tenemos la seguridad de que todos
los que lo dicen lo sean. Está comprobado que tuvo una doble vida; que
jugó con diversas identidades y tenía varios pasaportes; y desvío
fondos. Luego está el tema de si violó a sus hijos, si era adicto a los
opiáceos y el lavado de dinero… Pero lo que realmente hay que determinar
es si la Legión era para él una tapadera o si sirve a la Iglesia. Yo
creo que la Legión tiene sentido. No me puedo explicar por qué Dios
eligió ese instrumento, a Maciel, para crearla. Pero no olvide que el
autor es Dios”.
-¿Me lo puede explicar?
-Dios fue el artista; Maciel, el pincel, y la Legión, la obra de arte.
Álvaro Corcuera, un sacerdote mexicano de 52 años, licenciado en
Ciencias de la Educación y emparentado con la familia ducal de
Medinaceli, fue elegido director general de la congregación tras el
inesperado abandono del cargo por Maciel en enero de 2005. Corcuera no
concede entrevistas. Le encontramos en los jardines de la sede de la
Legión, en Roma, a espaldas del Vaticano, rezando el rosario. Saluda con
afecto. Adopta expresión de sorpresa. Accede, “pero les ruego perfil
bajo, me lo ha pedido el Papa”. Viste una impecable guayabera blanca,
esa camisa ligera de origen cubano que los legionarios usan durante el
verano. Corcuera tiene fama de templagaitas. De quedar bien con todo el
mundo. De ir de perfil. Es un tipo astuto, refinado y muy preocupado por
su forma física. Como manda la Legión. “Esta tarde a las cuatro tengo
partido de frontón porque se me están poniendo kilos aquí”, y se palpa
la cintura. El puesto le viene grande. Posiblemente fue el hombre de
paja de Maciel para seguir influyendo en la Legión ante la retirada
forzada del fundador. Corcuera lo niega: “Mi elección fue limpia”.
En su frío y desnudo despacho anejo a su celda, delante de una Coca-Cola
Light, el padre Corcuera reconoce que nunca aspiró a ocupar el trono de
Maciel: “Yo era rector del seminario de Roma y era feliz. Me gusta la
enseñanza. Suceder al fundador era un paquete. Si hubiera sabido lo que
iba a venir me hubiera dado un infarto. Fue una sorpresa que Maciel no
aceptara la reelección. Hoy no descarto que la Santa Sede le indicara
que abandonara la dirección general viendo lo que se avecinaba. Juan
Pablo II moría solo unos meses después. Y la investigación a partir de
las denuncias de pederastia de los antiguos seminaristas iba adelante.
Una investigación de la que la Santa Sede nunca nos informó. Me enteré
de la sanción de 2006 a Maciel 10 minutos antes de que se hiciera
pública. No he tenido más información que el resto de los legionarios.
No sabemos lo que va a pasar”.
-¿No sabía nada de las andanzas del padre Maciel?
-Era imposible entrar en su vida. Era muy reservado. En sus viajes,
quehaceres; en su habitación no entraba nadie. No usaba despacho. Hacía
las reuniones de paseo. Viajaba continuamente. Las decisiones las tomaba
él sin consultar con nadie.
-Pero usted era una persona cercana…
-Entiendo las sospechas de la gente. Y le garantizo que no tenía ni
idea. Si hubiera sospechado habría investigado más. Pero Maciel era muy
privado; nadie le preguntaba en qué gastaba. Un fundador es una figura
destacada dentro de cualquier congregación: todos tienen un santo. A
este señor nadie le cuestionaba nada. Y nos costó admitirlo. Y le
aseguro que ya no podemos reconocer al padre Maciel como modelo cuando
sabemos que llevó a cabo actos terribles. Pero nos ha costado muchísimo
reconocerlo, porque ese perfil de ahora no coincide con lo que nosotros
experimentamos, vimos y escuchamos del él.
Sobre el papel, Maciel creó un perfecto modelo de vida religiosa. Amor,
obediencia, pobreza, castidad. Sacerdotes ejemplares. Caballeros a la
antigua. Capaces de compartir mesa con los poderosos. Los bienhechores. Y
llevárselos al huerto. Así conquistaron a lo largo de su trayectoria a
tres Papas; muchos obispos y cardenales; varios dictadores, y los
hombres más ricos del mundo. Aunque fuera a base de halagos, alabanzas,
jamones o sobres con efectivo, el gran arma de seducción de Maciel en la
curia.
