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El legado del «infame» Señor Zelaya

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Gran confusión han creado los acontecimientos de Honduras en todo el mundo y todos nos preguntamos qué ha ocurrido realmente allí. ¿Cómo es posible que un presidente constitucional, elegido democráticamente y en ejercicio de su cargo, pueda ser repentinamente secuestrado en horas de la noche por militares y expulsado violentamente del país, atropellando sin miramientos elementales derechos humanos y civiles y toda norma y praxis jurídica internacional. ¿Es esto resultado de una grave confrontación política nacional o simplemente una historia de gángsters? En la línea divisoria entre juego políticoextremo y gangsterismo, suele haber a veces una línea divisoria muy sutil y en el caso de Honduras, ambas posibilidades parecen haberse amalgamado de un modo muy peculiar.

Advertimos que el procedimiento para apropiarse del gobierno constitucional en Honduras por parte de la élite dominante, conlleva los ingredientes propios de una guerra mafiosa por el dominio de un mercado y por su control territorial: confabulación, uso de la fuerza, ataque a mansalva, terror armado, acciones ilegales, impunidad. Según lo que se acostumbra en dichos casos, el objetivo básico de la acción es la liquidación física del adversario, aunque en circunstancias especiales o por simple cálculo, éste puede ser primero neutralizado y luego, convencido del abandono “voluntario” de la escena. Es decir, recibe el conocido “ofrecimiento imposible de rechazar”. Como sabemos, el presidente Zelaya no pudo impedir su abrupta defenestración de la primera magistratura del país ni rechazar su expulsión del territorio nacional y quizás deba estar agradecido por habérsele permitido conservar también la vida. Curiosamente, los golpistas prefirieron no asumir el asesinato de un presidente y se contentaron con su expatriación forzada. En suma, los hechos protagonizados por las actuales autoridades hondureñas no tienen nada que envidiarle a las mejores cintas de gánsteres creadas por Hollywood.

Las explicaciones difundidas desde el inicio de los hechos, han sido, tanto de parte de los golpistas como del propio presidente Zelaya, incompletas, confusas, contradictorias y, desde luego, interesadas, por parte de la mayoría de los medios conservadores de comunicación. Se nos ha informado que el presidente Zelaya, sin decir “agua va” se había dedicado en el último tiempo a atropellar una ley tras otra para llevar adelante la antojadiza idea de consultar a la ciudadanía si estaría  o no de acuerdo en opinar  -en la próxima elección presidencial de noviembre-  acerca de la conveniencia de instalar en el futuro próximo una Asamblea Constituyente que tuviera por tarea modificar la Constitución Política de Honduras. Y se nos agregaba que el objetivo de Zelaya con esta consulta preliminar no era otro que su reelección como  presidente y su perpetuación en el poder.

La experiencia y la razón nos aconseja siempre no confiar ciegamente en lo que se nos dice a través de los diarios o la televisión, pues el trasfondo de la verdad o la verdad pura y simple, muchas veces está en lo que no se nos dice o en lo que se tergiversa. Y poco a poco nos hemos ido enterando que el Sr. Zelaya, no se había vuelto sorpresivamente loco o megalómano, que no pretendía engañar a la ciudadanía con su consulta  y que tampoco buscaba perpetuarse en el poder. De hecho, el presidente  Zelaya no postula a la reelección en la elección de noviembre y, por tanto, su mandato termina indefectiblemente en el mes de enero del próximo año. Cualquier posibilidad de Asamblea Constituyente sólo podría ocurrir durante el mandato del próximo presidente electo. Nadie puede comprender porqué las supuestas actuaciónes ilegales del presidente no fueron colocadas bajo la sanción de la ley hondureña como correspondía y en cambio, se ha preferido detener dichas acciones, de manera violenta y grosera con una ilegalidad aún mayor, apelando a actos gangsteriles y totalitarios. E instalando, con escándalo, un problema político interno de la sociedad hondureña en la esfera internacional.  ¿Quién se ha vuelto realmente loco en Honduras?

