La política chilena ha tenido estos días algunos hitos que resultan
insólitos y hasta cierto punto contradictorios. En apariencia
desvinculados entre sí, o al menos carentes de la lógica natural de la
política que ha caracterizado a Chile al menos en los últimos 50 años,
estos hitos no encajan en lo que la opinión pública esperaba de este
cambio histórico del triunfo de la derecha después de 20 años de
gobierno concertacionista. El último eslabón, si bien no es el más
sorprendente, ha sido la destitución —aunque disfrazada de renuncia
voluntaria— del embajador de Piñera en Argentina, Miguel Otero, un
pinochetista recalcitrante que vertió loas al dictador en la prensa del
país trasandino. Sorprendente porque no se esperaba una reacción tan
drástica de un gobierno en el cual participa un partido, la UDI, cuyos
militantes y principales dirigentes fueran el puntal político del
repudiado gobierno militar y que jamás han enarbolado ni siquiera una
mínima crítica al comportamiento de la dictadura.
A este hecho reciente, hay que agregar también, insisto que
aparentemente desligados entre sí, el caso insólito de un supuesto
terrorista pakistaní del cual la embajada de EE.UU. y el gobierno de
Piñera fueran protagonistas, y la reacción de Chile ante el ataque
terrorista de Israel en contra de la flotilla de la paz que se dirigía a
Gaza.
Trataremos en este artículo, de encontrar el hilo que hilvana estos
hechos y que se inician, a nuestro juicio, con la primera cuenta pública
de Sebastián Piñera el 21 de mayo recién pasado, donde no sólo reafirmó
los puntos esenciales de su campaña, sino que se explayó en un festival
de nuevas promesas que muchos, incluido este columnista, calificamos de
un ofertón donde se instaba al público a sacar lo que quisiera por sólo
mil pesos (pesos chilenos, claro está).
Populismo trasnochado el de don Sebastián, piensan muchos. Pero
analicémoslo de una perspectiva diferente y supongamos que no se trataba
de una propuesta demagógica sino de un plan muy bien trazado
perfectamente posible de cumplir. Para ello empiece por preguntarse
usted, amigo lector, ¿qué ganaba Piñera con derrochar tal verborrea
cuando, al contrario, todo gobierno que se inicia opta por la prudencia
una vez alcanzado el objetivo de su elección? O mejor aún, ¿qué perdería
si no cumple con el ofertón? Insistimos en que nadie le puso una
pistola al pecho para que hiciera tales promesas cuando ya no eran
necesarias una vez ganado el gobierno. En cambio el no cumplimiento
aunque sea de una parte de las ofertas, vigiladas al pie de la letra por
la oposición, significará que el gobierno de su conglomerado habrá sido
sólo una efímera anécdota en la historia de este país que no elegía un
presidente de derecha desde los años cincuenta, hace más de medio siglo.
Sebastián Piñera, a diferencia de Alessandri que se encaramó en el poder
en 1958 con sólo un tercio de los sufragios debido a la Constitución de
la época, conquistó este año una mayoría no muy cómoda, pero que
interpreta en los votos a más del 50% de los chilenos. Para conservar
esa magra mayoría, más aún para ampliarla, debe obligatoriamente cumplir
sus promesas para lo cual tendría que torcer la nariz de la derecha
para acercarla al “zeitgeist” o espíritu del tiempo, como le llaman los
alemanes, haciéndola aceptar su programa populista delineado en el
discurso del 21 de mayo.
Pero, ¿y para qué, se preguntarán todos? Difícil, claro está, si no se
tiene un objetivo de tal importancia que justifique esta voltereta. Más
aun si se considera que, a priori, la derecha económica y su expresión
política la UDI, no estaría dispuesta a sacrificar los “morlacos”
ganados con “tanto” sacrificio sólo para convencer a los “populáricos”
que continúen con ellos después de 2014, utilizando planes que tienen un
marcado tufillo izquierdista.
