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«Somos todavía un archipiélago de pueblos»

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“Quizás no esperábamos, pero la circunstancia histórica que estamos viviendo nos compromete a conmemorar los bicentenarios, no como un evento del pasado, sino como un reto, como una exigencia histórica, como una necesidad de asumir nuestra falta quizás de voluntad política, nuestra falta de unidad, que fue lo que permitió que aquel proyecto inicial que era no solo de independencia sino de unidad y de reafirmación de identidad, se viera desintegrado, disperso”. Tal es para la filósofa e historiadora Carmen Bohórquez –integrante de la Comisión Presidencial para la Celebración del Bicentenario de la Independencia de Venezuela y coordinadora de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad– el sentido que debería primar en este acontecimiento histórico, según sostuvo en el diálogo sostenido con ALAI que reproducimos a continuación.

– En el marco de la celebración de los bicentenarios de los primeros gritos independentistas, ¿cuáles son los principales desafíos para retomar el sentido de unidad, de destino común, que pregonaron los próceres de esa gesta?
Lo primero es que estamos viviendo una coincidencia histórica. Estamos conmemorando el bicentenario del inicio de la lucha por la independencia justo en un momento en que en gran parte de América latina se han levantado millones de voces para reclamar una verdadera independencia, una sociedad diferente, justicia, respeto a la soberanía y a la autodeterminación de los pueblos.

Hace doscientos años también se levantaron voces reclamando la necesidad de un cambio radical, independientemente de que el movimiento comenzara por una élite blanca, por unos criollos. Pero, a la luz de la circunstancia histórica que se vivía en ese momento, es ese movimiento el que entra en la historia como iniciador de la independencia, porque justamente es el sector social que sí tiene acceso a ciertos mecanismos de poder, es el sector social que sí sabe leer y escribir, que controla ciertos sectores económicos. Por lo tanto es el sector que tuvo ciertas posibilidades de incidir para provocar una ruptura política de envergadura. Claro, muy pronto se va sumando el resto de los sectores y ese movimiento deviene rápidamente en una guerra de confrontación por conquistar una independencia para todos.

En ese momento se da una conjunción de proyectos, de esfuerzos, que es lo que permite que Bolívar y los que le siguen puedan avanzar hacia el sur tratando de buscar la liberación de los otros pueblos y que las fuerzas del sur, con San Martín a la cabeza, avancen hacia el norte, también con el mismo propósito. Entonces hay una conjunción de propósitos, hay unas circunstancias similares en toda América, y hay una necesidad histórica real de plantear esa ruptura con el modelo que venía imperando.

Hoy estamos casi en una misma lucha. No es el imperio español, pero es otro imperio más poderoso. Hay una conjunción de voluntades, primero política, de varios de los líderes de nuestras naciones latinoamericanas; hay como un espíritu colectivo que cada vez toma más fuerza de que es la hora de que los pueblos asuman en propia mano la conducción de su destino. O sea, hay una similitud de retos, de necesidades históricas, en cuanto a la conciencia de dar un paso adelante y de provocar esa ruptura liberadora.

Esta necesidad histórica se da hoy día porque aquella independencia no se concretó en la realidad. Es decir, aquí hay un proceso que se abrió con esa independencia del imperio español. Sin embargo, 200 años después, tenemos todavía que seguir luchando contra imperios, contra rasgos coloniales y situaciones colonialistas.

– Dentro de este proceso, la dimensión cultural juega un papel específico. ¿Qué nos puedes decir al respecto?
Perdona que vuelva atrás, pues creo que es ese pasado el que nos puede esclarecer la situación presente. Cuando se plantea la independencia no solamente era una independencia política y económica. Ahí se plantea la ruptura cultural. El problema mayor entonces es tener conciencia de la identidad americana como distinta de los españoles. Y eso solamente se puede explicar porque, culturalmente hablando, la identidad americana estaba en construcción, era muy frágil. Eran unos pocos quiénes de repente se descubren que no son españoles, que son americanos. Son generaciones educadas bajo esos valores de la cultura española, de la fidelidad al rey, de la limpieza de sangre y de sentirse miembro de la nación española. Tras tres siglos de pensarte como español, ¿cómo te comienzas a pensar como americano? La identidad no se puede fraguar en un año, ni en cinco ni en diez. Entonces hay que hacer una ruptura cultural.

Estamos hablando de una ruptura de identidad compleja, porque la sociedad colonial era una sociedad demasiado compartimentada, o se era blanco, o se era pardo, o se era indio, o se era negro. Y cada una de esas sociedades prácticamente era antagónica con el resto. El proceso de independencia avanza en cuanto a tener el control del poder político y del poder económico. Pero el proceso de conciliación de esa identidad que tenía que construirse a partir de pedazos dispersos, que tendría que haber integrado lo español con lo indio con lo africano, realmente no se dio. Lo que se impuso fue el proyecto de la sociedad criolla blanca como proyecto nacional, y postergó, minimizó, ocultó, las demandas o las necesidades, la justicia que había que hacer con los indígenas y con los afroamericanos.

Hoy día, si bien algo se ha avanzado, eso es también un obstáculo bastante grande en el proyecto colectivo que estamos tratando de construir. Y esto tenemos que resolver para hacer del lugar público un lugar de todos, donde ya no haya más privilegios para unos y exclusiones para otros. Es decir, no solamente precisamos superar la dominación externa, sino también la interna, lo cual pasa por la integración de nuestras sociedades, en el sentido real de los términos.