Un detalle importante a considerar en la comprensión de estos hechos, es el intento del gobierno golpista por establecer la contemporaneidad de los actos del presidente Zelaya, tratando de crear una cortina de humo sobre los actos del presidente en los años anteriores de su gobierno, pues es en dicho período cuando se gesta realmente la causa de los hechos que ahora presenciamos. De allí que entre las acusaciones que se propagan está la de ”inestabilidad mental”, problema patológico que sería de data reciente y que inhabilitaría al presidente para ejercer su cargo. Es decir, la supuesta incapacidad de gobernar sería un fenómeno nuevo, actual, el cual exige un remedio perentorio e inmediato por el bien del país. Ante lo exabrupto de la condición adjudicada al Sr. Zelaya, insistamos en la conveniencia de escudriñar más allá de las acusaciones que se dan como causa de su alejamiento forzado del gobierno.

Como se sabe Manuel Zelaya Rosales pertenece a una antigua y acaudala familia de terratenientes. Creció y se formó como miembro de la aristocracia y de las esferas de poder económico y político de la sociedad hondureña. Su integración a uno de los partidos políticos de la élite conservadora, el partido Liberal, tampoco podía ser una sorpresa para nadie. Posteriormente, su acceso a la presidencia de Honduras en enero de 2006 auguraba un gobierno tradicional, es decir, orientado a reforzar las condiciones de dominio económico y político de las clases dirigentes históricas, por tanto, lejos de los clamores populares por justicia social y por condiciones de vida dignas y mejores.

Sin embargo, a poco andar en su condición de nuevo presidente, se produjo un cambio singular en la disposición gobernante del representante de la oligarquía criolla. Ignoramos las causas de dicho cambio, pues ellas pertenecen a la esfera de la propia conciencia del Sr. Zelaya,  pero, de modo insólito, éste comenzó a interesarse por las condiciones de vida del hondureño común y concibió la inesperada y temeraria idea de acometer ciertas iniciativas tendientes a reducir el costo de vida y mejorar el ingreso de habitantes más desfavorecidos del país. No olvidemos que Honduras es uno de tres países más pobres del mundo, hecho que por sí sólo nos dice casi todo acerca de las relaciones de poder que rigen allí la vida política, social y económica. Algunas de éstas medidas fueron la de reducir la intermediación en la cadena de distribución de combustibles,  acordar un  plan de suministro de petróleo con Venezuela pagadero a largo plazo y el subsidio al precio de los combustibles. Estas medidas permitieron el ahorro de divisas y abarataron el costo del transporte de personas y mercaderías en todo el país y beneficiaron el ingreso de la mayor parte de la población. Naturalmente esto le acarreó la enemistad con las empresas internacionales del petróleo y con los grupos económicos internos ligados a la distribución del petróleo y sus derivados.

Otra medida importante acometida por el presidente fue la de reducir las tasas de interés de los créditos para viviendas a la mitad o al tercio de lo establecido por los bancos, lo cual tuvo un efecto inmediato en el aumento de los ingresos familiares. La contrapartida fue la oposición natural de los bancos ante una medida que reducía drásticamente sus ganancias. A nivel de la economía nacional ello se tradujo sin embargo en un extraordinario auge para la industria constructora en todo el país y el consiguiente aumento del empleo en este rubro. Incluso, los bancos que estuvieron en contra de la medida del presidente, finalmente se vieron beneficiados por las altas ganancias provenientes del aumento significativo del volumen de préstamos.

El año pasado, el alza del precio internacional del petróleo, del trigo, maíz y otros productos se reflejó de inmediato en el mercado interno de Honduras y afectaron el nivel de consumo de la población. Luego los precios internacionales bajaron, pero las alzas en Honduras se mantuvieron. El presidente apeló entonces a los grandes productores y distribuidores de alimentos del país para que bajaran los precios a un nivel adecuado pero sólo encontró una sostenida resistencia. Sólo algunos respondieron a su llamado y realizaron rebajas insignificantes. El presidente tomó entonces la sorprendente iniciativa de aumentar el salario mínimo en un porcentaje cercano al 60%.

