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Gonzalo Vial Correa: Dictadura e Historiografía

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Durante muchos años varias generaciones de jóvenes y estudiantes fueron formados y moldeados bajo el alero de lo que algunos denominaron “la historia y memoria oficial de Chile”. Nos estamos refiriendo a lo que comenzó a (re) escribirse tras el Golpe de Estado de 1973. En ese contexto, no faltaron los denominados “intelectuales”, entre ellos, uno que otro hombre ligado a la disciplina histórica, que haciendo ostentación de sus conocimientos y de su pluma, comenzaron a redactar páginas y páginas, donde podía confirmarse el sinnúmero de aberraciones cometidas durante el gobierno de Salvador Allende.

En aquella coyuntura histórica, la mayoría de los medios (escritos, televisivos y radiales) no escatimaron esfuerzos en presentar y calificar a la Unidad Popular como el conglomerado marxista que condujo al país al mayor descalabro político, económico, social y moral que se tenga conocimiento en la historia de nuestra república.

La idea postgolpe fue buscar y construir una historia que tuviera como objetivo, demostrar las condiciones de anormalidad institucional en que nos encontrábamos, lo cual serviría -entre otras cosas- para dar un aura de legitimidad al 11 de septiembre de 1973.

Así podemos encontrar una serie de publicaciones, reportajes y noticias en la prensa de la época. Instituyéndose en la obra más gruesa que compiló todos los planes siniestros de la Unidad Popular el apócrifo “Libro Blanco del Cambio de Gobierno en Chile” [1]. Documento que vino a constituirse en, “un texto caótico sobre la Unidad Popular sirve de base o constituye la narración misma del mito del caos que se ha construido respecto de dicha experiencia política social. La Unidad Popular como “caos” ha sido una de las claves ideológicas que han buscado ahondar el trauma de sus memorias y al que los discursos políticos autoritarios acuden reiteradamente” [2].

El Libro Blanco es sin duda el mayor esfuerzo publicitario-propagandístico desarrollado desde las esferas del poder en los meses posteriores al golpe. A este se sumaron con el tiempo algunas  “memorias” de los protagonistas de lo que ellos denominaron “la gesta del 11 de septiembre de 1973”. En este sentido  podemos mencionar los testimonios del General Augusto Pinochet y del Almirante José Toribio Merino. Todas fuertemente marcadas por un halo de redención patriótica de las Fuerzas Armadas y del 11 de septiembre.

Lo que se concibió fue una campaña propagandista que levantó  una serie de mitos y leyendas en torno al gobierno de la Unidad Popular y a la figura de Salvador Allende. Así nos encontramos por ejemplo con los más de 15 mil extranjeros, terroristas y guerrilleros en nuestro territorio; la creación de Fuerzas Armadas paralelas y la elaboración de un famoso y exterminador “Plan Z”, con la idea de llevar a cabo un autogolpe. Sin embargo, la memoria histórica y el avance de la historiografía crítica fueron desmintiendo y desmitificando aquellas “verdades objetivas y absolutas” que se habían maniobrado intencionadamente. Ya no eran los 15 mil terroristas o guerrilleros que había en el país y el siniestro “Plan Z” no pasaba más allá de una serie de compilación de documentos, apoyados por la buena imaginación de algún o algunos prohombres del período.

No hay dudas que la mayoría de los que empuñaron la pluma para justificar por escrito, o a través de charlas o conferencias el Golpe de Estado, estaban tan comprometidos como aquellos que empuñaron las armas en contra de sus compatriotas a nombre de la patria y de la Seguridad Nacional. No bastó la intervención militar para reprimir, acallar y silenciar a un sector de la ciudadanía, sino que fue necesario -también- el golpe intelectual-escrito, ese que tendría por objeto “extirpar el cáncer marxista” de la mente de los chilenos, imponiendo una nueva historia y memoria oficial. En ese triste contexto situamos al recientemente fallecido abogado e historiador Gonzalo Vial Correa, quien desde su tribuna contribuyó a legitimar el Golpe de Estado, tal como el mismo lo reconoció en marzo de 2002 “no me arrepiento de haber escrito el Libro Blanco” [3].