Es cierto. Así, sin anestesia, los grandes empresarios y sus más fieles
representantes no lo aceptarán jamás. Pero fíjese usted que si el
objetivo de mantener a la derecha en el poder fuera más importante que
las ganancias inmediatas, más trascendente que los pocos pesitos que
tendrían que sacrificar los poderosos, la cosa se iría haciendo cada vez
menos descabellada y este cronista se estaría salvando de las iras de
los lectores por sus devaneos. Veamos entonces.
América bicolor
Hace un par de días, y a propósito de las elecciones en Colombia ya
ganadas con seguridad también en segunda vuelta, por Juan Manuel Santos,
que de santo no tiene nada pues es el brazo derecho del tenebroso
Uribe, un canal de TV de ese país exhibía un mapa de América teñido de
dos colores: rojo para la izquierda y azul para la derecha. Se mostraba
ahí que casi todo el borde del Pacífico, con excepción de Ecuador, era
—por favor, fíjese bien en el calificativo— “proclive y alineado
internacionalmente con los intereses de Estados Unidos”, en tanto que
por el otro lado estaban los “rojo, rojitos” como dice Chávez. Es decir,
mirando al Atlántico, salvo la costa noreste de Colombia, aparecían los
principales países que ha ido ganando la izquierda y que, se rumorea,
pudiera costarle pronto el puesto a Hilary Clinton por su incapacidad
para impedir semejante marea.
El mapa de la TV colombiana mostraba que los aliados que le quedan a
EE.UU. en Sudamérica son Perú y Colombia, además de Chile, tenidos como
incondicionales por el departamento de Estado. Efectivamente. Este
dudoso honor que ahora se nos confiere, es responsabilidad exclusiva de
20 años de Concertación, cuyos gobiernos se fueron carcomiendo ganados
por la corrupción, timoratos e infiltrados en sus afanes de no aparecer
también rojos, un Chile que según Neruda fuera “una espada colgada al
cinto de América”, pero que ahora tiene el filo mellado y la punta roma,
llegando a convertirse así en la última conquista que vino a reforzar
la disminuida influencia del coloso del norte sobre el continente.
Gracias a las increíbles torpezas de la Concertación, siendo la más
estúpida la de llevar al peor candidato que pudo desempolvar de su baúl
de oportunistas, la oligarquía latinoamericana empeñada en una lucha
feroz, una batalla de supervivencia, contra el chavismo bolivariano,
recibe este ansiado regalo de un nuevo peón estratégicamente ubicado en
el tablero continental.
Sin embargo, si para Gardel veinte años no es nada, para la derecha
cuatro son todavía menos. Se trata, entonces, geopolíticamente de
conservar a todo trance este ariete político y territorial que, entre
otras ganancias, permite ampliar el cerco sobre Evo Morales, el más
firme aliado de Venezuela, más aún si la oligarquía trasandina y la Casa
Blanca esperan ahora revertir pronto el ímpetu izquierdista de la
Argentina de los Kirchner, incluso al viejo estilo de las bayonetas de
ser necesario.
Es por eso, estimado lector, que los planes presentados por Piñera el
día de su diarrea de promesas, que tienen plazos que van de los ocho
años hacia arriba, y no de los cuatro que se supone estará don Sebastián
en el poder, pueden ser mucho más realistas de lo que se piensa y no
tratarse de bravuconadas de su proverbial bocaza, sino que, como dijimos
antes, de un plan prolijamente elaborado más allá de la frontera y que
pasa por cumplir de verdad todo, o al menos gran parte de lo prometido.
Se requiere para ello la ayuda del norte, es decir la ayuda exterior,
pero por sobre todo la del poder económico interno que debe
comprometerse financiera y políticamente con el urgente y primordial
objetivo de atajar la ola izquierdista latinoamericana.