Estas medidas y otras del gobierno de Manuel Zelaya, lo fueron perfilando paulatinamente ante la oligarquía dominante como un elemento que se había vuelto totalmente contrario a sus intereses. Este reconocido miembro de dicha oligarquía, de la cual siempre formó parte, por cuna, fortuna y posición social, estaba traicionando a su clase y a los grupos de poder a los cuales pertenecía. Estaba minando lenta pero seguramente una situación de privilegio forjada durante décadas de predominio conservador, enraizada incluso profundamente en la conciencia y la cultura del pueblo hondureño. De ello no quedó duda alguna, cuando el ahora estigmatizado presidente, declaró, en un acto inaudito, que abandonaba la ideología derechista y conservadora que representaba su partido, para adscribirse a una ideología izquierdista y pro socialista, con lo cual no quedó duda alguna acerca de la traición cometida por este oligarca descarriado y tampoco, que el anteriormente distinguido miembro del Partido Liberal hondureño había pasado a erigirse en el gran enemigo de clase, en la bestia negra destructora de privilegios, a la que había que eliminar de la escena política apenas fuera posible, en resguardo del orden, la paz y la prosperidad social “del país”. Quizás todo se habría resuelto de un modo natural con la espera obligada del término del mandato del gran traidor, dentro de siete meses, con lo cual su carrera política habría llegado definitiva- y presumiblemente a su fin.

Pero, lo que los poderes fácticos hondureños no consideraron, era que el tránsfuga iba a tener de repente la buena, mala o calculada idea de recurrir al poder diabólico de ciertas palabras del vocabulario del averno para desatar el terror y el pánico en ese paraíso elitista y plutócrata que siempre fue Honduras. En orden sucesivo, las palabras malditas eran “consulta, plebiscito, Asamblea Constituyente”, términos que en todas las derechas y oligarquías del mundo son causa de espanto, de furia desatada, de impulsos sanguinarios extremos. Los autodesignados patricios jamás podrán tolerar que la plebe ejerza derecho alguno de opinión y menos de legislación sobre sus propias vidas. Para ellos un acto plebiscitario es tanto o más blasfemo que un puñetazo en la cara de Dios. Ya lo vimos en Chile hace 36 años atrás. Los rumores de que el presidente Allende anunciaría un plebiscito para dirimir la confrontación política entre la Unidad Popular y la derecha, precipitó el golpe cívico-militar que sumió al país en sangre y duelo durante diecisiete años.

Ante la inminencia de la fecha fijada por el presidente para la consulta popular preliminar, el pánico se extendió por todos los estratos dirigentes de la élite social y económica, abarcando a todos y cada uno de los órganos e instituciones representativos del poder de clase: el Congreso, la Corte Suprema de Justicia, el Ministerio Público, las organizaciones de empresarios, etc. Se desataron las acusaciones de ilegalidad, de inestabilidad mental, de incapacidad para gobernar, de colusión marxista con Hugo Chávez y otros peligrosos líderes políticos latinoamericanos y muchas otras, dirigidas principalmente a colocar al acusado fuera de toda ley y de toda razón, pero ocultando la raíz de su verdadero y único pecado: atentar contra los intereses  políticos y económicos de la élite conservadora y luego, incitar a  la expresión de la voluntad nacional a través de un plebiscito, como paso necesario para la fundación de una Constitución auténticamente democrática. Por cierto, en este cúmulo de acusaciones la palabra “traición” jamás ha sido mencionada ni nunca lo será, pues llevaría implícita la necesidad de develar su origen, algo impensable para los dueños del poder y la riqueza hondureñas.

Al parecer la histeria desatada y la urgencia de parar a toda costa la consulta diabólica, llevó a los  defensores del orden político tradicional, a la disparatada idea de secuestrar intempestivamente al presidente constitucional y expulsarlo violentamente del país, sin pensar para nada en las consecuencias internas e internacionales de tal acto. Con el disparatado accionar de los patricios hondureños el presidente Zelaya ha sido convertido definitivamente en líder popular, en víctima, en mártir y para muchos, seguramente en santo, aunque no lo sea. Por tanto, los golpistas deben enfrentar ahora no sólo una fuerte oposición ciudadana sino también hacerse cargo de una masiva condena internacional.  Cómo van a resolver la magnificación del problema creada por ellos mismos, es difícil de predecir. Lo único que parece seguro es que desde ahora en adelante, con Zelaya o sin Zelaya, Honduras ya no será exactamente la misma y que de uno u otro modo, han de levantarse perspectivas para un cambio político y social con una mayor democracia y participación ciudadana. Y ello será legado del infame Sr. Zelaya.

– e-mail del autor:  everalvarez@swedemail.se

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