En España, Maciel disfrutó desde su llegada en 1946 del apoyo de la
dictadura de Franco, que le recibió en tres ocasiones. De sus ministros
más poderosos. Y de las grandes familias del régimen. Un viejo
legionario recuerda aquellos primeros pasos: “En los años sesenta el
comunismo se colaba en Europa. Había sacerdotes guerrilleros. Y a
nuestros seminaristas les insultaban en Roma por llevar sotana. Nos
propusimos salvar a la iglesia del marxismo. Cuando los jesuitas optaron
por los pobres a finales de los sesenta y se alejaron de los ricos, que
habían sido su clientela durante siglos, las grandes familias
franquistas se sintieron traicionadas, se volvieron hacia nosotros y
comenzamos a pescar en ese caladero. Ignacio María de Oriol y Urquijo
fue nuestro primer apoyo. Nos dio casas, fincas, autobuses. Cinco de sus
hijos y un sobrino entraron en la Legión. Dijo a las grandes familias
vascas que nos apoyaran. Veneraban a Maciel. Le llamaban nuestro padre.
La mujer de Oriol, Malen Muñoz, me dijo una vez: ‘Si quieres conocer a
alguien que os convenga, me lo dices y te lo pongo a tiro’. Por donde
salían los jesuitas entrábamos nosotros”.
Maciel siempre se llevó bien con la derecha. En España, el primer
Gobierno del Partido Popular en la comunidad de Madrid, en 1995, le
sirvió de grupo de presión (mediante el apoyo entusiasta de Gustavo
Villapalos y José María Michavila) para montar su universidad en Madrid,
la Francisco de Vitoria. Daniel Sada, de 48 años, el hombre con corbata
de la Legión en España y hoy rector de esa universidad, llegaría a ser
asesor personal de José María Aznar en la Moncloa para asuntos de
voluntariado, ONG y familia. Y lo que es casi tan importante, consejero
personal de Ana Botella en los proyectos humanitarios de la segunda
dama. “En cuanto Ana conoció a Daniel, se lo apropió. Él es un
activista. Ana estaba muy cerca de sus ideas y, además, su hermana
Macarena Botella ya estaba en el entorno de los legionarios. Sada ayudó
mucho a Ana en las ONG que montó. Hoy, Macarena es directora de
Relaciones Institucionales de la Francisco de Vitoria, y la mujer de
Ángel Acebes, Ana Pérez Martín, directora de la carrera de Enfermería.
Zaplana también les ayudó cuando era presidente de la Comunidad
Valenciana. Con el PP en el poder, los legionarios consiguieron acceso
al Gobierno. Y eso se traducía en influencia y subvenciones”, explica un
antiguo miembro del Gabinete de Aznar.
Sin embargo, ninguno de los 3.450 legionarios de Cristo recibe un sueldo
ni tiene más pertenencias que su crucifijo. Viven en comunidades
estancas. Desde que “toman el uniforme”, sus bienes pasan a poder de la
congregación. Si su familia, con la que solo se pueden comunicar una vez
al mes, les regala un reloj o un ordenador, el superior los recoge y
dispone de ellos. A los 15 años de vida religiosa entregan la mitad de
su herencia a la Legión; a los 25 pasan a la propiedad de la
congregación “todos sus bienes presentes y futuros”. Ese dinero es
inyectado en fondos de inversión, como el Integer Ethical Fund, una
Sicav domiciliada en Luxemburgo cuyos intereses alimentan la expansión
de la Legión, “aunque por delicadeza no disponemos de ellos, solo de su
usufructo, hasta que muere el sacerdote”, explica Evaristo Sada, de 49
años, secretario general y primer ejecutivo de la congregación.
La pobreza es una obsesión en la Legión. Sus responsables remachan a
cada paso que damos que sus miembros viven en penuria, negando así las
informaciones que atribuyen a la congregación una fortuna de 25.000
millones de euros resguardados en paraísos fiscales. “La mayor parte de
nuestro patrimonio son los terrenos y los inmuebles de nuestros centros
educativos. Es un gran patrimonio, pero no vamos a vender”.
El control del dinero de la Legión está en manos de Álvaro Corcuera y,
sobre todo, de su hombre en la sombra: el padre Luis Garza, un brillante
ingeniero por Stanford perteneciente a una de las grandes familias
industriales de México. Así lo confirma René Lakenau, un empresario
mexicano de 57 años que preside Integer, el opaco grupo de seglares que
asesora a la congregación en sus asuntos terrenales: “Somos un equipo
profesional que les ayuda en la elaboración de presupuestos,
contratación, recursos humanos, en temas educativos; somos el soporte de
sus obras; pero en asuntos de dinero, los padres tienen el control. El
dinero se maneja de forma centralizada desde la dirección general. Ahí
no entramos. El desvío de fondos del padre Maciel no pasó por mí. Los
Legionarios tienen buenos amigos que les aconsejan con el dinero”.
