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Karen: La amenaza fantasma

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Desde el comando de Frei salió una no muy velada amenaza: al ser Karen Doggenweiler un “rostro” relevante del canal nacional y acompañar a su esposo en su campaña, los directivos de la televisora estatal deberían revisar su situación laboral. O sea, que deje de hacer campaña o se busque otro trabajo. Aunque a estas alturas se está haciendo todo lo posible por tirar debajo de la alfombra esa no muy fina amenaza, uno no puede dejar de comentar el hecho.

En primer lugar y por lo bajo, es impresentable que la gente de las cúpulas de la Concertación sean quienes pretendan dar su venia a la ciudadanía para participar en política… Según recuerdo eso es un derecho. Y peor aún, ¡que amenacen a sus adversarios con la pérdida del empleo!… Más impresentable todavía cuando cabe preguntarse si para las campañas de años pasados, ¿todos los empleados públicos espontánea y voluntariamente aportan dinero y/o realizan los “puerta a puerta”? Y para qué recordar cuando rasgan vestiduras y arguyen que los ministros y otros altos funcionarios públicos pueden participar en una campaña después de las 18 horas.

¿Es que estos personajes se sienten tan dueños de la política que perdieron el pudor? ¿O simplemente sus egos les impiden callar ante un enjambre de micrófonos? Pienso que es una mezcla de ambas cosas: como sí son los dueños de la política y hacen (casi) lo que quieren con nosotros, su sensación de poder y sus egos se han desconectado de la realidad y el decoro.

Sin embargo, el caso del “rostro-esposa” va más allá. No sólo es una afrenta al más mínimo sentido democrático. Incluso en una democracia tan poco democrática como la nuestra, es hasta un insulto a la decencia misma. Porque negarle a una mujer casada que en sus ratos libres haga campaña por su cónyuge (y que en este caso es un candidato presidencial, pero mañana podrían amenazar a cualquiera) me parece indecente. Simplemente una rasquería… tan rasca como Frei haciendo el gesto de pasarse la mano por el cuello para “responder” a las preguntas de los periodistas por el veto de su equipo a la ciudadana Karen (¿creerá que le sale “choro” o que así es más “cercano” a la gente?).

Sin embargo se puede hacer asimismo otra lectura. Si la candidatura de Frei se siente amenazada por la “Karencita”, una periodista de programas misceláneos-faranduleros, es que está en ruinas su concepto de la política. De lo que es hacer política. Y no crea el lector que estoy denigrando a la esposa del candidato. Creo que ella misma nunca ha querido interpretar un papel en el cual no sería buena. Al menos eso se puede conjeturar al jamás haberla visto en otro rol televisivo que no sea en el de chiquilla buena onda-positiva-alegre.

Además, si en Chile ya el periodismo en sí deja muchísimo que desear (y por algo uno acude a los medios independientes como éste), el misceláneo-farandulero es lo que botó la ola de lo que había botado una ola bastante pútrida. Entonces la supuesta amenaza que representa Karen, realmente es una amenaza fantasma. Porque en uno de sus programas de ningún modo se podrá encontrar un debate crítico, duro y profundo de la realidad socioeconómica o política. Las discusiones rondarán acerca de los motivos del “monstruo” para no darle antorcha a algún artista, el grado de glamour de una “famosa” o cualquier detalle insignificante de la insignificante vida de alguno de los muchos pseudofamosos insignificantes que pululan por nuestras insignificantes pantallas. Para qué hablar de una posición ante la realidad socioeconómica que no sea la lástima o realzar los casos individuales desconectados de todo contexto. De hecho, ese es el “formato” televisión en Chile. Seamos justos y asumamos que tampoco es mala fe o responsabilidad del “rostro” en cuestión.

Este episodio de pretender vetar un acto legítimo y legal, dejó al descubierto que desde el trono de la soberbia no se dan cuenta —precisamente por su soberbia— que esas actitudes son finalmente contraproducentes. Pues ver la política de esa forma, no es otra cosa que dejarle en claro al país que el clan de los políticos, el cual ya va para casta, no tiene ninguna vergüenza ni disimulo en mostrarle a la ciudadanía que ellos son quienes mandan… A pesar de saber todos que ellos mandan lo que les mandan mandar.

Temerle a un “rostro” por poder incidir en la votación, da cuenta de cómo se viene haciendo política en el país. Pues no estamos hablando de vetar a los pocos periodistas de peso que salen en pantalla. Menos a intelectuales críticos, lo que de hecho ya no es posible porque han sido borrados de la faz de la tierra-tele. Estamos hablando de sólo un “rostro” de la caja idiota; y uno buena onda, no confrontacional y acrítico. Y vuelvo a insistir, no se trata de denigrarla. Quizás no le interesan otros temas. O tal vez simplemente ella asuma un “personaje” televisivo que le permite llenar un “nicho” y cobrar un salario. ¿Quién soy yo para decirle en qué interesarse o cómo ganarse la vida?

Es tan mediocre la forma de hacer política hoy, que ya ni se puede hablar en estricto rigor de propaganda. Es simple publicidad y mercadeo… bien fome y estandarizado por lo demás. No obstante, por si fuera poco, algunos personajes pretenden apelar a los fueros de la “ley del embudo”: “mis” actores y “mis” cantantes sí pueden ayudarme a ganar votos; a ti los “tuyos” no. Actitud que es entre rasca y de cabro chico. Pero que sin lugar a dudas deja de manifiesto, una vez más, que el debate de ideas no juega ningún rol en las campañas. No he descubierto la pólvora claro está. Mas se supone que ellos deberían seguir disimulando, ¿o no? Lo mismo que en los juegos de niños: “Hagamos como que”… hacemos política con altura, somos democráticos y decentes.

Al paso que vamos, no sería raro que nuestra sesuda y excelsa clase política llegue a un clímax de iluminación. Y en esa especie de nirvana, vean la necesidad de hacer una reforma constitucional para que las votaciones se decidan por nuevos sistemas. Por ejemplo: quién “junta” más “rostros”, por el rating o los premios Apes.

No voy a votar por tu marido ciudadana Karen; pero demás que te apoyo.
 
– El autor es antropólogo y profesor universitario.

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