Dos botones de muestra
Para redondear los desatinos de este modesto columnista, hay que fijarse
en dos de los hechos que señalamos al comienzo y que pueden ser
significativos del nuevo rumbo que tomará la posición de Chile en el
ámbito latinoamericano y mundial. El primero, la tibia y desdibujada
actitud del gobierno de Piñera frente a la agresión del fascismo
sionista a la flotilla de la paz cerca de Gaza, una declaración ambigua
que contrastó con la firme condena mundial que sólo exceptuó a EE.UU. y
sus aliados más cercanos. Y lo segundo, el show mediático encabezado por
Hinzpeter y la embajada norteamericana respecto del joven pakistaní
Mohamed Saif Ur Rehman Khan, al cual y entre paréntesis la justicia ha
dejado en libertad, ratificando lo dispuesto por el juez Jorge
Norambuena, desestimando los argumentos de los fiscales Xavier
Armendáriz y Francisco Jacir, los que finalmente decidieron no apelar de
esta disposición de los tribunales superiores.
El caso de Mohamed, al cual, usted recordará, se le acusó de ir a la
embajada de EE.UU. en Santiago convertido en poco menos que una bomba
ambulante, con ropas y manos impregnadas de detonantes, y que fuera
“detectado” por los astutos agentes yanquis del recinto diplomático,
este caso, decimos, tuvo como principal antecedente para la decisión de
la justicia chilena de dejar en libertad a Mohamed, un hecho que llena
de indignación por lo burdo y mal intencionado. Ponga usted atención
porque de la misma manera como se difundió por todos los medios
informativos, con gran escándalo, el hecho cuando ocurrió, se ha
silenciado el desenlace remitiéndolo a escuálidas líneas y voces en esos
mismos medios: al ingresar el pakistaní a la embajada le fue requisado
su celular (teléfono portable, en otros países) y sus documentos que
desaparecieron en el interior de la embajada. Pues bien, los supuestos
rastros del explosivo tetryl se comprobó finalmente que SOLO ESTABAN EN
EL CELULAR Y EN LOS DOCUMENTOS CUANDO LE FUERON DEVUELTOS, jamás en la
piel de Mohamed, donde habría provocado una severa lesión según los
médicos, ni mucho menos en su ropa como se informó profusamente al
comenzar el asunto.
Las conclusiones son más que obvias. Lo importante a preguntarse es
saber qué buscaba el gobierno norteamericano y su embajada con esta
maniobra. ¿Probar acaso la fidelidad de su nuevo peón? ¿Impresionar a la
opinión pública chilena del “peligro” de un terrorismo a domicilio y
justificar así los futuros alineamientos de la política externa de
Piñera? ¿Sabían desde antes la cancillería chilena y el ministerio del
interior los antecedentes de esta artimaña que hicieron correr a
Hinzpeter y compañía a alinearse con la grosera emboscada yanqui? ¿O
también cayeron en el embuste y guardan vergonzoso silencio?
Lo cierto es que las respuestas a estas legítimas interrogantes no se
tendrán ahora, ni siquiera al término del juicio instruido contra
Mohamed cualquiera sea su resultado, sino en los futuros pasos que dará
la política internacional del Sebastián Piñera.
En fin, querido lector, y a manera de conclusión, pudiéramos estar a las
puertas de un gobierno de derecha que hacia el interior aparezca más
progresista que una Concertación que en 20 años se comportara
socialistamente fraudulenta o fraudulentamente socialista, como usted
prefiera, pero que internacionalmente nos lleve a ser un importante
ariete destinado a torpedear el camino emancipador que ha tomado el
continente. Si el Ejecutivo cumple lo prometido por el presidente en el
discurso del 21 de mayo, tendremos derecha para rato y de nada valdrá
“estar mosca” como dicen en Venezuela, “ojo al charqui” como se dice en
Chile, respecto de cualquier falla en el cumplimiento del programa que
se planteó el nuevo gobierno. En tal caso el día de mañana vamos a tener
que mamarnos, además de los cuatro años de Piñera, también a Lavín como
presidente, lo que seguramente usted no ha considerado ni en su más
vomitiva pesadilla.
Si así fuera no nos queda más que rogar al Altísimo que, al menos esta
vez, nos pille, por favor, muy bien confesados.
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