En todos los seminarios y comunidades que hemos visitado en Italia y en
España sus superiores afirman invariablemente estar a dos velas. Algo
que contrasta con el aspecto inmaculado de sus propiedades. Todos los
edificios están situados en buenos barrios y son amplios, diáfanos y
agradables; silenciosos y minimalistas; no hay una mota de polvo; los
muebles son sencillos, pero de buen gusto; los suelos están pulidos como
espejos, el jardín, bien segado y cultivado. A los caminos de grava no
les falta una china, y en el cuarto de baño de invitados un montón de
toallas blancas perfectamente dobladas aguardan para secar las manos.
Sobre la piscina no flota ni una hoja y el césped del campo de fútbol
parece un green de golf. En sus capillas, en penumbra, rezan
seminaristas estáticos como figuras de porcelana.
El seminario de Salamanca, con 150 estudiantes y 20 formadores, recibe
de la dirección general un euro por persona y día. Para completar ese
presupuesto, la comunidad tiene que buscarse la vida; es la tradición:
desde recaudar entre bienhechores (”al principio te da vergüenza, pero
luego te acostumbras”) hasta consumir productos desechados por las
grandes superficies comerciales. En el gélido invierno salmantino la
calefacción nunca funciona. Los yogures están caducados y se descansa
poco. El ejercicio físico es propio de un marine. Los seminaristas
juegan al fútbol con la misma convicción con la que rezan. Un ex
legionario de 42 años afirma que es una forma descarada de programación
del individuo.
La comida que compartimos con ellos en Salamanca es sencilla e insulsa.
Pobre, pero digna. Un veterano legionario incide en esa idea de
exaltación heroica de la pobreza en la congregación: “Los de abajo nunca
vemos un duro. La manía en la Legión siempre ha sido que vayas justo de
dinero; vas de viaje y no te llega para el hotel. Toda la vida nos han
dado menos dinero del que necesitamos y tienes que presentar un recibo
de cada gasto. Eso contrasta con la vida que llevaba Maciel, al que
nadie le pedía explicaciones. Viajaba en primera, en la TWA, porque ahí
coincidía con los líderes, y nos parecía normal. Iba a los mejores
hoteles y tenía un Mercedes, y nos parecía normal. Venía a Salamanca y
si no le gustaba la comida encargaban un bistec a un restaurante. Vivía a
otro nivel”. Para un legionario de la generación de los ochenta, “de
acuerdo, aun suponiendo que el padre Álvaro y el resto de la cúpula no
supieran las peores cosas de Maciel, deberían haberse dado cuenta de que
no era un modelo de vida religiosa (perdía el tiempo, le gustaba la
buena vida, el confort, era despótico); y aun así consintieron en crear
una imagen falsa y heroica de él (que nosotros creímos), y ahora no
hacen nada por adaptarse a la intervención del Papa. Lo que teníamos que
hacer es salir al encuentro de las víctimas de la pedofilia y el abuso
de poder; reconocer nuestros errores y disponernos a una refundación en
serio.
-¿Su visión de las cosas está muy extendida entre sus compañeros
legionarios?
-Hay de todo. Algunos sacerdotes se están saliendo durante el verano o
tomando distancia para ver si las cosas cambian con el delegado del
Papa. Otros simplemente esperan. Por países, los americanos son muy
críticos de cómo se han llevado las cosas y cómo nos han mentido los
superiores; son muy legalistas, ven en la pedofilia un delito, como
falsificar pasaportes, que merece una condena, y no entran en
disquisiciones morales. En España hay sacerdotes muy quemados, y a
alguno que sabía algo de Maciel lo mandaron al exilio. En México, donde
la Legión es poderosísima y donde más se daba el culto a la personalidad
del fundador, es donde más se juega al doble lenguaje y al engaño.
Entre los mexicanos, la mentira y la ambigüedad son tácticas normales
para hacer el bien. Y nuestros seminaristas no se enteran de la fiesta.