Entonces, ahí se puede aplicar después diversos enfoques, si el intercultural, el multicultural, la pluriculturalidad. Pero lo que sí es cierto, es que somos todavía un archipiélago de pueblos que no hemos logrado integrarnos en un proyecto colectivo común. No se trata de borrar la diferencia cultural, porque creo que todos estamos orgullosos de nuestras raíces, de nuestros antepasados, de nuestra historia colectiva, sino cómo lograr que esas memorias se unan y pasen a ser memoria de todos, cómo lograr que la riqueza de cada una de esas culturas, se haga riqueza de todos, cómo lograr que los conocimientos, que los aprendizajes, y con ello todas las demás manifestaciones culturales, sean de todos, que las sintamos que es de todos.

De modo que esa es la lucha que creo que hay que dar con mucha fuerza y con mucha honestidad. No se trata de declaraciones públicas o simplemente de que sacamos esta ley que reconoce los derechos, pero que después en la práctica eso no se da. O que simplemente hasta el que hizo la ley ni lo siente. O sea, hasta que de verdad sintamos que o somos todos o ninguno puede ser. Yo creo que en esa medida sí vamos a hablar de una nación integrada, de una Nuestra América, porque también seguir planteando eso solo a nivel de los límites geográficos de una nación tampoco te resuelve el problema.

Pero ahí la cuestión es: ¿cómo hacer para conocernos mutuamente?
Esa es la pregunta que todo el mundo se plantea, pues no se puede querer lo que no se conoce. Se trata de conocernos en igualdad de condiciones, de acercarte al otro como un igual que tu, de construir un nosotros, hacer de esa otredad un solo nos, una sola comunidad. Lo cual pasa mucho por la educación, por ese conocimiento mutuo, por ese enriquecimiento mutuo. Y si vamos a niveles de gobiernos, las leyes tienen que tener en consideración eso. Leyes que salgan de la participación colectiva donde todos dejemos oír nuestra voz, partiendo de que nadie tiene una voz que expresa mejor que el otro: o hacemos un gran concierto armónico de voces o nunca vamos a lograr la sinfonía de la unidad.

En los procesos de integración en curso, ¿ves señales en ese sentido?
Cómo se está planteando hoy la integración, no es lo mismo de cómo se venía planteando desde hace 200 años. Si haces una historiografía de los acuerdos integracionistas, hay unos 3000 acuerdos que han sido firmados en ese lapso. Y mira cómo estamos. Entonces, no es el mismo sentido como lo plantean los países signatarios del ALBA o de UNASUR, que sí buscan un sentido real de la integración.

En el otro sentido se planteaba la integración a partir de que yo diseño el proyecto y tú te sumas a mi proyecto. O sea, una parte que comienza a sumar para hacerse más grande, pero también puede ser que varias partes pequeñas se ponen de acuerdo para hacer una totalidad. Ahí hay dos sentidos de unidad. La integración que plantea el ALBA y UNASUR es un sentido de unidad en cuanto a mayor coherencia, que es muy distinto a los otros procesos integracionistas donde había siempre un interés subalterno al verdadero sentido de la unidad.

Ahora bien, si te planteas: tenemos un pasado en común, iniciamos juntos un proceso de independencia, nuestros pueblos están sometidos a las mismas dificultades, tenemos los mismos retos, nos enfrentamos a un contexto geopolítico mundial que hoy plantea problemas muchísimos más difíciles quizás que los anteriores, ¿cómo podemos hacer para sobrevivir en ese contexto? La unidad. ¿Cómo lo hacemos? Bajo los principios de la cooperación solidaria, de la complementariedad, y el de lograr avanzar hacia, incluso, un cuerpo político de leyes similares que garanticen a todos nuestros pueblos lo que Bolívar decía, la mayor suma de felicidad posible. Son principios que no son egoístas, son principios que son de reconocimiento del otro. Y eso ya plantea una unidad en otros términos.

Desde el ALBA, específicamente, se puede plantear acuerdos de intercambio y de cooperación cultural donde no estás pendiente de cuánto gano yo y cuánto ganas tu, sino que buscan el conocernos mutuamente, y en ese conocimiento acercarnos mucho más y comenzar a sentir el uno por el otro. El que tengas o no disponibilidad financiera no es lo que prima. Lo que prima es compartir las riquezas culturales que tenemos. ¿Quien va a pagar eso? El que tenga mayor disponibilidad para hacerlo. Son pequeños detalles pero son decisivos cuando quieres establecer puentes culturales para transitarlos.

En el campo de la educación, por ejemplo, está la lucha contra el analfabetismo con el aporte del programa cubano “Yo, Sí Puedo”, que tiene reconocimiento de la UNESCO, que está permitiendo que los países del ALBA y otros más, puedan declararse libres de analfabetismo. Igual podría señalar, en materia de salud, la Misión Milagro que ha permitido que más de un millón de latinoamericanos recuperen la vista.
14/09/2009

* Este texto es parte de la Revista América Latina en Movimiento, edición No. 448 (septiembre 2009) que abortda el tema «Bicentenarios: historia compartida, tareas pendientes», disponible en versión PDF en http://alainet.org/publica/448.phtml

* Fuente: Agencia Latinoamericana de Información

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