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La violencia y otros desencuentros

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He leído en la página del periodista Hernán Montecinos un artículo que me ha entregado ciertas luces, se trata de Algunas reflexiones acerca de la violencia, firmado por George Kape, publicado originariamente en: http://www.hommodolars.org/ (20.04.08). Lo primero que nos dice George es que: “La violencia, como fenómeno más general, podríamos tomarla como una relación en la que la voluntad de un sujeto es forzada, con una trasfondo físico, sobre otro.”

De esta definición se desprenden dos ramas generales. Una es que un acto de violencia no siempre es físico y la otra es que siempre la violencia es un acto social, sea de una persona contra otra, de una persona contra varios, de un grupo X contra otro grupo, de un gobierno contra algunos de sus gobernados o del gobierno de un país contra otros países o de varios países contra otros varios,

Desde los inicios del accionar humano, algo así como unos cuarenta mil años hacia atrás, vemos que la violencia ha jugado un papel. Detrás de la violencia siempre hay una cuota de miedo, en unos por perder lo que creen es suyo y otros por no sufrir en el futuro daños mayores a los presentes. En este último caso es un miedo atávico a lo desconocido, miedo que juega un rol en la aceptación del presente asumido como incambiable. Cuarenta mil años es una nadería en el largo trayecto de la tierra, desde sus inicios de una mole en el espacio hasta el planeta tal y cual lo vemos hoy, pero es un enorme río de sangre el que en este tiempo se ha derramado cuando la violencia llega a los extremos físicos que dejan una o muchas personas tendidas en el suelo desangrándose.

En este sentido somos el producto de esta violencia ejercida por múltiples razones, que en realidad no son razones de convivencia humana.

Forzar la voluntad de una persona es un acto que se ejerce día a día y en un planeta con más de seis mil millones de seres humanos, comiendo, vistiendo alguna ropa, necesitando un lugar para vivir y descansar, buscando un trabajo que le permita la comida, el vestido y el techo para guarecerse, tendremos como resultado que este acto de forzar la voluntad de alguien reviste todas las formas posibles.

Una breve reseña de estos posibles actos de fuerza contra la voluntad de alguien podría tomar unos varios cientos de páginas, a modo de ejemplo entrego algunos que me parecen ilustrativos de ante que mundo estamos: raptar personas para sacarles algunos órganos y luego venderlos en Europa, Estados Unidos y Canadá; llevar mujeres de los ex países socialistas a los mismos países antes mencionados con una promesa de empleo o casamiento y allí hacerlas trabajar de prostitutas; ponerle candado a una industria, despedir a todos sus trabajadores, luego demoler todas las instalaciones; crear en laboratorio un virus, expandirlo, echar a correr el rumor de su mortalidad, crear pánico y lograr paralizar un país entero; separarse de su pareja y luego de los pleitos, amenazas, recriminaciones, lograr un acuerdo para que al cabo de unos tres o cuatro años, en los diarios aparezca la novedad de que el despechado ex marido mató a su ex pareja; en una escuela aparece un muchacho normal con una pistola y dispara contra cualquiera que esté al alcance; un policía mata por la espalda a una persona de otro origen étnico, luego dice que fue en defensa propia y queda en libertad; hay una manifestación para conmemorar el 11 de septiembre y aparece la policía con su aparataje tirando agua y deteniendo, con sus peores modales, a decenas de personas; etc, etc.

La violencia hoy en día es una institución, algo que ha adquirido proporciones monstruosas y abarca todo el tejido social. Es la vida en sociedad la que está en peligro ante la violencia ejercida como una forma de lograr una respuesta de sometimiento. La sociedad se basa en mecanismos de opresión, en mecanismos para imponer a otros la voluntad de los unos que detentan el poder, justificar esta violencia institucionalizada (una muestra de ello son la policía militarizada) necesita de una ideología, que legitime el uso de la fuerza para imponer una conducta ajena a los intereses del oprimido, esta ideología dominante se traspasa a todos los estamentos donde hay un poder que se ejerce contra otros que no lo tienen y de esta manera lo que es inmoral se admite como un mal menor, lo que es socialmente atentatorio contra la convivencia social se deja pasar como algo que no nos afecta. Cuando queremos reaccionar es demasiado tarde, en el camino han quedado los desmanes de las voluntades forzadas por otra u otras.

En algunos casos la violencia es la respuesta desesperada, en otras es la única salida, en otros casos es institucionalizada (sistema carcelario, sistema de justicia, policía, ejército, servicio de investigaciones, guardias privados), hay quienes ejercen su violencia a vista y paciencia del resto de la sociedad, hay quienes lo hacen al amparo de la noche.