Maciel hizo que sus legionarios no tuvieran nada, no supieran nada, no
ambicionaran nada, que olvidaran a sus familias (”el que mira atrás no
vale”). Y que huyeran del sexo opuesto. El ex legionario sexagenario
describe esa conducta: “Yo desde el principio detecté que Maciel era un
hombre con un problema sexual. Era un inmaduro. Temía al sexo. Y eso se
nota en las normas que fijó. En Maciel había un rechazo a la sexualidad
y, al tiempo, una sexualidad desatada. Es un caso de estudio”. Según el
estricto reglamento redactado por Maciel (aún vigente), los legionarios
deben salir siempre de dos en dos. Y de sotana o impecable terno cruzado
negro con alzacuellos. Es su coraza. No pueden escribir a una mujer;
pasear, fotografiarla, viajar ni convivir con ella; tampoco estar a
solas ni visitarla en su domicilio (a no ser que se esté muriendo).
Tienen prohibido asistir a espectáculos, desde encuentros deportivos
hasta la ópera o el ballet; presenciar películas si son “frívolas o
sensuales”. No pueden poseer libros, ni radio ni televisor. Y leer
únicamente la prensa que autorice su superior (en Salamanca, La Razón).
Su correo está intervenido. El que envían y el que reciben. Para
defenderse de las tentaciones de la carne, Maciel les recomendaba “el
descanso, la contemplación de la naturaleza, la programación del tiempo y
la huida de la improvisación y la ociosidad”. Le pregunto al padre
Miguel Segura, valenciano, de 39 años, rector de la comunidad de Roma,
maestro de novicios, físico de nadador y uno de los hombres más
influyentes de la Legión, qué tiene que hacer un seminarista si todo eso
le falla:
-¿Le autorizaría a que se infligiera castigos físicos para vencer la
tentación?
-Para empezar, si tienes una sexualidad descontrolada no puedes entrar
en la Legión. Aquí hay que vivir sanamente, y si aprieta, yo recomiendo
amistad, deporte y descanso. Si esa persona es homosexual, le
aconsejaría que abandonara la Legión. Si eres gay no puedes ser
legionario; no puedes ser sacerdote; no puedes vivir la castidad rodeado
de hombres. En cuanto a los cilicios y azotarse… son muestra vanidad.
Yo aconsejo que se levanten antes, ayunen, se den baños fríos… que no
pongan en peligro su integridad física.
La tercera clave en la Legión es la obediencia. El control absoluto
sobre el individuo. “Te convencen de que debes a la Legión fidelidad y
lealtad. Y terminas por asimilar que ese es tu camino. La abnegación no
es no comer, sino que te niegues tu criterio y voluntad. La Legión está
por encima de uno. Es la imitación de Cristo. La cuestión no es que te
manden a limpiar el comedor; la cuestión es que creas que es lo mejor
que te puede pasar. Nunca te atreves a hacer la menor crítica de un
superior. Si hacías la menor observación, el padre Maciel terminaba por
enterarse. Teníamos los dos votos secretos (que abolió en 2007 Benedicto
XVI para facilitar el trabajo de sus visitadores): no criticar a los
superiores y no aspirar a sus cargos. Era su táctica para que nadie
abriera la boca. Los superiores eran tus confesores. Te tenían en un
puño. Maciel te llamaba a capítulo y sacaba una hoja de la sotana y
tenía apuntado todo lo que habías dicho. La red de chivatos era
tremenda”, explica el sacerdote que abandonó la Legión. “Por eso entre
nosotros hay un doble lenguaje; para que no te pillen dices lo contrario
de lo que quieres decir; es una esquizofrenia constante”, explica otro
legionario en filas.
La norma es que los que mandan tienen razón. Un legionario crítico con
el sistema afirma que “los superiores son expertos en la ambigüedad;
todo lo presentan como voluntad de Dios, sin razonarlo seriamente, y
nosotros hemos entrado a ese juego como niños”. No todos piensan igual.
Un seminarista rebate esa idea con la doctrina macielista en la mano:
“Mi superior representa la autoridad de Cristo en la Tierra”. Para un
tercero: “Esto es como el ajedrez, tenemos unas normas estrictas de
juego que no te puedes saltar, y las aceptas, pero luego eres libre
jugando”, explica el padre William Brock, de 60 años, formador de
novicios desde hace 27; un tipo simpático y abierto con aspecto de viejo
jugador de fútbol americano; “esto tiene reglas, pero también libertad
de movimientos”.
