Toda cultura, cuando alcanza un elevado grado de complejidad, encuentra su expresión artística, literaria y espiritual. Pero al crear una religión a partir de una experiencia profunda del Misterio del mundo, alcanza su madurez y apunta hacia valores universales. Es lo que ha sucedido con la Umbanda, religión nacida en Niterói, Río de Janeiro, en 1908, bebiendo de las fuentes de la más genuina brasilidad, hecha de europeos, de africanos y de indígenas. En un contexto de desamparo social, con millares de personas desenraizadas, venidas de la selva y de los rincones más distantes del Brasil profundo, desempleadas, enfermas por la notoria insalubridad de Río a principios del siglo XX, irrumpió una fortísima experiencia espiritual.
Una persona del interior, Zélio Moraes, declara la comunicación de la Divinidad bajo la figura del Caboclo das Sete Encruzilhadas, de la tradición indígena y del Preto Velho de la tradición de los esclavos. Esa revelación tiene como principales destinatarios a los humildes desposeídos de todo apoyo material y espiritual. Quiere reforzar en ellos la percepción de la profunda igualdad entre todos, hombres y mujeres; se propone potenciar la caridad y el amor fraterno, mitigar las injusticias, consolar a los afligidos y reintegrar al ser humano en la naturaleza bajo la guía del Evangelio y de la figura sagrada del Divino Maestro Jesús.
El nombre Umbanda está cargado de significado. Está compuesto de OM (el sonido originario del universo en las tradiciones orientales) y de BANDHA (movimiento incesante de la fuerza divina). Sincretiza de forma creativa elementos de las varias tradiciones religiosas de nuestro país creando un sistema coherente. Privilegia las tradiciones del Candomblé de Bahía por ser las más populares y próximas a los seres humanos en sus necesidades. Pero no las considera como entidades, sino como fuerzas o espíritus puros que a través de los Guías espirituales se acercan a las personas para ayudarlas. Los Orixás, la Mata Virgem, el Rompe Mato, el Sete Flechas, la Cachoeira, la Jurema y los Caboclos representan facetas arquetípicas de la divinidad. Ellas no multiplican a Dios en un falso panteísmo, sino que concretan, bajo los más diversos nombres, al único y mismo Dios. Éste se sacramentaliza en los elementos de la naturaleza como en las montañas, en las cascadas, en los bosques, en el mar, en el fuego y en las tempestades. Al confrontarse con estas realidades, el fiel entra en comunión con Dios.
La Umbanda es una religión profundamente ecológica. Devuelve al ser humano el sentido de reverencia ante las energías cósmicas. Renuncia a los sacrificios de animales para restringirse solamente a las flores y a la luz, realidades sutiles y espirituales.
Hay un diplomático brasilero, Flávio Perri, que sirvió en embajadas importantes como Paris, Roma, Ginebra y Nueva York, que se dejó encantar por la religión de la Umbanda. Con recursos de las ciencias comparadas de las religiones y de los distintos métodos hermenéuticos elaboró perspicaces reflexiones que llevan justamente este título: El Encanto de los Orixás, desvelándonos la riqueza espiritual de la Umbanda. Entrevera su trabajo con poemas propios de fina percepción espiritual y se inscribe en el género de los poetas-pensadores y místicos, como Álvaro Campos (Fernando Pessoa), Murilo Mendes, T. S. Elliot y el sufí Rumí. Incluso bajo el encanto, su estilo es contenido, sin ninguna exaltación, pues ése es el rigor que la naturaleza de lo espiritual exige.
Además, ayuda a desmontar los prejuicios que rodean a la Umbanda, a causa de sus orígenes en medio de los pobres de la cultura popular, espontáneamente sincréticos. Que ellos hayan producido una significativa espiritualidad y hayan creado una religión cuyos medios de expresión son puros y sencillos revela cuán profunda y rica es la cultura de esos humillados y ofendidos, nuestros hermanos y hermanas. Como se decía en los inicios del cristianismo, que en su origen era también una religión de esclavos y marginalizados: «los pobres son nuestros maestros, los humildes, nuestros doctores».
Tal vez algún lector o lectora se extrañe de que un teólogo como yo diga todo esto que escribí. Únicamente le respondo que un teólogo que no consigue ver a Dios más allá de los límites de su religión o iglesia no es un buen teólogo. Sería más bien un erudito en doctrinas. Perdería la ocasión de encontrarse con Dios, que se comunica por otros caminos y que habla por diferentes mensajeros, sus verdaderos Ángeles. Dios desborda nuestras cabezas y nuestros dogmas.
2009-11-27
* Fuente: Koinonia
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