Así como todo ha tenido su comienzo, todo tiene su fin. A la violencia se le puede poner fin. El mayor impedimento es la base moral misma en que descansa la sociedad toda. Si hablamos de violencia sin poner en tela de juicio al sistema que la genera, no estamos enfrentando el problema desde la raíz.

En cada lugar donde vive gente hay tipos de violencia que puede ser más o menos encubierta, más o menos admitida, más o menos generalizada, más o menos necesaria, pero toda violencia es un mal que afecta tanto al que recurre a ella, como al que la sufre, como a la sociedad toda. Este mal puede y debe ser erradicado. Una sociedad sin violencia es la que imagina John Lennon en su canción “Imagina”, otro tipo de sociedad sin violencia es el paraíso de que nos hablan las religiones cristianas. Ambas visiones suponen una convivencia humana sin conflictos, es decir una sociedad de hermanos con un sistema que asegura la satisfacción de las necesidades humanas, una sociedad con valores diametralmente opuestos a los que entrega la sociedad actual, basada en la explotación del hombre por el hombre.

Si lo vemos en parcial y vamos a quienes son los dueños de la noche en, digamos por ejemplo, La Legua, nos encontraremos con una carga valórica que impone la sociedad: se es alguien por lo que se tiene, quienes no tienen nada luchan por tener ese algo que los convierta en alguien, al descubrir que nadie sale de pobre trabajando honestamente, se busca otra forma de ser alguien, es decir de tener más que el resto, una forma es el robo, el tráfico de drogas y los trabajos sucios que eso conlleva. Hay más probabilidades que en La Legua alguien sea víctima o victimario de la violencia encubierta en la noche, que desde Providencia para arriba, sin embargo hay más culpables de esta violencia en estos barrios “acomodados” que en todos los que están de Providencia para abajo.

Cuando amanece una persona muerta en la vereda de alguna calle de La Legua, si no podemos saber con certeza quien lo asesinó, sabemos quienes saben y conocemos a los posibles asesinos. Como bien dice el dicho que el vaso se derrama con una gota, en algún momento se llega a la gota que derrama el vaso. Si este momento ha llegado en La Legua, es a la gente de allí que les corresponde determinar cómo y con qué rapidez se pondrá fin a esta violencia que impide a muchos vivir humanamente en su entorno y los encierra en sus casas con rejas y horarios seguros, dejando el espacio de afuera y la noche para que ocurra lo que ocurre. De esta forma se vive normalmente un espacio reducido y se reduce la vida a pequeños momentos de seguridad.

Desde el Gobierno podrán implementarse miles de programas a un costo oneroso que dejará a varios funcionarios con un respetable sueldo, pero ninguno logrará solucionar el problema, pues la violencia de la noche (en este caso concreto) tiene su sello desde el sistema mismo. Son las políticas del sistema las que generan “soluciones” que no solucionan el problema sino que lo postergan hasta que este estalla y se soluciona de otra manera.

La solución a la violencia en La Legua o en cualquier otro espacio donde viven los que sufren las políticas del sistema, es en primer lugar un problema político, con la desgracia de no ser visto como tal por los que están implicados en partidos políticos. Es un problema político que puede y debe ser solucionado con una política de seguridad que parta desde y para la gente que allí vive. Esta solución abarca todo el espectro de las preocupaciones y ocupaciones humanas, en este sentido es un problema cultural y desde el trabajo cultural se puede contribuir a cambiar la cultura de aceptación del mal menor, la cultura de mirar para otro lado. Hoy se trata de crear una cultura que pase a la confrontación del problema en sí, es la gente la que debe asumir el poder que ellos mismos tienen, pero les es sistemáticamente negado, negando sus capacidades y quitándole oportunidades de expresarse creadoramente.

Se requiere una estrategia de trabajo cultural que entregue a la gente las herramientas para el desarrollo de todo su potencial, una cultura que rescate valores de convivencia humana, una cultura que tenga como principal preocupación el ser humano, una cultura de cambio de lo que hay no por lo que puede haber, sino por lo que se necesita exista, por muy imposible que sea.

Al decir cultura decimos el ser que somos, que en este caso se trata del ser que queremos ser para pasar al ser que debemos ser, creando condiciones humanas de convivencia humana. Hablamos de una cultura de solidaridad, de preocupación por la gente y de ocupación para todos.

Esto es lo imposible que se puede lograr, siempre y cuando La Legua toda lo asuma como un deber ético para erradicar la violencia en todas sus expresiones.

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