Es complicado saber a qué llama el padre Brock “libertad de
movimientos”. En la Legión todo está regulado. Desde el atuendo
(distinguido) al modelo de reloj (sin adornos y con correa negra); desde
el tiempo que un sacerdote debe rezar al día (tres horas) y lavarse los
dientes (tres veces) hasta la forma de comer los espaguetis
(cortándolos, nunca enrollándolos en el tenedor) o la longitud de las
patillas (por la mitad de la oreja). Algo extensible a su movimiento
seglar, el Regnum Christi, donde el manual redactado por Maciel orienta
al milímetro la vida de sus miembros; sus amistades, práctica
espiritual, noviazgo, sexualidad, forma de vestir, decoración de la
casa, espíritu laboral (ya sean periodistas, médicos o ministros),
educación de los hijos, caza de fondos y pesca de vocaciones. Maciel
llega a aconsejar a sus seguidores la inclusión de la congregación “en
el propio testamento”.
A finales de 2005, la cúpula de la Legión, capitaneada por Corcuera,
Garza y Sada, descubrió que Maciel tenía una hija de 18 años. Y una
mujer. Le acompañarían durante largos periodos en sus últimos años.
Harían exigencias económicas y de organización de la vida del ya anciano
y senil Maciel y pernoctarían en casas de retiro de la congregación. En
una de ellas, en Cotija (México), saltaría la liebre. “La chica y su
madre, que pensábamos que eran sus parientes, resulta que eran su hija y
su mujer”. Conmoción. Los dirigentes legionarios no se lo comunicarían a
sus subordinados hasta tres años más tarde. ¿Por qué? Corcuera
contesta: “Tuvimos que asimilarlo y luego explicárselo personalmente a
cada uno de los sacerdotes, y se nos pasó el tiempo”. A lo largo de
2006, 2007 y 2008, los miembros del movimiento tuvieron que soportar la
continua humillación del goteo de informaciones sobre los crímenes de su
fundador. Aún le defenderían contra viento y marea. Lo llevaban en la
sangre y el cerebro. “Los superiores nunca nos daban toda la
información; nos contaron lo de la hija cuando ya había salido en The
New York Times, pero no lo de la pederastia; siempre se guardaban algo”.
Con esos antecedentes, muchos legionarios se sienten estafados. La
demanda legal de dos hijos de Maciel contra la congregación, a la que
acusan de consentir los abusos sexuales perpetrados por el fundador
contra ellos cuando eran menores, ha sido la última gota. Están
dispuestos a que el Papa llegue hasta el final en la depuración de la
congregación. Las compuertas se han abierto. Los legionarios han
comenzado a hablar.
Comer en la Ostaria Schiavi Falas de Roma junto a tres intelectuales de
la Legión, los padres Barrajón, Villagrasa y Aguilar, supone presenciar
un encendido debate entre distintos modos de concebir el futuro de la
orden: desde la tibieza hasta la revolución. Charlar con las
consagradas, las religiosas de la Legión, que algunos medios han
descrito como “las esclavas de Maciel”; las grandes olvidadas; relegadas
durante décadas a tener menos formación intelectual y teológica, menos
autonomía, atribuciones, presencia, opinión y margen de maniobra que sus
compañeros sacerdotes, supone también un alegato a favor de que las
cosas cambien. “Esta herida no se puede cerrar en falso”, dicen.
Cualquiera que sea la decisión de Benedicto XVI sobre el futuro de la
Legión, la congregación nunca volverá a ser la que fue. Afortunadamente.
La traición del fundador ha hecho caer el muro de hermetismo que la
rodeaba. Los últimos dos años de Maciel fueron el amargo peregrinar de
un anciano derrotado al que algunos obispos no querían ni ver en sus
diócesis. Murió rodeado de un puñado de fieles. El padre Alfonso Corona,
que le cuidó hasta el final, describe una muerte plácida y piadosa.
Otra fuente afirma que el padre Luis Garza le describió de forma muy
distinta la agonía de Maciel: “Algunos de los presentes detectaron una
atmósfera extraña, estilo demoniaco…”.
Juan Pablo II y Marcial Maciel se vieron por última vez el 30 de
noviembre de 2004. En esas mismas fechas, el entonces cardenal Ratzinger
acababa de reactivar el sumario por pederastia contra el fundador de la
Legión. Cuatro meses más tarde fallecía Wojtyla y Ratzinger accedía al
trono de San Pedro. La última fotografía de Juan Pablo II y Maciel
muestra a un Papa moribundo acariciando la frente de su viejo amigo. Era
una despedida. Maciel ya nunca será santo. Wojtyla, probablemente,
tampoco.
El Pais Semanal, 11/07/2010
* Fuente: El País
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