Hoy nuevamente nos preguntamos: ¿Dónde está toda esa documentación que se compilo en el Libro Blanco?, ¿En la Biblioteca o Archivo Nacional?, ¿En la Biblioteca personal de Gonzalo Vial?, ¿En su imaginación?. Sería interesante saber dónde se encuentra esa documentación (si existe) para cotejarla.

Si algunos consideran a Vial Correa un “intelectual” e “historiador insigne”, ¿Dónde quedó su rigurosidad metodológica y crítica a la fuentes a la hora de escribir el Libro Blanco?, seguramente subordinada a su  mirada conservadora y como buen discípulo del hispanista Jaime Eyzaguirre vio en la llegada de los militares al poder, la oportunidad para terminar con lo que él denominaba la decadencia y ruptura de consenso en nuestro país durante el siglo XX. De ahí su compromiso historiográfico y político con el régimen militar. Si bien posteriormente condenó los crímenes cometidos por la dictadura y participó de la Comisión Nacional de “Verdad y Reconciliación”, donde contribuyó en la redacción del marco histórico del informe Rettig, la detención de Augusto Pinochet en Londres nuevamente lo situó del lado del dictador, al publicar a través del vespertino La Segunda una serie de fascículos históricos en la cual una vez más intentaba justificar el Golpe de Estado, queriendo nuevamente imponer una verdad histórica oficial. Sin embargo, la renovación historiografía ha sido más fuerte, impulsando como dice el destacado intelectual e historiador mexicano Carlos Aguirre Rojas una historia atenta al cambio y crítica de aquella historia oficial, positivista y tradicional [4]. Fue así como en 1999 un grupo de historiadores chilenos redactó el “Manifiesto de Historiadores” [5] en respuesta a la publicación de Vial Correa; animando con ello un interesante debate político e intelectual sobre la historia reciente de nuestro país.

La muerte de Gonzalo Vial Correa nos permite analizar y debatir la vinculación existente entre discurso historiográfico y lucha política por el pasado, el poder que da el control de éste y por lo tanto, repensar (críticamente) nuestra transición democrática. Asimismo con su fallecimiento se apaga una parte de aquella vieja historiografía marcada por lo fáctico, narración, erudición, la “chismografía”, una historia acrítica con los grupos dominantes y poderes fácticos.

Con toda seguridad, más de alguno de los seguidores e historiadores-discípulos de Vial se esmerarán por seguir difundiendo aquella escuela historiográfica y visión de la historia nacional; sin embargo, la gente que fue humillada, torturada, exiliada, asesinada seguirán siendo dignificadas por una historiografía viva y crítica.

– El autor es Profesor de Historia y Geografía y Magíster en Historia por la Universidad de Concepción. Doctorando en Historia, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Académico de Historia de Chile Contemporánea en el Depto. de Historia, Universidad de Concepción. E-mail: monsalvez@gmail.com. Agradezco la lectura y sugerencias de mis colegas y amigos, Dra. Cristina Moyano Barahona, Dr. Juan Cáceres Muñoz, Dr. Sergio Grez Toso, Dr. Leonardo Mazzei de Grazia y Karina Ponce.

Notas:
[1]   Sobre la gestación y redacción del Libro Blanco véase: Magasich Airola, Jorge. “Los que dijeron “NO”. Historia del movimiento de los marinos antigolpistas de 1973”. Santiago, Lom Ediciones, 2008, Vol. 1, pp. 19 a 37.

[2]   Illanes, María Angélica. “La batalla de la memoria. Ensayo histórico de nuestro siglo. Chile, 1900-2000”. Santiago, Ariel Planeta, 2002, p. 180.

[3]   La Tercera, domingo 24 de marzo de 2002, pp. 4-5.

[4]   Aguirre Rojas, Carlos Antonio. “Antimanual del mal historiador”. España, Montesinos, 2007 y “La Historiografía en el siglo XX. Historia e Historiadores entre 1848 y ¿2025?”. España, Montesinos, 2004.
[5]  Grez Toso, Sergio y Salazar Vergara, Gabriel (compiladores). “Manifiesto de Historiadores”. Santiago, Lom Ediciones, 1999.

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